martes, 31 de enero de 2012

Cine y TV (45) / Contagio - Contagion - Steven Soderbergh - 2011



Contagio - Contagion - Steven Soderbergh - 2011

Contagio es una peculiar película de Steven Soderbergh, muy en la línea de Traffic en cuanto al modo narrativo. En aquel otro film se abordaba un problema también de  carácter global, que afecta a muchas personas en diferentes partes del mundo. Un problema que en cierto modo constituye también una pandemia, el del tráfico de drogas. Y se hacía empleando el genero casi documental, con inserciones de escenas dramáticas y elementos de ficción, siendo además una película coral, con gran cantidad de personajes, no pudiéndose determinar de forma clara quien o quienes eran los protagonistas o se situaban en el centro de la trama. No obstante, aunque el tono narrativo sea parecido, pueden establecerse claras diferencias en el modo de abordar el proyecto. Variaciones quizás producto del aprendizaje conseguido al planear y rodar Traffic y en el intento de resolver los problemas y posibles desajustes en el resultado final de aquella gran película. Así, por ejemplo, los elementos de ficción tienen un tono mucho más contenido en su componente dramático. Suele achacarse a Contagio el ser una película fría, incluso gélida, con escasos alusiones a la componente emocional que acarrea el tema que se aborda. Una epidemia de las proporciones que se describe acarrea muchas muertes. Digamos que la materia prima de la que disponía el director para crear momentos de intensa emoción era inagotable. Las muertes de personajes clave del film son muchas. Sin embargo, son parecen otros los objetivos prioritarios del guión, que trata de ofrecernos una visión global del desarrollo de la crisis, utilizando los personajes más como vehículos conductores de la narración, para ayudar a explicar lo que ocurre, que como elementos para analizar la componente emocional de las situaciones planteadas, aunque a mi modo de ver tampoco se desdeñan. Más bien soy de la opinión de que no es frialdad sino contención lo que hay en el modo de contarnos la historia.

Apenas iniciada la película, Mitch (Matt Damon), el personaje que representa al hombre de al calle en el film, ha de afrontar la muerte de su mujer, Beth (Gwyneth Paltrow), recién llegada de un viaje de trabajo a Hong-Kong, y del hijo de esta de un anterior matrimonio. El mazazo no solo es para él sino para los propios espectadores, que asisten a la muerte de una cara muy reconocible, la de una actriz con la que quizás se hayan identificado y hayan elegido para vivir la trama desde dentro. La escena en que los médicos del hospital tratan de explicar a Mitch la muerte de su mujer es un prodigio, ya que sin abandonar ese tono contenido, resulta extrañamente creíble. Mitch escucha a los doctores disculparse, argumentar que el desenlace ha sido inevitable. Lo hace con paciencia, sin mostrar casi emociones en su rostro. Y cuando los doctores acaban su exposición, su pliego de descargo se diría, pregunta: "¿Puedo entrar ya para hablar con mi mujer?". es un hombre completamente superado por los acontecimientos, aturdido y que no es capaz de razonar con lógica. Cuando el doctor insiste en que su mujer ha muerto se niega a creerlo, trata de argumentar lo absurdo de la proposición. Apenas esa mañana estaba bien. El desenlace ha sido demasiado rápido. A lo largo de la película Mitch obra con cautela para tratar de preservar lo único que le queda valioso en la vida, su hija, habida de un matrimonio anterior. Es consciente, por unos datos que se le aportan durante la investigación epidemiológica, que su mujer le fue infiel. Casi parece saberlo de antemano. Su suegra le asegura en las instalaciones de la funeraria que su hija, a pesar de sus errores, le quería. Una forma de hacernos saber que todos eran conscientes de los fallos de ese matrimonio. Sin embargo, Mitch acepta todo lo que se le viene encima casi con resignación, al margen del breve estallido de ira durante su discusión con el doctor en el hospital. Será casi al final del metraje cuando le veamos exteriorizar por primera vez todo lo que siente al ver unas fotos de Beth en la memoria de una cámara digital. El mismo reprimirá el llanto para no influir negativamente en el ánimo de su hija, que empieza a recuperarse de los meses de pesadilla vividos. Y de esta forma tan comedida se nos hará saber que los personajes son humanos, sin desviar la atención de lo que más interesa y sin romper el tono comedido de la narración.

El guión tiene esa capacidad de las películas americanas para explicarnos como funcionan las cosas, de forma comprensible y hacerlo creíble. Su responsable, Scott Z. Burns, lo es también de una de las películas de la saga Bourne, donde la trama también parece avanzar desbocada hacia el desastre. Me entero trasteando en Google que es el primer candidato para escribir la secuela de Blede Runner. He mirado su curriculum y es de los más singular. Aparece, además de como guionista de varias películas, entre las que destacan Contagio y la última, y dicen que la mejor de la saga Bourne, como productor de aquel documental que tanto dio que hablar: "Una verdad incómoda", en el que Al Gore hablaba sobre el cambio climático, y también como director de algún capítulo de la serie de TV Californication. No parece llevar mucho en la industria del cine, pero si tener una carrera meteórica. Es la segunda vez que trabaja con Soderbergh, que unas veces parte de guiones propios y otras veces se apoya en otros escritores.

Muy importante en la película es la música compuesta por Cliff Martinez, que ya trabajo para Soderbergh en Solaris. Si en la película de Ciencia Ficción la música ayudaba a crear atmósferas casi oníricas, a explicar la fascinación e influjo que el planeta viviente ocasionaba en quienes lo contemplaban, creando una sensación de estancamiento en la trama, de no avance, de eternidad incluso, en Contagio los cortes de la banda sonora ayudan casi a todo lo contrario, a crear una sensación de avance vertiginoso, de continuo y acelerado progreso. Los cortes en realidad son variaciones sobre una misma melodía, casi abstracta, que, sin embargo, tiene un claro parentesco con los temas musicales de Solaris. Habrá que concluir que la música de Martinez es claramente identificable, que tiene un sello muy personal, además de ser claramente funcional y ser hábilmente utilizada por Soberberg para mejorar el efecto de lo que intenta suscitar en los espectadores. El primer corte, como buena parte de los demás, acompaña a una ráfaga de planos y escenas, magistralmente montadas, que tratan de explicar los hechos de forma muy visual. Vemos en muy pocos minutos como se desencadena la epidemia y sus efectos en los primeros contagiados.

Contagio - Banda sonora - Corte 1 - They're Calling My Flight - Cliff Martinez

Contagio - Banda sonora - Corte 4 - Move away From The table - Cliff Martinez

Contagio - Banda sonora - Corte 8 - Affected Cities - Cliff Martinez


En un extenso grupo de cortes de la banda sonora se aprecian elementos que semejan latidos de corazón y/o el ruido de manecillas de un reloj, en ambos casos claramente acelerados. Ritmos inconfundibles, constantes, que procuran esa sensación de avance, de desasosiego, casi de amenaza, ya que sabemos que cuando en una películas se escuchan las contracciones de un corazón es porque muy probablemente va a pararse. El corazón de la sociedad, que hacia el último tercio de la película parece muy cerca de detenerse. Son cortes con muy ligeras variantes, por lo que se ofrecen únicamente tres ejemplos, siendo los restantes, salvo excepciones, muy similares, los mismos elementos musicales mezclados de otra forma, ensamblados de un modo alternativo, como si de un mecano sonoro se tratase, o procurados con otros instrumentos o sonidos alternativos, aunque claramente emparentados.

