jueves, 29 de enero de 2015

El Fútbol y sus aledaños (177) - Ingrata cenicienta


Ingrata cenicienta

Decía anoche Quim Doménech en "El Chiringuito de Neox" que jamás había visto a un jugador de fútbol arrojándole una bota a un lineer, que era para él una imagen inédita, y que semejante acción no hubiera acarreado más que una tarjeta amarilla le causaba auténtico pasmo. No puedo más que coincidir con estas palabras, por más que el denunciante, un barcelonista, y el agredido, un juez, puedan serme sumamente antipáticos. Tengo esa fobia tan española hacia quienes se dedican a impartir justicia, y que además lo hacen por vocación, no porque las circunstancias se lo impongan. -¿Quien quiere ser juez en un tribunal, en este caso uno alfombrado de verde césped? Los tiranos, nos contestamos enseguida los españolitos de a pie. ¿Alguno de vosotros quiso serlo en el patio del recreo cuando jugábamos al fútbol? En nuestra infancia nunca hubo árbitros-, y esa otra fobia, heredada por mis mayores madridistas, hacia todo lo que huela o asemeje a culé. El caso es que ayer a las doce, cuando comenzaron los programas radiofónicos y televisivos deportivos, el cholismo se convirtió en calabaza y su pequeño auriga, pequeño en lo futbolístico, en ratón con látigo de juguete en la mano. Se acabó el encantamiento. Y ya es de ser ingrata, que la Cenicienta le arrojase el zapatito de cristal a su hada madrina arbitral, la que le ha permitido asistir estos años al baile de los títulos.

Este sortilegio ya lo habíamos visto esfumarse en parte con el mourinhismo, pero había más argumentos futbolísticos con los que sostenerlo en su caso. Argumentos reales, aparte que ese que eufemísticamente se ha venido a denominar como intensidad para vestir la violencia desnuda con bellos ropajes lingúisticos. Tenía al equipo de Mourinho al mejor jugador del mundo. O, al menos, al segundo mejor, si tenemos la intención de seguir confiando en el criterio de Doménech, que ya aclaro que va a ser por poco rato. También una plantilla hecha a la medida de su entrenador, con sus Khediras y sus Carbahlos, y la de su presidente, con sus Di Marias y sus Öziles. Pero este atlético se queda en porretas en cuanto se le desviste de intensidad, y su desnudez solo cabría camuflarla como un desfile de Victoria's Secret si no fuese porque se trata de un deporte supuestamente practicado por hombres, aunque cada vez sea más mirado por mujeres. Como los pases de lencería, por cierto. Es lícito, ya lo dije hace algunos años, suplir lo que te falta en calidad con esfuerzo. Así se logró ganar la Séptima. La más esperada, porque las cinco primeras llegaron enseguida, en un suspiro, y la Sexta tampoco se demoró tanto. Sino de qué. Como se habría podido superar si no hubiera aido así a un equipo que reunía en su once inicial nombres como los de Del Piero, Zidane, Deschamps y Davids. Los tres últimos componían la media de moda entonces, no solo en el ámbito de las competiciones de clubs sino también en las nacionales, con medio medular francesa más el refuerzo corajudo del pequeño halandés de las gafas psicodélicas y el pelo a los rastafari. No siempre gana el mejor, no siempre lo merece al menos, porque si no fuera así los enfrentamientos se resolverían en gabinete por un grupo de peritos y evaluadores. Vamos, el paraíso de los columnistas de la prensa deportiva.

Aquel Real Madrid de Morinho, lo siento si alguien se ofende, aunque también lo entiendo, alcanzaba a mirarle a los ojos a su misma altura a aquel Barça de Guardiola cuando se ponía de puntillas, pero un detalle de Benzemá, entonces muy poco valorado, o de Özil, servía para ponerle alzas a nuestra fantasía, para hacernos soñar con acudir a palacio para asistir al baile de los títulos. Y no, no fue tan bondadosa con nosotros el hada madrina arbitral. A Mourinho se le expulsó en su último partido oficial en la liga española, aquella final de copa, por hacer bastante menos de lo que en todos los encuentros hace Simeone. Si ayer Arda Turan le arrojó a un lineer una bota, hay que recordar que el Cholo le arrojó un balón a Varane hacia el minuto noventa y tantos de la final de Lisboa. El caso es arrojar cosas, lo que se tenga más a mano. O más bien al pie. Porque este Atlético piensa con los pies cuando se le calienta la cabeza y le deja de carburar. Es ser muy ingrata Cenicienta tal actitud. Esa cara tiznada de los chicos de la orilla del Manzanares ha embelesado la imaginación de la prensa estos tres últimos años y se ha convertido en la protagonista del cuento Disney. En la final de Champions del año pasado casi hubo beso del prínicipe Platini, que la veía con mucho mejores ojos que a su fea prima madrileña, que no sabía lavar y planchar también -aquella final fue un fetival de plantillazos-. Beso y copa. Anda que no le dolió al asiduo al Ritz cada vez que viene a Madrid -sabe la realeza regalarse la vida- no poder marcarse un baile en el palco con la Cenicienta atlética. "¿Who is that gilr?", se preguntaba media Europa, sin acordarse mucho del precedente del Bayern. Un gol de churro de Godin, que tampoco difería mucho del que marcara Mijatovic en el Amsterdam Arena -y establezco equivalencias solo en cuanto a significado dentro del partido, porque había bastante más estética en los pasos de ballet del balcánico que en el salto de hip-hop del urugayo-, y bien poco más. La victoria del Real Madrid solo pudo sorprender a quienes aun creen en Walt Disney, cuya perseverencia en la fe elogio sin reservas. Un Walt Disney que me barrunto si no sería ese señor -o al menos su espíritu frigorizado-, que se agachaba tras el lineer para que el zapatito de cristal no se le incrustara en la cara por el tacón de aguja. Frustrada se queda la Cenicienta atlética cada vez que no le llega invitación para el baile, ayer Arda Turan, aquel día en la Lusitania Simeone, hasta llegar al berriche cuando hay cambio en el argumento del cuento. Y siempre la toma con su hada madrina o un gentil paje- Rafael es probablemente el central más limpio que hayamos visto-, sin caer en la cuenta de que la culpa sería en todo caso de otro, llámese la divina providencia, Dios padre o guinista de la Disney. El cuento no puede acabar siempre igual, máxime si se trata de un desenlace inverosimil, porque sino no sería tan creíble lo increíble y nunca podríamos volver a convertir en carroza ninguna otra calabaza futbolera. Solo me queda esperar, aunque se que también me adentro en el terreno de la fantasía, que se aplique el mismo rigor en el juicio moral, al menos uno parecido, a Turan por tratar de agredir que a CR7 por simplemente hacer la colada en seco.

martes, 27 de enero de 2015

Rescates de Twitter (26) - Auschwitz

Auschwitz

 1.- Se cumplen estos días al parecer 70 años de la liberación de Auschwitz y es difícil decir algo nuevo sobre el asunto. Pero quizá es posible.

