Oxygene - R. Madrid 2 - Barcelona 1 (Final de Copa del 2014)
Miraba ayer en Twitter la que posiblemente sea la imagen de la final de este miércoles, esa que te devuelve la sensación de vértigo, de insuficiencia respiratoria, que todos experimentamos durante el encuentro en momentos determinados y me quedaba ensimismado en su contemplación. La había colgado, entre otros, @Paul_Tenorio, para hacer homenaje al fotógrafo que es su autor, Alberto Fernández. Y nada más verla me dije: "Si esta es la imagen del encuentro, la que resume su espíritu, la que capta su momento más vibrante. Entonces ¿cuál sería entonces su posible banda sonora?". En realidad era una de esas preguntas retóricas que te haces porque la respuesta te llega por anticipado, antes siquiera de formularla. En la fotografía hay dos atletas enfrentados en un duelo singular, en una carrera alocada en pos de una meta, en este caso el balón, completamente aislados en una cápsula de soledad, aunque compartida, en mitad de una multitudinaria muchedumbre. Es una carrera entre un gentío, dos entre miles para dirimir una cuestión de honor que concierne a los dos grupos, a las dos tribus que asisten al duelo como meros espectadores, sin capacidad para intervenir, aunque no mudos. La estampa me retrotrajo rápidamente a la carrera que abre la película "Carros de fuego". Ese momento alucinante, hipnótico, captado en la instantánea del reportero de la agencia EFE, eterno a pesar de que dura solo ocho segundos, según nos han explicado en los telediarios de todas la cadenas, parecía pedir a gritos la música de Vangelis. Esa parecía ser la respuesta impuesta de antemano. Pero había errado al hacer la pregunta. Mestalla no es una playa, aunque no diste mucho del mar. Además, seguro que Xavi se nos habría quejado por la falta de hierba que suele haber en la costa, salvo en la del Mar Cantábrico. Por otro lado, la banda sonora que compuso Vangelis para el film de Hugh Hudson está contaminada de imágenes memorizadas por nuestro subconsciente que nos hacen ver enseguida a atletas corriendo descalzos a cámara lenta por donde rompen las olas, chapoteando felices aunque concentrados en el esfuerzo. Pero en el sprint entre Bale y Bartra solo hay tensión, frenesí, locura y drama, a uno de los dos le sobrevendrá el deshonor tras perder y fallarle al grupo. Los atletas que vemos entrenar en el arranque de "Carros de fuego" forman una unidad, un equipo, la selección británica que ha de competir en los Juegos Olímpicos de París en 1924. La distancia entre ellos se cierra a medida que comparten la carrera, mientras que la que dirimen el futbolista catalán y el galés los aleja al uno del otro a cada zancada. Es un duelo a muerte. No habrá un después para el que llegue el último a destino.
Arranque de la película "Carros de fuego", con música de Vangelis
La carrera que me venía a la mente al contemplar la fotografía de Alberto Fernández es el desafío entre Harold Abrahams y Eric Liddell que narra la película, ocurrido en 1919, en el Trinity College de Cambridge, cuando ambos atletas aun son estudiantes. Un primer enfrentamiento cuando apenas se conocen los que luego serán campeones olímpicos, Harold de los 100 metros lisos y Liddell de los 400 metros. Una carrera de una milla d longitud por un circuito irregular, donde las calles no están definidas, se han improvisado en un patio del campus escolar, y el público entorpece el avance de los corredores, como si se tratase de la ascensión a un puerto en el Tour de Francia. Yerran los que se empeñan en comparar el duelo entre Bartra y Bale con una carrera de velocidad pura. Tiene lugar en el minuto 84 de partido. Es claro que se trata del sprint final de una carrera de medio fondo. La posición del cuerpo de ambos en la foto, escorados claramente hacia la izquierda, sobre todo el de Bale que es el que más impulso lleva, hace que parezca que están negociando la curva antes de la