Otros temas de Martinez permiten subrrayar momentos de emoción o suspense. En este grupo purde destacarse especialmente el momento en que Erin (Kate Winslet), la doctora del CDC encargada de investigar la epidemia, su modo de avance, sobre el terreno, en Minneapolis, descubre que está infectada y ha comunicárselo a su jefe, Ellis (Lawrence Fishburne), máximo responsable del centro de tratamiento de epidemias de Atlanta (CDC). Sabe que su contagio supone la muerte, casi fulminante y es evidente que el mazazo emocional es brutal. La perspectiva de todo ha de cambiar necesariamente al enfrentarse a un hecho así. No obstante, tras un breve momento casi de pánico, se recompone, entre lágrimas efectúa las gestiones necesarias, en este caso conocer de boca del recepcionista del hotel donde se aloja quienes han estado en contacto con ella o su habitaciones y donde se encuentran, y dar a conocer la noticia a su jefe, para que busque sustituta. esta llamada no solo es burocrática sino personal. Del otro lado del hilo la respuesta puede parecer fría, pero transmitir su abatimiento, piensa Ellis, solo puede suponer empeorar el estado anímico de Erin, que ahora mismo se sostiene a duras penas. Nuevamente hemos presenciado una escena cargada de emoción interior, pero hábilmente diseñada para no suponer una ruptura en el tono general de la película. la música que la subraya es la del corte que se incluye a continuación.

Contagio - Banda sonora - Corte 10 - I'am Sick - Cliff Martinez

Un aspecto curioso de la película, sobre todo por los tiempos que corren, tan proclives a que se crean las teorías conspirativas y a suponer que los estados y organismos internacionales gobiernan y actúan no con el fin de servir a sus ciudadanos sino de acuerdo a oscuros intereses, es que Soderbergh se decanta claramente por los poderes. El único villano de la historia es Alan Krumwiede (Jude Law), un periodista freelance y creador de un blog, supuesto experto en este tipo de temas, en manipulaciones globales, oscuros intereses supra-estatales y autor de un blog con millones de seguidores, que creen más en lo que él dice que en lo que dicen sus respectivos gobiernos. Los héroes de la función, con sus debilidades, siempre dentro de los márgenes de lo tolerable, son los funcionarios públicos del CDC y la OMS. Incluso el militar de alta graduación que supervisa la actuación del CDC, un almirante con entorcuados en la bocamanga de la guerrera (Bryan Cranston), llega a hacerse simpático. Pudiera ser que la elección de este actor, dado a conocer sobre todo por su trabajo en la televisión en series cómicas de humor disparatado, como "Malmcom in the Middle" y "Breaking bas", fuera uno de los mayores aciertos del casting si ese fuera el fin, ya que la idea preconcebida de él nos imposibilita aceptarlo como el clásico militar que pretende servir a los intereses del gobierno, o a los suyos propios, cueste lo que cueste. Piénsese en los personajes homólogos en "Estallido", la película de Wolfgang Petersen, los generales encarnados por Morgan Freeman y Donald Sutherland, quienes están dispuestos a emplear una bomba sobre el área infectada cuyo efecto devastador solo es superado por las bombas atómicas.

Laurence Fishsburne compone su personaje con gran acierto, dentro del clima de contención emotiva del que venimos hablando, aunque no serán pocos los gestos humanos que le veamos hacer. Su punto de vista será el único global, él único que tenga una visión de todos los aspectos del problema al que se enfrenta la humanidad, constituyéndose en el eje de la narración. Aparte del interpretado por Matt damon, el papel más goloso es el que da vida Kate Winslet, una doctora eficiente del CDC, pero al mismo tiempo vulnerable y apocada. la actriz, tan camaleónica, capaz de dotar a sus creación lo mismo de frialdad que de extrema calidad, nos propone en este caso una mujer víctima del vértigo que le planteada la situación, pero al mismo tiempo capaz de sobrellevarlo para realizar su labor con eficacia y rigor. Todas sus vacilaciones y miedos hacen a la doctora que interpreta más creíble. El papel de Marion Cotillard ofrecen menos posibilidades de lucimiento, una doctora de la OMS encargada de investigar el origen de la epidemia, el primer foco de contagio, situado en Hong-Kong. Menos lucido pero aun así fascinante, por que la presencia de esta mujer es casi hipnotizador. habrá que convenir que las actrices francesas, las mujeres de esta nacionalidad en general, tienen algo indescifrable que ejerce magnetismo en quienes las contemplamos. Los ejemplos son muchos. El más reciente es el de esta actriz, de éxito fulminante en los últimos tiempos en el cine USA.

Marion Cotillard

El personaje de Alan Krumwiede, el único negativo como antes hemos indicado, sirve para que nos alarmemos aun más de lo que deberíamos, que es mucho, durante la primera mitad de la película, tal vez para poner momentáneamente en entredicho la capacidad y honestidad de los encargados de dirigir la crisis. Pero a medida que la credibilidad de estos aumenta, hasta llegar a cotas de puro heroísmo, con la muerte en combate de Erin, y los riesgos casi suicidas que asumen quien logra descifrar el genoma del virus y la empleada del CDC que elabora la vacuna, que la prueba consigo misma para acelerar el proceso de verificación. Mientras, el personaje de Jude Law se va volviendo cada vez más antipático, nos van dando más motivos para recelar de él, hasta que al final concluimos que se trata únicamente de un embaucador que trata de lucrarse con la situación. El análisis que realiza Soderbergh de los agentes que actúan por libre es claramente negativo. Es el punto de vista oficial, que ve en internet un enemigo, no un cauce para mejorar la libertad de las personas, su acceso a la información. Que sepamos lo que no nos conviene no es bueno, se nos viene a decir. "Los blog son solo graffitti con signos de puntuación", exclama el científico que descifra la secuencia de ADN del virus (Elliot Gould). A mi me dolió oirlo, para que negarlo. Todo lo que se lea en internet ha de ponerse en cuarentena, porque puede contagiar paranoias y destruir la labor de quienes si tienen información veraz y pueden resolver los problemas que se le plantean a la sociedad. Es pues el planteamiento del director muy poco revolucionario, apegado al poder. Y podría estar en lo cierto. en todo caso es una postura insólita en los tiempos que corren, en que ser descreído y receloso, no creer en nada ni en nadie, parece lo inteligente, casi la postura ética.

Alan propone como tratamiento para la enfermedad el uso de extracto de Forsitia, desaconsejando en su blog el empleo de la vacuna que ha conseguido sintetizar en los laboratorios del CDC. es cierto que todo acaba en un anticlímax. El ritmo vertiginoso del film se ralentiza notablemente en los minutos finales. No se nos muestra una visión clara de los efectos de la epidemia sobre el mundo, destinándose el final a narrarnos secuenciados, ahora que hay tiempo, por así decir, los momentos más emotivos del film, sin cargar las tintas claro. Mitch improvisa un baile de graduación en el salón de la casa familiar para su hija, que lleva recluida meses en su casa, y al que invita a su novio, del que lo ha separado todo ese tiempo para evitar el contagio. Vemos la escena ante aludida, mientras los adolescentes bailan un tema de U2, en que Mitch se deshace al fin en lágrimas. Solo un breve estallido que logra sofocar cuando su hija le reclama para que se incorpore a la fiesta de tres. También asistimos al momento en que el Doctor Ellis expía sus culpas mediante un gesto noble. Y todo acaba tal como empezó, en la más absoluta cotidianeidad, tras lo cual la película rebobina y contemplamos el día 1 de la historia, la forma en que se crea el virus, en una granja porcina asiática.

