La niña y el oso / 9.- La Navidad
- ¿Y te acuerdas como arrugaba su naricilla diminuta cuando se enfadaba muy de niña?
- Puff. Tan pequeña no es. -Protestó Ruth, pero ninguno de los dos le hizo caso. Casi se diría que no se daban cuenta de que también estaba sentada a la mesa de la cena-.
- Ya lo creo, daba miedo mirarla. Toda esa furia contenida a punto de desatarse sobre uno. Bueno, miedo no, respeto.
- No, estaba bien expresado. Siempre te ha mantenido a raya por ese pavor que la tienes. Siempre has sido su juguete.
- Yo no lo expresaría así. Es bien sabido que los osos...
- Eeeeeoooooo... ¿Hay alguien ahí? Me parece oir voces en ese lado de la mesa.- A Ruth le ponía los nervios de punta que siempre que se juntaban su madre y Phil acabasen hablando de ella. Era una ley inexorable, ineludible, como la de la Gravedad.
- Siempre ha tenido mucho carácter.
- ¿Me lo vas a decir a mi que soy su madre? Con seis o siete años me echaba unas broncas... Y me castigaba sin salir de mi cuarto. Broncas con tono calmado, sin alzar la voz, que son más inquietantes.
- Con lo chiquitina que es, ¿verdad? -A Phil se le enternecieron los ojos al decirlo. La recordó cuando la vió por primera vez, enfundada en su mejor pijama. -Al día siguiente de conocerla fue la primera vez que le vi arrugar la nariz de esa forma. Le dije que no la podía llevar al bosque y como se lo tomo. Parecía la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas a punto de ordenar que le cortaran la cabeza a alguien.
- ¿Y por qué se lo dijiste?
- Mujer, no me constaba que tuviera tu permiso. Lo mismo me denunciabas a la guardería forestal por oso secuestrador.
- Phil, ¿me pasas el salero? El puré de patatas está soso -Ruth ni siquiera se había servido puré, pero fue lo primero que se le ocurrió para tratar de interrumpir aquella conversación. ¿Cómo era posible sentirse excluida de una conversación que la tenía a ella como único tema?
- Nunca me cupo duda de que contigo estaba más segura que en ningún otro lugar del planeta.
- ¿Tú crees?
- Se que jamás le harías daño. Y pobre del que lo intente en tu presencia.
- ¿Quieres que me coma el puré soso, Phil?¿Es algún tipo de retorcido castigo? -El tono que usó Ruth era burlón, casi paródico.
- Las primeras veces la llevé montada sobre mi lomo. No tenía muy claro si a los bebés humanos les convenía andar o no.
- Pues como todos los bebés de todas las especies, Phil.
- Ya. Pero yo no lo sabía, Dolores. Después leí un tratado de puericultura y resolví bastantes de mis dudas. Tu hija siempre ha sido un gran reto para mí. Me ha obligado a crecer como persona.
- Acabáramos... O alguien me pasa un salero o inicio una guerra de guisantes y sabéis que tengo mejor puntería que nadie.
- La verdad es que no sabría decir quien de los dos educó a quien.
- Bueno. Mi aportación habrá sido modesta, pero algo habré contribuido en que se haya convertido en la mujercita hecha y derecha que es ahora.
Al oír esto último Ruth empezó a hacer el gamberro sobre su silla tratando de llamar la atención con la actitud más infantil posible.
- Phil, sabes que estoy bromeando. Te debemos mucho. Las lecciones de natación están pagadas con creces. Jajaja.
- Y ahora se nos va a la universidad. No para de crecer... Bueno, ya me entiendes.
- Le vendrá bien conocer gente nueva. Anda obsesionada ahora con un señor que le dobla la edad. Me dan ganas de encadenarla a la cama de su cuarto, porque es capaz de fugarse a Las Vegas para casarse solo por llevar la contraria.
- Tampoco la edad tiene nada de malo, Dolores. Es el interior de las personas.