recta principal del estadio. Coe contra Ovett, Cacho contra Morceli, El Guerrouj contra Lagat. Nunca Bolt contra Gatlin. No dudo de que el jamaicano represente la velocidad en estado puro, que es lo que nos evoca la exhibición de Bale, pero nos olvidamos de los 84 minutos previos de carrera sostenida. En realidad Bekele contra Gebrselassie sería el símil más aproximado. El Tata Martino arenga a su pupilo y señala algo con el dedo, como la estatua de Colón barcelonesa. Pero ese nuevo mundo que indica, probablemente la portería de que defiende Pinto, será al final Bale quien lo descubra y lo conquiste, no la hueste azulgrana. Illarramendi parece que protesta algo con el gesto de sus brazos -"Pero, hombre", parece decir-. Seguramente el intento de Bartra de hacer descarrilar al expreso galés interponiéndose en su trayectoria y empujándolo con el cuerpo. El juez de línea, el hombre al que nombra Asier con su gesto mudo, se desentiende de la falta, más que evidente, absorto como nosotros completamente en el momento al que ya se le empieza a adivinar un desenlace épico, y con su error evita cometer otro mucho más grave. Es un momento sublime, sin apenas reglas, como la carrera en el college británico de "Carros de Fuego", cargado de significado, de solemnidad y trascendencia, preñado de futuro, y que ahora sabemos que marca un antes y un después para los contendientes y los grupos a quienes representan. Pero esa escena carece de música en su banda sonora del film. Así que es el momento de reconocer que he errado con la pregunta, o puede que incluso con la respuesta amañada de antemano.
Carrera de la milla en el Trinity College de Cambridge. 1919. Escena de "Carros de Fuego"
No, en realidad no fueron los acordes de Vangelis los que sonaron en mi cabeza al ver al imagen de Alberto Fernández, sino los de otra melodía igual de hipnótica y que colorea de sonido una escena cinematográfica más dramática que la del bipoic sobre los dos atletas olímpicos británicos. "Si hubiera sido Puyol...", decía Carme Barceló la misma noche de la final, "...habría sacado a Bale del Campo a garrotazos". Apreciación con la que coincidía Jorge D'alessandro. Años de aleccionamiento sobre valores y ética futbolística de la escuela culé desmentidos con una sola frase tras la primera derrota con verdadero calado. Es fácil teorizar y moralizar desde la victoria, merecida o no, incluso tras la derrota susceptible de ser justificada o matizada, pero cuan difícil es aferrarse a la doctrina cuando vienen mal dadas, cuando somos derrotados sin paliativos. El Real Madrid dominó el encuentro de cabo a rabo, salvo en sus últimos 10 minutos, y toda la rabia que se deriva de comprender que entramos en una nueva era, menos feliz para lo blaugrana, quedó reflejada en estas chocantes palabras. ¿En serio que Puyol habría hecho eso? Le tengo por el jugador del Barça menos contaminado por el espíritu que se insufla en sus jóvenes inquilinos en la Massia. El mismo Bartra, el mejor de su equipo en la final, manchó su casi impecable actuación con un momento a lo pájaro cuco al más puto estilo Busquets, tras fingir una agresión de Coentrao. Al final, como sospechábamos desde antes de la era Guardiola, el fútbol tiene que ver más con la guerra, incruenta si se quiere, que con un enfrentamiento entre caballeros que si pierden darán la mano, como dice el himno del Real Madrid. No han faltado quejas entre los madridistas por los gestos de consuelo con los caídos de los jugadores del Real Madrid, en especial hacia Casillas, el más vulnerable a los ataques gratuitos de los aficionados, aunque otros también los tuvieran, como Ronaldo, que ni siquiera estuvo inmerso en la batalla y no podía aducir el espíritu de camaradería que a veces surge entre los que se cruzan disparos en una línea del frente. Ni siquiera la victoria ennoblece o da para gestos de buena voluntad, aunque sean siquiera de cara a la galería.