2.-  Hace un mes precisamente leí un artículo muy curioso en la revista Claves, que dirige F. Savater: "La eutanasia nazi", de José García Marcos.

3.-  Tras tantos años de libros, películas, documentales y series de TV parecía todo dicho, un tema agotado, en lo histórico y en lo narrativo.

4.-  Y, mira por donde, este artículo me aportaba un dato nuevo, que no conocía, y no solo sumamente relevante sino que también inquietante.

5.- Nada más acceder al poder, en 1933, Hitler puso en marcha un ambicioso proyecto social para la esterilización forzosa de personas.

6.-  El objetivo era evitar que aquellas personas portadoras de taras sanitarias hereditarias las transmitiesen a su descendencia.

7.-  ¿Las intenciones de la iniciativa eran "buenas"? A estas alturas, siendo quien fue su promotor, el debate es del todo imposible.

8.- Yo me decanto por el no. Pero estoy seguro que habría quien defendería el sí si pudiese olvidarse de quien fue Adolf Hitler.

9.-  Hitler tuvo que paralizar el proyecto ante las protestas de la iglesias Católica y Evangelista y de algunos otros agentes sociales.

10.-  No sin antes haber hecho pasar por los quirófanos, en muchos casos por la fuerza, a empellones, a no menos de 300 mil pacientes.

11.-  Años después, en 1935, en un congreso de dirigentes nazis, un jerarca de la sanidad germana le propuso una idea aun más ambiciosa:

12.-  Practicar la eutanasia en aquellos pacientes mentales incurables que residían en manicomios y que suponían una pesadísima carga para el estado.

13.-  A Hitler le gustó la idea. Se la apuntó. Y en 1939, en vísperas de la invasión de Polonía decidió ponerla en práctica, esta vez en secreto.

14.-  Era mucho más práctico y eficiente evitar las interferencias de los bien pensantes, empezando por los pesadísimos obispos católicos.

15.-  Además, con la guerra en ciernes era de esperar en breve una avalancha de enfermos mentales hacia los manicomios ya saturados.

16.-  Nuevamente, cabe imaginar una defensa si, pongámoslo como ejemplo, la medida la hubiese tomado Mao o Stalin y estuviéramos en los años 80s.

17.-  Se denominó al proyecto Aktion T4, en alusión a la sade desde donde se dirigía, el número 4 de la Tiergarten strasse de Berlín.

18.-  Se seleccionaron para llevarlo a cabo a médicos, enfermeras, transportistas y burócratas de lealtad probada al partido.

19.-  Había tres cuestiones básicas a resolver: 1) El método de selección de los pacientes; 2) El lugar de aplicación (ejecución) y 3) El modo.

20.- Para lo primero se optó por un cuestionario que pudiera evaluar la situación del paciente, a responder por el médico responsable.

21.-  Personal médico del Aktion T4 examinaba los cuestionarios y decidía aplicando baremos estandarizados quien era idóneo para la medida.

22.-  Además de las preguntas lógicas (diagnóstico, esperanza de curación) el custionario incluía alguna inquietante: raza, régimen de visitas.

23.- Parecían ser más aptos para la medida aquellos individuos de determinada raza o que no tuvieran parientes que protestasen su desaparición.

24.-  El grado de perversidad del proceso alcanzó niveles de pesadilla: Algún médico exageró los síntomas de los pacientes con buena intención.

25.- Corrió el rumor de que el cuestionario trataba de determinar quien era apto para el frente. Había que abastecer de soldados las trincheras.

26.-  Para la segunda cuestión se optó por 4 hospitales de Alemania y Austria, a donde eran conducidos los aptos para la medida.

27.- Para la tercera cuestión se barajó la alternativa del tiro en la nuca (método usado por los soviéticos en Katyn) o la inyección letal.

28.- Pero ambas soluciones suponían un cierto coste para los verdugos que sufrían de pesadillas, depresiones y diversos males psicosomáticos.

29.-  Se optó por un método mucho más humano... para los verdugos: La cámara de gas con muerte por inhalación de monóxido de carbono.

30.- Los pacientes eran recogidos en los manicomios por transportistas del Aktion T4 y conducidos a los "hospitales de la muerte".

31.- Allí eran recibidos por personal médico muy amable que les proponía, al final del proceso de recepción, una ducha antes de acostarse...

32.- La eficiencia del personal adscrito al Aktion T4 reducía al mínimo los errores en el transporte, que se aplicara a quien no correspondía.

33.- También se encargaba de elegir una causa de muerte natural convincente que añadir al expediente del paciente.

34.- Hasta estaba estipulada la cantidad de orujo a suministrar a los encargados de incinerar los cadáveres para hacerselo más llevadero: 250 ml.

35.-  La Aktion T4 eliminó a 70 mil enfermos mentales antes de que el secreto fuera insostenible y las protestas incontestables.

36.- El obispo de Münster parce ser que se puso muy pesado y el proyecto cesó en principio. Aunque siguió de una forma menos centralizada.

37.- Aun así los frutos finales fueron enormes: La cifra de pacientes tratados alcanzó al final de la guerra a los 200 mil solo en Alemania.

38.- Además, la Aktion T4 le dio a Hitler el modus operandi para la Shoah judía. Fue su personal el que supervisó la creación de Auschwitz.


39.-  Luego vendría la revolución del gas Zyklon b, más rápido y letal que el CO, pero la infraestructura inicial la aportaría el el Aktion T4.

40.-  La génesis del artículo estuvo en un exabrupto de Miguel Ángel Rodríguez, que comparó al doctor Montes con los nazis.

41.- Parece mentira que este señor pudiera llegara ser ministro portavoz con lo mal que se expresa y la poca cabeza que tiene al hacerlo a veces

42.-  El doctor Montes practicaba la autanasia en los hospitales de Madrid a enfermos terminales, a veces sin conocimiento de sus parientes.

43.-  Los fines se da por sentado que eran humanitarios, sobre todo porque ya dimos carpetazo a la locura nazi... Sin embargo. Ay, no sé...

44.-  Hace algunos años se produjo en Suecia un escándalo mayúsculo. Salió a la luz un proyecto de esterilización de deficientes mentales.

45.- Pero la discusión no estaba ahí. Para evaluar el nivel intelectual de las pacientes candidatas se efectuaba un sencillo test de capacitación.


46.- La mala suerte hizo que algunas candidatas "suspendieran"y fueran esterilizada por la sencilla razón de no saber o no poder leer.