U2 - All I Want is You - Versión larga

sábado, 28 de enero de 2012

Cine y TV (44) / Los duelistas - The Duellist - Ridley Scott - 1977



Los duelistas - The Duellist - Ridley Scott - 1977

Los duelistas es el relato de una anécdota histórica, aunque se prolonga a lo largo de 16 años, una de esas anécdotas de guerra tan sugerentes que están pidiendo a gritos servir de semilla para un guión cinematográfico. Como aquella, tan similar a esta, del duelo de francotiradores ocurrido en la batalla de Stalingrado, y que tras esperar años a que alguien se atreviera a narrarla en imágenes sirviera de base para la película de Jean-Jacques Annaud "Enemigo a las puertas", bastante decepcionante porque cayo en el maniqueísmo del bueno y del malo y en el territorio del suspense con giro final inesperado, que a mi modo de ver no encaja con lo que se narra.

En este caso los contendientes son dos oficiales de la caballería napoleónica, D'Hubert (Keith carradine) y Feraud (Harvey Keitel), que se ven enredados en un asunto de honor. El segundo ha tenido un duelo aquella mañana por exigir a alguien, una persona de cierta importancia local en la ciudad donde tiene su sede temporal la unidad de caballería en la que sirve, que se retracte de un supuesto insulto al emperador. El general de su regimiento, el Séptimo de Húsares, pregunta en la sala de oficiales quien de los presentes conoce a Feraud. D'Hubert hace saber que el le conoce de haberlo visto un par de veces. Recibe de su superior la orden de ir a donde se encuentre y arrestarlo. Cuando D'Hubert notifica a Feraud, con toda la cortesía y discreción que la situación permite, su situación de arrestado se establece entre ellos un diálogo de sordos. Feraud se siente afrentado por el compañero que ha ido arrestarlo, al que tilda de lacayo del general. La discusión se prolonga durante el tiempo en que D'Hubert y Feraud discurren por las calles de Lübeck entre el lugar del primer encuentro y la casa del segundo. D'Hubert trata de mantenerla dentro de los cauces de lo razonable, pero es consciente que, como militar, obligado a mantener su reputación, no puede dejarse amedrentar ni avasallar. Al final todo acaba en los aposentos del irracional Feraud en un reto a duelo que D'Hubert se ve imposibilitado de esquivar.

No hay una razón para el duelo, que se prolongará a lo largo de 16 años, con encuentros en distintos escenarios de la Europa en guerra contra el corso. El honor de D'Hubert le impide explicar a terceros la causa de la desavenencia. Pide que el asunto sea investigado, pero sus superiores no quieren entrar de oficio en el problema. Tras ese primer duelo a las puertas de la casa de Feraud, y que termina con el ataque de su amante al contrincante, al que marca la cara con sus uñas cuando ve a su hombre en el suelo inconsciente e indefenso, D'Hubert es enviado a otro regimiento de caballería para poner tierra de por medio entre ambos tenientes. Dos duelos más se suceden al primero. En el primero D'Hubert cae malherido con una estocada en el pecho. El segundo queda en tablas tras desollarse el uno al otro con los filos de sus sables hasta quedar sin resuello.

Los duelistas - Duelo con el que se inicia la película entre Armand Feraud y un personaje local

Tras esta vorágine inicial la película toma un respiro para tratar de centrarse en D'Hubert, quien marca el punto de vista de la narración a lo largo de toda la película. Descubrimos a un hombre que acepta los códigos de honor aunque no sea fanático de los mismos. Está a una distancia sideral de Feraud, al que es verdad que no llegamos a conocer, siquiera en aproximación, y que se muestra a lo largo del film como una figura iracunda, irracional y enigmática, parapetada tras un silencio de razones, que intuimos que en realidad no oculta nada, solo una mente obsesionada con la violencia, la ira a los contrarios y una sed de venganza sin causa aparente, y que se puede saciar con cualquiera que se cruce en su camino. Feraud tiene amigos, leales a lo largo de los 16 años que abarca la historia, luego hemos de suponer que es algo más que el esbozo que se nos muestra. Pero toda la descripción psicológica que se realiza es la de su contrincante. Es difícil pues hacer un juicio justo de Feraud, pero su postura raya la locura homicida. Sus propios compañeros tratan tímidamente de hacerle entrar en razón, pero no sabemos si por miedo o por cierto entendimiento no insisten demasiado.

D'Hubert tiene una amante, que al final lo abandona porque ambos sospechan que la situación solo tiene un desenlace posible, la muerte del oficial a manos de Feraud, quien le persigue con saña por toda Europa buscando poder retarle a un nuevo duelo. Sencillamente notable es la escena en que la amante de D'Hubert (Diana Quick) va a conocer a Feraud a su cuartel para ver que tipo de hombre es y éste acepta el desafío de la mujer sin ningún asomo de vergüenza. En el oficial de húsares no se atisba ni un solo momento de duda, al menos no se nos narra si ocurre. Es una mente cerril que ha edificado una falsa causa ante sus conocidos para justificar el duelo y que no está dispuesto a ceder. La mujer entra en la tienda y afronta la mirada airada del oficial de húsares. Uno no puede sino sentir envidia por D'Hubert, capaz de inspirar amor en una mujer tan brava y de personalidad tan férrea.

D'Hubert es ascendido a mayor para imposibilitar más duelos, ya que éstos están estrictamente prohibidos entre oficiales de distinto rango. Pero años después los dos regimientos coinciden en una ciudad contando ambos con la misma graduación militar. Esta vez el ejército exige un desagravio ante el espectáculo que los dos oficiales llevan organizando desde hace años. Se ordena que el nuevo asalto se efectúe a caballo en un homenaje al cuerpo de caballería. D'Hubert encuentra ridícula la situación, que el ejército quiera ser el destinatario de un homenaje simbólico y pomposo, que llevará a la muerte a uno de los contendientes, sin un motivo real que lo respalde, pero no esté dispuesto a hacer justicia y averiguar la raíz del problema. Entiende que el honor ha de tener un sustrato, ser algo más que un huero artificio para rellenar la nada de una supuesta dignidad. Pero se siente atrapado. Va a este cuarto encuentro con el convencimiento de que no logrará superarlo con vida. No es un loco ni un temerario, le aterra la muerte. Aunque sepa afrontarla en la medida en que tal cosa es posible.

