martes, 24 de enero de 2012

Cine y TV (43) / Carta de una desconocida - Letter from an Unknown Woman - Max Ophüls - 1948


Carta de una desconocida - Letter from an Unknown Woman - Max Ophüls - 1948

Elegancia y ligereza es lo primero que me viene a la mente si trato de describir a bote pronto las cualidades de este film. En una escena ya avanzada la película, Lisa vuelve de la estación de ferrocarril. Parte con su familia para dejar Viena para siempre. Pero escapa de la vigilancia de sus padres porque quiere ver una vez más a Stefan. No sabemos exactamente para qué. Ella tampoco. Apenas es una niña y confesarle su amor por él está fuera de toda lógica. Recorre en una alocada carrera las calles de Viena improvisadas en un plató de Hollywood. El tranvía la lleva hasta la calle donde antes estaba su casa, donde vive Stefan, que fuera su vecino. Es una calle con calzada de adoquines, en ligera pendiente, de aceras sombrías, tenuemente iluminadas, en perpetua madrugada. La cámara se sitúa abajo, al inicio de la cuesta y mira el escenario en ligero contrapicado. Ella salta del tranvía en marcha, que avanza en perpendicular a nuestra mirada, por la calle que corona el talud. Al caer sobre la acera se interpone en el camino de un gato que se desliza con pies ligeros por el escenario con idéntica dirección que el tranvía. Ambos se sorprenden de la presencia del otro. El gato se detiene justo en el borde de la acera y alza la cara para mirarla, espectante. Ella vacila solo un segundo y prosigue calle abajo. Y cuando el gato ve el paso franco prosigue su caminata para desaparecer por la derecha del encuadre. No es nada relevante, no añade información al relato que se nos narra. Solo un detalle, pero que ha llenado de magia, de extraña belleza un momento delicada de la trama. La vacilación de ambos ha convertido al animal en un personaje más de la trama, ha imbricado su imagen en el plano general. Planificado o mera casualidad de la que era testigo la cámara, el resultado es un plano prodigioso que Ophüls tiene el acierto de incluir en el montaje de la película y que nos da el mejor ejemplo para concluir que "Carta de una desconocida" es el imperio de los detalles.

Los temas de los que me sugiere hablar esta película no diré que son infinitos, pero seguro que van a agotar la paciencia de quien llegue a leer estas líneas. Por que me propongo hablar largo y tendido. No tengo mejor cosa que hacer, a nadie mejor que amar que a la obsesionada Lisa, ningún lugar mejor en el que derrochar las horas que me sobran que en esa Viena de cartón piedra y, sin embargo, de atmósfera tan convincente, siempre en penumbra, a veces nevada días atrás con los montones de nieve petrificada, parcialmente derretida en las aceras. Alguien debió barrer el blanco hacia las alcantarillas en ese escenario imaginario planificado al igual que alguien ha barrido mis ganas de vivir este día hacia los rincones.

Cine versus Literatura

El primero se refiere a las adaptaciones cinematográficas de obras literarias, concretamente narrativas. Suele considerarse a la Literatura como un arte superior al Cine, dándose como prueba la gran cantidad de novelas que han generado películas fallidas, con argumentos mutilados, o también con disgresiones o variantes respecto al original escrito que a la postre han resultado equivocadas. Para mi hace tiempo que existe una explicación. Todo se reduce al espacio narrativo disponible. Si partimos de una novela, lo que se cuenta en 200 o 300 páginas de escritura es imposible que quepa en unos 90 minutos de imágenes. Es necesario escoger entre los pasajes y desechar muchos, los que se consideran menos importantes para explicar lo que se pretende contar. Incluso entre los personajes. Dicen que el mayor acierto del genio Robert Bolt cuando adaptó Doctor Zhivago, de Boris Pasternak, para el director David Lean, fue la tala profusa y acertada de personajes que como un bosque pueblan el paisaje de la novela, que incluso a veces logran que el lector se desoriente dentro de la trama, en el laberinto de nombres. Algo similar puede decirse de la versión para el cine de King Vidor de la novela-río de Tolstoi "Guerra y paz". En ese caso hizo falta la labor de 6 guionistas, incluido el propio director, para abrir claros en la espesura en los que construir las escenas cinematográficas. Son dos ejemplos que en realidad desdicen mi teoría, que van en contra de ella, aunque la piense acertada. Como decía antes, todo es una mera cuestión de espacio narrativo disponible. Cuando la fuente del argumento es un relato o una novela corta el margen de maniobra se amplia, a la película se le ofrece la oportunidad de ensayar variantes, otros tonos o ambientaciones, añadir elementos o ideas o, en el peor de los casos, de integrar en el guión la totalidad de lo que encierra la obra literaria.

