jueves, 29 de octubre de 2015
Album de fotos (2)
28 de octubre de 2015
La psicóloga que me está tratando me lo explicó de forma gráfica. En un folio dibujó varios círculos concéntricos con el mismo bolígrafo con el que toma notas sin descanso mientras le hablo. Desde el perímetro del más grande, el exterior, trazó una flecha que con trayectoria en espiral que apuntaba al centro común. "Podemos proceder poco a poco", me dijo, "avanzando hacia el interior por ninguna ruta en especial, siguiendo un derrotero aleatorio, mezclando asuntos, pero profundizando progresivamente". Alzó los ojos del papel y me miró para ver si daba muestras de haber comprendido. "La otra alterntiva", añadió, "es buscar una ruta directa, por un asunto en concreto muy significativo para tí, siempre que tu estés dispuesto a hacer el esfuerzo", y trazó uno de los infinitos radios posibles para los círculos. "Es la forma más rápida, pero no siempre es posible". Esto ocurrió en la primera o segunda sesión, al final del verano, en septiembre. En la última consulta me propuso que para la siguiente, la que tendrá lugar a inicios de noviembre, trazáramos uno de esos radios en la figura geométrica que he resultado ser yo, o mi psiquis -al menos soy reondo para alguien-, pues creía haber encontrado un atajo para llegar al meollo de la cuestión.
Este viaje fotográfico con rumbo aun por decidir y que inicié ayer, obra de forma contraria. Debo alejarme paulatinamente del mi centro. Porque en los paseos de lo que se trata es de salir de mí, de mi encierro personal, literal y figurado. Mi mente a veces funciona como una cárcel para mis pensamientos, que rebotan en las paredes de hueso que delimitan la celda sin poder salir. Se trata de liberarme de la condena de estar a solas conmigo mismo, no de explorar mi interior. Se trata de trazar una ruta en espiral que me permita explorar mi exterior de forma ordenada. Debería de haber haber comenzado fotografiando mi portal, por ejemplo, incluso mi casa o mi propia cama, para poder explicarme desde los mismísimos cimientos, en este caso los geográficos. Quizá más adelante lo haga. Mi cama flota sobre un mar de papel, de pilas de libros en la que hace años no navego e imagino que ha criado una capa de polvo que ya equivale a varios estratos geológicos. Sería una imagen muy informtiva de lo que soy yo. Lo bueno de todo esto es que no hay reglas y, como dice la física, donde no hay leyes todo es posible. En estos viajes físicos, que no astrales, y, por qué no, también literarios, me voy a convertir en una singularidad, en un punto geométrico no sujeto a ley alguna, como una estrella que hubiera colapsado en un agujero negro. Lo cierto es que ninguna luz irradia desde mí superficie desde hace algunos años. Aunque carezco de horizonte de sucesos.
La primera parada en mi itinerario de hoy ha sido para poder fotografíar el plátano de sombre que hay en la esquina de la calle Infanta Mercedes con la calle Oviedo -la prolongaciónde la Avenida del General perón hacia Bravo Murillo-. Ese árbol le fascina a mi madre. Siempre que paseamos, casi siempre de camino a la papatería a comprar chuches -para ella las aceitunas de Camporreal o los pepinillos en vinagre- lo señala con su bastón y confiesa su admiración por su enorme envergadura. En su tercera edad, que en realidad es una segunda infancia, siente una fascinación reverencial por los árboles. Me pregunta por la espacie de alguno y yo le contesto: "Otro cedro, mamá, como el de hace un rato". Su mala memoria, la incapacidad para grabar en su disco duro los datos del momento, mantiene virgen su asombro. He esperado apcientemente a que no hubiera coches en la línea de tiro del objetivo de la cámara y a que alguien pasara junto al plátano para que surviera de referencia visual. Sólo puedes hacerte a la idea del tamaño de algo si tu tiene algo conocido con que compararlo. Luego he progresado por Infanta Mercedes hacia Sor Ángela de la Cruz, camino del VIPS que hay por aquellos lares, donde en otros tiempos compraba libros de saldo. Colecciones enteras de mi biblioteca particular tienen su procedencia en las rebajas de invierno de los VIPS. Por ejemplo, la colección de narrativa de la extinta editorial Debate. Más de una veintena de volúmenes de esa colccción los adquirí en unos pocos días de las Navidades de hace ya unos cuantos años. Libros que fue haciendo entrar en mi casa de contrabando para que nadie lo advirtiese, camuflados bajo el abrigo, escondidos en un ABC plegado, en la bolsa de la compra si me habían enviado al supermercado.
Al detenerme a mirar la embocadura del subterráneo de la calle Sor Ángela de la Cruz y, algo después, en el acceso al subterráneo de AZCA desde la Avenida del General Perón, se me ha ocurrido pensar que quizá mi psicóloga estaba obviando otras opciones. Las dos rutas que me ha explicado son trazos bidimensionales sobre la superficie plana de una mesa, no deambulan más allá y más aca respecto al plano de la cuartilla. Ha sido pensarlo e imaginarme a Carl Sagan en su serie Cosmos doblando un folio de papel ante la cámara para explicar lo que es un agujero de gusano: un pliegue del espacio tiempo gracias a la existencia de una quinta dimensión adicional que no somos capaces de advertir y que conecta dos puntos del universo tetradimensional que parecen enormemente distantes desde nuestra limitada percepción. En el brumoso espacio de la consciencia esa dimensión adicional yo creo que es la memoria, que nos permite contemplar todo lo que nos sucede y lo que nos ha sucedido proyectado sobre un mismo plano de representación emocional, conectando todo lo que somos y fuimos alguna vez en una misma figura geométrica. La memoria nos hace creer que los sentimientos que exprimentamos hace solo unos días son idénticos y tienen las mismas causas que otros que vivimos hace muchos años, que ambas emociones son notas de una misma melodía momentáneamente interrumpida en el tiempo, que lo que nos sucedió hace varias décadas puede explicar una reacción que acabamos de tener hace un instante. La memoria es una forma de dibujarnos sobre la hoja de papel que nos permite encontrar atajos hacia nuestro interior. Seguramente esto que digo suena muy confuso. Supongo que el bueno de Sagan sabría hacerse entender mejor que yo. Habían pasado exactamente setenta minutos desde mi salida cuando retorné a casa. Antes de acceder al portal me despedí de un cielo es color zafiro, con vetas blancas donde el viento estiraba las nubes hasta casi romperlas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario