lunes, 31 de marzo de 2014
El Fútbol y sus aledaños (151) - Pitos sí, pitos no
Pitos sí, pitos no
Pitos sí o pitos no, ese es el debate. Al menos el que se nos plantea esta semana, mientras llega la Champions mañana mismo. Pues eso, pues qué bien el que vaya a ser corto, aunque volverá a reproducirse con el tiempo. Se trata de un asunto cíclico que ya en tiempos de Zidane y tantos otros fue objeto de discusiones. Ojalá una solución salomónica, que nos partieran por la mitad y nos quedáramos todos en silencio, porque reconozco que el tema me aburre y me parece en buena un asunto tramposo. Aunque, bien mirado eso sería, el partir a la gente por la mitad, como dar la razón a los que defensores de la segunda opción, y quizá en caso de tener que decantarme, la haría por primera. Es decir, no tanto pitar como norma habitual de conducta que me gustaría seguir como el permitir que lo haga quien lo estime oportuno o en un momento dado le apetezca. Incluso pitar a los que pitan. Anda que no ha ocurrido veces en el Bernabéu, afear la conducta a los que protestan a los de corto sobre el césped que van de blanco o reproducen cánticos que no nos gustan. El sábado, sin ir más lejos, buena parte del estadio pitó a la grada de animación por desearle al Rayo Vallecano que tomara a la mayor brevedad posible el ascensor para descender a segunda. Quedó feo. Un poco cobarde incluso, después de haberlo pasado relativamente mal durante unos 50 minutos, con la sombra de la duda cerniéndose sobre el estadio de un posible empate. O una debacle peor, como la que se produjo en Sevilla la semana pasada cuando el equipo se desmoronó como una castillo de naipes en el segundo tiempo después de haber edificado un precioso edificio de fútbol durante el primero.
Todo esto viene a colación por los pitos que se escucharon durante el partido hacia algunos jugadores. Vaya por delante que los pitos fueron siempre mínimos, procedentes de sectores localizados o emitidos por un bajo porcentaje de personas entre los asistentes. Los reticentes con el equipo fueron muy pocos -quizá demasiado pocos, muchos menos de los esperados, si tenemos en cuenta que veníamos de dos derrotas seguidas, ambas muy dolorosas e incomprensibles- pero se hicieron notar gracias a la calma chicha que suele reinar en el Bernabéu. Creo que el asunto no da para organizar excesivos dramas, para proponer una purga de malos madridistas, ya se tratase de piperos o yihadistas. O quienes quiera que fuesen los silbantes. Que a ver quien es el espabilado que lo averigua ahora y luego nos lo demuestra. Los receptores de las protestas fueron en concreto tres jugadores: Benzemá, Diego López y CR7, al menos que yo me diera cuenta. Y las razones fueran bien distintas en cada caso.Casi que se silbó más al árbitro por algún fallo que luego no fue tal. Yo protesté con ira lo que creí un penalti clamoroso a Bale cuando estaba en trance de chutar a puerta para marcar gol, que al verlo en la televisión con tranquilidad se transformó en un tropezón al patear el gales con la puntera al césped en vez de al balón. Es que la tele a veces hace magia, como David Copperfield sobre el escenario. ¿Alguien cree que debería pedir perdón al árbitro por mis injustas protestas? Ah, que sí? Pues le pido disculpas desde aquí. Oye, que llovía, había humedad y hacia un poco de biruji y por eso tenía sucias y empañadas las gafas.
