lunes, 16 de enero de 2012

Cine y TV (41) / El buscavidas - The Hustler - Robert Rossen - 1961



El buscavidas - The Hustler - Robert Rossen - 1961

Clásico prematuro, rodado poco antes de nacer yo, que también lo fui a edad temprana, aunque más viejo que clásico, ya que esto último comporta cierta dignidad robada a la adversidad gracias a la atemporalidad adquirida. Película en blanco y negro, con una sobriedad en la narración y en la exposición de los hechos quizás impropia del momento. O tal vez sí, porque en esos años también se rodara "The man who shoot a Liberty Valance", otro film sin color con vocación de testamento, de epílogo para una época. Sin concesiones, sin un final inequívocamente feliz, nada complaciente en ninguno de los hechos narrados, "The Hustler" es un relato épico mostrado desde demasiado cerca, tan próximo a lo que se explica que es inevitable que no resalten los desconchones en las paredes del escenario y las arrugas en el alma de los héroes que evolucionan por él en torno a una mesa de billar, a ese minúsculo cuadrilátero en el que dos voluntades pugnan por tumbar la del adversario. Una historia de titanes contra dioses caprichosos contada en algún garito de tercera categoría, con la atmósfera recargada por el humo del tabaco, alrededor de una ronda de whiskys J. TS Brown.

La otra madrugada me llevé una sorpresa mientras veía la película "Cadillac Records", el biopic que narra la historia de este sello discográfico de Chicago, uno de los pioneros en la edición de música negra para todos los públicos, cuando aun había segregación racial en EE.UU y un negro no podía dirigir una empresa. Una Beyoncé, no se si convincente en su papel de Etta James, diría que sí, pero que desde luego añade al personaje una emocionante belleza y una clase de las que carecía la cantante que interpreta, confiesa al protagonista, Leonard Chess (Adrien Brody), que es la hija de Minnesota Fats, despreciada por él por ser el fruto de una turbia relación con una prostituta negra. Doble estigma, cualquiera de ellos mortal de necesidad. He de confesar que desconocía que El Gordo fuera un personaje real. Siempre pensé que pertenecía únicamente al Olimpo de los personajes legendarios del Cine. Ignoraba que fuera algo más que un mito del celuloide, y esa cita al cine dentro del cine me hizo recordar El Buscavidas, una de mis películas preferidas en mi niñez y juventud. Y si no lo es tanto ahora en la madurez es porque cada vez vemos más cine, pero de peor calidad en la TV, y las obras grandes porque abarcan más dentro de tí solo se programan muy de tarde en tarde, algunas nunca. Bendito internet que a veces parece la tienda de las golosinas, que nos provee de todo cuanto deseamos con una simple descarga. Tráfico ilegal de prodigios y de sueños. De una pesadilla narrada con toda la gama de grises, beiges y negros en este caso.