Este duelo a caballo es sin duda el mejor momento de la película. Filmado en una plantación de chopos, tendrá como lugar para el choque una de las calles del arbolado, formada por dos hileras de álamos. Los oficiales amigos de Feraud esperan a Hubert en medio de la ordenada arboleda, con fuegos que levantan humo en la gélida mañana y la dotan de misterio.Murmuran acerca de que pasará si aquel no se presenta. Pero al fin lo hace y cada duelista se posiciona en uno de los extremos de la calle. El duelo es un prodigio de narración fílmica, con un montaje lleno de virtuosismo. Lo contemplamos en tres momentos narrativos distintos:

1) Planos laterales de D'Hubert en el momento previo a que el juez del duelo marque la salida. Lo vemos temblar de miedo. Su mano apenas es capaz de sostener el sable cuando lo desenvaina. ha de templar sus ánimos para ser capaz de agarrar su empuñadura. Se nos ofrecen también primeros planes de la punta de su bigote, que se mueve de forma cómica por culpa de sus temblores;

2) Planos intercalados a los anteriores en que se nos muestra a ambos contendientes dirigiéndose a galope tendido el uno hacia el otro. Son demasiado rápidos y a veces no distinguimos quien es quien. Aunque tampoco importa, ya que en ese momento los dos son lo mismo, furia ciega que solo busca la destrucción del oponente;

3) Planos en cortas y rápidas ráfagas con flashbacks, aprovechando escenas anteriores de la película, y que tratan de explicar toda esta sin razón. El origen del duelo y sus consecuencias hasta ese momento, el momento previo al duelo y el asalto, estos tres momentos se mezclan y se diluyen en un solo momento narrativo de gran tensión dramática y gran belleza visual.

Todo acaba abruptamente, sin que apenas podamos vislumbrarlo, entender como ha ocurrido en la confusión de imágenes. De repente vemos a Feraud postrado en el suelo, con un tajo en la cabeza, y escuchamos como uno de sus compañeros informa a D'Hubert de que está imposibilitado para seguir. En ese momento nuestro alivio se transmite al personaje protagonista, que experimenta un momento de euforia en su camino de regreso. Ve un carro de heno atravesado en la senda por la que transcurre y obliga a su montura a saltarlo. Es su forma de expresar la alegría de seguir vivo. Toda la tensión dramática vivida a lo largo de la película hasta ese momento se libera mientras vemos a jinete y caballo trazar un arco juntos, a cámara lenta, sobre la carreta. Inmediatamente después de tomar contacto con el suelo iniciará un brioso galope, dedicando un gesto despectivo sin siquiera volverse a los campesinos que protestan por su chiquillada sin sentido. la muerte del otro, que se supone por la sangre que mana de la herida, se convierte en la celebración de la vida propia.


A partir de este momento la película se bifurca en varios senderos divergentes. Se añaden al relato nuevos elementos y aspectos narrativos para poder armar un argumento que justifique una película. Pero el film no dejará de ser en ningún momento la historia de una simple anécdota. Una segunda relación amorosa se abre paso. A D'Hubert se le plantea la posibilidad de un enlace ventajoso con una joven (Cristina Raines), de mucha menos edad que él, y de la que al final se enamora. Opone cierta resistencia, diríase que más simbólica que real, al matrimonio pactado por su hermana por juzgarlo desventajoso para la muchacha. Pero al final accede. También se nos ofrecen algunos apuntes de la situación política y de como D'Hubert es capaz de medrar en el gobierno que toma el relevo en el poder a Napoleón gracias a la intervención de su suegro. Pero todo es un pausado discurrir, unos momentos para tomar aliento, antes de enfrentarnos al quinto y definitivo asalto. En él D'Hubert logra al fin despertar de su pesadilla. Ayudado por esos pomposos códigos de honor que han amargado su vida durante tantos años, que la han convertido en un infierno de angustia latente, obliga a su contrincante, al que perdona la vida, ya desarmado, a conducirse como un fantasma, como un ser sin vida, porque ésta a partir de ese momento pertenece a D'Hubert. Y veremos vagar en las escenas finales a Feraud como un espectro por campos y paisajes, por senderos entre los bosques, como un cuerpo sin alma, sin propósito, sin un ejército al que servir, ya que el emperador está preso en Santa Elena, y sin un honor que resarcir, ya que ha perdido el asalto definitivo en su disputa prolongada a lo largo de 16 años.

Hay que decir que en el relato en el que se basa el guión, una novela corta de Joseph Conrad, el escritor no oculta sus simpatías por quien a la postre resulta el perdedor del duelo. No hay que olvidar que el honor es un asunto capital en la obra de Conrad, que es el eje alrededor del cual gira toda la trama de una de sus novelas más importantes: "Lor Jim". La restitución de su honor perdido en un momento de vacilación, de flaqueza, es el motor que mueve a su protagonista a lo largo de la obra, para descubrir al final de su lucha que el honor no puede ser restituido una vez se pierde. El personaje interpretado por Peter O'Toole para la película del director Richard Brooks, habrá de ofrecer su propia vida en sacrificio para recuperar la calma en su conciencia. Hay pues cierta discrepancia en la forma de abordar el relato entre film y novela. Feraud no deja de ser un esbozode personaje, muy poco matizado además, en ningún momento de la obra de Ridley Scott. Al final, perdida su alma, se convierte en algo así como la parodia de Napoleón, al que parece imitar en sus forma de vestir y sus gestos. En el último plano le vemos contemplar el ocaso desde lo alto de un promontorio que se asoma aun río, crecido, de cauce tan ancho y con tanto arbolado en mitad del lecho que se adivina la proximidad de una presa aguas abajo. Para Feraud el discurrir del tiempo se ha detenido, como las aguas del río, y ya solo existe el pasado, que carece de sentido por el presente que ha engendrado. De espaldas a nosotros, mantiene los brazos atrás, en un gesto muy característico del general corso.

Para D'Hubert existe cierta misericordia. Su postura es razonable. Su querer desentenderse de las aventuras napoleónicas también. Ha servido en la caballería durante más de una década y ha participado en muchas de las campañas del emperador. Y todo ello sin verse correspondido en su lealtad por el cuerpo al que sirve. Es también lógico que no quiera participar en la última aventura de Napoleón tras escapar de la Isla de Elba, aunque el personaje interpretado por un Edward Fox, casi irreconocible tras el maquillaje, se lo recrimine agriamente. El no se defenderá porque en él el código de honor adquiere sentido. Ha tomado una decisión y ha de aceptar las opiniones de los demás, aunque sean erróneas o excesivas. Si por él hubiera sido nunca se habría producido siquiera el primer asalto del eterno duelo. El si que es un individuo apegado a la vida, que sabe conceder importancia a las cosas que en realidad la tienen: la propia vida, el amor, el bienestar económico, el éxito profesional. Cuando se le ofrece un gran puesto en el nuevo gobierno nuevamente parece oponerse, pero su resistencia es tan inconsistente como la que ejerce al enlace con la joven Adele. Tampoco encontramos ninguna razón para que lo rechace. Es hombre idóneo y tiene derecho a aceptarlo.


Los duelistas - Tema de la película - Howard Blake

Quizás lo más sorpendente de la película es que se trata de la opera prima de su director, Ridley Scott, hoy en día uno de los directores de cine más famosos, uno de esos pocos que el gran público sabe citar por su nombre, reconociendo algunas de sus obras. Debut feliz que le valió el galardón de mejor opera prima en el Festival de Cannes de 1977. El montaje prima sobre el guión, a veces trepidante, confuso, demasiado abrupto en algunos cortes entre escenas, aunque muy efectista en algunas escenas. El tratamiento visual y el diseño de producción son algunas de las mejores cualidades del film. La ambientación, la localización de exteriores tan lograda, con algunos aciertos notables, como la ya mencionada plantación de chopos para el duelo a caballo, el bosque con ruinas de castillos donde tiene lugar el duelo final, o los paisajes por los que deambula Feraud en los últimos minutos del metraje. No se desdeña tampoco la filmación en plato. Las escenas que tienen lugar en el frente de Rusia son convincentes en este sentido, y se mezclan bien los planos rodados en interiores con los captados en exteriores, lo que constituye para mi uno de los más felices misterios de la película, como un travelling que se inicia en un plato puede acabar en un bello paisaje montañoso real. La música se limita a un tema que se aprovecha con ligeras variaciones para los títulos de crédito que abren y cierran la película. La mayor parte del metraje se desarrolla con sonido ambiente, sin el subrayado emocional que proporciona la música. El tema principal de la película, de gran belleza, fue compuesto por Howard Blake.