47.-  A muchas suecas se les privó de la maternidad por ser incapaces de responder a un simple custionario, por ejemplo, por no tener gafas.

48.- Cuando en España surgió el debate de la eutanasia hace unos pocos años y se puso como ejemplo a Holanda se decía con muy mala leche

49.-  Que los geriátricos de la vecina Bélgica estaban a rebosar de ancianos holandeses. Sus hijos no se fiaban de papá estado.

50.-  ¿Empiezas esterilizando y aplicando eutanasias hasta enviciarte y acabas practicando genocidios? No sé, no creo. No quiero creerlo

51.-  Pero hay cosas demasiado importantes como para que las decida la burocracia del estado. P. e., quien puede nacer, quien vive o quien muere.

martes, 13 de enero de 2015

Soneto Ventinueve

Soneto Ventinueve
Como una tormenta indomable y sumisa

Por más que me hiere siempre me sabe a poca
tu boca insegura que llega y no avisa,
como una tormenta indomable y sumisa
que el orden precario y habido trastoca.

Aunque no lo quiera a tu cénit me aboca
tu mirada flor, atrevida y remisa,
como un lucero que lo eterno improvisa
y que una llama sin causa en mi alma provoca.

Enredado en mi boca siento tu labio,
su contacto temerario y resoluto,
su arpón ancla mercenario y diminuto,

y en su roce ni hay tormento ni hay agravio,
solo el dulce demorarse de un segundo,
solo el lento replegarse de este mundo.

11 y 12 de octubre de 1985
4 de noviembre de 1985
9 y 10 de agosto de 1985
19 y 20 de septiembre de 1985.

Soneto Ventiocho

Soneto Ventiocho
Tu imposible inexacto

Si esto es vivir, morir en tí prefiero
antes que ser en el polvo insepulto,
antes de verme presa de lo oculto
y ser parte de este tiempo huero.

Si esto es cierto, soñar contigo quiero
y hacer de tu ilusión mi único culto
y arriesgarme en el delito sin indulto
de sumirme en tu falso verdadero.

Si existiera algún modo más correcto
de expresarme en tu imposible inexacto,
de asediar el espacio de tu afecto,

no habría en la verdad un enemigo
que batir con al espada de tu tacto
ni una muerte acechando en lo que digo.

26 de junio de 1985.
18 y 19 de septiembre de 1985.

El Fútbol y sus aledaños (176) - Dancing Baby Groot



Dancing Baby Groot

Cuando era joven y me las daba de cinéfilo y frecuentaba los Alphaville en Martín de los Heros para no perderme nada de aquello que no tenía cabida en el circuito habitual de salas de exhibición, me refiero a los desechos de tienta del cine comercial, léase, por ejemplo, el cine chino, entonces una exótica rareza, o el soviético, siempre con tramas con intenciones sesgadas y la acción estancada en cada plano como si lo que mostrase la pantalla en todo momento fuese la actividad de una charca sin fauna -quien haya visto “Solaris” de Andréi Tarkovski sabrá a que me refiero-, recuerdo cuan recurrente era la polémica sobre los títulos de crédito: ¿Había que quedarse a leerlos mientras los demás abandonaban el cine a la carrera o tratar de ser de los primeros en ese éxodo tumultuoso hacia la realidad? Porque esa es otra, antes veíamos el cine en el cine, tan raros éramos entonces. Era oir como los acomodadores descorrían las cortinas de las puertas -que estaban allí para tratar de incrementar la oscuridad en la sala de proyección, para que la luz no filtrase en la ficción-, la señal de que estaba concluyendo la última escena de la película y media sala ya había enfilado por los pasillos camino de las salidas. En ese momento se podía distinguir a los verdaderos cinéfilos entre la masa gris y amorfa de simples espectadores. Eran los permanecían en sus butacas, como si retornar a la realidad no fuese un impulso apremiante para ellos. Y entre estos, los que permanecíamos hasta que la pantalla se fundía en negro constituíamos la realeza entre los frikis por el cine, nobleza con sangre color celuloide en vez de roja recorriendo nuestras venas. Friki, curiosa palabra de florecer tardío, casi una prímula de invierno. El mundo era tan pretérito entonces que ni siquiera existía ese término en nuestro vocabulario habitual, por más que Tod Browning nos hubiera seducido hacía mucho con su "Freaks", verdadera fuente de la que manó el vocablo. Entonces el cine engendraba lenguaje. Que se lo digan sino a Jean Fontaine, que le dio nombre a una prenda de vestir por usarla constantemente en la Hitchkoniana "Rebeca". Y por eso nos gustaba tanto hablar sobre él, generalmente en forma de soliloquios, porque la soledad es una de las servidumbres del auténtico friki. Una servidumbre y a veces un paraíso. Una sala de cine sin obstáculos visuales en forma de prójimo entre nuestros ojos y la pantalla es el séptimo cielo para los auténticos cinéfilos. Se me ocurre que tal vez solo por eso nos quedáramos a leer los títulos de crédito, para poder disfrutar de la película a solas un ratito aunque fuera. Y ya de paso enterarnos de quien era el electricista en el set de rodaje o de quien iba a por los bocadillos y las cocacolas en los descansos entre toma y toma. Quedarse a leerlos era un deber patriótico en la nación cinéfila, bramaba Carlos Pomares en su programa de radio, y por eso nos quedábamos a ver deslizarse los rótulos con los nombres y los quehaceres, como quien contempla tremolar una bandera mientras suena un himno, para rendir homenaje a los caídos, a los creadores del espectáculo que acabábamos de visionar, aunque uno se pudiera enterar de quien dirigía la segunda unidad o había compuesto la partitura de la banda sonora al volver a casa, en alguna revista especializada, que para eso las comprábamos, qué puñetas. Sí, había mucho postureo en nuestro aferrarnos a la butaca mientras la riada humana desaguaba por las puertas con el cartelito iluminado Exit sobre el dintel.

Ahora que ya no soy cinéfilo puedo reconocer que aquella era una polémica estúpida, como tantas otras que se generan en torno al cine. Como la de los subtítulos: Siempre es mejor enterarse de la mayor cantidad de información posible de la que aporta el director y si uno solo tiene ojos para lo escrito, porque los personajes hablan demasiado y los oídos no le sirven para nada, hay una basta superficie de pantalla que queda virgen de nuestra mirada. También puedo confesar ahora que prefiero la versión de la novela de Stanislam Lem de Steven Soderbergh a la de Tarkovski, seguramente más fiel al escrito pero sin ningún calor humano. Aunque suene a sacrilegio cinematográfico el decirlo. Aunque George Clooney enseñe el culo en un momento dado, no recuerdo si con justificación en el guión, y a algún crítico aquello le pareciese un burdo pretexto para atraer al público femenino por la senda de la impudicia, siempre fácil de recorrer y el atajo más corto hasta la taquilla. Ví el otro día por primera vez “Bizamtium”, la última perla de Neil Jordan, y hay que reconocer que ver a Gemma Aterton en ropa interior no deja de ser uno de sus mayores alicientes, a pesar de todas sus otras virtudes cinematográficas.

Que los responsables de las películas empezaran a idear estrategias para mantener a los espectadores atentos durante toda la ordalía de nombres y apellidos fue como una nueva vuelta de tuerca en la lucha por tratar de expandir la secta de los cinéfilos. Entre otras:

1.- Películas cuya última escena se proyectaba tras los títulos de créditos. Alguno se la perdió por tratar de ser el primero en llegar a la boca de metro. Que se joda por antipatriota.

2.- Momentos musicales memorables que amenizaban la lectura. A ver quien era capaz de levantarse mientras sonaban los acordes de Ennio Morricone en "La Misión".

3.- Potpurrí de tomas falsas durante. Antes de que se convirtieran en un fin en sí mismo, un atractivo más convenientemente planeado, de un film o serie televisiva esa fue la verdadera razón para emitirlos en el cine, tratar de frenar la estampida en los cines, como si el descorrerse de las cortinas fue el sonido de un disparo en una pradera repleta de reses bravas.

Reconozco que disfruto como un enano con estas nuevas estrategias puestas en práctica por los directores para hacernos leer los rotulitos de marras. En "Al filo del mañana", película cuyo supuesto fracaso comercial solo me explico, como el de "Oblivion", otra magnífica película de ciencia ficción, por la antipatía que el público parece profesar por Tom Cruise -en "Minority report" le salvó el tirón de Spielberg y de Philip K. Dick, lo cual imagino algo humillante para una megaestrella como él- desde que se airean sus rarezas privadas, también supuestas, los títulos de crédito están amenizados por un hit del pop actual, "Love me again" de John Newman, y empezarla a escucharla en el momento de máxima tensión dramática del film, justo en su instante final, es como una bofetada que te disuade de levantarte de la butaca. Es como sentir el corte con ese filo del futuro al que alude el título, sangrar por primera vez después de recorrerlo con la yema del dedo infinidad de veces. “Ámame otra vez” es la frase del estribillo, y es como un guiño, porque ambos personajes protagonistas, que se conocen por primera vez en el último segundo de la película sabemos que ya se han amado en miles de veces en miles de vidas anteriores, pero que es en ese ahora que se inicia justo mientras los títulos de crédito comienzan a deslizarse pantalla arriba cuando llega la vez que importa, la que va decidir su destino como pareja.


"Love Me Again", de John Newman. Banda sonora de "Edge of Tomorrow"

Reconozco, por último, que cuando CR7 gritó tras completar su discurso de agradecimiento no me gustó nada en absoluto su desahogo, que me pareció un desatino fuera de lugar, inapropiado para el momento y la atmósfera del lugar, pero también que lo gocé desde la primera repetición, en cuanto me percaté del respingo de Blatter, que parece estremecerse como en el interior de una pesadilla, como si Zurich fuese Elmstreet y CR7 un Freddy Krueger con garras arañando con su alarido el trofeo dorado. Nada más lejos de la realidad, embutido en ese elegante atuendo, smoking con pajarita a juego, que tan bien le quedaba, Ronaldo parecía un James Bond ibérico y Blatter un Blofeld, el malvado líder de la organización Spectra, esto es, la FIFA capitidisminuido por los años de borracheras en el campus de Oxford. Con su grito, el CR7 jugador de fútbol parecía estarle diciendo a su Némesis burócrata: "Soy Ronaldo... Comandante Ronaldo", pero sin el característico comedimiento británico que nos avocara a Sean Connery. El símil me parece tan fácil de establecer que me pregunto si Benzemá no fue incluido entre los galardonados para que la presencia de un gato en el escenario no lo hiciera aun más evidente. La estrategia para mantenernos pegados a la butaca durante los títulos de crédito de la gala tuvo tal éxito que han pasado casi veinticuatro horas y aun seguimos sentados ante el televisor visionando el momento para poder comentarlo. Ahora quien se acuerda si el evento fue un rollo, como se quejaban algunos en Twitter o estuvo entretenido. En todo caso, los ojos soñolientos de Kate Abdo la hacían aun más atractiva. Quien recuerda ya la forma morosa, a lo Moneypenny, con que la Thierry Henry anunció al ganador, chafando el momento clímax que Kate Abdo llevaba toda la noche tratando de lograr con su etéreo batir de pestañas.

Ronaldo le puso banda sonora a los títulos de crédito del Balón de Oro, una melodía gutural, selvática, casi a lo Tarzán, y volvimos a quererle otra vez, a desearle de vuelta en el terreno de juego, a su hábitat natural. Porque Ronaldo es como Groot, un hombre árbol cuya sombra lo abarca todo dentro del rectángulo de césped, un roble entre tallos de hierba. Y si el esqueje del personaje de "Guardianes de la Galaxia" parece querer bailar en secreto la melodía de los Jackson Five, jugar al escondite con su compañero de aventuras, porque su timidez le impide mostrar abiertamente su alegría por sentirse de nuevo vivo, la de Ronaldo es la personalidad opuesta, la de alguien que no le avergüenza al mostrar su dicha por el triunfo. Carme Barceló etiquetaba como prepotencia ese rasgo de su carácter ayer noche, con la misma falta de sensibilidad para captar los matices como cuando confundió los vocablos estentóreo y ostensible al tratar de calificar el grito de Ronaldo, para acabar diciendo "ostentóreo", casi tartamudeando, dudando de lo que decía porque sabía que pisaba terreno gramátical que no conocía. Que duda cabe que el modo de manifestarse de Baby Groot es mucho más tierno que el de CR7. Ha sido fácil diseñar su peluche tras estrenar la película. Pero es que lo último que queremos es un Ronaldo que arranque dulces sonrisas a sus rivales cuando lo tengan en frente. Queremos un CR7 que sea Freddy Krueger para Blatter y un predador para los ñús en la sabana de Barcelona. Un CR7 al que Arda Turan le vote de forma perpetua al acordarse del estropicio que le causó a su equipo en su último enfrentamiento con él. "Cual es para tí el gol más importante de tu carrera", le preguntaron en la gala. "El próximo que voy a marcar", contestó sin dudarlo. Ronaldo mantiene su hambre, quiere su cuarto y quinto Balón de Oro para superar a Messi y optar al título honorífico de mejor jugador de al historia. Quiere otra Champions para formar parte del equipo que consigue revalidar el título por primera vez en la historia de la liga europea. Esa es la lectura que saqué de la gala. A Barceló le ofende, pues que le regalen un peluche de Baby Groot. O, mejor, uno de Leo Messi, que ya están tardando en sacarlo al mercado la Disney. Pero uno que sonría también cuando hable Luis Enrique, que todos los niños tienen derecho a tener juguetes, no solo Guardiola o Mourinho. Barceló quiere un Ronaldo que manifieste su felicidad cuando ella no esté mirando, que juegue al escondite con su sonrisa, un Baby Groot que, además, parezca inofensivo. Pues no estoy por la labor.

