jueves, 29 de octubre de 2015

Album de fotos (1)


27 de octubre de 2015

Cuando era niño el mundo parecía más grande, más abigarrado, más lleno de cosas incomprensibles y sorprendentes. Y, sin embargo, el mundo era más pequeño. La ciudad acababa en la Plaza de Castilla y ninguna preocupación sobrevivía a un periodo nocturno repleto de sueños. Todas las mañanas eran vibrantes y con cada amanecer había cielos inéditos para poder estrenarlos. Esos cielos de Madrid que nunca se parecen los unos a los otros, en los que la luz improvisa y experimenta con colores nuevos en cuanto el sol declina y comienza a contagiar con su frente febril al horizonte. Fue paradójicamente la civilización la que trajo los árboles a la ciudad. parques lineales en las aceras como los bosques en galería de los ríos comenzaron a crecer en ambas orillas de las calles recién urbanizadas, y el páramo manchego que comenzaba donde la ciudad empezaba a ralear tras donde ahora se alzan las Torres Kio se pobló de plátanos de sombra, acacias y cedros del Himalaya. Mi barrio comenzó a trazarse en los años 50s y 60s del pasado siglo. El estadio Bernabéu era como el último fortín antes de traspasar las imaginarias murallas que rodeaban la urbe y adentrarse en territorio ajeno. Durante mi niñez el complejo AZCA no era más que un inmenso agujero en el que hormigueaban las excavadoras, el palacio del barro en las épocas de lluvias. Primero comenzó a crecer hacia abajo, en un laberinto de autopistas subterráneas, y luego hacia arriba en los primeros rascacielos modernos que tuvo Madrid. Mientras duró la construcción de la Torre Picasso no se dejaron de ver día y noche los chisporroteos de los soldadores, que poblaban la madrugada de lúdicos fuegos artificiales.
 

Me he propuesto volver a cuidar mi salud física y mental y eso pasa por recuperar los paseos diarios que me prescribieron tras sufrir el ictus. Ya hay poco que me motive a traspasar la puerta de mi casa para ganar la calle y por eso desde ayer mismo salgo con una cámara digital, con la que ensayo encuadres y recorto fotos en el paisaje urbano. Por darle un contenido a mis caminatas vespertinas. Está bien porque buscar el encuadre perfecto te obliga a mirar con más detalle. Te preguntas si aquel que mire la imagen entenderá lo que hay dentro de los márgenes de la foto, su intención y su significado, y eso te obliga a tratar de entenderlo tu primero, a fijarte en cada uno de los elementos que la componen. Explicarle la lección a otro es la mejor forma de estudiar una materia porque solo llega a entenderse lo que puede explicarse. Mi padre decía que para comprender algo has de saber dibujarlo. Mires donde mires en mi barrio los árboles son los protagonistas, han conquistado el perfil de hormigón y ladrillo de la ciudad desde sus diminutos alcorques. En mi paseo de hoy he descubierto una estatua de Ghandi en la explanada junto el Palacio de Congresos de la Evenida del General Perón en la que nunca me había fijado. Con la espalda, como si portara un fardo, el bastón en la mano, su zancada amplia y su aire adormilado parece un sherpa. Mientras le fotografío no puedo dejar de pensar que tal vez esa fuese la intención del autor de la obra. La búsqueda de la paz es la prolongada y difícil escalada a un macizo cuya cúspide acaricia los cielos. Al arrebol de los últimos minutos del día comienzo el retorno a casa. El cielo comienza a poblarse de nubes que por occidente se tiñen de rojo. Han pasado unos 85 minutos desde que salí de casa cuando entro en el portal.

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