"Los duelistas" es una obra novela corta de Joseph Conrad que narra una anécdota de las Guerras Napoleónicas que cabe, incluso mejorada, en la opera prima de Ridley Scott, que quedó muy cerquita de la categoría de obra maestra. Leí el relato tiempo después de ver la película y de reconocer que me decepcionó porque hallazgos del film que me habían emocionado no los encontré, siquiera su huella, durante la lectura. El cuento de Conrad tiene un marcado sesgo político que a 200 años vista cuesta comprender y carece de la emotividad que el director inglés le concede al personaje interpretado por Keith Carradine. Se trata de dos oficiales de la caballería napoleónica que viven las contiendas propiciadas por el general corso por toda Europa como una contienda paralela entre ellos. Al inicio del film uno de ellos se siente ofendido por el otro por un motivo insignificante pero que le obliga a retarle a duelo cada vez que coincide con él en un lugar. El otro vive desde entonces en una perpetua pesadilla de miedo. En los momentos que preceden al segundo de los duelos a muerte entre ellos le vemos sufrir por ser consciente que su muerte puede estar próxima. La ocasión del duelo es para mí uno de los instantes más logrados del cine. Se desarrolla con los contendientes a caballo, que cargan el uno contra el otro. Después del encuentro, que es brevísimo, casi decepcionante por el tiempo que se lleva fraguando y acumulándose la tensión, el personaje que marca el punto de vista de la narración experimenta la euforia de saberse vivo aun, que el director nos ilustra con una exultante cabalgada alejándose del lugar del duelo, mientras salta cuanto obstáculo se interpone en el camino con brío y una alegría desbordada. Esa escena que tanto me impactará cuando viera el film por primera vez no la hallé en ninguna página del libro, y fue para mi una enorme decepción porque quería recrearme en la jugada.


Sin duda Conrad es uno de los autores de relatos que más fortuna ha tenido en el cine. Sus escritos breves son el germen de al menos tres obras maestras, al menos que yo recuerde, todas ellas más o menos transformadas en el trayecto que va de la literatura a la pantalla. Además de "Los duelistas", está "El corazón de las tinieblas", primer impulso de la genial película de Coppola filmada en Filipinas: "Appocalypse Now". También "Nostromo", que es el sustrato de "Alien, el 8º pasajero". En todos estos casos y en el de otros autores, nadie cometería la estupidez de plantear un debate acerca de la fidelidad del film al texto que ilustra. Se trata de variantes, nuevas versiones. Obras maestras todas ellas. Películas que incluso descubrieron nuevos rumbos para el cine o crearon géneros. No se si habría que añadir "Lord Jim", novela que aprovechara Richard Brooks, pero es que es mucho el tiempo transcurrido desde la última vez que la vi, y aunque recuerdo que la calidad del trabajo de Peter O'Toole está en el mismo orden de magnitud que el que desarrollara en "Lawrence de Arabia" o "El león en invierno", de la bondad de la película no estoy tan seguro.