Cadillac Records- Movie Soundtrack - Beyoncé - At Last

A pesar de ser pertinente, de casar con la época en que se ambienta "The Hustler", nada más ajeno al tono del film que la canción de Etta James, aunque básicamente narre lo mismo, la historia de una redención, de la restitución del honor de un personaje, como si de una obra de teatro del Siglo de Oro se tratase. En pocos escenarios, casi siempre en interiores, sin más ayudas técnicas que la iluminación y la posición de la cámara para lograr el mejor encuadre. Cámara que no deja de representar el punto de vista del director desde su butaca de patio, todo lo privilegiada que se quiera. Pero en la película no hay lírica sino épica, las emociones llegan a toro pasado, cuando se comprenden los hechos y no antes. Historia de dos duelos en la línea del frente y de ciertas vicisitudes con mucho menos lustre que suceden en el tiempo que media entre ellos, con un breve prólogo que sirve para definir con unos pocos trazos al héroe. Porque, no nos engañemos, la de Fast Felson es una historia grande contada con un formato de letra pequeño. Por momentos se diría que aquella otra obra maestra sobre perdedores protagonizada por Newman, "La leyenda del indomable", pudiera ser una segunda parte de "El buscavidas", por la sensación de asistir nuevamente a la rebelión de un looser. Pero si en ambos casos la razón de esa rebeldía no queda del todo claro por la censura de la época, mientras Eddie es un hombre que duda de si mismo y que ve en el billar una posible vía de redención, que nunca alcanza porque en su cerebro está marcada la palabra derrota a fuego, en el caso de Luke, el presidiario, no hay duda en ningún momento, solo autoconfianza, se siente capaz de llevar a buen término cualquier retoÚnicamente el no tomarse en serio la vida, el vivirla como una broma pesada, le lleva a embarrancar una y otra vez en todos los recodos del sendero de la vida. Tanto Eddie como Luke se convierten en mitos al concluir la historia para todos aquellos que los conocieron u oyeron hablar de ellos a los testigos de sus hazañas. Perdedores que se convierten en mitos a los ojos de los marginales, quienes en realidad más los necesitan, no por buscar modelos en ellos, ya que jamás se atreverían a seguir su ejemplo, sino para saber que alguien vengó sus la humillaciones compartidas por todos ellos. En "The Hustler" un ejército de mirones asiste a las partidas con rostros inexpresivos. En "Cool Han Luke" los otros presidiarios asisten al duelo entre Newman y los carceleros sin aportar su apoyo, por más que hayan tomado partido. Pero puede que Eddie Felson no tenga amigos. Es arrogante aunque su camisa sea barata. Se autoproclama como el mejor sin esperar a juicios de terceros. Probablemente nadie este de su parte al principio y deba ganarse el respeto por la vía más dura, la de comprender a través de la experiencia. Por que nadie escarmenta en cabeza ajena.

En el epílogo conocemos la procedencia de Eddie, que no es otra que el mundo del timo y de la subsistencia. En un bar de carretera, situado en la travesía de una ciudad cualquiera, él y su socio simulan ser dos viajantes camino de una convención de comercio. Juegan una partida billar entre ellos en la que Eddie escenifica el personaje del borracho que juega al billar con más amor propio que pericia. Pero el talento es difícil de disimular. Un espectador afirma: "juega bien y limpio". El resto parecen más interesados en su forma desordenada de beber whisky y de perder por su falta de temple. Hacia el final logra una carambola de mucho mérito que su socio achaca a la suerte. El se envalentona y afirma ser capaz de repetir la tirada. Como quiera que la falla exige una segunda oportunidad para demostrar que no ha sido un golpe de fortuna. Pero su socio, supuestamente harto de la situación rehusa la segunda apuesta. El dueño del bar, al que llevamos unos minutos viendo contemplar a Eddie con una mirada torva y calculadora se postula para cubrirla con su propio dinero. Otros quieren sumarse, han visto su caminar vacilante por efecto del alcohol, y ven dinero fácil a la vista. Pero Eddie quiere al dueño del bar como única víctima. El socio se despide y le dice que le esperará en el coche, frase que remata con un "imbécil". Pero el imbécil saldrá instantes después del local 105 dolares más rico que al entrar, tras ejecutar la jugada con el pulso firme y una sonrisa burlona en los labios. La tranquilidad de su socio al verle llegar, el que no se crucen ninguna palabra, nos indica que todo ha sido una estafa.

El buscavidas - Prologo - Escena antes de los títulos de crédito.

Toda la primera media hora después de los títulos de crédito está destinada a narrar el primero de los duelos. El sitio donde tiene lugar son los billares Ames, territorio del Gordo de Minnesota. Eddie ha ido a retarlo en su propia guarida, a arrebatarle su cetro cuando le vea yacer en el suelo después de haberlo aplastado. Y a buen seguro lo habría logrado de no ser "carne de cañón". Es como le define Bert Gordon (George C. Scott), el apoderado del Gordo, en voz alta, para que Eddie lo oiga. Ha estado presente en las primeras 24 horas de duelo y cuando al Gordo se le ofrece la oportunidad de cerrar la partida aceptando la derrota o seguir perdiendo, Bert le ordena continuar porque ha visto en Eddie a un perdedor y sabe que ese será el resultado lógico si se deja madurar la situación. Y no le falta la razón. Otras 24 horas después, mientras Minnesota Fats sigue metiendo bolas en las troneras con la precisión de un pianista que , vestido de forma impecable, Eddie duerme la borrachera en una silla junto a la mesa de billar. Su carácter es lo que le ha hecho perder, su falta de temple, las ansias de beber, las ansias de ser derrotado. Lo han de despertar para decirle que ha perdido todo el dinero ganado en la primera mitad del combate y todo el que traía al inicio de la partida. Todo esto es algo que he aprendido con los años, que ganar o perder es más una actitud que algo que dependa de tu valía en el juego, en la vida.Todo era más simple cuando era un niño. Eran los mejores quienes ganaban.