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domingo, 11 de enero de 2015

El Fútbol y sus aledaños (175) - Cebolletas tiernas

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Cebolletas tiernas

(Para Eva en el día de su cumpleaños, a quien en buena medida se deba el que este blog haya sobrevivido tanto tiempo, aunque el fútbol no sea su temática preferida. Ya me haré perdonar mañana o pasado editando un par de sonetos).

Lo que ocurrió en Little Big Horn forma parte de la mitología de mi infancia, glosada por los cuatro evangelistas del cine de aventuras:  Michael Curtiz, el director húngaro que apenas sabía hablar en Inglés;  Robert Siodmak, que nació con el siglo del cine, en 1900, en Dresde, la ciudad alemana que casi borran del mapa los bombarderos B-29; John Ford, irlandés de pura cepa, aunque no tanto como sus películas;  y Raoul Walsh, neoyorkino, estadounidense sólo de primera generación, aunque, aun así, se haga raro tener noticia de un director nativo en el cine americano. Todos ellos narraron la gesta del general Custer en algún momento de su filmografia. Ford de forma oblicua, plasmando la imagen en negativo, con más sombras que luces, en "Fort Apache". Todos menos Curtiz, quien, sin embargo, rodó algunas escenas que bien pudieron servirle a Walsh como apuntes para poder rodar el film de la saga que más se recuerda. Y estoy pensando cuando los digo, por razones obvias, sobre todo en "La carga de la brigada ligera" que, además,  le proporcionó la pareja protagonista para la historia: Errol Flynn, para encarnar al aventurero convertido al final de la historia en héroe trágico, y Olivia de Havilland, como su antagonista sentimental, la única rival capaz de rendirle -Toro Sentado le vence, logra matarle, pero no le doblega-. Se trataba de una pareja consolidada que, además de en la película sobre la gesta de los 600 de Balaklava -ni uno más ni uno menos, Lord Tennyson hizo el recuento en su famoso poema-, ya había protagonizado otros títulos de Curtiz, como "Robin de los bosques", "Dodge city, ciudad sin ley" o "Camino de sante Fe". "Murieron con las botas puestas" narra no solo el último hurrah del general Custer, sino su biografía completa como militar, desde que se decanta por la vida castrense hasta que su gesta en las llanuras del medio oeste le procura la inmortalidad. Es un biopic en toda regla. Murió joven y por eso el metraje tampoco llega a ser escandalosamente largo. Pero hay tiempo para la comedia y para la épica, como en todo buen partido de fútbol. En el film hay para mí dos momentos memorables, al margen, lógicamente de la larga secuencia final en que vemos fenecer al completo al Séptimo de Caballería a manos de la nación Soiux. Ese triste momento de mi infancia en que a Custer se queda solo -todos sus compañeros han caído- y tras agotarse la munición de sus pistolas recibe la última embestida de los indios únicamente con el sable desenvainado quedó grabado en mi alma como si ésta fuera una tablilla de madera y la escena un dibujo al pirograbado. Pero años después vería renacer la unidad de sus cenizas, cual ave Fénix, en la película de Coppola "Apocalypse Now",  aunque hubiera que sustituir lo caballos mesteños por helicópteros Bell y la alegre tonada irlandesa Garry Owen por la más oscura y euforizante, "Cabalgata de las Valquirias" de Wagner.

En una de esas secuencias a las que me refiero, Flynn, un Custer aun cadete de West Point, se presenta en la casa de la Havilland para cortejarla, misión que acomete en el salón de la esplendida mansión sureña mientras charlan sentados en un sofá. Él trata de dar cuenta mientras habla de una cesta bien repleta de cebolletas tiernas. Sabemos que ella las detesta. Se lo hemos oído decir a su sirvienta negra, una Hattie McDaniel omnipresente en toda película de ambiente sureño que se precie por aquellas fechas -la habíamos visto tensando las varillas del corsé de Scarlet O'Hara en la secuencia inicial de "Lo que el viento de llevó" y ahora le tocaba hacer de Celestina para Custer-, así que si la Havilland acepta con una tímida sonrisa, con la que trata de simular agradecimiento, la cebolleta que le tiende Flynn y luego se la zampa mientras le caen lagrimones por las mejillas, sabemos que estamos asistiendo a una prueba evidente de amor. Aunque, por lo que respecta al film, ambos personajes se hayan conocido hace escasamente diez minutos, y hayan compartido encuadre incluso mucho menos.


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Hattie McDaniel

En la otra escena, tras ser ascendido por error de teniente segundo a general de brigada, le vemos tomar el mando de la Brigada Michigan, la única unidad que se interpone entre la vanguardia del ejército confederado y  Washington. Aquí Custer nos ofrece otro ejemplo de su titánica tozudez. Capaz de abrirse paso hasta su amada a pesar de su mal aliento, aquí será capaz de contener a todo un cuerpo de ejército con una simple brigada, y sin más artes que echarle bemoles al asunto, sin apelar a la astucia o a una genialidad táctica. Nada más llegar y presentarse ante sus tropas como su nuevo líder, casi sin solución de continuidad, ordena formar a uno de los regimientos a su mando, el Séptimo de Michigan, y lo envía al ataque contra el enemigo. Carga que el mismo lidera sable en mano. No vemos la batalla, solo un apunte de su desenlace: Le vemos retornar a sus filas seguido por unos pocos supervivientes. Si marcharon a galope tendido ahora tornan al paso, algunos incluso andando, arrastrando los pies, descabalgados o desprovistos de montura. Pero eso no lo arredra. Una vez de vuelta con los suyos manda formar esta vez dos batallones, el Quinto y el Sexto de Michigan, y repite el ataque suicida. Habrá aun uno más tras el nuevo fracaso con el Primero de Michigan, el único regimiento que le resta. Y a la tercera carga será la vencida, Custer se convierte en el héroe que salva a la capital en el primer jaque al que somete el general Lee a la causa unionista.