La novela de Conrad se basa en un hecho real: la disputa entre los generales Dupont y Fournier, prolongada a lo largo de 19 años y que supuso la friolera de 30 encuentros a caballo con sable, florete y espada. La disputa tuvo la misma raíz que en la historia que narran novela y película, un mensaje desagradable transmitido a  Fournier, apodado la bestia, que provocó su ira, que en su simpleza descargó en el mensajero. El duelo tuvo su último asalto en un mano a mano con pistola, en el que al fin Dupont pudo superar a su oponente y hacerle prometer que no volvería a molestarle, como así ocurrió. Hasta donde puede llegar la sinrazón humana es realmente sorprendente.

Général François Fournier Sarvoleze, "La Bestia", personaje real en el que se basa el de Feraud

Antes de finalizar esta reseña quiero mencionar esa magnifica escena en la que D'Hubert solicita el indulto de Feraud, quien ha sido condenado a muerte tras la última intentona fracasada de Napoleón por reverdecer sus tiempos de gloria. A pesar de que su ajusticiamiento supondría el fin del contencioso entre ambos y despertar de la pesadilla que le atenaza desde hace tanto tiempo que ya ni recuerda, su particular sentido del honor le impide que sean las circunstancias las que resuelvan su problema particular. Además, aquel hombre es un camarada. En puridad él debería hallarse en la misma situación. Su negativa a secundar el canto del cisne del corso le pesa probablemente. No puede permitir que teniendo la oportunidad por su proximidad a la cúpula del poder de lograr su indulto no agote esa posibilidad. La escena ayuda a comprender el personaje, al que habremos de analizar por nuestra cuenta y riesgo, porque el nunca se explica a si mismo, nunca ofrece una razón para justificar sus actos. Porque se somete a la locura de Feraud, porque declina la oferta del emperador o, en este caso, intercede por su enemigo. Quien atiende su petición es nada menos que Fouché, personaje al que muchos equiparan en importancia, carisma y singularidad al propio napoleón, al que sirvió como jefe de policía y ministro del interior durante su época en el poder, y al que tuvo la sabiduría política de sobrevivir. Es una figura que fascinaba a mi padre. Algún día, si vuelvo a leer con la misma asiduidad que antaño, caerá entre mis manos su biografía de Stephen Zweig.

jueves, 26 de enero de 2012

La niña y el oso / 7.- Los ranúnculos

La niña y el oso / 7.- Los ranúnculos

- No me puedes negar que sean bonitos. Ahora el espejo parece otra cosa, y cuando la Luna recorre la superficie parece como si navegará en un mar lleno de algas.

- Sí, es muy bonito. Pero decírselo a las ranas ha sido un error. Ahora se pasan el día aquí como si estuvieran en la piscina.

- Tu siempre refunfuñando. Ahora que vengo menos necesitas compañía.

- Ah no, antes que con esas prefiero bailar con el Diablo. Además, me gusta estar solo.

- Phil, no digas bobadas, tu no sabes estar solo. Simplemente te resignas. Y de mala gana.

El oso lo pensó un momento. A veces le sorprendía la lucidez de aquella criatura tan chica. Ya cuando era diminuta, hace tantos años, le dejaban del revés esos ramalazos de inteligencia feroz. Ruth había plantado ranúnculos en la orilla más soleada del espejo, y estos habían arraigado. Empezaban a multiplicarse. Había una pequeña colonia de flores rojas en un extremo y otra de hojas amarillas en el otro. Estaban tumbados en su balcón, en su terraza natural que dominaba la laguna.

- El agua está buenísima. ¿No venís? -Grito una de las ranas mientras se zambullía a cámara lenta- ¡Jerónimo!

- Así todo el día. Y bien sabe que yo no me baño con público.

- ¿Por qué eres tan reacio a la alegría, Phil?

- No se a que te refieres. Me gusta verte reir.

- Si, bueno. Me refiero a serlo tú. Siempre tristón, arrastrando los pies. ¿Quién te va a obligar a disfrutar ahora que no voy a estar detrás tuyo? Necesito a las ranas aquí, al pie del cañón, para que te espabilen.

- Pues como esas se instalen aquí, a Dios pongo por testigo que nunca volveré a preguntarme a que saben las ancas de rana, que dicen que son plato de gourmet.

Ruth sonrió a su pesar. Trataba de llevar la conversación hacia cierto terreno que le preocupaba, pero aquel cascarrabias le hacia gracia con sus manías y sus arrebatos de ermitaño huraño.

- Me voy a hacer un largo -Anunció otra de las ranas-. Que alguien me cronometre, que me noto en forma para batir mi record.

- Estoy contando desde ya -le contestó gritando Ruth.

Phil se dió con toda la palma de la mano en la cara. La cachetada se oyó claramente. Luego permaneció con el rostro tapado en un gesto de desesperación.

- Si es que si encima los animas estamos perdidos.

- A mi me divierten, sosainas. Si hubiera sabido que tenías tantos nuevos amigos a lo mejor hubiera venido antes.

- No son mis amigos. Se me pegan en cuanto pueden si hay posibilidad de molestar o gorronear.

Ruth se puso al fin seria. Aquello no iba por donde quería. Había que abordar el asunto.

- No me lo pones fácil, Phil. Necesito saber que cuando vuelva a la universidad estarás bien. Mi novio está allí y no vendré a menudo. Probablemente no antes del verano. Y será por poco tiempo.

- Te recuerdo que ya me manejaba tan ricamente yo solo antes de que nacieras tú.

- Sí, cierto, a veces me pregunto como pudiste sobrevivir hasta que llegué a tu vida.

- Oh, vaya, con suerte sin duda.

- ¿Sabías que ranúnculo significa "pequeña ranita""?

- Pues no. Y saberlo hace más atractivo el cambio de decoración.

- ¿A que sí? Ya verás cuando la superficie del agua se cubra de ranitas amarillas y rojas.

- Con las verdes que tanto alborotan ya voy servido. Gracias.

- Házmelo fácil, Phil. Allí soy feliz. Quiero estar con él. Le quiero.

- Yo no te retengo.

- Pero si no te esfuerzas en estar bien harás que me sepa amargo. Hazlo por mí.

- ¿Cuanto?¿Cuanto? -Grito la rana expectante.

- 48 segundos justos- Le contestó Ruth alzando la voz. la distancia era la suficiente como para que los gritos fueran la única forma de hacerse entender entre ellos.

- Waala. Plusmarca personal.

- Si es que encima son copionas. Te ha calcado la expresión de sorpresa.

- Pero es un halago, tontorrón.-Le beso la mejilla peluda, súbitamente enternecida por su tozudez. Nunca daba un paso atrás. Solo si ella se lo pedía. Tuvo que apartar la mirada para que el no se percatara de sus lágrimas. Cuanto lo iba a echar de menos. Más que a nadie nunca.