- ¿Pero que me estás diciendo?¿Quieres que nuestra niña nos la robe un viejo verde?
- Tan mayor no es... Es más joven que yo.
- No digas tonterías. Tú no andas detrás de la niña, husmeándole el cuerpo todo el rato.
- Debajo cuando era una cría y encima desde que menstrúo. -Ruth había decidido seguir la escalada de hostilidades y decir inconveniencias hasta que alguien la hiciera callar.
- ¿Tú crees que ese tipo hace eso?
- Es una forma de hablar.
- Pero el novio que tenía antes la tenía siempre triste. Siempre recién peleados, la niña con la cara larga y sin poder hacer carrera de ella.
- Desde luego, Phil. Mi madre parece mi madre, y no la vamos a reprochar que parezca lo que es. Pero tu pareces mi abuela eligiéndome novios. Eres patético. Además, fuistes tú quien me animo a conocerlo.
La expresión de Dolores se transformo. Su nariz se arrugo por el disgusto. Un rasgo de familia.
- ¿Cómo?... ¿La has animado tú?
- Verás, Dolores... Déjame que te explique...
Ruth reía a carcajadas. Había ganado. Habían admitido que estaba presente en la mesa.
- Que rico el pavo, mami.
- Lo ha cocinado Phil.
- Pero gazpacho en Navidad...
- Había que organizar una cena en función de los platos que sabe preparar este tarado...
- Oyes, no lo insultos. Solo puedo hacerlo yo. Es mi oso, joder.
- Ni una palabra más que te caliento el culo.
- ¿Tú y cuantas más?
- ¿Tenías que animarla, Phil? Cuanto me has decepcionado.
- Es un don, decepciona a todo el mundo. Ya va teniendo una edad y se sigue comportando como un crío. Demasiado viejo para ser el peluche de una niña. Quiero nuevos juguetes.
Era como si Ruth no se diera cuenta que aquello ya no iba en broma. La expresión en la cara de Phil era reveladora. Bueno, para quien sepa leer el lenguaje gestual en el rostro de un oso. Se daba cuenta de que él mismo se había puesto la soga alrededor del cuello. Aquel tipo la esperaba en la ciudad en la que iba a cursar sus últimos años de carrera. Cuando lo supiera Dolores le sometería a una tortura digna de la Inquisición.
Pero eso daba igual. Era cierto lo que había dicho Ruth para mortificarle en broma. Era demasiado viejo ya para ella. Y, lo que era peor, era un oso. Descartado sin siquiera plantearse como opción para... Y si no fuera un oso, descartado también por su edad.
- Yo no es que la animara, solo le dije que tenía derecho a intentar ser feliz.
- Felicidades, doctor Freud. Eres tan tonto que pensaste que la psicología negativa iba a funcionar.
- Te aseguro que yo no tenía ningún plan...
- Anda calla, que me tienes contenta. Ya puede estar bueno el postre que has preparado.
- Lo he hecho yo. Tarta de nueces. Las tenía guardadas desde la última vez que fue con Phil al bosque, este otoño.
El oso suspiro. Se relajó pensando que es difícil ver en la cara de un oso la tristeza. Se sentía morir. Era cierto, ya casi nunca estaba con Ruth. Pasaba mucho tiempo sin verla, parecía como si le esquivase incluso. Y de repente un día irrumpía de nuevo en su vida como si todo fuera como siempre, como si ellos dos formasen un universo propio. Y al poco tiempo se volvía a marchar, las más de las veces como si fuera una despedida para siempre. Mil veces se había querido morir aquel año que acababa al sentirse abandonado por ella. Pero es que ya era una mujer. Tenía vida propia. Ya no había cabida para los osos de juguete en su cuarto de juegos.
- Más tonto que mandado hacer de encargo, pero es parte de la familia.- Dijo Dolores.
- La abuela. Aunque en Caperucita ese papel se lo trataba de agenciar el lobo y no el oso. -Añadió Ruth riendo a carcajadas.
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