A veces la secuencia de acontecimientos es la correcta y la cosas suceden en el orden apropiado para que de un deseo se derive una conclusión que lo satisfaga. También puede ocurrir que el azar mute en un propósito, como la crisálida de un insecto se transforma en un ser acorde a las espectativas que todos tenemos de la belleza. No ocurre a menudo, pero en ocasiones conectas con alguien en el corredor del vacío, y cuando el encuentro fugaz ha acabado sabes instintivamente que coincidistes en un lugar y en un momento porque la lógica de las cosas es juntar a los equivalentes, a los que son imágenes especulares los unos de los otros, a quienes desconocen las mismas cosas pero indagan en los mismos paisajes para averiguarlas.
No, no es lo mismo una libélula que una mariposa. Pudiera parecerlo por que la sensación que provocan se describe con idénticas palabras. La aparente fragilidad de la belleza. Mariposas y libélulas son la fase sexual de insectos que antes de mutar tuvieron prohibidos los cielos. La fase larvaria de la mariposa es la oruga, un ser que solo vive para saciar su hambre de pasiones inermes, para alimentarse de la planta que le da cobijo y es todo su ámbito. La larva de la libélula es un cazador despiadado que nada en las aguas estancadas de arroyos y charcas. Nada hay de inocente en una libélula, ni de pasión por la luz. La versión pobre de la mariposa, la polilla, busca la llama para poder consumirse en su luz, para juntarse con el fuego y propagarlo. La propia mariposa busca también la llama, aunque al volar de día la llama que la atrae, la del sol, está lo suficientemente lejos como para no abrasarla.
Las libélulas son la versión torpe de los caballitos del diablo, los acrobatas del aire, que esparcen los colores de su cuerpo por el cielo con la misma elegancia que los colibrís. Es dudoso que las libélulas quieran ser mariposas, aunque haya quienes las confundan. Menos aun los caballitos del diablo, que deben su nombre a su pericia en el vuelo, a su capacidad para cabalgar el viento sin ser desmontados. Libélulas y caballitos del diablo traen de su etapa acuática, gris porque el agua adormece los contrastes y las cromas, la necesidad del colorido en lo que son y en lo que hacen. Colorido translucido en sus alas reticuladas. Las mariposas cubren sus élitros con escamas irisadas porque también les hubiera gustado parecerse a los peces.
Hace tiempo, en las afueras de Santiago de Compostela, logré fotografiar varias libélulas azules que se posaban sin miedo sobre las hierbas de un prado surcado por un arroyo. Si la belleza se posa ante tí y se serena sería pecado no detenerse a admirarla. Las mariposas rara vez aceptan la compañía de quienes las contemplan. Hice varias fotos y alguna de ellas no desmiente lo que vieron mis ojos, un movimiento azul detenido sobre una hoja verde que agita la brisa.
Esta tarde conocí la existencia de alguien en Twitter mientras deambulaba por sus corredores. Lo que escribía era hermoso, más sensación y estado de animo que esquema de colores. Su sobrenombre es libélula azul y su lema que las libélulas no son mariposas ni quieren serlo. No hacia falta que me lo dijera porque cuando me detuve a leerla no alzo el vuelo ni trato de ocultarse. Le hablé aunque sin esperar respuesta, le dije que me gusta el resumen que había redactado de si misma, lo que dice ser y lo que no es aunque los demás quieran o crean verlo en ella. También le dije que no estaba seguro de si sabía que libélulas y caballitos del diablo son seres con muy cercano parentesco, subordenes del mismo orden de insectos. Seres muy parecidos que provoquen sensaciones diametralmente opuestas. ¿Quien no ha sentido miedo de niño ante el vuelo agresvio de un caballito del diablo, que parece querer atarcarnos con su errático ir y venir en torno nuestro?
Su respuesta pareció darme indicios de que tal vez sea posible una coincidencia de tiempo y lugar entre nosotros. Podremos quizá compartir un instante y llenarlo de escritos. De niño cazaba mariposas en las faldas de la Sierra de Guadarrama, entre los berrocales de granito y los campos de encinas, retamas y jaras. Pero se distinguirlas de las libélulas, que a veces se posan unos momentos para que podamos admirarlas. Si este que ahora comienza es lo suficientemente largo lo aprovecharé para leer todos sus colores y mirar a través de las retículas de sus alas.
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