Bale no corre por la gloria, que también, corre en realidad para salvar la vida de sus compañeros, para evitarles una muerte deportiva horrible, una derrota ante el Barcelona. ¿Qué se estaría diciendo ahora sobre lso jugadores, sobre Ancelotti si hubiese entrado el disparo de Neymar y hubieramos llegado a la prórroga? Seguro que nada bueno. Lo que se dirimía el miércoles era mucho más que un título. Semana de pasión. Viernes de soledad, este en el que escribo, y domingo de resurrección antes de la jornada de Champions que se avecina. Al combinado culé no habrá ya quien le resucite esta temporada tras su enésimo descalabro en muy poco tiempo. Bale corre jugándose la vida, como Mel Gibson en "Gallipoli", sin un solo atisbo de duda cuando tiene que cruzar la línea de tiro de la trinchera enemiga. Martino queda atrás en las primeras zancadas, pero todo el banquillo culé es testigo en primera fila de su derrapada para superar a Bartra. Traza alocadas diagonales para vencer la fuerza centrífuga causada al correr en curva y neutralizar la carga ilegal del central. Luego, cuando entre de nuevo en contacto con el balón mucho metros más adelante, la falta de oxígeno le hará errar en el primer autopase, que desplazará el balón más hacia la trayectoria de Marc que hacia la suya propia, obligándole a un nuevo viraje para recuperar la posesión. Oxígeno, esa es la palabra clave que me hizo recordar que la melodía que sonaba en mi cabeza no era del compositor griego, como en un principio había pensado, sino de Jean Michele Jarre. Y como una rebelación me acordé de la dramática secuencia de la película del director australiano Peter Weir. El film narra la amistad de dos jóvenes australianos, corredores de velocidad ambos, que se enrolan en el ejército al entrar su país en la primera Guerra Mundial. Acaban destinados en el frente de Gallipoli, una operación militar que Churchil siempre reconoció como el mayor error de su carrera. El mando británico hizo desembarcar todo un ejército en la península turca porque se situaba a un tiro de piedra de la capital enemiga en el frente asiático, Estambul. Había prisa por sellar el frente abierto con los turcos para centrar esfuerzos en otros teatros de operaciones en el interior de Europa. Pero los otomanos se limitaron a atrincherarse y a defender su tierra, masacrando oleada tras oleada de ataques aliados.
"Oxygene", de Jean Michele Jarre. Banda sonora de "Gallipoli"
El personaje que encarna Mel Gibson, Frank Dunne, sigue los pasos de Archy Hamilton -interpretado por el actor Marc Lee- y cruza el desierto australiano hasta recalar en la mismísima guerra, fascinado por el arrojo de su compañero, el único que ha sido capaz de vencerle en una carrera de 100 metros lisos. Archy está llamado a ser el vencedor de esta prueba en los próximos juegos olímpicos, pero su corazón está imbuido de valores, ese concepto que tan mala prensa tiene últimamente entre el madridismo. No cree que deba quedarse de brazos cruzados cuando su país entra en guerra. Ambos son encuadrados en el cuerpo de caballería australiano, aunque Frank no haya montado jamás a caballo. Archy logra persuadir a sus mandos para que le permitan tener a su amigo cerca, seducidos por su nombre, pero la gloria que se le avecina. En realidad da igual, en una guerra de trincheras los caballos son un elemento superfluo. Frank intenta convencer a Archy de que una vez en el frente, con el deber patriótico cumplido, es lícito buscar la tarea más sencilla o que reporte menos peligro. Obtiene un puesto como enlace, como correo humano entre el alto mando y el de su batallón, gracias a su extraordinario velocidad y trata de que su amigo haga lo mismo. Pero Archy, aun más veloz que él, rehusa este privilegio que en realidad le pertenece más a él, porque cree que su deber está en la línea dl frente no en la retaguardia . Durante uno de sus servicios rutinarios, Frank se entera en la tienda en la que los generales deciden el destino de las tropas que se ha planeado un ataque del regimiento de caballería sobre la línea turca. Se trata de un suicidio. Muy pocos son los soldados que consiguen completar vivos siquiera el tramo de escalera que permite salvar el desnivel entre el fondo de la trinchera y el terreno de nadie. Y aquellos que lo consiguen son rápidamente abatidos en los primero metros de carga por la fusilería turca. Todos los ataques anteriores han resultado un absoluto fracaso, sin apenas supervivientes, solo los que han podido reptar por el suelo malheridos hasta alcanzar la retaguardia. Frank sabe que a su amigo le quedan apenas unos minutos de vida. Está encuadrado en la tercera oleada de ataque. Los miembros de las dos primeras ya siembran de cadáveres el terreno que media entre los británicos y los turcos. Logra convencer al mando del ejército australiano tras una tensa discusión de que suspender la última carga solo ahorrará que se produzcan más bajas innecesarias. La carrera de vuelta para transmitir la orden que ha logrado arrancar al general apelando a su conciencia dormida a los mandos de su regimiento se convierte en una cuestión de vida o muerte, como la que sostiene Bale con Bartra.