Como era de esperar, Eddie asimila mal la derrota, porque sabe que no ha estado a la altura de su propia valía. Abandona a su socio e inicia un sórdido romance con Sara, una mujer que conoce en el bar de una estación, junto a la consigna, donde ha ido a dejar sus escasas pertenencias: una pequeña maleta y el estuche con su taco de marca. Sórdida porque crece en el silencio de él y la desesperación de ella. Tristeza que sumada a tristeza da como resultado algo que parece un refugio para dos almas atormentadas mientras esperan a que escampe la tormenta. Pero si a veces es refugio, a veces también es el infierno de la distancia, entre dos seres que no se comunican entre ellos. Y así, si la sensación de refugio brota con la ternura de ella, se marchita enseguida con la indiferencia de Eddie. Pero de esa unión resultan al menos dos frutos. Ella supera su adicción a la bebida, aprende a vencer su soledad de otra manera. Un modo que en vez de alejarla del mundo la pone en su mismo centro, en el espacio que barre la mirada de aquel a quien ama. Y el se centra, es capaz de reflexionar sobre sus errores, y hasta parece intentar buscarles un remedio con lo que tiene disponible. Ejercicio de autocrítica y de aceptación de la realidad. En una de las escenas más hermosas del film Eddie explica a Sara porque ama el billar. Están tumbados en la yerba, separados pero pendientes el uno del otro. Es una explicación convincente que construye los argumentos tratando de describir las sensaciones experimentadas en un partida. No hay retórica, es un discurso con mal acabado, pero que se hace creíble precisamente por eso. Al terminar de escucharle Sara le dice: "Te quiero, Eddie". Tras un prolongado silencio Eddie trata de escurrir el bulto bromeando: "Se que no merezco una mujer como tú. Tal vez un día escribas una novela. Una basada en mí, claro. Eddie Relámpago". Pero ella insiste, esta vez con una expresión en el rostro que antes no se la hemos visto. Es feliz y quiere señalar la causa: "Te quiero". Lo ha dicho más despacio, saboreando las palabras. Un nuevo silencio, esta vez más espeso, acaba con las palabras de reproche de Eddie: "¿Necesitas decirlo?". Se acabaron las bromas y los juegos. "Sí, oir esas palabras. Y si tú las pronuncias no permitiré que te arrepientas". Usted, el que lee esto que escribo, ¿alguna vez alguien le hizo una proposición tan ventajosa? A mi desde luego que no. Pero Eddie la recibe con una expresión en el rostro en el que se adivina que se siente amenazado.

El buscavidas - Escena del picnic de Eddie y Sara

Eddie busca a Bert, quien ya le ofreciera en su momento ser su socio, aunque en clara desventaja a la hora de repartir ganancias. 75% sería la tajada del pescador de almas. Cuando le ofreció el trato lo rechazó casi con insolencia. Después de entablar una relación con Sara y de superar los primeros escollos, después de iluminar las sombras de sordidez con algo que parece una oportunidad en el tiempo de descuento, para intentar formar algo que parezca una pareja. No sabemos de donde saca ella el dinero. Es un misterio que tal vez haya que achacar a la censura de la época, pero por eso mismo nos pone sobre aviso en cuanto a que su resolución debe moverse en el ámbito de las peores posibilidades. Se nos dará una explicación poco convincente pero muy conveniente. Tras rechazar la propuesta de Bert e intentar volar solo, aunque bajo, en un sórdido billar unos matones le rompieron los dedos. No es un dato que se nos confirme, pero intuimos, casi estamos seguros que la agresión fue una orden de Bert. Ahora Eddie llega hasta él, aparentemente sumiso y Gordon cree haber adquirido otro jugador a bajo precio con el que poder sustituir al Gordo.

