lunes, 28 de agosto de 2017

Retorno al Prado (16) - El Prado en el exilio (7) – El Camerino de Alabastro (1) - "El Festín de los dioses" de Giovanni Bellini





Retorno al Prado (16) - El Prado en el exilio (7) – El Camerino de Alabastro (1) - "El Festín de los dioses" de Giovanni Bellini

El Camerino de Alabastro es uno de esos topónimos que al escucharlos prenden en los oídos e inflaman la imaginación, antes incluso de saber de qué se trata, de recabar los primeros datos sobre su fantástica génesis y la razón de su existencia. Su crepitante denominación obedece a los relieves que decoraban sus paredes desde casi el mismo momento de su creación, de que se tomara la decisión de convertirla en un gabinete de arte. Esculturas de temas mitológicos realizadas por el escultor del renacimiento veneciano Antonio Lombardo y que hoy custodia en su práctica totalidad, hasta un total de 28, el Museo del Hermitage de San Petersburgo, aumentando más si cabe la sorprendente dispersión del conjunto de obras maestras del arte que adornaban la mítica estancia y que una vez formaron parte de un mismo todo que se suponía indivisible, frases de un mismo discurso artístico, moral y filosófico.

El germen del Camerino de Alabastro muy probablemente residiese en el deseo de Alfonso I de Este, duque de Ferrara, de emular a su hermana Isabel de Este, que había sabido dotar a la corte de Mantua de un notable contenido artístico. Tenía fama Alfonso I de ser un hombre tosco y violento, quizás por andar siempre liado en campañas militares, por ser aficionado a encerrarse en su taller para armar cachivaches y ser un experto metalúrgico, ducho en la construcción de cañones. Era el signo de los tiempos en la Italia de la época, donde el señor de cada reducto feudal, si no ambicionaba el dominio del vecino debía al menos prevenirse contra los deseos predatorios de éste, cuando no ambas cosas a la vez. Y la artillería era altamente disuasoria para los adversarios con malas intenciones. Tiziano le retrata cuando ya era uno de sus principales clientes, y lo hace marcando los rasgos psicológicos que acabamos de mencionar: Mirada fiera, con una mano en el pomo de la espada y la otra apoyada en la boca de una bombarda. Juan Antonio Gaya Nuño incluye el lienzo en su catálogo de “Pintura europea perdida por España”, donde indica que se trata de una obra datable hacia 1523-25; Que de su valía daba prueba el haber sido vista y admirada por Miguel Ángel hacia 1529, cuando visitó el ducado de Ferrera; Que el propio retratado se la regaló al emperador Carlos V utilizando como intermediario para la gestión al embajador Cobos, llegando a España en 1533. Consta su presencia en el Alcázar de Madrid al menos hasta 1686, por aparecer en los sucesivos inventarios de pinturas del palacio realizados ese año y 20 años antes. A partir de la última de las fechas se pierde su rastro documental. Gaya Nuño indica en la ficha dedicada al cuadro que volvió a reaparecer en 1927 en la colección de la Condesa de Dijón, momento en que es adquirido a su dueña por el Metropolitan Museum de Nueva York. Ya me estaba pensando seriamente incluirlo en esta serie de “El Prado en el exilio”. Parecía un buen candidato. Sin embargo, estudios realizados con posterioridad a la edición del libro de Gaya Nuño han establecido que el cuadro de Nueva York es una copia de un autor flamenco desconocido, no el original de Tiziano, que muy probablemente se perdiera en el incendio del Alcázar de Madrid ocurrido en 1634. El propio Gaya Nuño da la pista correcta para establecer la identidad del autor del cuadro neoyorquino al indicar que durante su estancia madrileña el original de Tiziano fue copiado por Rubens.


“Retrato de Alfonso I de Este” de Pedro Pablo Rubens
(copia de Tiziano Vecellio) (Metropolitan Museum de Nueva York)


Isabel de Este contaba en su palacio ducal de Mantua, el Castillo San Giorgio, con un estudiolo, una estancia llena de tesoros artísticos. Un estudiolo era un espacio de acceso restringido, solo al alcance de unos pocos, pensado para favorecer la introspección y la meditación sobre los grandes temas al amparo de la soledad o de una compañía exigua pero selecta, al tiempo que ofrecía a esos pocos escogidos que podían franquear sus puertas y acceder al sancta sanctorum señorial una imagen intelectual del anfitrión, en este caso anfitriona. Gran mecenas de las artes, Isabel fue protectora, entre otros artistas, de Andrea Mantegna, Rafael Sanzio y Giulio Romano. Trato de incluir en su séquito al propio Leonardo da Vinci, al que encargo un retrato que nunca progresó más allá de un dibujo preparatorio, y que hoy puede admirarse en el Museo del Louvre. El elenco de autores que estaban representados en su estudiolo impresiona ya a media lista y apabulla cuando se completa. En el destacan el ya mencionado Andrea Mantegna, así como Perugino y Corregio. Boticelli y el elusivo Da Vinci fueron tentados también, pero su participación nunca llegó a materializarse.



Dibujo preparatorio para un retrato de Isabel de Este,
por Leonardo Da Vinci (Museo del Louvre)


Pero su hermana no solo sirvió a Alfonso como inspiración, también supuso un gran apoyo logístico, pues fueron muchas las sugerencias que recibió de ella y de los intelectuales que nutrían su séquito. Como Baltasar de Castiglione, a cuyo modelo de ciudadano, esbozado en su obra “El cortesano”, quería parecerse Alfonso I de Este. O Mario Equicola, auténtica alma mater del Camerino de Alabastro, su principal guionista, por así decir.

El Camerino de Alabastro era una de las estancias de la galería conocida como Vía Coperta, que en su traducción literal significa camino cubierto, y que unía la antigua fortaleza ferraresa de la familia Este, también conocida como Castillo de San Michelle, con un palacio adyacente, y que hoy constituye el Palazzo Municipale. La familia Este tuvo su origen en la ciudad de la que tomo prestado el nombre, situada al suroeste de Padua. Se asentó en Ferrara en el siglo XIII. En el siglo XV, los hermanos Lionello y Borso de Este, ambos duques de Ferrara en su momento, sucediendo el segundo al primero, dieron un gran esplendor a la corte ducal, ejerciendo el mecenazgo de algunos de los grandes pintores del momento, como Pietro de la Francesca y Rogier van der Weyden. Será el hijo y sucesor de Borso y el padre y predecesor de Alfonso, Hércules de Este, quien construya la Vía Coperta, para que conformen sus estancias privadas.

