La niña y el oso / 8.- La función
Phil miraba la cara a Ruth y sentía su instinto homicida a flor de piel. El que bullía bajo la felpa y la guata de su pelambrera. Oh, no con ella. Con el soplagaitas que le había esculpido esa expresión de mansa tristeza en la cara. Y mira que las ardillas se estaban esforzando. Sobre todo Lupo, al que había visto ensayar el número de sol a sol. Pero las facciones de Ruth habían fraguado como el cemento horas atrás. Las ardillas recogían y lanzaban las nueces como si fuesen las manos de un malabarista de circo. A Phil le impresionaba lo coordinados que estaban. Sospechaba que Sonia, la hembra del trío, quería extender esa coordinación con Lupo más allá de aquellos momentos lúdicos de show bisness. O volver lúdicos todos los momentos con Lupo. Se le esponjaba la cola cada vez que se rozaba con la de él.
- Tachán-, gritó Lupo en el apoteosis final del número. Pero al apartar la atención del fruto seco, aun en el aire, y mirar la cara ensombrecida de Ruth para ver sus reacciones, se quedó parado y la nuez calló sobre su cabeza partiéndose la cáscara en dos.
Todos rieron pensando que ese era el colofón planeado para el número. Éxito de crítica y público efecto final. Las ranas croaron desaforadas. El mapache se desternillo de risa y empezó a reír panza arriba, y daba gusto ver a los castores entrechocando sus colas como si fueran jugadores de basket tras una canasta. Pero la cara de Ruth seguía cristalizada, congelada en la primera glaciación, con la expresión atrapada en el más crudo de los inviernos.
- Un receso de 15 minutos, -anunció Phil como maestro de ceremonias-. Después las ranas interpretarán "Clavelitos" y rondarán a la cumpleañera. -A estas, gracias a Dios, no las había visto ensayar.
Ruth seguía tumbada sobre la hierba, boca abajo, en la misma postura con la que vió la exhibición de karate del mapache con la que se iniciará la función. Había sido impresionante verle partir ristras de hortigas con el canto de sus manitas, sin rascarse siquiera durante toda la demostración. Aguantarse la comezón requería mucha concentración interior, le había informado a Phil las dos ranas cotorras cuyos nombres nunca recordaba. Parecían un dúo cómico. Podrían haber hecho un número aparte en vez de encuadrarse en el orfeón anfibio. "No des ideas", se dijo el oso a si mismo.
- ¿Que tal ese cumple?
- Fue ayer, Phil, -replicó Ruth con tono un tanto irritado.
- Bueno, pues... ¿qué tal el día después?
- Buuff. Estoy aburrida.
Esta nueva generación siempre aburrida. Habían nacido con el ánimo paralizado. Ni siquiera lloraban si estaban mal, solo se aburrían.
- Mujer, los chicos se han esforzado mucho para organizarte este festival.
- Yo no le pedido. Estoy mirando el festejo muy quietecita y sin rechistar.
- A Lupo le has partido el corazón.
- Pues el chichón le va a salir en la cabeza.
- No tienes ni idea de lo mucho que ha ensayado...
- Buuuffff.
Quiso decirle algo, hacerle un reproche. Es más, sintió que era su deber amonestarla por ser tan desagradecida con quienes querían mostrarle su cariño, pero hacía tiempo que medía mucho sus palabras. Ella ganaba siempre las discusiones, incluso las que no se verbalizaban y transcurrían de forma sorda. Y si no podía ganarlas las cortaba por lo sano. Ella era fuerte a pesar de su diminuto tamaño, como un escarabajo al que no puedes aplastar aunque lo pises.
Clavelitos resultó ser una experiencia mística al borde de la muerte. Ver media docena ranas rascarse el vientre fingiendo ser guitarristas, y a la más gorda revolcarse por el suelo imitando al de la pandereta, era más de lo que Phil podía soportar sin darse a los estupefacientes.
- ¿No podríamos abreviar? -suplicó Ruth.
- Veré lo que se puede hacer.