Las protestas a CR7 fueron puntuales, puramente coyunturales. Se localizaron en un instante muy concreto del partido. Ya se le había aclamado y vitoreado antes, en especial tras abrir el marcador con un gol espléndido, en el que explotó su potencia para irrumpir en el área "celérico", aprovecharse de un pase al hueco de un compañero y burlar la salida del portero. El acuerdo entre la afición y el jugador me atrevería a asegurar que es casi pleno. Habrá quien le discuta aun la sal, a quien no le caiga del todo bien el muchacho, por guapo y rico me imagino, pero las protestas sistemáticas al jugador, gracias a Dios, hace tiempo que pasaron a una mejor vida en el recuerdo. En un momento de zozobra del Rayo, en otro más de los numerosos contraataques en que su defensa quedó totalmente desbordada, CR7 se planto solo ante el portero, escoltado por Benzemá y Bale, y en vez de ceder el balón a cualquiera de ellos, que no habrían tenido más que empujar el balón para marcar, incluso con soplidos, pues no tenían oposición alguna, se emperró en culminar él la jugada, malográndola miserablemente. ¿Se puede tildar el fallo como de pecado mortal?¿Lo son tímidos pitidos que se escucharon? Pienso que ni el uno ni los otros. Creo, y es mera conjetura, por supuesto, que en río el revuelto en que se había convertido ya el área del Rayo Vallecano, Ronaldo quiso pescar otro gol para su cuenta del Pichichi y la Bota de Oro. Unos minutos atrás Bale había optado también por finalizar él un contraataque tras conducir el balón casi la longitud total de la cancha pero, eso sí, no había errado al definir. Quizá CR7 pensó que su sprint sin premio para segundar al galés en aquella otra jugada era un argumento más para poder ser egoísta y que se le perdonara. O tal vez quiso competir con Gareth para quedarse con el título honorífico de mejor gol de la jornada. A veces es demasiado competitivo. Pero no conviene reprochárselo mucho porque el Real Madrid vive estos últimos años en especial de su afán de gloria. las lágrimas cuando recogió el balón de oro como que las secunbdamos casi todos, ¿no?. El caso es que se la jugó y le salió cruz. Llamémoslo soberbia, egoísmo o, simplemente, mala suerte. Creo que la protesta del público estaba justificada, el enfado puntual con él, más si tenemos en cuenta la poca intensidad del mismo. Tampoco es que en la apuesta se jugara el signo del partido. Fue un mero toque de atención. Hay quien cree que despotricar de un jugador es lícito, ridiculizarlo o insultarle públicamente en internet, pero que pitarle en el estadio es crimen de lesa patria, un acto de traición a la causa común. Y para mí que en el razonamiento hay un salto en el vacío, una clara falta de concordancia, pero puede que me equivoque. Podemos tratar a los jugadores como dioses infalibles a los que solo se les puede rezar -aclamar en la traducción al lenguaje futbolístico-, lo hagan bien o lo hagan mal, tenga o no un valor añadido negativo el fallo que hayan cometido, en el caso que nos ocupa ahora una fea dosis de egoísmo y falta de visión de grupo. Y es lícito. Cada cual su forma de entender y sentir el fútbol. Pero en caso de considerarlos exentos de crítica por la afición ya no procede la idea de considerarlos como meros profesionales. Yo jamás pitaría a un jugador, nunca lo he hecho, porque me siento unido a ellos con lazos afectivosos. Así de cursi que soy. No les puedo ver como meros asalariados y tasarlos exclusivamente pro su productividad laboral, como me pide que haga el mourinhismo. A mi me duele verlos perder, más aun si se lo merecen, comter errores. Me causa tristeza verlos cuando no dan la talla. Sus fracasos los asumo como propios, yo que tantos tengo a diario, no me mueven a la ira ni siento deseos de desterrarlos del grupo, de la familia madridista por considerarlos traidores cuando fracasan.
A CR7 se le pitó por que se equivocó, sin más. Luego, al rato, se le volvió a aclamar, es posible que hasta los mismos que le habían afeado el detalle de no querer regalar un gol ue ya llevaba su firma. Este tipo de protesta de la grada a mi me recuerda al cachete que se le da a un crío para que sepa cuando se ha portado mal, que hemos advertido su error y que ha de aprender de él. No se trata de procurar dolor sino de corregir una conducta y evitar que se repita. Quizá sea más dañino lo que hago yo con su educación, consentirlos y no advertirles cuando obran mal. De benzemá nunca rngué ni cuando no deba una a derechas. A Roberto Carlos se le pitó en su día cuando empezó a desbarrar en el campo, con gestos que estaban de más durante un proceso de renovación complicado. Se llevó las manos a las orejas durante la celebración de un gol -"Florentino, elévame la ficha hasta donde te pido"- y la pitada contar él fue monumental. Luego aquello se superó y el Bernabéu le volvió a demostrar la adoración que sentía por él. Creo que hay pitos que se hacen escuchar desde el cariño o el máximo respecto. No todos los pitos son iguales. Ojalá el lenguaje con el que la grada puede comunicarse con el equipo fuera más rico, más colorido, mucho más capaz de expresar los matices.
