La niña y el oso / 11.- El Pasado
- En mi opinión esa mujer está loca. O lo estás tú que te imaginas verla. Porque no tengo noticia de ningún hada de ojos verdes y te aseguro que muy poquito de lo que ocurre en el bosque se escapa a mi conocimiento.
Phil sorbió de su pajita hasta dejar a la mitad su vaso de zumo.
- ¿Y que es eso de ojos de color serpentina?¿Los mueve en redondo? Las serpentinas son esas cintas enrolladas que los humanos se arrojan en las fiestas los unos a los otros para reventar el careto del prójimo. Y son de todos los colores.
- La serpentina es una roca de color verde que cuando se pule sirve para pavimentos de lujo, como el mármol.
- ¿Una roca? Es que has estudiado geología en la Universidad a Distancia.
- Lou, son cosas que sabe todo el mundo.
- Pues yo no lo había oído en mi vida.
- Ruth me regalaba muchos libros.
- ¿De geología?¿Esa chica tiene gustos muy raros?
Lou bajó el tono de voz que se había elevado un poco por encima de lo que exigen las normas de cortesía, y prosiguió hablando con voz sosegada, eligiendo cuidadosamente las palabras.
- Dices que esa mujer sostiene que solo tú y la niña sois reales.
- Algo así.
- Oye, pues vaya faena. Vas a tener que quedarte para siempre aquí no vaya a ser que me desvanezca en cuanto te vayas. Hasta te lo puedo ordenar ya que soy el rey.
- Entonces, ¿no crees que haya nada de cierto en lo que el hada me contó?
- Te conozco hace mucho. Llevo tiempo sin recibir tu visita y cuando al fin te dignas vienes como quien va a la consulta del loquero.
Lou le miró a los ojos y entorno ligeramente los suyos. Estaba tratando de leer en su mirada. Una sonrisita se adivinó en su hocico de lobo. La misma que exhibía cuando cazaba una presa.
- Vaya. Lo acabo de entender. No es visita de cortesía. Vienes a cerciorarte de que tu viejo amigo es real. Quieres ver si eres capaz de adivinar lo que voy a decir o si hay un parpadeo en mi imagen como si hubiera una interferencia en la emisión.
Phil trató de poner cara neutra.
- El que calla otorga.
- Vengo a pedirte un favor.
- Ya es tarde para disimular, te has delatado. Tantas cosas nos han pasado juntos que como me borres de tu vida se te queda coja de una pata.
- A lo mejor eres el reflejo de alguien de la vida real.
- ¿Un humano? Me ofende esa teoría.
En el rostro del lobo afloró una expresión soñadora. Phil se temió lo peor. El pasado estaba a punto de aparecer en la playa como un tsunami.
- ¿Te acuerdas de Mery, la loba de la montaña al otro lado del valle? Tú venías conmigo por las noches a rondar su guarida.
- Sí, la recuerdo. Nunca te hizo caso.
- ¿Que será de ella ahora?
- Estará cuidando a sus nietos.
- Ah, ya, se me olvidaba que a tí solo solo te atraen las cachorras, sobre todo las humanas.
- Eso que dices me ofende. Lo que siento por Ruth es un cariño fraternal.
- Claro, por eso llevas años arrastrando el hocico por el suelo y llorando lágrimas de ámbar. El amor fraternal no se manifiesta de forma tan melodramática.
- He pensado en una cosa. Escúchame. Ya se que no te apetece y que todo te parece un disparate, pero solo escúchame.
- Venga, di lo que sea.
- Pensando sobre todo esto he reparado en algo. La primera vez que estuve en la casa de Dolores entré en la cocina porque me pidieron que llevará el frasco del té al salón. Cuando abrí el armario vi que estaba en el estante superior. Tuve que ponerme de puntillas para alcanzarlo.
- Y acabaste bailando ballet. Qué interesante.
- No, calla. Piénsalo un momento. Ruth es muy pequeñita y su madre no mucho más alta. En todo caso yo soy mucho más grande que ellas. Es más, la casa parecía estar sobre dimensionada para un oso. Aquello se corrigió en posteriores visitas, sin más. No lo pensé mucho entonces pero lo recordé estos días.
- No se a donde quieres llegar.
- ¿Y si soy bajo en esa otra realidad y suelo tener problemas para llegar a los lugares altos en mi guarida? Quizá soñé la casa haciendo caso a mi memoria de la otra realidad y luego corregí la primera versión.
- Phil, lo que dices suena a grillada que tira de espaldas. Si no cortas por lo sano te pasarás las horas muertas elaborando micro teorías descabelladas como la que acabas de exponer.
- No quiero despertar, Lou.
- Vale, lo entiendo. Yo tampoco quiero que lo hagas. Quiero seguir aquí, en esta vida, por mucho tiempo.
- Estoy hablando en serio.
- De acuerdo, perdona, pero es que a veces me asustas de veras y necesito tomármelo a broma.
- Yo lo veo así. Tengo dos opciones. La primera es despertar y afrontar una realidad que no conozco, que no se si me hará infeliz, en la que quizá no podré estar con Ruth. Tal vez ni siquiera verla. La otra es adentrarme en el sueño, dificultar ese despertar.
- Lo voy pillando.... Bueno, la verdad es que no. Pero da igual. Sigue, que quizás se aclare todo al final.
- Quiero que me des permiso para acceder a la cumbre de la montaña.
- Quieres ir a esquiar.
- Que no, Lou. Tómame en serio por una vez. Quiero que me des paso franco hasta los neveros, que se lo digas a los jóvenes de tu clan, que tengo tu permiso y que no deben molestarme. Quiero pasar el tiempo que me quede arriba.
Por primera vez Phil adivinó la tristeza en los ojos de su amigo.
- Nos hacemos viejos, Lou. Yo lo soy de espíritu hace mucho. El hada tenía razón. Es como si mi vida hubiera dado comienzo la primera vez que vi a la niña. Desde que me rehuye nada tiene aliciente para mí. Se que no es el comportamiento adecuado para un oso, que compongo una estampo muy poco digna, pero las cosas han acabado siendo así. Aquí tengo recuerdos. No se si fuera la conozco. Tal vez es alguien con quien nunca haya hablado. Tal vez en la otra realidad solo sea una fiera que la acecha. Prefiero la soledad de la cumbre a la claudicación sea donde sea.
- Tiene mi permiso, Lou. Me advirtieron hace tiempo que vagabas herido por los bosques y no hice caso. Estaba enfadado contigo porque la habías preferido a ella. Me arrepiento ahora.
- Lou, he tenido una buena vida para un oso, no tengo de que quejarme. Menos de tí. Me cuidaste cuando éramos jóvenes, hasta que aprendí a valerme.
- Permiso concedido.
Se abrazaron en silencio.
- Y que sepas que Mary está fantástica. La fuí a ver la primavera pasada. Se emparejó hace tiempo, pero hicimos la vista gorda sobre ese detalle durante una tarde...
- Siempre has sido un sinvergüenza.
- Gracias a Dios. Me gustan las hembras, y si hubiera sido de moral más estricta me habría perdido muchas de las oportunidades que me ha ofrecido la vida.
- Un sinvergüenza redomado.
- Ya, lo ideal es lo tuyo, arrastrando el hocico toda la vida... ¿Que tu vida empezó cuando conociste a Ruth? La de desengaños amorosos tuyos que me he tenido que tragar a palo seco.
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