Viena entre mis obsesiones y las de John Irving

Otro tema que me sugiere "Carta de una desconocida" es Viena. Más como idea o arquetipo que como ciudad. El novelista John Irving, mundialmente conocido después de publicarse su obra "El mundo según Garp", siempre incluye en todas sus novelas una serie de elementos accesorios, casi como si se tratara de una apuesta. Siempre hay un oso en la trama, a veces alguien que se disfraza de tal. La trama o algún personaje tienen relación con la lucha libre. El protagonista de su novela más famosa, y que acabo de citar, es entrenador de este deporte en una universidad. Un tercer elemento recurrente es que las tramas siempre tienen lugar en Nueva Inglaterra. La cuarta es que la ciudad de Viena está presente como escenario de algún capítulo o forma parte del bagaje personal de algún personaje. No se si son obsesiones. Imagino que si recurre a estos elementos es porque los conoce. Yo nuca he estado en Viena y sin embargo en cierta medida me obsesiona. El museo de pintura más parecido al Prado, al menos como idea, es el Museo de Historia del Arte de Viena (kunsthistorisches museum). Allí está la mejor colección de Pieter Brueghel. Los cuadros de sus monarcas y sus hijos que pintara Velázquez con predominio de los negros y los grises para la corte española, en este museo vienés tienen su alternativca con pleno colorido. Además, Viena es el falso escenario de dos obras maestras del cine, ambas basadas en relatos literarios cortos. Una es por supuesto la película que sirve de excusa para escribir estas líneas. La otra es "El tercer Hombre". Si en la obra de Ophüls Viena es en realidad un encantador plato cinematográfico, en la de Carol Reed, y que recrea una novelita de Graham Greene, aunque veraz, hiperrealista en realidad, aprovecha unas circunstancias muy especiales, los estragos causados sobre la urbe por los B-24 estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial. Filmada inmediatamente después de finalizar la contienda, Viena, sus calles y su sistema de alcantarillado, se convierten en un personaje más de la historia. En la obra de Ophüls buena parte de su encanto reside en los escenarios, a veces ingenuos, pero eficaces a la hora de dar el tono a la película que el director desea. Poco importa que la banda del pueblo suene como una filarmónica en la banda sonora o sepamos que el Pratter que se nos muestra en una determinada escena, con la noria de este famoso parque de atracciones recortada en el cielo, sean un decorado. La elegancia de Ophüls merece que pasemos por alto estos detalles, como si estuviéramos viendo una obra de teatro e importará más el cómo se nos explican las cosas que el con qué elementos visuales o de atrezzo. Otro parantesco o coincidencia entre ambas películas es el contener una escena con gato. En el caso de "El tercer Hombre" un verdadero prodigio cinematográfico. Nunca se nos presentó un personaje de manera tan impactante. Y quien hace los honores es un gato, que busca una presencia semi-oculta en la penumbra de un portal.

Carta de una desconocida - Max Ophüls - Trailer

El amor como una patología

"Carta de una desconocida" no puede considerarse más que como la historia de una obsesión, de un amor que es más una patología que un sentimiento. Lisa decide un día que amará para siempre a Stephan Brandt. Y lo decide aun antes de conocerle. Primero se enamora de sus objetos, así lo reconoce ella misma, cuando los ve llegar al edificio en el que vive con su madre en una mudanza. Desde el mismo instante en que los ve se enamora de aquellos objetos hermosos, refinados, llenos de elegancia. Al menos a sus ojos. Después, tras ir a vivir el pianista al apartamento situado junto al suyo, se enamorará de su música. El amor por el Stephan Brand físico también será un flechazo a primera vista, en una escena llena de belleza. Coincidirán en la puerta del edificio, que ella abrirá para él para dejarlo pasar educadamente, como corresponde hacer a una niña cuando está ante un adulto. La puerta se abre hacia afuera y ella queda atrapada entre el cristal de la hoja y la pared del soportal, prisionera o tal vez protegida de sus propios impulsos. Porque el suyo es un sentimiento total que abarca cuerpo y alma del ser amado, lo que fue y lo que puede ser, su obra y todos los objetos que le pertenecen. En más de una escena, como niña y como adulta, la veremos tocar esos objetos que abarrotan la casa del pianista casi con sensualidad, con la emoción a flor de piel, en la yema de los dedos. Nos cuesta imaginar que esta mujer haya podido tener un momento de respiro de este amor, que la cubre por completo, que es casi el elemento que respira y llena sus pulmones. Ni un instante sin que su mente vuele hacia él desde el instante en que lo conoce de forma indirecta. Ni un momento sin que su recuerdo anegue su memoria desde que entra a formar parte de su vida. Es un amor patológico, elegido y cultivado como quien cuida un bonsai y trata de controlar su crecimiento, que desdeña el sentimiento del otro. No importa no ser correspondida. Lo esencial es lo que ese sentimiento le hace experimentar por dentro, como llena todos los vacíos de su vida. Porque, ¿qué hace en la vida esta mujer además de amar al pianista? No lo sabemos. Quizás el melodrama nos desborde y no lleguemos siquiera a preguntárnoslo teniendo que estar atentos a tanto sentimiento que arrecia como la lluvia de verano. Pero lo cierto esta mujer vive anulada por un amor imposible, que la vuelve ciega y sorda a su realidad cotidiana, que la hace rechazar una proposición de matrimonio ventajosa cuando es joven y renunciar a la seguridad de una pareja que le procura todo, a ella y a su hijo, y que además no pide nada a cambio, que comprende lo que ocurre y se resigna.