Los pitos a Benzemá están en otra escala de razones. Creo que obedecieron a dos factores que confluyeron duarante el partido: 1) Que el francés no cuajó un buen encuentro; y 2) Que el equipo venía de dos derrotas consecutivas y el público desenterró algunos de sus desacuerdos de fondo con la plantilla. A un sector no desdeñable de la afición, suficientemente nutrido para que deba ser tenido en cuenta, sigue sin gustarle Karim, considera que sus virtudes no son suficientes para jugar en el Real Madrid o no son lo que el equipo necesita para cubrir con garantías la plaza del 9. Digamos que estábamos sensibles por haber perdido buena parte de las opciones para ganar la liga en tres días hacia menos de una semana y el que más y el que menos se acordó de lo que menos le gusta del actual proyecto deportivo. Me parece humano. A eso se llama sacar conclusiones en caliente. También dolerse de la herida cuando supura pus. Y a mí bien que me jode, aunque lo entienda, que se le utilizara como chivo expiatorio me refiero, como cabeza de turco, porque soy benzemista hasta la médula desde el minuto uno y me gusta este jugador hasta en los partidos en que mete la pata -es decir, cuando no la mete lo suficiente y se le adelantan sistemáticamente los centrales-. Pero lo entiendo. Creo que entra dentro de lo lícito que un determinado jugador no te guste, y es humano expresarlo con más vehemencia a favor de corriente, cuando muerde el polvo y no da una a derechas. Tampoco es el caso. Es llamativa la protesta porque Benzemá viene de jugar magníficos encuentros. Hasta sus máximos detractores han tenido que admitirlo. Uno de los efectos colaterales más satisfactorios de los dos meses y medio de bonanza que se han vivido antes del partido contra los culés ha sido el silencio que ha reinado en torno a Benzemá. Ya que es una quimera pensar en que se le aclame, como ya se consiguió el año pasado con CR7 tras una travesía del desierto que duró varias temporadas, al menos que haya un silencio aséptico, que no infecte de dudas al jugador y de tristeza a los que nos chifla su juego. ¿Que no era el momento más justo para pitarle?, cierto, pero, ¿quien no ha sido ventajista alguna vez al expresar su opinión sobre un jugador al que no traga? Si acaba de meter un gol de chilena pues te la guardas para tí.
Y llegamos al caso más enojoso de los tres, lleno de aristas punzantes: Los pitos a Diego López. No fueron intensos ni proferidos por muchos, pero se dejaron escuchar y, lo que es peor, los oyó el interesado en pleno partido. Suficiente tensión hay acumulada en torno al debate de la portería hay ya para aplicar más kilos de presión a las ya muy tirantes circunstancias. Pero es que además de inconvenientes los pitos fueron injustos. Más aun: premeditados. Se oyeron en la primera ocasión en que el portero intervino en una acción intrascendente. Está claro que venían pensados de casa. Se volvieron escuchar algunas veces más, puede que en dos o tres lances más. Eso sí, con menos decibelios cada vez. Digamos que la protesta fue a menos hasta desaparecer a lo largo del encuentro, en parte por el efecto balsámico de los goles, en parte porque otro sector del estadio mostró su desacuerdo con ella. O al menos eso quiero creer yo. Aunque no lo tenga claro. ¿Cómo se muestra la disconformidad con la gente que pita en el estadio?¿Con más pitos? Ojalá unos pudieran anular los otros, hacerlos desaparecer, como cuando una partícula se encuentra con su antipartícula. Pero la lógica nos dice que se sumarían unos a otros viéndose reforzada la música de viento. Ojalá las discrepancias pudieran expresarse por escrito, de forma individualizada o colectiva, como en los fallos de un tribunal de jueces. A esto me refiero cuando digo que el lenguaje con el que se comunica la grada es demasiado esquemático. Los pitos a Diego López tuvieron una orla de runrunes, valga el "palabro", a veces incluso más audibles que los pitos en sí, y que evidenciaron una cierta división en el respetable en el asunto sometido a improvisado debate. En todo caso, ¿cual era el reproche a Diego López? ¿Que estuviera jugando en vez de Iker Casillas? Eso es una decisión potestad del entrenador no del jugador, luego es hacia el banquillo hacia donde deberían haberse dirigido las protestas. Es más, se trata de una decisión muy antigua, de cuando comenzó la temporada y que se creía ya superada. Digamos que en esto obró el mismo fenómeno que explican los pitos a Benzmá. Aquellos que están en desacuerdo con que no juegue Iker o con que lo haga Diego, se acordaron otra vez de su malestar de fondo a raíz de los acontecimientos recientes en la liga. Pero con la nota discordante de que si bien el francés hizo un mal partido el de Diego no fue ni bueno ni malo, sino todo lo contrario. Apenas si tuvo que intervenir, como les venía ocurriendo a ambos porteros antes de "Los tres días del cóndor", los que volvieron nuestros opciones a ganar la liga en pura carroña. Tranquilos, que lo mismo el tramo final se convierte en un episodio de "The Walking Dead". Nunca se sabe. Eso es lo bonito del fútbol. Y que opinemos con escasa capacidad para analizar lo ya sucedido y para vaticinar lo que vendrá después.