En puridad, el estudiolo que nos ocupa era en realidad el segundo camerino de alabastro, pues existía uno anterior, también decorado con obras de Antonio Lombardo. En la Vía Coperta Alfonso I de Este exhibía su abundante colección de arte, plagada de obras de cerámica, piezas arqueológicas, pinturas, y hasta ingenios científicos. Para el Camerino de Alabastro, Alfonso I de Este tenía pensado crear una serie de pinturas de tema mitológico en un intento de emular el arte de la pintura en la época clásica, esto es, en los tiempos de griegos y romanos. La elección de los temas se basó en dos vías distintas, aunque solapadas. Por un lado, textos de poetas clásicos, como Cátulo y Ovidio. Por otro, descripciones de pinturas clásicas realizadas por escritores contemporáneos de las obras artísticas, como es el caso de Filostrato El Viejo. Cómo no se tenía conocimiento de la existencia de obras pictóricas que hubiesen sobrevivido a los avatares del tiempo, el escaso conocimiento que se tenía entonces, y aun ahora, de la pintura grecorromana, estaba basada en las no muy abundantes descripciones literarias, generalmente poco concretas, de algunos autores clásicos. Son las conocidas como écfrasis. El duque tenía además intención de abrir el abanico de autores lo máximo posible en cuanto a nombres y escuelas diferentes aunque, como ya veremos, este deseo se vio finalmente truncado. Los pintores en un principio seleccionados fueron el veneciano Giovanni Bellini, el florentino Fray Bartolomeo, el romano Rafael Sanzio, el ferrarés Dosso Dossi, perteneciente a su propia corte, y Peregrino de san Daniele, todos ellos en la cumbre de sus respectivas carreras. Al primero ni siquiera hubo de hacerle encargo alguno, pues ya contaba en su colección con una obra suya que se ajustaba al proyecto expositivo pensado para el camerino: “El festín de los dioses”, una obra que suele fecharse en 1514, una de las últimas de su autor, y cuya narrativa se basaba en pasajes de los poemas “Fastos” y “Metamorfosis” de Ovidio. A Fray Bartolomeo le encargó una “Ofrenda a Venus”, que debía de basarse en la écfrasis “Imágenes”, de Filostrato el Viejo. A Rafael Sanzio le propuso una obra que ilustrase el triunfo de Baco en su campaña de conquista de la India. Finalmente, a Dosso Dossi y Peregrino de san Daniele les encargó sendas bacanales, esto es, fiestas dedicadas al dios Baco, personaje que constituía el eje de giro de todo el conjunto.

Ese era en líneas generales el plan inicial del proyecto pictórico para la decoración del Camerino de Alabastro en el momento de su concepción a principios de 1517. Pero el hombre propone y Dios dispone, incluso si uno es duque, esto es, el hombre más importante del burgo y la campiña adyacente. Apenas unos meses después de empezar a rodar todo el asunto, Fray Bartolomeo moría a la no muy excesiva edad de 45 años. Dejó al menos un dibujo preparatorio, que uno de sus discípulos trasladó al lienzo, aunque el resultado no fue del agrado del duque. Otro tanto ocurrió con Rafael Sanzio, que moría repentinamente en 1520, sin siquiera dejar vestigios de su trabajo en su caso, si es que llegó a comenzarlo.

Algo más de un año después de iniciarse, en 1518, Tiziano Vecellio irrumpe con fuerza en la ejecución del proyecto pictórico del Camerino de Alabastro que parecía haberse estancado. La razón es fácil de explicar. Ya había realizado trabajos para la familia Este, a satisfacción de sus clientes, y, además, se trataba de un alumno aventajado del propio Giovanni Bellini, cuyo grado de maestría y fama empezaban a superar a los de su maestro, a pesar de su juventud. Alfonso de Este acepta que Tiziano se haga cargo del cometido de Fra Bartolomeo y tan solo un año después recibe una “Ofrenda a Venus” cuyo alcance parece incluso superar las expectativas depositadas en el pintor al que sustituye. Así, tras la muerte de Rafael Sanzio se hace cargo también de su cometido, finalizando el tercer cuadro de la serie, titulado “Baco y Ariadna”, en 1522. Completamente dueño ya de la serie, en 1526 la completa con el mejor cuadro de toda ella: “La bacanal de los andrios”. No contento con esto retoca el cuadro de su maestro Giovanni Bellini para homogeneizar la obra dentro del conjunto e introducir algunos elementos que la expliquen mejor dentro del proyecto global.

Hay quien ve en “El festín de los dioses” una celebración de los segundos esponsales de Alfonso I de Este. Nada menos que con la celebérrima Lucrecia Borgia. Propuesta que vendría corroborada por los supuestos retratos de los dos contrayentes, que serían los dos personajes sentados en el suelo en el centro del grupo: el personaje con túnica verde caracterizado como el dios Poseidón -al que puede identificarse por tener junto a sí el tridente del rey de los océanos-, y que sería un retrato del propio Alfonso I de Este, así como la mujer situada a su izquierda, vestida con una túnica rosa, caracterizada como la diosa Perséfone -a la que puede identificarse por portar en su mano derecha una granada-, y que sería un retrato más o menos idealizado de Lucrecia Borgia.


“El festín de los dioses” (detalle: Alfonso de Este y Lucrecia Borgia) de Giovanni Bellini
(National Gallery de Washington)


Si se observan los retratos identificados que aún se conservan de la hija del papa Alejandro VI, si puede apreciarse cierto parecido entre el personaje de Perséfone del festín y la idea que nos ha legado el arte acerca de cómo era el rostro de Lucrecia, en especial en la forma del óvalo facial y la geometría de la barbilla, muy redondeada, poco conspicua, con una atisbo de papada incluso. Así, la Lucrecia retratada por el pintor veneciano Bartolomeo Veneto en el óleo que se conserva en el Städel Museum de Frankfurt, tiene la misma barbilla que la mujer de rosa pintada por Bellini en su bacanal olímpica. Se trata de un retrato realmente atrevido, que hace honor a la fama literaria del personaje. Su atuendo marcaría tendencia en las pasarelas de la moda actuales, donde hacen furor las transparencias y los senos que emergen de las profundidades de la tela hasta la superficie de nuestra mirada indiscreta.


Posible Lucrecia Borgia de Bartolomeo Veneto (Städel Museum, Frankfurt)


El festín de los dioses” de Giovanni Bellini ilustra un pasaje concreto del poema “Fastos” de Publio Ovidio Nasón, poeta romano del siglo I después de Cristo. La obra es un compendio de las distintas fiestas que el pueblo romano celebraba a lo largo del año, explicando de cada una de ellas su origen, razón de su nombre, significado y principales características, alternando esta información con documentación varia sobre otros temas: Historia de Roma, usos y costumbres, anecdotario mitológico y miscelánea de Astronomía, aunque sobre este último asunto andaba algo pez. Eso opina Bartolomé Segura Ramos, el traductor de la edición de la obra de la Editorial Gredos en la que me he apoyado. Y debe ser así porque dato que da Ovidio sobre la salida de un astro al firmamento nocturno, dato que desmiente el profesor Segura Ramos.