- ¿Quieres que me integre? -Dijo Phil poniéndose de pie súbitamente.

Ella le miro con una expresión pintada en la cara que a medias era de sorpresa y a medias desconfianza.

- ¿Que vas a hacer?

- ¿Quieres que lo haga o no?

- Que ya te he dicho que sí, bobó.

- Verás. Lo vi en un episodio de House.

Primero corrió alejándose del precipicio. Luego acercándose a él. Y al llegar al borde dio un brinco tan fuerte que Ruth no lo hubiera podido creer si no lo estuviera contemplando con sus propios ojos.

- Yujujujui -Gritaba mientras trazaba un arco en el cielo de la tarde y caía con un ruido estruendoso sobre la lámina de agua. Fue algo así como un "splash". Litros y litros de agua ascendieron como un surtidor en el lugar del impacto. Y cuando salió a la superficie gritó:

- ¿Quien me echa una carrera?

- Uff, a nosotros se nos ha hecho tarde. Si eso venimos otro día.

Ruth estaba muerta de risa arriba de la rampa.

- Yo te la hecho.

- Ven, enana, si te atreves.

Ella repitió el salto de Phil. Y una vez en el agua, tras causar menos alboroto al llegar, se abrazaron simulando que peleaban. Luego se persiguieron el uno al otro.

- Pues si que te enseñé bien a nadar.

- Anda ya. Soy autodidacta.

- Será cabrón.

- Shush, en el bosque no se dicen palabras feas, niña. Lo sabes porque es lo primero que te enseñé.

- Gilipollas -Dijo ella como toda contestación.

Y todo el resto de la tarde estuvieron echando carreras, jugando a hacerse aguadillas, buceando para explorar los fondos de la laguna. Ruth oyó a las ranas protestar mientras se marchaban: "Vaya forma de tratar a los invitados. pues no te digo que casi me aplasta ese bruto". "Oye, y la niña al menos parecía cuerda. Ese oso es una pésima influencia para ella". Sí, Phil estaría mejor solo. La verdad es que eran unas pesadas. Además, lo quería así, porque él era solo suyo. Su oso.

El Fútbol y sus aledaños (28) - ¿Un puente demasiado lejano?

¿Un puente demasiado lejano?

Aquella noche en Eindhoven... "Ayer soñé que volvía a Manderley"... Ni siquiera se como empezar esta crónica. Noche de pesadilla, noche de soñar también, de recuerdos de batallas injustamente perdidas, de momentos paradójicamente de esperanza. Quizás era un puente demasiado lejano, que nosotros mismos habíamos situado tan alejado de nuestras posibilidades que se volvió imposible de conquistar. Ayer se decía que Mou dio una rueda de prensa tras el partido magistral, otros que estuvo en su línea habitual borde y desabrida. A mi, sinceramente, me pareció un hombre abatido, con esa falta de discurso en los momentos en que no te apetece volver a martillear los mismos clavos, repetir los mismos argumentos obvios, sobre todo tras una semana de tanta tensión. Se que se vendrá arriba, pero su marcha empieza a tener lógica. Nadie tiene tanta fuerza como para afrontar retos titánicos con la oposición de todos, quien sabe si también de gente de su equipo.

Empezó la semana o, mejor dicho, acabó la anterior, oyéndose pitos en el Bernabeu contra Mou. No los quise creer, no porque los juzgue imposibles o prohibidos, sino porque hace bien poco estuve en el estadio y la gente le trataba como a una estrella del rock. "Ha salido del banquillo", se oía decir en la grada y todos nos asomábamos al precipicio del tercer anfiteatro para ver al gran gurú. Quise pensar que los pitos se debían a la mezcla de cánticos de los Ultra Sur, que son los que marcan la pauta durante los partidos de cuando y que se corea. Pero no, los pitos iban dirigidos a Mou por, por su planteamiento cicatero en el partido de ida de los cuartos de final de La Copa. La prensa, con la que sostiene un pulso desde su llegada, que ve en él el primer rival en el banquillo del Real Madrid que le planta cara, y por ello lo odia, creyó ver brecha por la que asestar la puñalada trapera y se despachó con dos portadas indecentes, una la propia mañana del partido con el Athletic de Bilbao, donde el equipo se jugaba mucho, buena parte de La Liga. La segunda el martes, la víspera del gran duelo, con una portada en el As que solo puede considerarse como una falta de respeto, habitual por otra parte con Mou. Precísamente la gente, el gremio, que siempre lo exige es el que no es capaz de respetar a nadie. Era vergonzoso escuchar la radio hace ocho días, los intentos de redacciones enteras, la de La COPE y Radio Marca, por ejemplo, de ridiculizar a jugadores merengues, que podrán ser mejores o peores futbolistas, pero que merecen un respeto, sino de los aficionados, que a veces se dejan llevar por la pasión, al menos del resto de profesionales del ámbito futbolístico.

La cuerda estaba demasiado tensa, con reproches excesivos y bulos propalados desde las emisoras y las redacciones de periódicos, con la afición tal vez dividida, aunque en Twitter me cuesta recordar una opinión discrepante, con un reto excesivamente complicado. Ganar en el Nou Camp. Los veteranos en ver fútbol sabemos que hay una norma no escrita que le impide al Madrid lograrlo. Han de concatenarse demasiadas circunstancias a la vez: 1) Una situación de calma entre ambos clubs, porque allí siempre se ha permitido el ambiente prebélico, con agresiones desde las gradas a los jugadores blancos incluidas; 2) Un arbitraje que no barra bajo nuestros pies de forma demasiado descarada, que ya empieza a hacer falta tener memoria de elefante para poder recordar las veces que hemos salido de ese estadio atracados y hasta sin calzoncillos; 3) Un Madrid en estado de forma óptimo y con gran potencial futbolístico, además de acertado, porque lo normal es que el equipo se resigne a perder los puntos que allí se dirimen. El Madrid de Zidane fue capaz de ganar en una semifinal de La Champions, siendo infinitamente superior, y aun así lo logró por la mínima.

Tras el desembarco en Normandía, sin un puerto en sus manos con calado suficiente en el que poder realizar atraque de barcos de gran calado, los aliados apenas podían suministrar gasolina suficiente a sus tropas para que el avance de sus ejércitos fuera a un ritmo siquiera similar al de repliegue de las tropas alemanas. Eishenhower tenía dos gallitos presuntuosos en su corral que le exigían toda su atención y mimos: Patton y Montgomery. El americano, que lideraba las divisiones blindadas que eran la punta de lanza, vociferaba que sus hombres podían nutrirse del cuero de sus cinturones si hacía falta, pero que sus tanques necesitaban gasolina para avanzar. El inglés trataba de que ese suministro recayera en sus tropas, menos audaces, seguramente peor comandadas. Las desavenencias entre estas dos primas donnas venían desde los tiempos de la disputa de Sicilia a la Wehrtmacht. Como no se ponían de acuerdo y en vez de coordinarse preferían enseñarse los espolones, Eisenhower optó por que ambos le presentaran sendos planes para la conquista de Alemania para decidir cual era el más viable. Patton optó por el consabido "dame más gasolina para mis tanques, y antes de Navidades brindamos en Berlín". Lo cierto es que la mayoría de los días sus divisiones blindadas dejaban de avanzar por falta de combustible, tan rápido era el repliegue alemán. Monty presentó un plan imposible, pero muy lucido, con demasiadas variables como para que pudiera llevarse a buen término.