Toda la historia se basa en una premisa difícil de aceptar, en la incapacidad de Stephan para recordar a quien primero será su vecina y después su amante ocasional. Quizás es más difícil de aceptar lo primero que lo segundo. ya nos hacemos cargo de la gran cantidad de mujeres que jalonan su vida. esta, además, se hecha literalmente en sus brazos después de regresar a Viena convertida en una mujer. Vivirán un breve romance de un par de días y el se marchará de gira para dar conciertos. La va a visitar a donde trabaja como maniquí para informarla. Hay cortesía en el proceder, aunque no se aprecia excesivo pesar al dejarla. Tampoco en la estación. Sin embargo, en la velada del día anterior le regala a Lisa los mejores momentos de su vida. Quizá para él no haya sido nada excepcional porque es algo habitual, algo natural en su persona, ser galante, encantador, saber hablar de si mismo mostrando reproche, como si quien le acompaña en ese momento pudiera ser persona que fuera a redimirle. La lleva a cenar a un lugar lujoso, después al Pratter, donde la lleva a Venecia, los Alpes Suizos y muchos lugares más en un tren de pega, en la que seguramente es la escena más hermosa de la película, llena de candor, elegancia, ingenuidad, ligereza. Alli están los dos a solas, en un vagón de madera por cuya ventana pasa un dibujo para simular el movimiento. A ella le ha llevado hasta allí la locura, la obsesión. A él la lujuría, su maestría para disfrazar su vacío existencial de misterio, su incapacidad para tomarse en serio la vida con trascendencia. "A veces es más difícil contentar a los demás que a uno mismo", le dirá a Lisa cuando ella le hable de su éxito profesional. Pero tampoco estamos en situación de reprocharle nada. Él no tiene la culpa si no corresponde a Lisa. Menos aun si se echa en sus brazos en busca de lo único que el está dispuesto a ofrecer: una mentira hermosa. Lisa no es una víctima, es una voluntad férrea aplicada a amar a alguien que no existe nada más que como envoltura, en sufrir con eficacia y con método. El resultado de todo aquello será el nacimiento de un niño, que ella deberá parir en un hospital de la beneficiencia, en la primera escena de la película que se aleja del tono ligero y dulzón que ha llevado hasta entonces.