Ovidio tenía en mente escribir un libro para cada uno de los meses del año, pero su plan se frustró al ser desterrado en el año 8 después de Cristo por el emperador Octavio Augusto a los confines del imperio. Llevaba escritos seis libros, de enero a junio, cuando fue repudiado por el emperador por causas que han constituido desde entonces un gran misterio. Aunque es fácil entender que la desvergüenza del poeta, su estilo procaz y deslenguado, debía de serle ingrato a Augusto, un defensor a ultranza de la moral y la vida familiar. Se dice, aunque es una teoría novelera, que en la razón del destierro estuvo involucrada la hija del emperador, Julia la Mayor. Mujer lasciva de vida licenciosa, también acabaría siendo desterrada, en su caso a Pandataria, una minúscula isla del Mar Egeo cuya extensión apenas alcanza los 1,75 metros cuadrados. Allí vivía en condiciones espartanas -nada de vino, había ordenado su padre- y sin la posibilidad de ser visitada por nadie. ¿Qué había motivado el destierro de ambos? ¿Había llegado a intimar Ovidio con Julia? ¿Se mezclaban las cuestiones de alcoba con asuntos de política? ¿Conocía tal vez Ovidio secretos desvelados por Julia que debían de ser enterrados a toda costa? Dedicarse a la literatura no es precisamente la mejor garantía de aceptar mansamente el silencio. Más si se tiene fama de díscolo y lenguaraz. Pero, pensemos un poco, si de forma tan cruel podía llegar a comportarse Augusto con su propia hija, y todo por su extremo puritanismo, casi se entiende el destierro de Ovidio con solo leer sus textos, sin necesidad de acudir a explicaciones exóticas. Augusto había promulgado una ley específica en contra del adulterio, la Lex Iulia de adulteris coercendis, un delito, según esta ley, del que Ovidio era un ferviente defensor. Dos de sus primeras obras, “Amores” y “Arte de amar”, son en cierta medida manuales para cometerlo con el mejor de los provechos. Tiene guasa que Augusto pusiese a la Ley el nombre de su propia hija.

Recluido en la rústica Tomos, una ciudad de la costa del Mar Negro, la actual Costanza en Rumanía, Ovidio dejó de tener acceso a bibliotecas, que imagino fundamentales para sus obras, en especial para “Fastos”. Seis libros de la obra llevaba escritos cuando fue repudiado y ya no hubo más progresos. Nunca llegó a acometer el libro séptimo. Ninguna de las misivas con súplicas para el perdón hicieron melló en la férrea voluntad de Augusto. Su nieta, Julia la Menor, quien había heredado el “carácter” de su madre, sería la siguiente víctima de su celo moral. También ella tuvo que tomar rumbo a Pandataria. El haber sido relegado -que no desterrado, porque no se le llegaron a confiscar sus bienes, aunque su familia no pudiera seguirle- a una ciudad habitada, por mucho que fuera en la frontera de la civilización, con los bárbaros acechando al otro lado de las empalizadas, casi parece un castigo liviano si lo comparamos con el de ambas Julias. Allí Ovidio pudo seguir ejerciendo la escritura, eso sí, con tintes mucho menos alegres que sus obras precedentes. “Tristezas” y “Cartas desde el Mar Negro” serían sus principales obras en aquellos años, en las que exponía y reiteraba machaconamente sus penas de exiliado. Hasta escribió un tratado sobre los bárbaros que poblaban aquellos parajes, los getas. Y siguió porfiando para que le fuera conmutada la pena. Sin suerte. Tampoco el sucesor de Augusto, Tiberio, tuvo a bien perdonarlo. Añadiré un dato más, solo por el placer de alimentar la teoría de la conspiración en el lector y, quizá, inducirlo a leer sobre el tema: Tiberio había estado casado con Julia. Pero, seamos justos, este matrimonio le fue impuesto por su predecesor con el objetivo de unir a la familia -Tiberio era hijo de la esposa de Augusto, Livia, una harpía de manual, con la que se casó estando ella embarazada de un marido al que probablemente diera matarile-. El único amor de Tiberio fue su primera esposa: Vipsania. Que le obligaran a divorciarse de ella para casarse con la alegre Julia le convirtió a la larga en uno de los amargados egregios de la historia. Cualquiera que haya leído “Yo, Claudio”, de Robert Graves, o visto su adaptación televisiva, una de las perlas más brillantes en la historia de la BBC, lo sabe.

El pasaje de “Fastos” que nos interesa corresponde a un epígrafe del Libro I, es decir, del mes de enero, denominado “Víctimas”. En el Ovidio repasa diferentes tipos de animales que son sacrificados en fiestas, y tras varios ejemplos, explica por qué se sacrifica un asno en las festividades dedicadas en honor a Príapo, y por qué tal acción es del agrado del dios. El pasaje en cuestión es el que se extracta a continuación:

“[...] También se sacrifica un asnillo para el envarado guardián del campo; el motivo desde luego da pudor, pero con todo es apropiado al dios. Grecia celebraba las fiestas de Baco, el que lleva los pámpanos, que cada tres inviernos vuelven en la época acostumbrada. A las mismas vinieron también los dioses que adornan a Lieo, y quienquiera que no fuese ajeno a las chanzas: los Panes y los jóvenes Sátiros, proclives a Venus, y las diosas que habitan los ríos y los campos solitarios. Llegó también el viejo Sileno en su asno de lomo hundido y aquel colorado que espanta con su miembro a los pájaros asustadizos. Todos ellos hallaron un bosque adecuado para el dulce festín y se acomodaron en asientos, vestidos de muelle hierba. Líber repartía el vino, cada cual se había traído su corona, un arroyo suministraba abundante agua para mezclar. Presentes estaban las Náyades; unas, con el pelo suelto sin hacer uso del peine, otras, con el pelo arreglado por las manos y por el arte. Ésta sirve con la túnica recogida por encima de las pantorrillas, la otra con escote en el pecho por no haberse cosido los pliegues. Ésta deja fuera el hombro, aquélla lleva su vestido rozagante por las hierbas; ningún lazo embaraza sus tiernos pies. De un lado, las unas provocan amables volcanes en los sátiros, las otras en ti, el que llevas las sienes ceñidas de pino. A ti también, Sileno, de pasión inextinguible, te abrasan: tu lujuria es la que no te deja ser viejo. Por su parte el colorado Príapo, ornato y tutela de los jardines, de todas ellas, se había dejado cautivar por Lótida: ésta ansía, a ésta desea, por ella solo suspira y le hace señales con la cabeza y la requiere con signos. Las guapas son desdeñosas y la arrogancia acompaña a la belleza: después de reírse de él le lanza miradas de desprecio. Era de noche, y como el vino provoca el sueño, todos estaban echados en distintos lugares, vencidos por la modorra. Lotis, cansada como estaba de brincar, se echó a descansar muy lejos en el suelo herboso, debajo de las ramas de un arce. Se levanta su enamorado y conteniendo el aliento dirige sus pasos furtivos y silenciosos, caminando de puntillas. Cuando llegó al lecho apartado de la nívea ninfa, se cuida de que no suene el aliento mismo de su propia respiración. Y ya se balanceaba sobre sus pies en la hierba limítrofe, pero ella era presa de un sueño profundo. Experimenta el goce y quitándole la saya de las piernas, se encamina a lograr sus deseos por camino bienaventurado. He aquí que el asnillo, porteador de Sileno, se puso a lanzar intempestivos rebuznos de su ronca boca. La ninfa se levanta asustada y aparta a Príapo con las manos, y al huir despierta a todo el bosque. Y el dios, excesivamente preparado también con sus partes obscenas, era la risa de todos a la luz de la Luna. El causante del griterío pagó su castigo con la muerte, y ésta es la víctima grata para el dios del Helesponto [...]”.