A todos nos falta el oxígeno. A los que dirimen la carrera, por supuesto. Pero también a aquellos que se verán directamente afectados por su desenlace y a los que solo la presenciamos desde una escasa distancia emocional. Y los alocados acordes de Jean Michele Jarre parecen robarnos las escasas bocanadas que nos quedan antes del vacío absoluto se adueñe de nuestros pulmones. Son 70 segundos de frenética melodía según lo datos que aporta Youtube en su archivo, 8 segundos de alocada carrera según los locutores de los telediarios, pero durante ellos cuatro temporadas completas de supremacía blaugrana desfilan ante nuestros ojos febriles mientras Gareth sortea a las personas que se agolpan en la banda junto al terreno de juego de Mestalla para poder seguir vivo en el duelo, mientras Frank sortea los nidos de ametralladoras turcos y traza diagonales mortales, entra voluntariamente en las trampas del entramado de trincheras para acortar el camino hasta su meta. Luego, apenas unos instantes después, su gol supondrá enmendar el fatum trágico que parece desprenderse del frenesí de notas del compositor francés. ¿Es el gol más emocionante que hayamos visto nunca? Quizá no, pero como poco está en el mismo orden de magnitud en cuanto a belleza y/o trascendencia que el que marcó Zidane en Glashgow y que significó La Novena, que el que marcó Zamorano al deportivo de La Coruña en el Bernabéu y certificó la Liga de Valdano, que el que marcó Cristiano Ronaldo tras levitar como un asceta tibetano en el mismo escenario de Mestalla y que supuso atisbar la primera luz en el otro extremo del túnel, que el que no anotó El Buitre en aquella nefasta noche en Eindhoven.
Thomas Edward Lawrence, más conocido como "Lawrence de Arabia"
En resumidas cuentas, la música que mejor parece casar con el gol de Bale, que mejor podría servirle como banda sonora, es "Oxygene", de Jean Michele Jarre, por su carga dramática, su pizca de locura, por lo que su título evoca, y por estar ligada a una escena de un film que parece transmitir parte de su esencia. Pero hay más razones ocultas que ayudan a apuntalar la tesis, como los clavos del ataúd del Barça. Jean Michele es el hijo de Maurice, uno de los grandes compositores de la historia del cine. A su genio creatico debemos algunas obras maestras como, por ejemplo, las partituras de "Doctor Zhivago" y "Lawrence de Arabia". Y es que me resulta extraño que aun nadie haya caído en al cuenta en el extraordinario parecido entre Gareth bale y otro ilustre gales, Thomas Edward Lawrence, el caudillo británico que lideró la independencia de Arabia de los turco y d su propia nación. me refiero al personaje real no al actor que lo encarnó en el bipic de David Lean, esto es, Peter O'Toole. La misma mirada clara y de ojos calmos, el mismo rostro alargado rematado en una mandíbula cuadrada, que imagino debe ser un rasgo racial de los galeses. Orens cruzó el desierto del Nefud para conquistar Aqaba por el lado al que no podían apuntar los cañones costeros turcos, por el lado de tierra. Bale culminó la travesía del desierto que iniciamos con Mourinho para superar la era de dominio azulgrana, por la ruta que sorteaba la superioridad azulgrana en el medio campo -hoy quizá ya en entredicho-, es decir, apelando al contrataque como arma principal. Bien es verdad que el desierto tiene aun menos hierba que la playa, así que es improbable que podamos sortear el enfado de Xavi, pero Oxygene es la melodía perfecta para ilustrar el lance. A todo esto, ¿no existe ninguna imagen de Bale vestido de beduino? ¿No? Pues que pena. Pienso que le quedaría muy propio.
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