Todo parece controlado, pero algo se interpondrá en los planes. Eddie no consigue mitigar los miedos de Sara cuando le dice que estará un tiempo ausente, que marchará para intentar ganar dinero. Ella cree que es una excusa para abandonarla o quizás el inicio de una relación en que tendrá que vivir en permanente soledad con pequeños intervalos que poder compartir con Eddie. Así que la única solución que él encuentra es llevarla consigo. En el mismo instante de conocerse Sara y Bert se declaran la guerra, una disputa soterrada a la que sera ajeno Eddie, que solo piensa en el dinero, en reunir suficiente para poder retar a Minnesota Fats. Así que descuida a Sara, que viendo que su hombre es abducido por el Diablo, un ser maléfico que tras su forma cortés de proceder oculta una perversidad sin límites, decide inmolarse. Tras acabar la partida que los ha llevado a Louisville Gordon y Felson marchan al hotel por caminos separados. El primero lo hará en un taxi. Felson lo hará caminando. No quiere la compañía de su apoderado tras los momentos de tensión vividos a lo largo de la noche que han involucrado a Sara. Esta aguarda en el hotel tras dormir la borrachera con la maleta hecha. Bert está feliz, sus planes parecen enderezarse. Y tan contento está que puja en exceso y se insinúa por segunda vez en la noche a Sara. ésta se mete en su cama, pero lo hace con una expresión neutra. Y tras mantener sexo con Bert, o eso suponemos, escribe con una barra de labios sobre el espejo del cuarto de baño su opinión sobre quien acaba de ser su amante. Son tres adjetivos duros. Cuando Eddie llega al fin será para ver a Sara muerta sobre los azulejos. Un sacrificio que hace imposible cualquier acuerdo futuro entre jugador y manager.

La última escena del film es cine en estado puro. En el encuadre situado en el interior de los villares Ames Eddie aparece al fondo y a la derecha. Tras abrir la puerta se queda junto al umbral, quieto. En primer término del encuadre, a la izquierda, Minnesota Fats lee con desgana un diario, ajeno a lo que ocurre. reina el silencio en la amplia sala, roto solo por el ruido d las bolas al chocar en las pocas mesas donde hay partidas y por el agitar de los dados de poker dentro de un cubilete, el pasatiempo con el que Bert mata su aburrimiento. Nada de importancia, digno de mención, parece haber ocurrido en lo que va de tarde. Hasta la llegada de Felson. Los ojos aterrados de Bert al darse cuenta de su presencia así lo confirman. Eddie recorre la sala despacio, añadiendo el ruido de sus pisadas a los pocos sonidos que se escuchan en la sala, y cuando se planta ante el campeón le dice llanamente "Gordo, he venido a retarte". No, no es una partida más. Ni siquiera el cetro imaginario que al inicio de la película codiciase Eddie es lo que está en juego. Tras recorrer el infierno con el Diablo ha venido a presentarle sus respetos, a explicarle como son las cosas. Y mientras se desarrolla la partida las dejará muy claras. Un parlamento magistralmente interpretado por Paul Newman, que en algunos momentos se verá interrumpido por el esfuerzo de contener las lágrimas. Victoria amarga, como todas las importantes. Tras rechazar la propuesta de Bert éste le desterrará de su único Paraíso. Le deja partir con la única condición de que no vuelva a pisar nunca una sala de billar. Gordon es ahora el Diablo sino su primer intermediario, la serpiente del edén. "Gordo, has jugado como un maestro", le dice Felson para reconocerlo como su igual. "Tu también, Relámpago", es la respuesta del hombre elegante y de gestos pausados, y no sabemos si por un momento envidia la redención de su rival, y por tanto amigo, a través del infierno.

Imagen de la película que supone un ejemplo de la disposición de personajes
para mejorar la profundidad de campo del encuadre

Sobresalen varios aspectos en la película. Su guión, desde luego, basado en la novela de Walter Tevis, adaptada por el propio Robert Rossen y por Sidney Carroll, un escritor que luego se especializara en escribir guiones para la televisión. Su labor fue recompensada con una justa nominación al Oscar al mejor guión adaptado. Entre sus aciertos está el dar una mayor relevancia al personaje de Sara y, por tanto, a la historia de amor, que a la postre resulta esencial para entender la evolución que experimenta Eddie, para entender el desenlace del relato y mejorar su carga dramática. Al guion no le sobra nada. Es sobrio en su narración y cada escena se encadena con la anterior y la siguiente dando coherencia y cohesión al relato.