Resolvamos las dudas que ofrece el texto:

El envarado guardián del campo es Príapo, dios menor que encarnaba la fertilidad de la naturaleza, su capacidad regeneradora, y que era protector de los animales de granja, incluyendo las abejas, así como de los productos de huerta. Cuando Ovidio dice envarado quiere decir empalmado. Tal cual. Príapo era nominalmente hijo de Dioniso y Afrodita. Ésta última habría cedido al acoso sentimental del dios del vino pero, despechada por haberse visto abandonada por él durante su expedición para la conquista de la India, le habría sido infiel con Adonis, su favorito, quien sería su verdadero padre según algunas versiones del mito. Recordemos que Venus era una mujer casada, concretamente con Vulcano, así que se habría tratado de una infidelidad dentro de otra, al modo de las muñecas rusas. Tras el retorno triunfal de Dioniso volvió en un principio con él, pero al poco tiempo le abandonó de nuevo, yendo a parir al hijo de ambos a Lampsaco. Hera, decepcionada con el comportamiento errático y caprichoso de su hija, la castigo con la ignominia de alumbrar un hijo monstruoso y grotesco. Siendo ella como era la más hermosa de las diosas, la personificación de la belleza y la elegancia, no se nos ocurre peor castigo. En efecto, Príapo nació con unos genitales desmesurados y con la particularidad de que su falo estaba siempre inhiesto. Por esa razón se denomina priapismo al mal que consiste en una perpetua erección, que quien la padece no es capaz de relajar. Tampoco es que Príapo lo procurara en exceso.

Leio es uno de los nombres de Príapo. Los dioses que adornan a Leio, aquí en su calidad de guardián del campo, serían aquellos relacionados con la naturaleza, ninfas, silenos y sátiros.

Ovidio utiliza el plural de Pan, Panes, y probablemente se refiera a los faunos, seres mitad hombres mitad machos cabríos, parecidos a los sátiros, porque Pan es un dios concreto no un tipo de divinidad. Fauno era un dios de la mitología local italiana, que se identificó con Pan dada la similitud física, aunque su importancia en la narrativa mitológica romana es mucho mayor que la de su equivalente griego en la helena.

Líber es otro nombre que a veces se da al dios Baco, es decir, a Dioniso. Era hijo de Zeus y de Semele, princesa de Tebas. Semele era hija del rey Cadmo y de Harmonía, a su vez hija de Zeus en algunas versiones del mito, habiendo heredado una singular belleza suponemos que de su madre, que captó la atención del rey del Olimpo. Así, a bote pronto, no recuerdo que Zeus tuviera amoríos con ninguna de sus hijas, pero parece ser que no tenía remilgos en saltarse una generación y procrear con sus nietas. El flirt de Zeus con la princesa tebana despertó los celos de Hera, cuyos cuernos ya sabemos que fueron la fuerza motriz de buena parte de la mitología grecorromana. Para vengarse de Semele -los castigos eran siempre para ellas y su descendencia, nunca para el verdadero culpable, esto es, su marido- se hizo pasar por una de las nodrizas de palacio, se le acercó zalamera y conciliadora y tras entablar conversación, más bien cotilleo, le hizo dudar de que el niño que llevaba en las entrañas fuera el hijo de un dios. Le incitó a exigir a Zeus pruebas de su carácter divino. Le dijo además, fingiendo picardía donde solo había mala baba, que fornicar con él cuando estaba en su manifestación divina, con todo su aparato, procuraba a la mujer mucho mayor placer que cuando estaba en su encarnación humana. Con el fin de poder eliminar las dudas de Semele y, de paso, satisfacer su curiosidad y apetito sexual, Zeus se le apareció en forma de rayos y relámpagos, todo esplendor y ardor carnal, pero con tal mala suerte o falta de cálculo que abrasó a la muchacha durante el coito, convirtiéndola en una bola incandescente de fuego que al apagarse se transformó en un montón de cenizas. Ante tal desastre y, con la intención de salvar de todo aquello lo máximo posible, extrajo del vientre de Semele aun humeante el feto de su hijo y lo prendió en uno de sus muslos para que se alimentase de su propia esencia. Hizo las veces de incubadora. Por eso la mitología se refiere en muchas ocasiones a Dioniso como el nacido dos veces. En el momento que juzgó pertinente el alumbramiento, cuando el feto estuvo ya completamente formado, lo desprendió de su cuerpo. Pero el miedo a Hera, y es comprensible que lo tuviera, le impidió atreverse a criarlo el mismo. Se lo confió a Hermes -Mercurio para los romanos-, otro de sus hijos, también presente en la foto del banquete de boda, para que lo condujese al legendario país de Nisa, situado en Caria, en la actual Turquía, y lo pusiese bajo la custodia de las ninfas que allí moraban, oculto a los ojos de Hera en una recóndita gruta, cuyas paredes estaban cubiertas de parras. Allí vivió Baco una infancia feliz en compañía solo de las ninfas, faunos y sátiros del bosque, que moldearon en él un carácter despreocupado y propenso a búsqueda siempre el lado lúdico de la vida. Un día recogió dos racimos de uvas de las paredes de la gruta, una con cada mano, y los exprimió apretando los puños, recogiendo el jugo que escurría entre sus dedos en una copa. Cuando bebió el zumo rojizo sintió una placentera embriaguez y como aumentaba su potencia divina. Tan feliz descubrimiento consideró que debía de ser compartido con los hombres. Y a esta empresa dedicó el resto de su existencia, recorriendo el mundo al frente de un ejército de ninfas, sátiros y faunos, siempre de juerga y en perpetuo avance, como una fuerza conquistadora imparable pero no beligerante.



Júpiter y Semele” de Sebastiano Ricci (Galeria degli Uffizi, Florencia)


Las Náyades eran las ninfas relacionadas con el agua, como arroyos, ríos y lagos, en contraposición con otros tipos de diosas locales, como las Hamadríadas, que eran las ninfas de los bosques, o las Oréadas, que eran las ninfas de las montañas. En todo caso, nunca existió una clasificación medianamente aceptable de los tipos de ninfas mencionadas en la mitología. En este asunto todo el monte era orégano y las imprecisiones estaban a la orden del día.

El que lleva las sienes ceñidas de pino no es otro que el dios Pan. Se solía atribuir su paternidad a Hermes, que lo habría concebido junto con Dríope, la hija de un héroe tracio de nombre desconocido. Cuando su madre lo dio a luz, con patas de macho cabrío, cuernos y vello en la cara, es normal que se espantase y no quisiese saber nada de él. Sin embargo, Hermes estaba encantado con su retoño, y se lo llevó al Olimpo envuelto en pieles de liebres montaraces para mostrárselo al resto de los dioses mayores.

Pan compartía con los sátiros su afición al sexo, no tanto al vino. Se dedicaba incansable a perseguir a cuantas ninfas se cruzaban con él en la campiña. La mayor parte de las historias relacionadas con él se refieren a sus desengaños amorosos, porque tuvo escasa fortuna en esas lides. La historia más conocida a ese respecto es la que le une a la ninfa Siringue, una hemadríade, es decir, una ninfa de los bosques. Pan se enamoró de ella y también le fue esquiva, aunque en este caso no se trataba tanto de él como de las ideas que tenía la ninfa, que había hecho voto de castidad para vivir como una cazadora virgen, al modo de Artemis. Un día Pan la persiguió con denuedo hasta lograr acorralarla en la ribera del Ladón, un río del mítico territorio de la Arcadia. Viéndose acorralada la ninfa pidió socorro a la náyade local, que atendió su súplica y la transformó en un haz de cañas fluviales. La metamorfosis logró despistar a Pan, que se quedó silencioso en la orilla. En eso que el viento sopló filtrándose entre las cañas, causando un sonido muy agradable que emocionó a Pan y le inspiró la creación de un nuevo tipo de instrumento, la flauta de pan o siringa, que fabricó cortando las cañas en trozos de diferente longitud y uniéndolos entre sí.