Carta de una desconocida - Max Ophüls - Escena del romance

Tampoco a ella podemos reprocharle mucho. El desenlace de su propia vida es suficiente castigo para su desatino. Pero es que tampoco supone en la vida de Stefan una presencia constante y agobiante. Breves encuentros que ni siquiera prenden en el tapiz de su memoria. Media película la pasará intentar recordar de que conoce a esa mujer en un intento de anticipar su redención, de ofrecernos su cara más amable. Pero el amor de Lisa es sumiso, dócil, siempre a la espera, pleno de dulzura. No entendemos a veces como es que no es correspondida de tan adorable que se la ve y al él tan relajado y a gusto cuando la trata. El secreto reside en que Stefan es totalmente incapaz de amar, aunque sea algo de deberemos concluir por nosotros mismos, ya que muchas veces se nos quiere mostrar como si hubiera alcanzado la linde del amor, la frontera del sentimiento hacia ella, a punto de traspasar la raya. Pero toda su sensibilidad, que no su capacidad de sentimiento, la invierte en crear ese personaje infalible en la caza. Existe pues una doblez en la narración de Ophüls, cierta ambivalencia en el personaje, al que se trata de no alejar demasiado de nuestra permisibilidad, de nuestra capacidad de perdonarle. Su falta de memoria es un atenuante. La forma amable con la que siempre la trata es otra. Su reacciones al leer la carta, que parecen despertar sus sentimientos, como si en vez de inexistentes estuviesen dormidos. Ese aire desvalido en las escenas finales cuando los estragos del tiempo empiecen a adivinarse en su vida y en su rostro, a hacerse evidentes. El éxito profesional que mengua. Las canas que aparecen en sus sienes. El cansancio de su mirada. Cierta tristeza teñida de cinismo. En la secuencia con la que se inicia la película nos enteramos que ha sido retado a duelo. Que se la ha permitido elegir arma y que la preferido aquella en la que es diestro su oponente. Da igual, se deja llevar por su lado más cortés, porque de todas maneras no tiene intención de acudir a la cita. "El honor es un lujo que solo pueden permitirse los caballeros", argumentará ante sus padrinos. Huirá al amanecer por la puerta trasera. Así lo dispone con su criado. Pero tras leer la carta se nos quiere hacer creer que experimenta un súbito crecimiento moral. He de decir que este detalle me subyugó la primera vez que vi la película, y aunque lo sepa poco creíble, me sigue pareciendo un hallazgo narrativo. Puro melodrama. En la escena final partirá hacia el lugar fijado para el duelo, suponemos que consciente de que no sobrevivirá al mismo. Y justo antes de subir al carruaje se volverá para echar la vista atrás, hacia el edificio de su casa para recordar al fin quien es la mujer que le ha escrito la carta: la niña que le abriera la puerta y quedara atrapada tras el cristal. Quizás el personaje que nos propone Ophüls, siempre al borde del amor por Lisa y de la redención que ella le procuraría, ha comprendido que el amor total ha visitado su vida sin que haya sido capaz de reconocerlo, de darle una oportunidad para que germine en su alma. ¿Que voluntad puede quedar de vivir, si somos el personaje de un melodrama, si sabemos que la felicidad buscada ha quedado irremisiblemente atrás?

No, los principales valores de la película no están en la credibilidad de su argumento, aunque esté bien construido una vez aceptada la importura. Como en otros géneros, el melodrama necesita la complicidad del lector o del espectador. No podemos dudar de la pureza del amor de Lisa, de que se nutre del sentimiento y no de la obsesión, y que ese amor lograría sanar el alma de Stefan y convertirse en su polo magnético para reorientarle hacia la luz. Es la elegancia, la frágil belleza que destila el film, siempre como a punto de romperse, de desvanecerse, pero que continua escena tras escena. Como esas escenas que recrean una Viena nevada, que a no mucho tardar desaperecerá con la nieve derretida. Una fragilidad que se la inyecta a la película la actriz protagonista, Joan Fontaine, especialista en heroínas desguarnecidas y vulnerables, como la inolvidable protagonista de la hichcockniana "Rebecca". Aunque a algunos les parezca un desacierto de Ophüls, ella misma encarna el papel de Lisa cuando tiene 13 años. Su figura sin formas lo hace hasta cierto punto creíble. Pero es que tampoco su tipo de belleza la hace parecer más adelante una veinteañera del todo convincente. Pero su vulnerabilidad nos gana desde el primer instante. Es una mujer nacida para sufrir por ser la guardiana y depositaria de un amor. Igualmente acertada me parece la elección de Louis Jourdan para el papel de Stefan, uno de los galanes por antonomasia de la historia del Cine, que sabe vestir de como pocos de etiqueta.