Otro gran acierto lo constituye la interpretación del elenco de actores, con 4 nominaciones al Oscar en total. Jackie Gleaon interpreta más una presencia que un personaje, pero su trabajo es soberbio. Su mirada absolutamente discurriva, llena de elocuencia, de silencios y palabras. La vulnerabilidad de Sara que adquiere fortaleza para poder proteger a quien ama de los peligros que le acechan. La elegante malignidad de Walter C. Scott, sin histrionismos, tan habituales en los malvados del cine actual. Y finalmente, la ya indicada evolución del personaje compuesto por Newman, desde la soberbia gratuita del inicio hasta la dignidad del último plano. Todos ellos están soberbios.

Mejor suerte en la noche de la entrega de los Oscars tuvo la fotografía, en un elegante blanco y negro. No es que me guste esta opción. Nunca la encuentro justificada. Pero la recreación de atmósferas y la creación de espacios en tres dimensiones es sobresaliente. No cabe decir otra cosa que los encuadres son dignos de estudio, repletos de personajes, de figurantes, con cosas que suceden de forma simultánea en diferentes planos dentro del volumen de espacio que vemos, con una enorme profundidad de campo lograda seguramente a base de mucha planificación previa a la filmación de la escena. La fotografía incluida arriba da una pequeña muestra del excelente y oscarizado trabajo de Eugene Shuftan.

Poco que decir de la música, que se ve sustituida casi siempre por el sonido ambiente, por los golpes de los tacos de billar sobre las superficies esféricas, por el repique de las bolas al impactar unas con otras. Cada uno de estos impactos es como un latido del corazón de la película, que narra la epopeya de Eddie "Fast" Felson, del relámpago de Ocklam, y de como conoció la gloria después de perderlo todo.


2 comentarios:

  1. Lo primero, ya no se hacen dialogo así, ni silencios...o cuesta encontrar películas que se detengan en esos detalles...tiene escenas sublimes, como la del final de la que hablas...o cuando están juntos en la cama y se les ve a través de la ventana...no se, es puro cine, con mucha carga teatral...y ellos actores de los de verdad verdad...

    La película me ha angustiado bastante...todo lo que tenga que ver con las adicciones, que es parte del problema de los protagonistas, lo hace...esa dependencia, esa afición por perder de la que no son conscientes, por seguir cayendo en la tentación...es muy triste...que eso no les deje disfrutar de haberse encontrado, que les pueda mas que sus ganas de ser felices al fin...es muy triste...pero me ha encantado...

    Gracias por tus recomendaciones, y por tus análisis, ya sabes que soy tu fan ;)))

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  2. A mi en su día, no recuerdo si llegué a incluirlo en el análisis, me costaba entender la predisposición a perder, más en alguien dotado de un inmenso talento. Ahora lo comprendo demasiado bien. por eso también veía esta película con mucha angustia. La muerte de ella no la entendía. Ha sido justo en este último visionado cuando he entendido que es una inmolación. Está viendo como Gordon va a corromper a Eddie y no puede soportarlo. Pienso que es hermoso porque además de totalmente desinteresado, es un acto inteligente, consigue su propósito No tanto abrir los ojos a Eddie, que ya sabe lo que hay, sino ponerle en la tesitura de tener que tomar una decisión. Sí, también es terrible y mutila su futuro. Pero hay una razón, pensada y madurada desde el amor, y eso supone mucho consuelo.

    Otra cosa que me encanta de la película es que no cae en la idolatría por la virguería. Las partidas de billar son creíbles, aunque contengan jugadas increíbles, pero dentro de la lógica, sin caer en efectismos y situaciones increíbles para que puedan degustarlas también profanos y no se aburran. Es algo muy del cine actual, que ha perdido el respeto por los oficios y prefiero mostrar malabaristas en vez de profesionales. Eso pasa en "El color del dinero", pésima continuación, a pesar de ser de Scorsese, en la que recuerdo una escena en que Tom Cruise barre una por una todas las bolas sobre el tapete, mientras suena una canción de rock, que baila haciendo el macarra. Un episodio memorable de la serie Community incluía una parodia de esta escena.

    Y el Gordo de Minnesota... es que me muero de ganas de decir su apodo a todas horas. tan sonoro, tan cinematográfico, en Inglés o en Español.

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