Pan está asociado también con los pinos como divinidad que era de las colinas boscosas elevadas y se decía que le gustaba coronarse con guirnaldas de pino, de ahí la referencia de Ovidio. Un día se enamoró de la ninfa Pitis (que significa pino en griego), que también le fue esquiva. Tras perseguirla por una zona accidentada la muchacha acabó despeñándose por un barranco y convirtiéndose en el primer pino.

Lotis era una ninfa, probablemente una náyede, de filación desconocida, que fue sacada del total anonimato por Ovidio al mencionarla en dos de sus obras: “Metamorfosis” y “Fastos”. Su único papel dentro de la mitología es la de ser una fugitiva de los amores de Príapo, cuyo acoso sexual trata de eludir hasta las últimas consecuencias.

En la ausencia del padre verdadero, aunque tampoco es que veamos a Zeus cambiando pañales, Sileno se convirtió en una especie de padre adoptivo para Dioniso, en un tutor al menos.

El culto a Príapo había nacido en las orillas del Mar Negro, extendiéndose luego a toda Grecia. Él es, por tanto, el dios del Helesponto.

Resumiendo: El bueno de Príapo se había enamorado de la ninfa Lotis. La perseguía sin descanso tratando de hacerla suya, pero siempre era rechazado por ella. Un día, durante una fiesta que tenía reunidos a parte de la plana mayor del Olimpo, se aprovechó de la embriaguez del objeto de su deseo, que dormitaba tumbada en el suelo cuan larga era, con la cabeza apoyada en la base del tronco de un árbol, un arce nos dice Ovidio, para tratar de violarla. Refinamientos pocos en estas historias mitológicas. Dícese que el burro de Sileno, uno de los asistentes a la francachela, tuvo el don de la oportunidad, y lanzó un sonoro rebuzno en ese mismo momento, sobresaltando a Lotis, que se despertó de golpe, se hizo cargo instantáneamente de la situación y del peligro que se le avecinaba, se levantó del suelo y, tras propinar un sonoro sopapo a su agresor sexual, puso pies en polvorosa. El que más y el que menos del resto de la comandita, a la que podemos ver en el cuadro de Bellini, acabó por desperezarse de los sopores del vino a cuya ingesta llevaban dedicando toda la tarde, bien por el rebuzno del asno, bien con la cachetada en la mejilla de Príapo, dedicándose a partir de entonces todos ellos a hacer chanzas al burlador burlado. Desde entonces Príapo manifestó un odio atroz por los burros, razón por la cual le era grato que le fuesen sacrificados el día de su celebración. Lotis, por su parte, llegó un momento en que no pudo aguantar más el asedio de Príapo.


El festín de los dioses” (detalle: Príapo acecha a Lotis) de Giovanni Bellini
(National Gallery de Washington)


En algunos textos he leído que el cuadro de Bellini retrata directamente la festividad de Príapo. Pero con esta interpretación se incurre en una paradoja: El asno delator y el asno sacrificial serían el mismo, lo cual es un contradiós. Además, no creo yo que Sileno estuviera dispuesto a volver a casa caminando. Más bien diríamos, por tener más lógica, que la fiesta que se representa en el cuadro es en honor a algún otro dios del panteón romano y que, durante ella, tendría lugar el suceso de marras que procuraría, ya para posteriores fechas, una víctima propiciatoria en las festividades en honor a Príapo.

Por otro lado, como ya hemos dicho, hay quien ve en este cuadro una conmemoración de la boda de Alfonso I de Este y Lucrecia Borgia. Se trataría de algo así como de una fotografía de grupo con los invitados al banquete nupcial, todos ellos disfrazados de dioses. Éstos son fácilmente identificables en casi todos los casos, pues Bellini estuvo atento a la iconografía y deja detalles que permiten reconocerlos. En el centro, sentado en una fila intermedia hay un tipo que bebe absorto, con la mirada extraviada en el infinito, con dos detalles que permiten identificarle con Zeus -Júpiter para los romanos-: La corona de laurel que porta en su cabeza y, más claro aun, el águila que hay posada a su lado. Inicio el recorrido por él porque Zeus pasa por ser el padre de media humanidad y media divinidad, habiendo engendrado la mayoría de sus vástagos, para mayor proeza, con madres diferentes.


El festín de los dioses” (detalle: Zeus junto al águila que lo simboliza) de Giovanni Bellini
(National Gallery de Washington)


Sigamos. A la izquierda del grupo hay un niño que llena una jarra con vino valiéndose del chorro que surge de una barrica. Ya lo dice Ovidio: “Líber repartía el vino”. Lleva en la cabeza a modo de corona una guirnalda hecha con hojas de parra. Se trata de una representación infantil de Dioniso. Es el personaje capital en la serie pictórica del Camerino de Alabastro.


El festín de los dioses” (detalle: Dioniso rellenando una jarra) de Giovanni Bellini

(National Gallery de Washington)


El jefe de todos los sátiros, Sileno, es el personaje situado a la derecha del asno, con una mano descansando sobre el lomo del animal, que va a convertirse en uno de los protagonistas de la historia narrada por Bellini, es decir, por Ovidio.


El festín de los dioses” (detalle: Sileno y su burro) de Giovanni Bellini
(National Gallery de Washington)


También podemos ver a Hermes -Mercurio para los romanos-, sentado en primer plano, a la izquierda de la imagen, entre Dioniso, su medio hermano, y Zeus. Es claramente identificable gracias a tres atributos: sus sandalias y casco alados, así como la vara de oro, el caduceo, rematado en su extremo superior con dos serpientes, enroscadas cada una en torno a la otra.


El festín de los dioses” (detalle: Hermes portando el caduceo) de Giovanni Bellini
(National Gallery de Washington)


Hermes era hijo de Zeus y de Maya, una de las siete Pléyades. Las Pléyades eran las ninfas del cortejo de Artemis, todas ellas intrépidas cazadoras, que habían pronunciado un voto de castidad, como su líder. Hijas del titán Atlas y la ninfa marina Pléyone, todas ellas eran extremadamente hermosas, por lo que eran constantemente cortejadas por dioses, semidioses y hombres, no siempre haciendo éstos gala de sus mejores modales, lo que es un eufemismo de que algunas de ellas hubieron de sufrir violaciones para que pudieran gestar un linaje de héroes. La fuerza de su padre, bajo cuya protección estaban, supuso un freno a todo esto durante un tiempo, pero cuando fue condenado a sostener eternamente sobre sus hombros el mundo en el que vivimos, quedaron totalmente desprotegidas. El cazador Orión se enamoró de todas ellas, eso sí que es avaricia, un día que las vio paseando en compañía de su madre. Se inició en ese momento una caza humana incesante que se prolongó durante un lustro, hasta que las Pléyades, exhaustas por la constante huida, suplicaron a Zeus una solución. Éste se apiadó de ellas y las transformó en estrellas, situándolas dentro del firmamento nocturno en la constelación de Tauro. Las Pléyades son un cúmulo estelar, lo que los astrónomos denominan un paritorio de estrellas, una inmensa masa de gas y polvo estelar que al colapsar genera estrellas, extremadamente jóvenes y calientes y, por tanto, muy brillantes, de coloración azul. Está claro, Astronomía y Mitología están en esto de acuerdo, que las hermanas estaban destinadas a parir de forma torrencial a pesar de que hubieran optado por la virginidad. En un alarde de justicia poética por parte del destino, fue Artemis quien vengó su suerte dando muerte por accidente a Orión. La culpabilidad la hizo solicitar a su padre que enmendase su error de alguna manera, y Zeus que en algunas ocasiones no sabemos si es demasiado tonto o demasiado listo, arrojó también a Orión hacia el cielo nocturno, donde ahora proseguirá la caza humana hasta que el Universo recule en su expansión e inicie la contracción, camino del Big Crunch, con el que algunos cosmólogos vaticinan que acabará todo.


