lunes, 9 de mayo de 2011

El patito feo

El patito feo

Quizás el cuento más celebrado, repetido y plagiado de la Historia de la Literatura sea "El patito feo", de Hans Christian Andersen. Conocemos múltiples versiones de las ideas centrales del relato, la del individuo que se siente extraño, feo y desabrido dentro del grupo que le ha tocado vivir, en el caso del cuento la propia familia, así como la superación a través del desarrollo del propio potencial. No se trata pues de la redención a través de la mejora personal, de la adquisición de nuevas cualidades a través del esfuerzo, sino de la aceptación de la propia belleza, la más difícil de captar, en especial si eres diferente a los que te rodean. El patito feo no es Rocky, no tiene que madrugar todas las mañanas para entrenar. Puedes quizá ser otro mientras duermes, pero una vez abres los ojos eres quien eres y podrás mejorar en modo en que estás moldeado pero no alterar tu materia prima.

Se trata de un cuento precioso, que da esperanzas a aquellos lectores que se sintieron feos en algún momento de sus vidas. Pero hay algo que siempre me chirrió de este relato: ¿Acaso hay alguien que no le parezca adorable un patito chico? Una vez estuve en las Marismas de Santonia y coincidió con la época reproductiva de las anátidas que pueblan aquellas lagunas salobres. Recuerdo cruzar las láminas de agua por preciosos puentes de madera y, al pararme en mi paseo, ir a un lateral del camino y recostarme en las barandillas, espantar con mi sombra a los patitos que nadadan en las aguas. Se zambullían tan rápido y reaparecían tan al instante en otro lugar que casi se diría que los tele-transportara Scotty a otro rincón de la laguna. Era divertido verlos jugar, hacer flop para hacerse invisibles y materializarse como palomitas que explotan a unos cuantos metros de donde antes estaban. ¿A quien no le parece hermosa y divertida una cría de pato? Supongo que a nadie. Tal vez a un aguilucho lagunero, que en todo caso la juzgará apetitosa, que no deja de ser otra forma de apreciar al otro.

Lo cierto es que estamos programados para maravillarnos y enternecernos con lo reciente. No solo las novedades tecnológicas nos fascinan, también las crías y renuevos de la naturaleza. Tan difícil dañar a la cría de una animal como destrozar el ramillo verde intenso de un árbol tras la foliación. Las crías de todos los animales tienen rasgos distintivos que nos indican que lo son, que nos mueven a la compasión y aumentan sus probabilidades de supervivencia. Las cabezas desproporcionadamente grandes en relación al cuerpo, los ojos abiertos y atentos, las frentes que parece que pesan, las puños que de repente muestran sus dedos como flores que se abren, las crías son adorables por que así lo ha decidido la naturaleza, que ansía perpetuar el caudal de información. Los adultos estamos amortizados, ya hemos transmitido lo que somos al caudal conjunto, pero las crías portan un material genético novedoso que es necesario preservar mientras está en riesgo de desaparecer por la fragilidad del portador. Pienso que una de las obsesiones del Universo es preservar la información acumulada, crear una biblioteca de datos que se perpetúe, que tal vez pueda sobrevivir al Big-Crunch o a la muerte térmica del Cosmos. Idea que puede parecer excesiva, pero que veo reflejada en la constancia del ADN, su tendencia a sobrevivir como rastro, en los fósiles, en los estratos geológicos que parecen hojas de un libro de piedra, en la memoria de la luz que nos muestra como era el Universo en su comienzo cuando escarbamos en el cielo con un telescopio. Cuanto más lejos antes es esa imagen que observamos.

Recuerdo que cuando era niño y no estaba todo tan regulado, era frecuente encontrar vendedores ambulantes que ofrecían pollitos o patitos, a veces pintarrajeados de colores para hacerlos más atractivos a los niños, sus potenciales compradores. Uno berreaba al verlos tan adorables piar apelotonados dentro de la caja de cartón, y exigía a sus padres la compra de al menos uno de ellos. Todos hubiera sido lo justo, que en grupo fascinaba su canción a capella, tan distinta del ruido de la ciudad. Pero el negociador que llevabamos dentro centraba sus esfuerzos en la adquisición de al menos uno. Aquellos padres, más entrenados que ahora a sortear y eludir los caprichos de sus propias crías, rara vez caían en la emboscada, tiraban de tu mana para que pasaras como una centella ante la caja burbujeante de vida amarillo yema, o pronunciaban ese no ante el que no cabía recurso legal o apelación a instancias superiores. Pero, a veces, y por eso uno porfiaba siempre pero un quizás remoto, se paraban ante el vendedor y se avenían a hacer la compra. Imagino que no era tanto para satisfacer al niño que agarraban como para lograrlo con el que llevaban dentro. Y el patito llegaba a casa y pasaba por las etapas consabidas: rey de la creación, coñazo insufrible y drama de la muerte por la impericia en los cuidados. Estamos programados para querer a las crías, no para ser veterinarios.