Siempre que veo a Bale trotar en descubierta al contraataque, por el campo rival, me acuerdo de Errol Flynn en esta escena de la película de Walsh y me pregunto si estoy asistiendo a la carga del Quinto, el Sexto o el Séptimo de Michigan o si, por ventura, a la del Primero. En casi todos los partidos hay una, dos, y hasta tres de estas huidas hacia adelante, cargas suicidas contra la portería enemiga y, suele ser con la última con la que llega la victoria. Sucedió en la final de Lisboa del año pasado, si bien quien lideraba el batallón en ese caso fuera Di María. Ocurrió unas semanas antes en la final de copa, y esa vez cabalgó en solitario, sin tropa que le respaldase. Por eso, quizá, la banda sonora que mejor le cuadrase aquella vez no fuera ni irlandesa ni operística, sino "Oxygene", de Jean Michel Jarre, aun más frenética incluso que la pieza wagneriana. No cabe duda de que si en la jugada del partido de Mestalla Bale hubiera pasado el balón a Benzemá, que corría en paralelo a él, pero libre de marca, además en una trayectoria más centrada respecto a la portería de Alves, muy probablemente a estas horas estaríamos hablando de una nueva victoria oficial, las vigésimo tercera de la serie triunfal y de tener media liga en el bolsillo tras el inopinado tropiezo del Barça, pero unas veces se yerra y otras se logra que le salten los goznes a Roger Bartra. Cuando se inicia la carga nunca se puede saber como será el desenlace

Los reproches que le llueven al galés creo que son merecidos, más si tenemos en cuenta de que es reincidente. Ayer mismo se repitió la escena. Aunque el desenlace esta vez no fuera funesto. Sobre todo por ya que había distancia de por medio en el marcador gracias a un gol y a una asistencia del propio Bale. Fue ver la desesperación de CR7 una vez malograda la ocasión o, días antes, la de Benzemá, cuya reacción furiosa se ha aireado bastante menos que la del portugués,  y sentir en ambos casos como un deja vù, aunque solo hubiera imagen parpadeante de gato en la segunda escena. Habíamos vivido esa misma situación antes m uchas veces este año, idéntica frustración, desesperación por la oportunidad malograda, las mismas ganas de arrancar de la guerrera de Bale sus distintivos como oficial de húsares. Pero es que una vez que Gareth desenvaina el sable ya solo tiene ojos para buscar con quien poder regarlo con sangre. Si un samurai desnuda la hoja de su katana es para probarla en el enemigo. Imposible que repare en sus compañeros en mitad de su furor homicida. Bale es como el Custer que compone Errol Flynn en "Murieron con las botas puestas", y unas veces le veces le vemos perecer asaeteado por las flechas de los pieles rojas -esperemos que no esta semana que mañana empieza-, como en la final de la Supercopa, y otras celebrando la victoria como un poseso, como en el córner del Estadio de la Luz. Pero siempre hay épica, incluso cuando su pifia parece que explica la derrota, como en Mestalla. A Custer hay que quererle, con lo bueno y con lo malo. Lo mismo hace el mayor de los ridículos que nos salva Washington del desastre, que es algo así como decir que salva la capitalidad en el país del fútbol para la sala de trofeos del Bernie. A Bale hay que quererle aunque el aliento a veces le huela a cebolletas, como hace la Havilland, que nada más verle en el primer encuadre en que coinciden, atisba en él la grandeza del guerrero victorioso y la ternura del niño díscolo que se enzarza en riñas perfectamente evitables.

Custer copió su pasión por las cebolletas del general Murat, su referente como líder de caballería. A Murat, lugarteniente de Napoleón en España, le tuvimos enfrente, pero con Custer tenemos la suerte de poder contar con él en nuestras filas, sin necesidad de tener que elegir entre él y Ronaldo. Ese era el torpe debate de ayer en Twitter. No ha lugar: Carleto ha demostrado que caben los dos en el mismo once inicial. Tener que escoger es de pobre, como diría Imelda marcos o Carmen Lomana. Los pitos del Bernabéu el sábado a Bale probablemente no sean del todo justos, y si no lo son es por la misma razón, que a mucha incita a la  rechifla, por la que debería preservarse de los pitos a Casillas. Sí, me estoy refiriendo a aquello de "con todo lo que nos ha dado". Bale tiene la manía de marcar en finales al igual que Iker de hacer paradas decisivas, y ya se que lo pongo fácil para que se me rebata. Es fácil recordar Lisboa, está bien fresca, porque Glasgow, la única ciudad en la que el Real Madrid europeo es reincidente, queda por lo visto muy lejos en la memoria-. Ese Washington del museo madridista sigue afianzando su poder en un pasado que ambos ayudaron a construir con sus pies y sus manos, cada uno con sus dones, aunque ahora, gracias a Dios, juntos. Pero no todas las travesuras de Custer, como las de Bale o Casillas, son graciosas, y es justo admitir que no todos quieran ser la Olivia de Havilland del film, con su amor incondicional, tenerse que zampar la cebolleta a lágrima viva. Los grandes hombres necesitan detractores para robustecer su leyenda, y los medianos de la crítica para lograr perfeccionarse. Los pitos del Bernabéu a menudo son un espejo en el que los jugadores pueden mirarse. Unos lo necesitan menos que otros, porque suelen ir siempre perfectamente acicalados como para pasar revista sin problemas como futbolistas o como madridistas, pero si algún botón no está correctamente abrochado es bueno que se lo advierta el espejo y no el cabo de guardia. A Roberto Carlos le vino bien que le protestasen desde la grada la única vez que se descarrió, que yo recuerde. Su renovación que se había estancado, si no me falla la memoria. Él también contribuyó en gran medida a edificar el capitolio. Había mucho cariño en la protesta. Si queremos libertad de expresión en Twitter para poder hatear, por ejemplo, a quien nos afea o nos estorba en una alineación de las que confecciona Ancelotti, es justo concedérsela también a quienes acuden al estadio, aunque consideremos ese proceder las antípodas de nuestro estilo como espectadores desde al grada. Aunque esa es otra, no entiendo muy bien a algunos que se pasan todo el día hateando a aquellos por quienes sienten antipatía, que a veces son muchos, y luego les parece mal que haga lo propio el público del Bernabéu. ¿No habíamos quedado que dentro del legado de Mou estaba el decir las cosas sin hipocresías, aunque doliesen? Tampoco creo que un pito, sobre todo si es merecido o, al menos, explicable, implique demostrar odio eterno, como tampoco un tuit de reproche a un jugador es escritura sobre granito, un discurso imperecedero. ¿Cuántos de los que hoy idolatran a Benzemá, JJJames o Isco fueron de otra opinión, es decir, de otro sentir, en el pasado? Un pito no es ninguna tragedia griega, una matanza de las que escribía Eurípides, menos aun en el Bernabéu. A menudo el estadio silba a quien más quiere. Así ocurrió con Roberto Carlos y no hubo divorcio sentimental con él. Fue solo una pelea de enamorados, como otras muchas con Guti. A José maría Gutiérrez se le exigía más que a los demás porque se le quería más, porque dolía ver que no alcanzaba a ser quien podía llegar a  ser como futbolista. Eso es lo que ocurre con Bale, ni más ni menos. Al menos en mi caso. Yo quiero un Gareth que pase la pelota cuando proceda, sobre todo cuando pisa el área contraria en compañía, con camaradas en sus flancos. Lo quiero así porque eso le hará ser más grande aunque lo sea con menos goles en su haber. Estoy cansado de que la gente escrute con microscopio las reacciones del Bernabéu. Sobre todo los que no van nunca. ¿Cuantas cosas de las que se dijeron el año pasado sobre este asunto resultaron ser mentira? ¿Casi todas? A riesgo de repetirme, acerca del tema de si pitos sí o pitos no, diré que es difícil saber porque silba la gente, incluso a quien y por qué motivo. Algunos parecen tenerlo muy claro cuando corrobora su discurso. Ayer la tesis era que la culpa de los pitos a Bale la tenía el AS y la prensa en general. Desear que cierren los periódicos por quiebra es como querer ametrallar simbólicamente al Charlie Hebdo cuyas portadas nos ofenden. Y siento ponerme tan campanudo en el tramo final del escrito, pero es que hace años detecté en el Madridismo Wonder, en mi mismo por ser parte de él entonces, una obsesión enfermiza los periodistas lindante en el racismo.