Cúmulo estelar de las Pléyades en la constelación de Tauro


El caso es que Zeus no se privó tampoco de “catar” a las Pléyades. Para que nos hagamos una idea, fornicó con tres de ellas, lo que nos da quizá un porcentaje representativo del número de mujeres del elenco mitológico que pasaron por su tálamo. Siguiendo la tradición, Maya parió a su hijo Hermes en un lugar apartado para escapar de la ira de Hera, en una gruta situada junto al monte Cilene, en la Arcadia. El niño dio muestras de una precocidad sin límites. Al poco de nacer escapó de la cuna para recorrer el mundo. Hablamos de horas no de días. A media mañana encontró una tortuga y se fabricó una lira con su caparazón, inventando de paso el instrumento. Por la noche de ese mismo día estaba en Pieria, el chico se movía deprisa, donde estaban situados los establos del Olimpo. Agarró cincuenta terneras por el rabo y las arrastro todo lo lejos que pudo. Apolo, el encargado de su cuidado, el vaquero celestial, salió en su busca y cuando encontró a su medio hermano este le mintió descaradamente fingiendo no tener nada que ver con el robo. Hubo de interceder el padre de ambos para que el díscolo dios niño reconociese al fin su culpa. Para hacerse perdonar por Apolo le regaló la lira, mostrándole primero cual era su uso entonando una canción mientras se acompañaba con unos acordes del instrumento. A cambio recibió el caduceo de oro, que desde entonces es su distintivo.

A Hermes se le considera la personificación del viento. Rápido y veloz, las distancias no significan nada para él. Hay quien entiende la leyenda de las novillas como una forma poética de referirse a la forma en que el viento a menudo pastorea las nubes y las conduce lejos. Aunque dotado de una enorme energía y elocuencia, sin embargo, vemos a Hermes en el cuadro de Bellini tan exangüe y mudo como el resto de sus compañeros de borrachera. Los efectos devastadores de los vapores etílicos.

Como ya hemos indicado antes, inmediatamente a la derecha Hermes se encuentra Proserpina -Perséfone en la mitología romana-, otra hija de Zeus, habida esta vez de la coyunda con una de sus hermanas: Deméter -Ceres en el “santoral” romano-, que es la señora situada a la derecha de Poseidón/Alfonso de Este, identificable por la diadema de espigas que adorna su pelo, como diosa suprema de la agricultura. Zeus tuvo un affaire con ella antes de casarse con su hermana común Hera. Zeus dio su consentimiento a que Proserpina fuese raptada por su hermano Hades, el dios del inframundo, que había quedado prendado de sus encantos nada más verla. Está claro que Cupido no daba abasto en el Olimpo y parece mentira que tuviese dardos suficientes para tanto flechazo. Deméter entró en depresión al perder a su hija y para consolarla Zeus hubo de arbitrar una solución salomónica que contentase a todas las partes, permitiendo que Proserpina viviese el otoño y el invierno con su tío y el resto del año con su madre en el mundo exterior. La leyenda es la forma en que los antiguos explicaban el ciclo vegetativo de las plantas y las cosechas.


El festín de los dioses” (detalle: Proserpina con la granada en la mano) de Giovanni Bellini
(National Gallery de Washington)



El festín de los dioses” (detalle: Deméter con la guirnalda de espigas) de Giovanni Bellini
(National Gallery de Washington)


La foto familiar se completa con Apolo, al que podemos identificar por la lira que agarra en su mano izquierda, tal vez la misma, ¿por qué no?, que le regalara su hermano Hermes. Apolo era hijo de Zeus y Leto, quien también hubo de peregrinar por media Hélade hasta encontrar un lugar protegido de la mirada de Hera. Lo encontró en la isla de Delos. En el parto tuvo gemelos, siendo Artemis, la hermana de Apolo, la primera en nacer. Tan intrépida y precoz fue que ayudó a su madre a tener a su hermano, razón por la cual se la consideraba la diosa protectora de las parturientas.


El festín de los dioses” (detalle: Apolo agarrando una lira) de Giovanni Bellini
(National Gallery de Washington)


En la fiesta que representa Bellini se han reunido buena parte de la plana mayor del Olimpo. Pero a la fiesta que alude Ovidio han sido invitados solo “[…] los dioses que adornan a Lieo, y quienquiera que no fuese ajeno a las chanzas: los Panes y los jóvenes Sátiros, proclives a Venus, y las diosas que habitan los ríos y los campos solitarios. Llegó también el viejo Sileno […]”. En otras palabras, es una fiesta para dioses menores, para divinidades de la naturaleza. En otro pasaje de “Fastos”, concretamente en los epígrafes “La fiesta del pan” y “Príapo y Vesta” del libro VI, correspondientes al 9 de junio, Ovidio narra otra anécdota en la que también están involucrados Príapo y el asno de Sileno, casi idéntica a la del intento de violación de la Lotis, pero con otra víctima, que en este caso es la diosa Hestia. Presentación, nudo y desenlace parecen calcados, como si Ovidio se hubiese plagiado a sí mismo:

La fiesta del pan.- He aquí que cuelgan las hogazas de pan en asnillos adornados con coronas, y floridas guirnaldas y recubren las ásperas muelas de molino. Antes los granjeros cocían en los hornos solo espelta (y existe también el rito de la diosa de los Hornos). El fuego del propio hogar proporcionaba al pan que habían puesto bajo la ceniza y en el suelo caliente colocaban una teja partida. Desde entonces el panadero honra el hogar y a la dueña del hogar y a la borriquilla que hace girar las muelas de pómez.