El que luego sería presidente de los EE.UU. optó por la propuesta inglesa, seguramente presionado por la idea de un escenario futuro en que ambas potencias dejaran de luchar coordinadas. Desairó a su compatriota y dio luz verde a la operación Market-Garden. Esta consistía básicamente en conquistar una carretera a través de Holanda que condujera a sus tropas hasta Alemania. Tomarla y defenderla, y garantizar al menos un puente para el cruce de los grandes ríos que se interponían en su camino. Había que capturar un puente sobre el Dommel en Eindhoven, otro sobre el Waal en Nimega y, finalmente, un paso sobre el Rin en la frontera con Alemania, en Arnhem. A este último se refirireron más tarde como "un puente demasiado lejano", mote que sirvió para dar título a un libro de Cornelius Ryan, el gran cronista del desembarco de Normandia, quien escribió el libro canónico sobre esta batalla colosal. Para capturar los puentes antes de la llegada de la infantería Montgomery sugirió utilizar 3 divisiones de de paracaidista. La mayor operación aerotransportada de la historia, que por sus resultados marcó el fin del uso de esta arma. Dos divisiones americanas, las legendarias 42 y 101 debían asegurar los cruces del Waal y el Dammel. Para la Primera Aerotransportada británica y la Brigada Polaca quedaba lo más difícil, arrebatar y mantener operativa la puerta de Alemania. Todo acabo en un gran fracaso, aunque los alemanes custodiaban la orilla sur del Rin cuando la batalla terminó.

Siempre pensé que aquella noche de Eindhoven mandamos a la Quinta del Buitre a conquistar un puente demasiado lejano, pero aquella exhibición sin premio nos llevó a las orillas de la Séptima. Se demostró que un Real Madrid sin Di Steffano y su gente, sin Amancio y sus coetáneos, también podía, merecía hacerse con la orejuda. Ayer sentamos los cimientos de la Décima, aunque no la logremos este año, estoy seguro. El Barça es un gran equipo, sería mezquino negarlo, y hasta contraproducente. Son los grandes rivales los que procuran la gloria en la victoria. Es algo que el barcelonismo no entiende. La Séptima representa lo que representa porque además de largamente esperada se logró contra la Juventus de Zidane, esa versión óptima del jugador francés, como tanto les gusta argumentar a algunos culés para minimizar los logros del marsellés llevando la zamarra blanca. Perdonarme la disgresiones, esta también, pero cuanto me recuerda Benzemá al frances. La potencia traducida en elegancia, esas piernas interminables que a veces parecen ejecutar ballet, sus controles imposibles, la exquisitez del detalle. Incluso su marcada timidez y mesura al demostrar su alegría. No es sangre fría, ni siquiera templada. Es el arte exteriorizado y el pudor al mostrarlo. Su gol ayer, habilitando un puente aéreo para sobrevolar Puyol, son alardes logísticos que hasta ahora pensaba que solo estaban al alcance de su compatriota.

Salió el Madrid a morder. Tiburón blanco, corazón pleno. Desde el minuto uno. El Barcelona se veía desbordado. Pocas veces he visto correr tanto a un equipo. No digamos ya de megaestrellas consagradas. Esta semana se les ha herido en el orgullo. En realidad se les había puesto en la tesitura de que no había ya nada que perder, siquiera la dignidad, que la prensa les había arrancado a base de portadas, debates sesgados, columnas falaces (quintacolumnistas hay muchos detrás de la trinchera que defiende el Madrid) y declaraciones altisonantes. El trasatlántico escoraba a babor, y como único contrapeso tenía la labor arbitral, nefasta, a veces rozando el cinismo, como al trocar la roja a Lass por una increíble amarilla a Iker para descargar la conciencia por dos penaltis no pitados en el área azulgrana. Los vimos a cámara lenta. Cierto que el árbitro no. Y eso podría ser un argumento creíble para iniciar un debate, no lo que se ha dicho en muchos medios periodísticos de que el árbitro se equivocó para ambos bandos por igual. Por que es que hubo más: un tercer penalti cuando el Madrid arreciaba como una tormenta de verano, que hubiera acarreado la expulsión de Puyol. Y una expulsión de un jugador del Madrid, injusta, para tratar de picar al toro y restarle el empuje que amenazaba con llevarse por delante la que se preveía una tarde torera del Barcelona. El dicho "seis toros seis", tan taurino, lo han trocado en Barcelona desde que han prohibido las corridas en Cataluña por "una manita, para no perder la costumbre". Eso es lo que esperaba todo el mundo. Ese ha sido el chasco para muchos, el resurgir del orgullo madridista. Nos han llevado a un rincón pensando que estábamos acabados, que Mou estaba amortizado, y pienso que la contra va a ser demoledora. The Impire Strikes Again. "Y va a seguir, y va a seguir, la dictadura del Madrid", como cantaba Raúl en las celebraciones de los trofeos con mesa y mantel de por medio, cuando llegaba la hora de los postres y los brindis.

Ayer un Özil, que incluso supero la cota de nivel del año pasado, crecido y desbordado por la orilla de la defensa madrista, un Kaka por primera vez sólido, un Granero ejerciendo, sin esconderse, propiciaron el primer cambio de ritmo del equipo. Y estamos todavía en enero, en la contrameta, en el inicio de la última vuelta que puede reportarnos una marca de récord. Porque aun nos queda recuperar a Di Maria, reverdecer a Xabi, conseguir la mejor versión de Marcelo, integrar a Sahin en el esquema. El margen de mejora es inmenso, siendo inmensos los logros. CR7 desde poco antes de la defensa que realizará de él Mou en una rueda de prensa, se ha convertido en un jugador total, que lo mismo seca el avance de un Messi en galopada en el interior del área que marca goles o reparte juego. Atroz su hambre y atroz su calidad y su peso en los encuentros, incluso en sus partidos malos. Pepe jugó ayer con el garrote vil girado al límite y amenazando con partirle la nuca. Mayor presión mediática sobre una persona parece inconcebible. Asesino ha sido un calificativo con certificado que ha circulado incluso por ámbitos periodísticos. David González, uno de los presentadores de Radio Marca lo ha gritado impunemente hasta quedarse afónico. Ojalá este fuera un mundo tan frívolo como el de la prensa rosa y las demandas judiciales estuviesen a la orden del día.