Cardiff está al sur de Gales, como Monroe, la ciudad natal de Custer, lo está al sur de los Estados Unidos. Más abajo solo está el mar. Por eso, quizás, Gareth se vino al Madrid, para que el océano no coartase su geografía como futbolista, para que en su horizonte no hubiese estorbos y sus cabalgatas pudieran ser interminables al margen del rumbo que eligiese. Gales mira a Irlanda, y tal vez por eso el galope de Bale nos evoque el estribillo de "Garry Owen", esa tonada que Custer eligiera para que pudiera marchar en campaña su Séptimo de Caballería, por ser tan cantable sobre al grupa de un caballo. Yo me quedo siempre con la épica, al margen de que al final caigamos con las botas puestas en Little Big Horn o consigamos arrasar el poblado norvietnamita solo para que el rubio de la diadema pueda surfear en al corriente verde del río, allí donde las olas son más altas, en el delta del área grande del equipo contrario. En el Manzanares hay siempre más oleaje pero es junto a La castellana donde la cresta de las ola se eterniza sin romper nunca y logra catapultar la tabla del surfista hasta el infinito, como en aquel partido contra El Rayo Vallecano. Porque me gusta más la épica que lo razonable a veces la pachorra de Ancelotti, su calma infinita, me exaspera un poco. Siempre da la sensación de verse poco exigido por las circunstancias, como si su margen de mejora fuese siempre amplio. Por eso casi me gusta el brete en el que parece estar metido en copa, porque el Real Madrid es locura, y aunque con él hayamos encontrado el perfecto psiquiatra, esta vez no le queda más remedio que dejarse contagiar por el frenesí de su paciente. Toca remontada. Toca que Bale lidere el Primero de Michigan.

"Garry Owen". Banda sonora de "Rough Riders".

sábado, 3 de enero de 2015

El Fútbol y sus aledaños (174) - Paisaje después de la batalla (11) - El desierto de los tártaros

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Paisaje después de la batalla (11) - El desierto de los tártaros

Lo que vino después fue un paisaje desolado, calmo y yermo, donde el tiempo se recostaba para echar la siesta y el silencio bostezaba perezoso sin emitir un solo sonido. Como el oficial Giovanni Drogo de "El desierto de los tártaros", la novela de Buzzati, mi vida imaginaria en Twitter se convirtió en una larga espera de un acontecimiento que nunca acababa de producirse. Siempre avistando el horizonte desde detrás de las almenas de mi fortaleza esperando a ver avanzar al enemigo, temiendo a su irrupción inesperada y aun más a su demora. Enrocado en mis razones, desde la estéril certeza que da tener una verdad que a nadie importa, los días empezaron a parecerse unos a otros por lo que resulté igual de fácil presa para la melancolía que el oficial Drogo. Si antes de mi amenaza a los primaveros mi Time Line bullía como un caldero al fuego, tras proferirla la quietud se adueñó de todo. Mis artículos dejaron de interesar. En realidad la afluencia inicial al blog era la misma, pero sin la repercusión que daban los RTs a mis anuncios y los comentarios elogiosos, dejaron de producirse las segundas y terceras oleadas, el efecto dominó que es el que engorda las estadísticas de visitas. Dejé de ser un fenómeno viral a pequeña escala. Bastó como vacuna para eso con la omertá impuesta en torno a mi persona por Primavera Blanca. Y tan espesa resultó ser la niebla que cayó sobre mí que en vez de estrategia calculada pareció un fenómeno genuinamente meteorológico. Si había dejado de interesar mi opinión, lo que tuviera que decir, la lógica conclusión fue pensar que quizá no lo había hecho nunca. Pero era solo un silencio artificial. Tiempo después, en las Navidades de 2013 y en el arranque de 2014 se produjo una avalancha de entradas en el blog como consecuencia de la publicación de la captura del foro de debate de Primavera Blanca, ya a las claras, con su página específica y bien publicitada. Las entradas se contaron por docenas ya  veces cientos todos los días de aquel invierno, con la anómala situación de que no se producían RTs, siquiera favs. No fuera a ser, supongo, que la policía del pensamiento anotara nombres. Todo el mundo leyó la entrada pero a nadie le inspiró un solo tuit. Se tardaron casi doce meses en leerse los primeros comentarios. Raro, ¿a que sí? Para mí lo fue. Y aun hay quien me discute ahora que Primavera Blanca reinaba entonces sobre el madridismo tuitero.