Relato fílmico versus relato escrito

¿Y que diferencias hay entre novela y película? Al margen de algunas variaciones en detalles, como el hecho de que en la película Stefan es pianista en vez de novelista, quizá por ser aquella una ocupación más cinematográfica, con más posibilidades de ser filmada, y con mayor carga romántica, la principal ya se ha apuntado en parte. En la novela tenemos más claro que estamos ante la descripción de una patología, con tintes lúgubres en muchos pasajes de la narración, mientras que el relato fílmico lo que se nos cuenta es un delirio de amor, cargado de romanticismo. Sombra y sol. Tormento y pasión. Cadenas y magnetismo. El episodio tan cargado de inocencia, casi naïf, en el que Lisa rechaza a su pretendiente, el oficial que ha conocido en Innsbruck y le corteja, es narrado por Ophüls a plena luz, con alegría, abusando de los colores claros en el escenario y las vestimentas, una mañana de domingo en la plaza mayor, con la música de la banda militar como fondo. En la novela la vida de Lisa no tiene esos tintes festivos, la pasa recluida en su casa, completamente hostil a cualquier intento de los jóvenes de la localidad por cortejarla. Así que esos paseos tan lindos sombrilla en mano al lado del guapo oficial son inconcebibles en la versión escrita. En la película Lisa no deja de ser una mujer atolondrada, infantil desde que tiene 13 años hasta los 30 en que muere, superada por un sentimiento hermoso que es la fuente de la que se desprende todo el lirismo visual del film. En la obra de Zweig no tiene nombre, como ninguno de los personajes, y las muestras de su obsesión autodestructivas son numerosas. Como las horas que pasa siendo aun niña ante la mirilla de la puerta de su casa para solo verlo fugazmente acceder a su piso. O las invertidas ya de adulta en espiarle desde la calle a pesar del frío y la incomodidad. Las descripciones de los calvarios físicos por los que ha de pasar al verse dominada por su obsesión son numerosos.

El primer encuentro tras el regreso a Viena de Lisa es más convincente en la novela. La primera ven que Stefan la ve por la calle no la reconoce, pero su instinto de cazador le advierte de que en ella hay una posible presa. La segunda vez que se cruza con ella la reconoce, pero solo de haberla visto unos días antes en el mismo lugar, y eso le da pie para abordarla. En la película, por el contrario, flota en el aire la idea recurrente de que el está a punto de reconocerla, tanto como aquella niña que fue su vecina, como la persona que habrá de llenar su espíritu de vida. No hará falta un segundo encuentro para justificar su breve romance, que mientras en la novela se desarrolla en la casa del escritor/pianista, en la película transcurre en el parque de atracciones y da lugar a una memorable escena llena de encanto y sutileza. habremos de suponer el encuentro sexual, pero sin un indicio claro siquiera. Curiosamente, el sexo es descrito por Zweig en unos términos que incluso incrementan el tono lírico del texto en las líneas en que se trata el asunto respecto a párrafos anteriores y posteriores: "Cuando abría los ojos en la oscuridad y sentía que estabas a mi lado, me asombraba de no ver el firmamento por encima de nosotros, hasta tal punto me sentía en el cielo". No, para Zweig el tema que trata nunca es sórdido, y menos aun en los momentos en que más fácilmente pudiera llegarse a esta conclusión. Es un amor erróneo, surgido de una patología, pero al fin y a la postre generador de sentimientos reales en ella.

En la novela hay reproche disfrazado de amor incondicional, resentimiento mantenido en el congelador toda una vida y que sublima en las cuartillas que conforman la carta. Siempre que le habla de su sufrimiento niega que le achaque ninguna culpa, pero le hace saber cada uno de sus padecimientos y los defectos de él con los que se relacionan, y cada pasaje del relato comienza como si de salmo de la Biblia se tratase, con un estribillo que suena a letanía: "Nuestro hijo murió ayer...". En el film esa disculpa queda totalmente esclarecida, son las circunstancias, el azar caprichoso quien separa a los dos amantes destinados a serlo todo el uno para el otro. Un marido para la madre, un viaje inesperado por trabajo. Stefan siempre tiene una coartada, y que la creamos o no depende exclusivamente de nuestros deseos de caer en las elegantes trampas y celadas que nos tiende Ophüls.

Para procurarle una vida a plena satisfacción al hijo de ambos Ophüls propone un matrimonio de conveniencia, aunque basado en la sinceridad, el respeto y hasta el cariño. Una carambola a tres bandas que el genial director austriaco nos hace creer que es posible sin utilizar trucos de cámara. Esta solución permitirá además la redención final de Stefan, porque, enterado de todo lo que ha ocurrido en la vida de Lisa, será el marido quien le rete a duelo. Ese duelo cuya espera entretiene leyendo la carta. Zweig nos propone una alternativa más razonable, la prostitución de alto standing, esa en la que la profesional se convierte en casi amiga del cliente, adinerado y con ganas de crearse una vida conyugal paralela a la oficial. Convengamos que la propuesta de Ophüls sortea el obstáculo de la censura, pero también es coherente con sus planteamientos. A Zweig le interesa mostrar la carga trágica de un amor no correspondido. A Ophüls la poesía de un amor completamente desinteresado, que ni siquiera espera ser correspondido, que no lo necesita para seguir existiendo y que perdura incluso en la ignorancia del ser amado.