Príapo y Vesta.- ¿Dejo pasar en silencio o cuento tu desgracia, rubicundo Príapo? Se trata de un cuento breve con mucha gracia. Cíbeles, la que lleva ceñida la frente con una corona de torres, invitó a su fiesta a los dioses eternos. Invitó también a los dioses y a las ninfas, deidades del campo. Aunque nadie lo había invitado, estuvo presente Sileno. Ni tenemos permiso para ello, y sería largo describir el banquete de los dioses. Pasaron la noche en vela con vino abundante: los unos deambulaban despreocupadamente por los valles del sombrío Ida; otros estaban echados, descansando el cuerpo en la hierba blanda. Éstos jugaban, aquéllos echaban un sueño; otros ponían lazos en los brazos y golpeaban tres veces el suelo verde con rápido pie. Vesta se tumbó y tranquilamente cogió un sueño plácido, tal como estaba, con la cabeza apoyada en la hierba. Más el rojizo guardián de los jardines requebraba a diosas y a ninfas, y de un lado a otro llevaba sus pies vagabundos. Vio también a Vesta; es dudoso si se creyó que era una ninfa o sabía que era Vesta, pero él desde luego afirmó que no lo sabía. Concibió una sucia esperanza y probó a cercársele furtivamente, e iba con cautelosos pasos y el corazón brincándole. Por casualidad el viejo Sileno había dejado el borriquillo en que había hecho el viaje a orillas de un río de suave murmullo. Iba a lanzarse el dios del largo Helesponto, cuando el asno rebuznó con intempestivo ruido. La diosa se levantó, asustada por la ronca voz; todo el grupo acudió volando; él escapó de las manos de los hostiles. Lámpsaco acostumbraba a sacrificar este animal a Príapo, diciendo: «Entrego a las llamas las entrañas del asno delator». Dicho animal lo adornas tú, diosa, con hogazas de pan a manera de collares en el cuello, en recuerdo del suceso. El trabajo termina; las muelas están vacías y sin ruido”.

Durante la fiesta de Vesta los molinos que muelen la harina dejaban de funcionar para dar descanso a los asnos, que ejercían de fuerza motriz en estos ingenios; animales honrados por la diosa al haber sido salvada por uno de ellos del acoso de Príapo. Suceso que se narra a continuación

La espelta (Triticum spelta) es una variedad de trigo.

Ovidio hace referencia a la que él llama la fiesta de los tontos en el Libro II de “Fastos”, organizada en honor de la diosa de los hornos. Cuenta Ovidio que los primitivos pobladores de Italia eran tan tontos que convirtieron en deidad al horno, diosa a la que rezaban para que no abrasase el pan que cocinaban dentro de ella. Cómo si griegos y romanos no hubieran convertido en dioses o diosas cosas aun más peregrinas.

Cibeles es la versión romana de la diosa Rea, la diosa tierra, madre de los titanes y, por tanto, abuela de los primeros dioses olímpicos: Zeus, Hera, Poseidón, Hades, Deméter y Hestia.

El monte Ida fue el lugar donde se crió Zeus.

Vesta es “versión” romana de la hermana de hermana mayor de Zeus, Hestia. Fue la primera en nacer y la última en ser regurgitada por Crono. Es la personificación de la diosa del hogar.

El rojizo guardián de los jardines es Príapo.

El dios del largo Helesponto es nuevamente Príapo.

Lampsaco, situada en el Helesponto, es la ciudad natal de Príapo, donde Afrodita le daría a luz. En esta polis se rendía especial culto al dios Príapo, al que se contentaba echando a las llamas las entrañas de un asno.

La historia es la misma que se narra en el Libro I de “fastos”, con tres variantes significativas: 1.- Entre los invitados están los principales dioses del Olimpo; 2.- El asno en vez de ser castigado, convirtiéndolo en elemento sacrificial, es agasajado, dándosele un día de asueto y coronándosele con guirnaldas de pan durante la festividad de la doncella salvada; 3.- La víctima es hermana de Zeus, no una ninfa anónima. Eso explica que, tras ser delatado Príapo por el asno, tal como cuenta Ovidio, “todo el grupo acudió volando; [pero] él escapó de las manos de los hostiles”. En otras palabras, se salvó por los pelos de ser linchado por los genitales. Aquí al grupo no le hizo gracia que se propasase con la dama.

Podría pensarse por los invitados que Bellini ha retratado esta fiesta organizada por Cibeles y no la organizada por Baco. A fin de cuentas, en el momento que nos muestra el cuadro aun no se ha descubierto el pastel y no sabemos si el grupo va a reírle la gracia a Príapo o va a intentar molerle a palos. Pero ocurre que Hestia, la víctima, no tenía forma antropomórfica en la mitología clásica. Como diosa del hogar se la representaba como un fuego, el que mantenía el calor en las casas. Por eso la mujer que dormita en el cuadro se suele identificar con Lotis. Probablemente la escena pintada por Bellini sea un híbrido de ambas historias. Además, Hestia era virgen. Había solicitado esta condición a Zeus y éste la había aceptado. Decían los griegos que el fuego es virgen porque no engendra nada, en todo caso lo consume.

Lo mollar es que los dioses se han reunido para liarla parda, para beber a base de bien, ya sea por invitación de Dioniso o de Cibeles. Además, el mal rollo de Príapo con los burros tendría múltiples causas. Si escarbamos en la abundante literatura de género mitológico encontraremos incluso más motivos. Cierta leyenda cuenta que en cierta ocasión Dioniso se encontró con un pantano infranqueable cuando iba de camino al oráculo de su padre Zeus en Dodonna para intentar curarse de un acceso de locura que le había provocado su madrastra Hera. Sin embargo, encontró una senda para franquearlo, que recorrió montado sobre un burro que encontró en las inmediaciones. Una vez curado de su mal en Dodonna, Dioniso agradeció al burro su ayuda concediéndole el don del habla. Parece ser que el animal no encontró mejor forma de usar su nuevo don que retando a Príapo a una contienda para ver quien la tenía más grande. Literalmente. Príapo resultó a la postre el mejor dotado, pero no se contentó con la simple victoria y mató al burro a golpes en castigo por su insolencia.

Según nos cuenta Ovidio en “Metamorfosis”, los dioses se apiadaron de Lotis al verla acosada por Príapo y la convirtieron en un árbol del loto, que tenía la particularidad de dar unos frutos que al ser ingeridos borraban la memoria de quien los consumía. Este árbol es identificado con diversas especies reales, entre ellas el almez (Celtis australis) y el lodoñero (Diospyros lotus). En uno de los pasajes de “La Odisea” de Homero el barco de Ulises arriba a la isla de los lotófagos. Tres de los hombres de su tripulación son enviados tierra adentro en busca de víveres. Los habitantes de la isla se alimentan solo de frutos del árbol del loto y viven en perpetua desmemoria y despreocupación, que contagian a los compañeros de Ulises. Mucho le cuesta a éste arrastrarlos de vuelta hasta el barco.

Todo en el cuadro de Bellini sugiere abandono de sus personajes al disfrute de la embriaguez del vino y el sexo. Poseidón desliza su mano hacia la entrepierna de Proserpina, aunque quizás no deba alarmarnos del todo, ya que en una lectura alternativa de la obra ya hemos dicho que se aproximan a su noche de bodas y bien está que anticipen algunos de sus goces. Deméter acaricia el pelo de Apolo. Solo Príapo se sobrepasa y va más allá de lo que le está en principio permitido, pero solo en la versión en que la joven agredida sexualmente es Hestia. En la “tolerable”, desliza la mano bajo la falta de Lotis aprovechando que está durmiendo la mona. Si se aproxima la mirada al cuadro, y quizás no lo recomiende en esta zona concreta del lienzo, se puede apreciar la recia erección de Príapo a través de su túnica. Solo Zeus aparece desemparejado, lo cual nos arranca una sonrisa irónica y un tanto incrédula. Quizá este especulando quien será su próxima “víctima”. Quizá es que ya las ha “catado” a todas y no le apetece repetir.