El reverso de la moneda fue la impunidad que el silencio me trajo. Por primera vez, desde que empecé a opinar de fútbol, podía disparar desde lo más alto de mi atalaya sin miedo a ser contestado por el fuego enemigo. Es un fenómeno que luego he visto suceder en otros y que en mí obró el mismo efecto: Una sensación de euforia, de indestructibilidad, que incitaba a ser temerario, a añadir una coda más, y luego otra, a todo zasca propinado. Que el enemigo se demorase eternamente en acudir a su cita conmigo dejó de ser algo frustrante para convertirse en un arma, en un escudo impenetrable. Podía decir lo que quisiera en Twitter sin temor a la réplica. Quizá, en todo caso, si por simpatizantes incontrolados o por terceros no implicados en la guerra y que no sabían muy bien a que me refería cuando denunciaba algo y se quejaban de lo que creían que era una manía persecutoria mía. Y algo de eso habría, probablemente. Transgredir el tabú autoimpuesto por el madridismo a hablar de Primavera Blanca se convirtió casi en un vicio secreto, que a veces disfrutaba con delectación de gourmet. Sentía incluso colocón al referirme a ellos. Podía criticar, poner peros a sus actuaciones u opiniones sin temor a levantar ninguna polvareda. En realidad era energía derrochada de forma fútil. En ausencia de corrientes de viento en la atmósfera el polvo se posaba igual de rápido en torno a mí que lo hace en los parajes de la Luna. El paisaje desértico cristalizó en un paisaje lunar cuajado de negrura y estrellas. ¿Dónde estaba la policía del pensamiento, las hordas de tártaros? Detrás de la línea del horizonte rizada por las dunas y los cráteres de impactos ocurridos hacía siglos. Oculto pero acechando, eso lo tenía claro, pero tan aparentemente ausente de la realidad como todo lo que se sueña o aquello que la locura te hace creer que ha sucedido. Solo los unfollows que fueron cayendo cual chirimiri me indicaba que algo al fin y al cabo si estaba sucediendo. Abandonaron mi compañía el señor presidente y todos los que ahora son vocales en la actual junta de Primavera Blanca. Algunos casos fueron curiosos. La autodenominada como Puta Banda, no sé si lo he contado ya, aquellos de entre ellos que me seguían, dejaron de hacerlo todos el mismo día, todos a una, con igual precisión que la de los integrantes de un ballet ruso ejecutan un paso de baile conjunto. Los pude ver marchar de mi TL con las manos entrelazadas, caminando en puntas, formando una fila perfectamente alineada con el fondo del escenario.

Pere no todo fue tiempo perdido en aquellas guardias. El silencio me ayudó a reflexionar sobre el madridismo que yo practicaba, a darme cuenta de que era profundamente erróneo. Ahora no parece tener relación, tras renegar Primavera Blanca de todos sus ideales iniciales -Mourinhismo, anti-florentinismo, pensamiento crítico con el poder imperante- parece casi otro debate, pero en aquellos tiempos Mou era uno de los principales banderines de enganche de la asociación. La meritocracia ha devenido en morriñismo al decir de su gran líder. Como un residuo más del mourinnhismo frustrado, Primavera Blanca surgió del rencor, del cabreo, y bien es sabido que desde la indignación no se puede construir nada que pueda mantenerse en pie por mucho tiempo, todo lo más se pueden derribar las estructuras existentes, pero que al venirse abajo llenan el terreno de escombros y complican la construcción de los cimientos para lo que se quiera traer nuevo. La reivindicación permanente, el recuento e agravios equivale a mirar siempre hacia atrás, a perdere de vista donde esta el futuro. Un día me di cuenta que entre esos escombros estaba buena parte de los ídolos de mi juventud. Vale que Valdano es un peligrosísimo activista anti-madridista, pero fue el 9 del mejor Real Madrid que yo jamás haya visto hasta comtemplar este que dirige con mano firme pero abierta Carlo Ancelotti. Vale que Sanchís adormece a las piedras como comentarista de fútbol ya veces su aparentente apatía y su apatía parece restarle compromiso con los suyos, con los blancos, pero con él se concretó la primera dinastía madridista en la Champions. Vale que Michel muere siempre como entrenador por la misma parte de su anatomía por la que lo hace el pez, ya le pasaba cuando era futbolista, pero lo que dice a la prensa a menudo es atinado. ¿Había miedo a que pudiera ser una alternativa para el entrenador portugués, incluso ser capaz de ofrecer un espectáculo mejor en sala de prensa? Me di cuenta de que bríos mourinhistas no dejábamos títere con cabeza. Además de poner el riesgo el ojo de alguno, seguir la dirección que indicaba el dedo de Mourinho obligaba a medio plazo a renegar de todo el mundo que estaba en nuestro bando: 1) A renegar de los ex-jugadores, incluso los más laureados; 2) A renegar también de los integrantes del actual banquillo. Media plantilla había sido declarada como enemiga del movimiento absolutista luso y había hambre de que rodaran cabezas. Cabezas algunas que son precisamente las que nos han traído la Décima. Algunas de forma metafórica, como las de Pepe, Carvajal o Marcelo, tan exageradamente voluminosa la suya ahora con ese look a lo afro. Otras, como la de Ramos, de forma literal; 3) A renegar incluso de todos los hermanos de fé que no repitieran como loritos las mismas consignas que voceaban los centuriones de la banda. En aquellos tiempos todo el estadio era sospechoso de no se sabía bien qué. "Hay que quemar el Bernabéu con todas las gradas llenas", era uno de los chistes más repetidos. Solo a Ultra Sur se la salvaba de arder en la pira. Por su entusiasmo y por su ubicación estratégica allí donde se fraguan los objetivos no explícitos. Fue en aquellos tiempos desterrado en la fortaleza asediada por los tártaros, cuando empecé a prestar atención a eso que el buen madridista, el que todo lo sabe y tiene vocación lectiva, denomina piperío.

Un día de no recuerdo que mes o estación, pero ya pasada la primavera, abriendo conversaciones en Twitter reparé en una que me llamó poderosamente la atención. No por los temas tratados, que en verdad no recuerdo, imagino que eran los mismos de siempre -canonización de Mou versus destitución-, sino por el tono que empleaban los debatientes, en especial desde una trinchera. Un tuit del @ComitéNYB me despertó de repente de un marasmo de meses. Le recomendaba a un tuitero que usa como nick el nombre completo de un antiguo entrenador balcánico del Real Madrid, que añadiera viagra al cognac. El argumento de peso que esgrimían los ideólogos de Primavera Blanca personados en la discusión para rebatir a sus contrarios era la edad de uno de los rivales, como si Hernández Coronado o el haceor de El Radio acabaran justo de completar el instituto. La tanda de menosprecios y faltas de respeto que estaba teniendo que soportar el admirador de quien dijo aquello de "fútbol es fútbol", al tiempo que me revolvió las tripas me devolvió a una realidad que llevaba meses ocultándome el horizonte: los tártaros seguían allí mismo, a una sola apertura de tuit de mí. Evidencia que además arrojó una conclusión que me hizo sentir avergonzado: mi impunidad la estaban costeando otras personas. Las ansías de gresca, de arrasar los poblados de la frontera, de eliminar a todo aquel que hable otra lengua distinta a la suya, que caracteriza al pueblo tártaro, se estaban saciando a costa de otros. Yo bien que podía permanecer cómodamente refugiado tras los muros de la fortaleza Bastiani, que la rapacidad primaveral la habrían de soportar gente que ni siquiera conocía. Piperos y disidentes sobre todo. Yo tenía mi salvoconducto hacia la tranquilidad colgado en una página de mi blog. Estoy por pensar que el cognac me lo acabé tomándomelo yo y que mi ética experimentó su primera erección en muchos meses.