¿Entonces qué?¿Se le estaban reprochando las derrotas a Diego López? Creo que ese es el asunto. Y allá cada cual con sus ideas, pero todos los partidos deberían iniciarse con el kilometraje de los jugadores puesto a cero, sin deudas acumuladas en el taxímetro. Eso o pedir el divorcio con el equipo, lo que en el argot de los debates se denomina "bajarse del carro". Podría escurrir el bulto, callarme el dato para evitarme problemas, pero he de reconocer que veo actualmente más sen forma a Iker que a Diego. ¿En que me baso? En muy poco. Casi en intuiciones. Sumando las intervenciones de ambos en los tres meses de lo que llevamos de 2014, apenas si tenemos un puñado de situaciones apuradas para nuestra portería. Dos o tres a los sumo por encuentro. A menudo ninguna en todo un partido. Muy pocas en todo caso. Pero coincide que la mayoría de las sufridas por Iker se han saldado de forma satisfactoria, a veces por mera suerte (Modric y los palos han sido buenos escuderos), mientras que las sufridas por Diego han solido acabar en goles. La estadística le es adversa, pero los datos son tan pocos que no me atrevo a arrojar conclusiones.
He notado también cierto nerviosismo en Diego y mayor fortaleza mental en Iker, pero leer en las expresiones faciales o corporales de los jugadores para colegir su estado de forma no sé si es una ciencia más exacta que la de tratar de leer en las posos del té para adelantar el futuro de quien se bebió la taza. En todo caso, el nerviosismo de Diego sería razonable con la presión que está experimentando. Razón de más para tratar de apoyarle. Tampoco se ven síntomas de debacle en su juego. ¿Los hay de mejoría en el juego de Iker? Creo que sí. Pero venimos de dos años nefastos del portero mostoleño. No sería muy exagerado decir que su juego solo podía evolucionar para mejor. ¿Me gustaría un cambio de porteros en la Liga? Como no lo tengo claro mi respuesta es no. Prefiero que la responsabilidad la asuma quien corresponde: Carlo Ancelotti que, mire usted por donde, es quien más informado está del asunto porque ve entrenar a ambos todos los días. Es más, yo no discuto con la prensa, ya sabemos que eso es metafísicamente imposible. Los periodistas viven en un plano de la realidad muy por encima del los aficionados, incluso en internet. No cabe la discrepancia con ellos. Es difícil hacérsela llegar si la hay, sobre todo después de un bloqueo en Twitter. Solo puedo discutir con tuiteros -ahí las facilidades son extraordinarias-, y los mourinhistas (dieguistas) son bastante más corajudos que los casillistas. Puestos a optar por la tranquilidad, abrazar la causa de Casillas, que tampoco es que me entusiasme a estas alturas, es mal negocio en el mundo virtual.
Entonces qué, ¿pitos sí o pitos no? Pues, oiga, ni idea. Como dice la canción de Jarabe de palo, todo depende de según se mire. Allá cada cual en todo caso. Escuchar lecciones de madridismo nos nos gusta a ninguno, pero tenemos, por lo visto, una incurable tendencia a impartirlas a diestro y siniestro. En especial a los que acuden al estadio llueva o truene, sea la hora de la siesta o casi de ir al sobre, o nos acabe de pisotear las ilusiones el Barça y el Sevilla. No se es más o menos merengón por animar más o menos en el estadio. Algunos ni siquiera van. El sábado había solo una media entrada. Espero que el madridismo lo compongamos algo más de cuarenta mil personas. A mí, perdónenme ustedes, el debate sobre la animación de la grada me parece muy secundario, en el mismo orden de importancia que el del color de las localidades, que hora son azules y antes color cemento. Vale que el Bernabéu no debería parecer un teatro de ópera -aunque tampoco lo vería algo tan desastroso. Siempre me emocionó al oir a Plácido Domingo cantar el himno compuesto por José María Cano- , pero lo que me hace acudir al estadio tampoco son los festivales de coros y danzas, los espectáculos al estilo de los de la serie Glee que pueden verse en el fondo sur, por muy buena que fuera la puesta en escena de los Ultra Sur, tifos mediante, o lo pueda a llegar ser la de la causa primaveral a costa del flamear de bufandas, sino el fútbol. Eso mismo: Soy un pipero irredento, y a mucha honra.
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