Una vez completó sus aportaciones al Camerino de Alabastro, Ticiano Vecellio modificó la obra de su maestro Giovanni Bellini para homogeneizarla con las suyas y dar al conjunto un mismo estilo. Las radiografías de Rayos X e infrarrojos realizadas en la National Gallery de Washington, actual propietaria del cuadro, han permitido reconstruir el aspecto que tenía antes de ser retocado por Dosso Dossi primero y, finalmente, por Tiziano. Sería aproximadamente el que se muestra en la siguiente imagen. Todo parece indicar que Dossi realizó una labor exhaustiva de roza de la vegetación que había puesto Bellini para abrir un gran trozo de cielo y añadir una montaña en la mitad superior del cuadro con una construcción en su cúspide. Parte de la vegetación perdida con la intervención de Dossi sería reintegrada por Tiziano, por lo que quizás, en puridad, habría que considerar que más que rectificar la labor de su maestro lo que hizo fue defenderla.


Reconstrucción del aspecto de “El festín de los dioses” de Giovanni Bellini antes de ser retocado por Dosso Dossi y Ticiano Vecellio


Por otro lado, los estudios realizados han demostrado que el propio Bellini realizó modificaciones a una primera versión de la obra. Parece ser que Alfonso de Este le habría llamado la atención sobre lo excesivamente recatadas que se mostraban las figuras femeninas, lo que iba en contra del espíritu de la obra de Ovidio y de los usos y costumbres en la época clásica que se trataba de rememorar. Ovidio lo deja bien claro en su texto, las ninfas están ahí, incluida por supuesto Lotis, para enardecer las bajas pasiones de los dioses masculinos invitados a la fiesta: “[…] De un lado, las unas provocan amables volcanes en los sátiros, las otras en ti, el que llevas las sienes ceñidas de pino [dios Pan]. A ti también, Sileno, de pasión inextinguible, te abrasan: tu lujuria es la que no te deja ser viejo […]”. Esa utilización sexual de las ninfas es no solo asumible sino que además es beneficiosa, porque es lo que mantiene joven y gallardo al padre adoptivo de Dioniso. Claro que Hestia es otro cantar, pero ya nos dice Ovidio que Príapo la confundió con otra, o eso alego en su defensa: “[…] es dudoso si se creyó que era una ninfa o sabía que era Vesta, pero él desde luego afirmó que no lo sabía […]”. Por lo tanto, a fin de seguir los deseos de su mecenas Alfonso I de este y de atenerse al espíritu de la letra, Bellini no tuvo más remedio que rectificar y hacer que proliferaran los escotes atrevidos. Incluso hizo desaparecer la tela en la parte alta de algunos vestidos. La única excepción es, curiosamente, Proserpina, que mantuvo su recato. El que la leyenda le niega a su trasunta Lucrecia Borgia.


El festín de los dioses” (detalle: dos ninfas con escotes atrevidos) de Giovanni Bellini
(National Gallery de Washington)


La vida de los cuadros que integraron la decoración del Camerino de Alabastro fue extremadamente azarosa. Los cinco convivieron en la Vía Coperta hasta casi finales del siglo XVI. Hércules II de Este, hijo del matrimonio retratado en el cuadro de Bellini, supo jugar al ajedrez de la política en la Península Italiana y agrandar el ducado de Ferrara durante su mandato, haciendo de contrapeso entre Francia y España, aliándose con una u otra nación según las circunstancias, sin recato alguno a la hora de traicionar la palabra dada si resultaba beneficioso en un momento dado. Es con su hijo, Alfonso II de Este, nieto por tanto del primer Alfonso, con quien tiene lugar la inevitable decadencia del ducado, muy mermado en su poder por culpa de las tensiones con los Estados Pontificios. En 1598 trata de abdicar a favor de su primo César Borgia, pero el papado no acepta esta maniobra e invade militarmente Ferrara.

El hombre fuerte en Ferrara pasa a ser el cardenal Pietro Aldobrandini, verdadero detentador del poder en la sombra en el papado, junto a su primo Cinzio, también cardenal, durante el pontificado de Clemente VIII, quien a la sazón era tío de ambos. Todo quedaba en familia. Tras la ocupación militar las colecciones de arte del ducado pasan a ser propiedad de Pietro Aldobrandini, quien traslada la serie del Camerino de Alabastro hasta Roma, donde el cardenal lleva años reuniendo una fastuosa colección de pinturas, las más de las veces por simple adquisición, aunque también mediante el ejercicio del mecenazgo. Su avidez por la posesión de obras maestras le lleva a comprar la Galería Doria Pamphili y a construir una fastuosa villa a las afueras de la Ciudad Eterna donde poder exhibir tantas pinturas. La Villa Aldobrandini, también conocida como Villa Belvedere, se ubicaba en la ciudad de Frascati, dentro de la provincia de Roma.

En 1621 dos de los cuadros de Tiziano del Camerino de Alabastro, “Ofrenda a Venus” y “La bacanal de los andrios”, fueron donados por la familia Aldobrandini al cardenal Ludovico Ludovisi, otro sobrinísimo del papa de turno, en este caso Gregorio XV. El poder en Roma se dirimía entre familias, cada una de ellas con su ejército particular de cardenales, que se iban posicionando poco a poco en la curia de cara al siguiente cónclave. El otro Tiziano, “Baco y Ariadna”, así como el cuadro de Giovanni Bellini, permanecieron en la Villa Aldobrandini. En cuanto a la obra de Dosso Dossi, hace tiempo que se le perdió la pista. Probablemente no viajará nunca a Roma. No se tiene al menos constancia de su inclusión en el inventario de obras del Belvedere.


Villa Aldobrandini, en la ciudad de Frascati, cerca de Roma.


Los dos cuadros propiedad de la familia Ludovisi fueron regalados en 1637 a Felipe IV por Nicolo Ludovisi, como pago por el Principado del Piombino, un pequeño estado independiente italiano que comprendía las ciudades de Livorno y Grosseto en la región de la Toscana, y que hasta ese momento pertenecía a la Corona Española. El trueque permitió a Nícolo Ludovisi convertirse en príncipe y al rey de España incrementar su ya nutrida colección de Tizianos.

En cuanto al Tiziano restante y el Gionanni Bellini, permanecieron en el Belvedere hasta el advenimiento de la Época Napoleónica. La conmoción que supuso la llegada de las tropas del general corso a la Península Italiana a comienzos del siglo XIX obligó a muchos propietarios a vender las obras de arte a prisa y corriendo como modo de supervivencia. Los dos cuadros fueron adquiridos por los hermanos Camuccini, dos marchantes sin escrúpulos que aprovecharon la situación política adversa para amasar una fastuosa colección de arte. A partir de este momento las dos obras toman rumbos vitales divergentes. Ambas acabarán en Inglaterra, aunque siguiendo periplos distintos. Por su parte, y tras diversos avatares y numerosos cambios de mano, “El festín de los dioses” será adquirido al Duque de Northumberland por el magnate estadounidense Peter A. B. Widener, quien lo donará, junto al resto de su colección, a la National Gallery de Washington.

En la actualidad, es el Museo del Prado quien detenta la parte del león de los despojos del Camerino de Alabastro, además las dos obras menos castigadas por el paso del tiempo al haber tenido una vida menos complicada. Lo cabal hubiera sido no haber escindido la serie en dos grupos, en cuyo caso lo natural es que todas ellas hubieran acabado en Madrid, donde podrían ser vistas todas juntas. Al menos los tres Tizianos se habrían merecido este destino, una misma morada.

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