Las dos obras divergen desde su inicio, por más que las trayectorias parezcan paralelas. Así, su mayor discrepancia, su mayor distancia moral y en el tono narrativo ha de buscarse necesariamente en el desenlace. Zweig nos muestra su encuentro casual años después de las tres noches de amor en un establecimiento donde ella ha acudido con su actual amante, al que abandona y desaira, reproche que ella misma se hace en la carta, para ir tras él. Quien, si bien vuelve a no reconocerla, si que al menos se percata de su condición de prostituta. Es terrible leer como esta mujer, que lleva una vida consagrada a este ser tan egoísta, recibe del amor de su vida una propuesta de negocio carnal. A pesar de la elegancia de Zweig la descripción de la escena ofende cualquier sensibilidad medianamente formada. Ni siquiera el amor incondicional de ella podrá reprimir una protesta en la carta cuando a la mañana siguiente él le pague su jornal. La postura de Ophüls es radicalmente distinta. Tras el reencuentro en la opera acaban en la casa de él, y cuando Lisa comprueba que volverá a ser para él solo una aventura de una noche y decide marcharse apenas iniciada la velada galante. Quizá aquello le parezca que no está a la altura de lo que le demanda, que se deje amar por ella. Al final se verá recompensada con una victoria póstuma.


Quizás el espíritu de la película se resuma en esa fastuosa escena en el hall del teatro de la ópera, la cámara, montada sobre una grúa, aunque no muy alejada del suelo, lo suficiente para ofrecer un plano general pero sin que se note su presencia, realizada cortes travellings de ida y vuelta, de un lado a otro de la sala, de una escalera a otra, buscando un grupo concreto de personajes para a continuación descartarlo por otro, como si no fuera capaz de decidirse con quien quedarse, que historia contar. Todos los asistentes a la función, nos dice Ophüls, encierran historias fascinantes que contar, secretos que desvelar. Porque Ophüls es casi un género en si mismo. Narración vaporosa que avanza sin mancharse aunque cruce los pantanos donde se estanca el sentimiento humano. Lisa morirá sola, pero su carta, su sacrificio a lo largo de toda una vida, corta pero intensa, servirá para redimir a Stefan. R., la escueta inicial con la que se le conoce en la novela, no será tan afortunado, siquiera tendrá la suficiente calidad humana no ya para acordarse de su enamorada, sino tan siquiera para conmoverse por su tragedia.

2 comentarios:

  1. El error de cosagrar tu vida a amar a alguien que ni siquiera sabe quien eres…un amor bonito, si, pero no termino de ver la grandeza del amor no correspondido…solo reporta sufrimiento…quizá es mi lado egoista el que habla…

    La película es bella, las de blanco y negro lo son…ella encarna perfectamente esa dulzura…cuando el la dice que sigue pareciendo una niña…ella siempre le ve con esos ojos…como cuando le conoció…lo que marca la infancia, y cuanto daño puede hacernos a lo largo de nuestra vida…

    Yo si he estado en Viena, un par de dias, y lo que vi no me entisiasmó…tan perfecta que resulta fría…quizá con otra compañia y otro recorrido se viera distinta…tal vez…

    Bss!!

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  2. No, estoy de acuerdo. Su grandeza residiría en que al no tener que rebajarse a confrontar la realidad, lo cotidiano y lo mezquino, se mantendría puro y cristalino. Aunque dudo que sea amor de verdad. Un sentimiento si, por supuesto. En la película se lleva al extremo, convirtiéndose en un amor perpetuo. Creo que es más obsesión. En la película nos hacen creer que es un amor a punto de hacer acto de aparición. La novela es más turbia, más creíble, pero carece de esa belleza, ilógico y poco creíble. A Viena ya iremos, ¿no?

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