Lo que quizá algunos no sepan es que el pato de plumón blanco de toda la vida, el que nos acude a la mente cuando oimos pronunciar esa palabra, deriva del ánade real (Anas platyrhynchos), el resultado tras haber sido convertido en animal de granja. El pato común es al ánade real lo que el cerdo al jabalí, la degeneración causada en un animal silvestre por la cautividad. El pato en la naturaleza es de color pardo o gris ceniza, con espejuelos azules en las alas y la testa de un llamativo color verde. Es un animal mucho más hermoso que su pariente cercano de la ciudad. Tal vez a algunos el blanco les inspire más confianza o sensación de pureza, pero el festival de colores del ecotipo silvestre de esta especie duele que se pierda para convertirse en un anodino mono de trabajo blanco.

Tengo una amiga que se siente patito feo, un torpe y desagradable pato en un mundo de cisnes. Atendiendo a los colores el otro símil sería incluso más exacto, el de que se sintiera ánade real en un mundo de patos a punto de ser convertidos en foi-grass o fiambre. Pero dudo que cuando vea la foto que he incluido en el escrito prefiriese ser el animal de granja que sin duda conoce. Se siente así porque es negra en un sociedad de blancos. Su propia madre lo es, y supongo que debe ser turbador sentirte tan distinta a tu propia madre, que suele ser el modelo de mujer y de belleza de toda niña. Vive desde siempre con esa creencia de que solo es torpeza en donde todo es gracia y donaire. Nunca vi la superioridad del cisne sobre el pato, pero más clara me queda aun la falta de superioridad en cuanto belleza de lo blanco sobre lo negro. Es el color que impusieron los españoles en el siglo XVI como elegancia en el vestir. No es raro encontrar en las novelas históricas la expresión "cuervos españoles" por esa moda que ayudamos a extender por las cortes de Europa y por tener una idea ahora de que entonces éramos tipos amargados por nuestras propias rarezas, por vivir sometidos al fanatismo religioso y la intolerancia. Es curioso como nos gusta a los españoles vernos feos, creernos todas las mentiras que pueden leerse en los libros de Historia ingleses, franceses y holandeses. Como le pasa a mi amiga, que cree cada uno de los insultos que ha escuchado en su vida. No es un fenómeno aislado, ya he conocido algún caso antes de mujeres negras que tardaron mucho en aceptar su propia belleza por los comentarios que escuchaban de quienes las rodeaban. Niñas que crecieron con la convicción de que eran menos que sus amigas blancas. Me temo que en los pocos casos en que he ahondado en la mente de una mujer negra invariablemente esto es lo que ha ocurrido.

El patito feo se mira en el agua y el reflejo distorsionado le hace creer que es aun más diferente a los demás de lo que creía. Pero de la diferencia nace la rareza y lo valioso siempre es escaso, por que si abundase no lo sería. Podría ser hermoso pero común, y desde luego nunca emocionante. Porque la emoción nace de la sorpresa, del instante que es distinto a todos y es mejor. Solo por eso lo raro debería ser valorado, por que apota algo distinto. Pero si además porta cualidades extraordinarias, como el diamente, la piel negra o la orquídea habrá de juzgarse como doblemente valioso si es que hay justicia. Mi amiga es hermosa, pero también terca, no me cree cuando al mostrarme sus fotos le digo que es como un junco y una pantera, flexible, fuerte, inquietante. Y si se trata de juzgar por la belleza interior, que ser mejor dotado para mostrarla que una mujer negra, que están excepcionalmente dotadas para expresar lo que sienten, con exactitid y generosidad, con sinceridad y de forma siempre sorprendente. Emotiva por tanto.

(Para la mamá más hermosa de mi TL)

1 comentario:

  1. Hola!!!!!
    Como siempre precioso lo que escribes... solo espero que con ello consigas que ese patito feo se de cuenta que posee la mejor de las bellezas... la interior, esa que tu sin duda has visto en ella y la sirva para que esa belleza se refleje en su exterior y resplandezca como cisne...
    Un beso amigo y un gran abrazo a ese bello ave del paraiso.

    ResponderEliminar