De todo esto tenía la culpa el novio de Ruth, que no sabía ceder y la llevaba siempre hasta el límite. Tantas peleas no eran normales. Para evitarlas con Ruth bastaba con darle la razón. Él lo llevaba haciendo desde que la conoció. Po el cariño y por el miedo que la tenía. Es decir, miedo a que le volviera la espalda. Las veces que sus enfados con él habían llegado a mayores los había vivido como una insufrible tortura. No concebía la vida, sus días, sin la compañía de ella. Su presencia lo llenaba todo, le daba sentido a los momentos vividos, y su ausencia vacíaba de contenido hasta las más grandes dichas. Si encontraba un panal en un roble, ¿como podía disfrutarlo sino no compartía el dorado tesoro con la chiquitina? Estos machos humanos no sabían el valor de las cosas.
- Las ocas me han dicho que suspenderán su potpourri de piezas de ballet, una de ellas se ha torcido una pata y no tienen sustituta.
- ¿Y entonces que queda?
- Solo mi aportación.
- Como recites el discurso de Enrique V en el día San Crispín, sillazo en la cara. Avisado estás.
Pues iba a ser eso, vaya por Dios. Le gustaba recitarla a su modo. Un oso puede ser jovial y aguerrido a la vez, parecer amistoso y dar miedo a la vez, lo que exigía ese recitado de Shakespeare.
- No, descuida -Y cuando lo dijo una idea cruzó su mente de parte a parte. Aquello requería una solución de emergencia-. Espera dos minutos aquí sin mover un músculo.
Corrió hacia su madriguera, muy próxima al escenario, y allí se disfrazó. Había prometido no volver a ponerse aquellas ropas, pero la ocasión merecía la pena. Cuando Ruth le vió disfrazado de oso mariposa la expresión de su rostro dejó aflorar la niña de 8 años que aun llevaba dentro y que adoraba jugar con peluches. Fue solo un instante de ternura, luego una risa a carcajadas llenó toda la pradera.
- Bate las alas, mariposita -Había la misma cantidad de aprecio que de burla en la petición. Y Phil bailó de forma elegante y parsimoniosa, girando sobre sí mismo, de puntillas, mientras batía las alas ayudado con la mano que no sostenía la varita mágica. Se sentía humillado y feliz al mismo tiempo. Conocía a aquella criatura desde hacía tanto que todos los resortes y mecanismos de sus estados de ánimo habían dejado de ser un secreto. Los conocía. Lástima no tener poder suficiente para influir en ellos.
Todos los animales se quedaron perplejos. Se produjo una epidemia de bocas abiertas por caída de mandíbulas.
- Si llegamos a saber que había una go-go de discoteca disponible la habríamos incorporado a nuestro número musical -Protestó la rana más grande. Phil le enseñó los colmillos y nadie se atrevió a insistir con más bromas en la brecha abierta en su dignidad. Desde luego aquello era embarazoso. Más para un oso que era el rey del bosque. Pero a Phil no le importaba nada más que una cosa: Ruth reía como hacía mucho tiempo nadie la había visto. De hecho había que remontarse a la última vez que Phil había usado aquella solución de emergencia en otro día difícil.
- ¿Que tal ahora? - preguntó Phil.
- Perfecto. ha sido catártico. Aprovecho y me voy, nos vemos mañana -dijo Ruth mientras se levantaba del suelo dando un brinco. -"Yo hago el trabajo y el mequetrefe se aprovecha del resultado", se dijo a si mismo Phil. Sabía que iba para ver a su novio-. Y dile a las ocas que me hagan una prueba.
- ¿Que es lo que sabes tú de ballet?
- Seguro que al menos lo mismo que tú, mariposita -añadió Ruth a gritos ya desde el otro extremo del prado.
Costó pero, al fin, te he vuelto a encontrar.
ResponderEliminarMe quedo y seguiré.
Un abrazo!
Me vas a matar si vuelves. Llevo dos semanas preguntándome qué José Luis, qué José Luis, buscando algún conocido virtual con ese nombre. Es como si ya no tuviera reflejo en el mundo real. El mundo se acaba a mi alrededor, apenas tengo anclajes en la vida ahí fuera. Ojalá todo te vaya bien y volvamos a vernos antes de que expire esta era.
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