sábado, 31 de octubre de 2015

Album de fotos (4)



30 de octubre de 2015

Hoy no podré darme mi paseo vepertino. Tengo una cita. Con una amiga. Creo que he equivocado el artículo. No es "una" amiga sino "la" amiga. No tengo otra. El resto de mis amistades o caducaron o pidieron excedencia o jubilaron sus cariños. No lo digo como queja. Si hubiera que culpar a alquien tendría que ser a mi mismo. No cuidé mis realaciones. Es más, no lo hice siendo consciente de mis carencias y, hasta cierto punto, de forma deliberada. Soy uno de tantos ermitaños que viven en la en el monte de asfalto y hormigón. La ciudad para mucha gente es solo soledad compañada. Hemos quedado en la Puerta del Sol, a las cinco y media, precísamente a la hora en que empiezo a concienciarme para dar mis paseos. Mi amiga no vive en Madrid y solo la veo de Pascuas a Ramos. O, siendo más precisos, de vacaciones a Haloween. Su llegada, tan inusual como bienvenida bien merece que lo posponga todo, que haga un hueco en mi rutina para darle el tiempo que se merece. Subo hacia Bravo Murillo para coger el metro en Alvarado. Hay mucha gente joven en los pasillos, los andenes y los vagones. Chiquillería y adolescentes sobre todo, como corresponde a un viernes por la tarde. Veo más chicas que chicos y no sé si es una realidad estadística o si en el recuento mis preferecencias introducen un sesgo en las cifras. Van disfrazadas de presas propiciatorias pero también de cazadoras. En mis tiempos no había ni Dianas ni Artemisas y quizá eso explique que jamás tuviera novia a esas edades. Éramos nosotros quienes debíamos tomar la iniciativa y mi osadía siempre cupo en un dedal agujereado.

Siete estaciones hasta Sol. Llevo un libro en la mano para entretener el rato de viaje. Una novela sobre Sandro Boticelli. En relidad Boticelli su nombre real, que era bastante más eufónico: Alessandro di Mariano Filipepi. Boticelli, algo así como barrilete, era un apodo que le venía por la profesión de su hermano, que se dedicaba a fabricar barricas y toneles para almacenar vino. "Sandro y Simoneta" narra la historia de amor del pintor con su principal musa, quien le sirvió de modelo para su "Nacimiento de Venu". Esa Venus que emerge de la concha en el cuadro, surgida del esperma de Zeus al mezclarse con el mar, es Simonetta Vespuci. La narración mezcla los tiempos, con continuos saltos a un pasado más o menos reciente y a otro más lejano respecto al presente narrativo, que se corresponde con un Boticelli anciano e impedido, que solo puede andar con muletas, y que explica su hsitoria de amor desde un manicomio. Si exagerara un poco, bueno, algo más que un poco, podría ver un paralelismo entre la historia que refiere el artista y la que aquí redacto, que aun no sé si es real o inventadas, si esn producto de mi fantasía delirante o es un cuaderno de anotaciones a modo de diario. La memoria y la fantasía a veces son indistinguibles. Rocardar se parece mucho a delirar, a soñar despierto, a delirar incongruencias.



Ya estamos en el destino. El convoy se vacía casi por completo al llegar. Salgo por la boca de metro que da al puesto de loterís de Doña Manolita. Hemos quedado en la puerta de su hotel, pero no consigo encontrarlo. Camino por la Calle Preciados hasta llegar casi a Callao buscando el lugar indicado. Incluso pregunto en alguna de las tiendas, pero nadie conoce el nombre de ese hotel. Hay un auténtico gentío. Dice la leyenda urbana que la cadena Afnac encargó un estudio para localizar los lugares más transitados de Europa para abrir nuevas tiendas y que el lugar más concurrido resultó ser la travesía de Preciados. Hay variso mendigos sentaos en el pavimento. Uno de ellos, sin brazos, agarra con la boca un vaso de plástico lleno de monedas y que agita a modo de sonajero como reclamo. Otro posa la frente en el suelo y junta las manos por encima de la cabeza como un orate. Al final llamo a mi amiga. Quedamos donde antes estaba el Oso y el Madroño, que hace poco han vuelto a mover de sitio. Acabarán poniéndole un chip con GPS para vigilar los movimientos migratorios de este oso tan andariego. Mi amiga se muestra tímida al principio. Le pregunto varias veces cómo está y sus respuestas son dubitativas. ¿Noto quizá un poso de tristeza en sus ojos? No sabría decir, pero su sonrisa lo desdice. Mi amiga es soñadora. Lo que significa que anhela cosas que no comprende ni identifica, porque los sueños son borrosos y se olvidan cuando estamos despiertos. Como no me habla de ella lo hago yo de mí. Tengo el vicio de la sinceridad y una pulsión a contar mis secretos. Le hablo de Ruth y de Inma, de mis sesiones con la psicóloga, de mi depresión de hace unos meses. Como estoy inusualmente jovial doy por sentado que no voy a preocuparla. Paseamos hasta la plaza de Canalejas y ahí entramos en un VIPS a tomar algo. El tiempo pasa demasiado rápido y pronto llega la hora de despedirse. Me he sentido a gusto traicionando durante un rato mi soledad. Tiene otra cita a las siete, no sé con quien. Tampoco se lo pregunto. No por cortesía sino por falta de curiosidad. Quedamos para vernos otro rato la mañana del domingo, pero sin compromiso. Sus planes cambian sobre la marcha y se adaptan a las circunstancias. No sé si habrá continuidad en este "diario" o si lo dejaré de escribirlo dentro de unos días, pero si la hay no me extrañaría nada que éste fuese el único encuentro que narre. Y no ya por voluntad propia sino proque no tendré oportunidad de vivir otro. Es tan atípico que yo tenga una cita con alguien que me sabe a mal que haya una apenas en la cuarta entrega.

No hay casi emoción por mi parte en la despedida. En el rostro de mi amiga una bruma de pecas difumina su eterna sonrisa. En el centro del banco de niebla que la envuelve es pura emoción contenida en todo lo que hace. Cuando era joven cuando me separaba de alguien que quería, incluso aunque supiese que iba a verla al día siguiente, sentía algo parecido al dolor de una amputación. La última vez que ví a Susana fue como si perdiera un brazo, o mismamente el corazón. Aunque esto último no es tan grave porque el corazón siempre vuelve a brotar cuando nos lo arrancan, como al cola de las lagartijas. Quizá sea una víscera que regule nuestre cerebro reptiliano. A mi amiga la aprecio mucho, es mi única amistad en activo, cabe la posibilidad de que no vuelva a verla ya que vivimos en ámbitos geográficos ajenos el uno al otro y los planes del domingo podrían cancelarse. Todo eso son datos correctos y objetivos y, sin embargo, hay una total calma emoción cuando musito un adiós tras besarle protocolariamente ambas mejillas. "Hasta el domingo", le digo, y bajo las escaleras del metro sin mirar atrás. ¿Es posible que el ictus me haya dejado una cicatriz donde el cerebro procesa la emociones? Cada vez suena menos descabellada esta posibilidad. Más tarde, cuando bajo la cuesta de la calle Jaen ya cerca de casa, con la oscuridad de la noche adueñándose paulatinamente de todo, las luces de la Torre Picasso surgen en la niebla como un faro que me guiase a buen puerto.


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