¿Qué queda después de lo de ayer? El orgullo. ¿Es suficiente con eso? A mi entender no. Pero es que hay algo más. Algo incluso que va más allá de la esperanza. Hay una certeza de que este equipo es grande, que está llamado a hacer grandes cosas, incluso con un rival que todos claman que es el mejor equipo de todos los tiempos en el escenario. Un equipo que siempre que escora es apuntalado por los árbitros. Pero me quedo con esa certeza que menciono. No, el Madrid ya no depende de un día inspirado de CR7, que empieza a prodigarlos en los clásicos y en los partidos grandes, son muchas sus referencias. La de Mou una más. Sus cambios rara vez no tienen repercusiones en los encuentros. No soy experto y no puedo evaluar su labor. Pero ciertas cantinelas que se tratan de vender como verdades incuestionables para desprestigiar al portugués hace tiempo que han quedado en evidencia. La vida siempre te da una revancha, la habrá seguro. Ahora cuento con algo que no tenía hace dos días: Una certeza. Ayer enviamos al Real Madrid a conquistar un puente demasiado lejano, pero hemos amanecido en la orilla sur de La Liga, y puede que de la Décima.

martes, 24 de enero de 2012

Cine y TV (43) / Carta de una desconocida - Letter from an Unknown Woman - Max Ophüls - 1948


Carta de una desconocida - Letter from an Unknown Woman - Max Ophüls - 1948

Elegancia y ligereza es lo primero que me viene a la mente si trato de describir a bote pronto las cualidades de este film. En una escena ya avanzada la película, Lisa vuelve de la estación de ferrocarril. Parte con su familia para dejar Viena para siempre. Pero escapa de la vigilancia de sus padres porque quiere ver una vez más a Stefan. No sabemos exactamente para qué. Ella tampoco. Apenas es una niña y confesarle su amor por él está fuera de toda lógica. Recorre en una alocada carrera las calles de Viena improvisadas en un plató de Hollywood. El tranvía la lleva hasta la calle donde antes estaba su casa, donde vive Stefan, que fuera su vecino. Es una calle con calzada de adoquines, en ligera pendiente, de aceras sombrías, tenuemente iluminadas, en perpetua madrugada. La cámara se sitúa abajo, al inicio de la cuesta y mira el escenario en ligero contrapicado. Ella salta del tranvía en marcha, que avanza en perpendicular a nuestra mirada, por la calle que corona el talud. Al caer sobre la acera se interpone en el camino de un gato que se desliza con pies ligeros por el escenario con idéntica dirección que el tranvía. Ambos se sorprenden de la presencia del otro. El gato se detiene justo en el borde de la acera y alza la cara para mirarla, espectante. Ella vacila solo un segundo y prosigue calle abajo. Y cuando el gato ve el paso franco prosigue su caminata para desaparecer por la derecha del encuadre. No es nada relevante, no añade información al relato que se nos narra. Solo un detalle, pero que ha llenado de magia, de extraña belleza un momento delicada de la trama. La vacilación de ambos ha convertido al animal en un personaje más de la trama, ha imbricado su imagen en el plano general. Planificado o mera casualidad de la que era testigo la cámara, el resultado es un plano prodigioso que Ophüls tiene el acierto de incluir en el montaje de la película y que nos da el mejor ejemplo para concluir que "Carta de una desconocida" es el imperio de los detalles.

Los temas de los que me sugiere hablar esta película no diré que son infinitos, pero seguro que van a agotar la paciencia de quien llegue a leer estas líneas. Por que me propongo hablar largo y tendido. No tengo mejor cosa que hacer, a nadie mejor que amar que a la obsesionada Lisa, ningún lugar mejor en el que derrochar las horas que me sobran que en esa Viena de cartón piedra y, sin embargo, de atmósfera tan convincente, siempre en penumbra, a veces nevada días atrás con los montones de nieve petrificada, parcialmente derretida en las aceras. Alguien debió barrer el blanco hacia las alcantarillas en ese escenario imaginario planificado al igual que alguien ha barrido mis ganas de vivir este día hacia los rincones.

Cine versus Literatura

El primero se refiere a las adaptaciones cinematográficas de obras literarias, concretamente narrativas. Suele considerarse a la Literatura como un arte superior al Cine, dándose como prueba la gran cantidad de novelas que han generado películas fallidas, con argumentos mutilados, o también con disgresiones o variantes respecto al original escrito que a la postre han resultado equivocadas. Para mi hace tiempo que existe una explicación. Todo se reduce al espacio narrativo disponible. Si partimos de una novela, lo que se cuenta en 200 o 300 páginas de escritura es imposible que quepa en unos 90 minutos de imágenes. Es necesario escoger entre los pasajes y desechar muchos, los que se consideran menos importantes para explicar lo que se pretende contar. Incluso entre los personajes. Dicen que el mayor acierto del genio Robert Bolt cuando adaptó Doctor Zhivago, de Boris Pasternak, para el director David Lean, fue la tala profusa y acertada de personajes que como un bosque pueblan el paisaje de la novela, que incluso a veces logran que el lector se desoriente dentro de la trama, en el laberinto de nombres. Algo similar puede decirse de la versión para el cine de King Vidor de la novela-río de Tolstoi "Guerra y paz". En ese caso hizo falta la labor de 6 guionistas, incluido el propio director, para abrir claros en la espesura en los que construir las escenas cinematográficas. Son dos ejemplos que en realidad desdicen mi teoría, que van en contra de ella, aunque la piense acertada. Como decía antes, todo es una mera cuestión de espacio narrativo disponible. Cuando la fuente del argumento es un relato o una novela corta el margen de maniobra se amplia, a la película se le ofrece la oportunidad de ensayar variantes, otros tonos o ambientaciones, añadir elementos o ideas o, en el peor de los casos, de integrar en el guión la totalidad de lo que encierra la obra literaria.

"Los duelistas" es una obra novela corta de Joseph Conrad que narra una anécdota de las Guerras Napoleónicas que cabe, incluso mejorada, en la opera prima de Ridley Scott, que quedó muy cerquita de la categoría de obra maestra. Leí el relato tiempo después de ver la película y de reconocer que me decepcionó porque hallazgos del film que me habían emocionado no los encontré, siquiera su huella, durante la lectura. El cuento de Conrad tiene un marcado sesgo político que a 200 años vista cuesta comprender y carece de la emotividad que el director inglés le concede al personaje interpretado por Keith Carradine. Se trata de dos oficiales de la caballería napoleónica que viven las contiendas propiciadas por el general corso por toda Europa como una contienda paralela entre ellos. Al inicio del film uno de ellos se siente ofendido por el otro por un motivo insignificante pero que le obliga a retarle a duelo cada vez que coincide con él en un lugar. El otro vive desde entonces en una perpetua pesadilla de miedo. En los momentos que preceden al segundo de los duelos a muerte entre ellos le vemos sufrir por ser consciente que su muerte puede estar próxima. La ocasión del duelo es para mí uno de los instantes más logrados del cine. Se desarrolla con los contendientes a caballo, que cargan el uno contra el otro. Después del encuentro, que es brevísimo, casi decepcionante por el tiempo que se lleva fraguando y acumulándose la tensión, el personaje que marca el punto de vista de la narración experimenta la euforia de saberse vivo aun, que el director nos ilustra con una exultante cabalgada alejándose del lugar del duelo, mientras salta cuanto obstáculo se interpone en el camino con brío y una alegría desbordada. Esa escena que tanto me impactará cuando viera el film por primera vez no la hallé en ninguna página del libro, y fue para mi una enorme decepción porque quería recrearme en la jugada.


Sin duda Conrad es uno de los autores de relatos que más fortuna ha tenido en el cine. Sus escritos breves son el germen de al menos tres obras maestras, al menos que yo recuerde, todas ellas más o menos transformadas en el trayecto que va de la literatura a la pantalla. Además de "Los duelistas", está "El corazón de las tinieblas", primer impulso de la genial película de Coppola filmada en Filipinas: "Appocalypse Now". También "Nostromo", que es el sustrato de "Alien, el 8º pasajero". En todos estos casos y en el de otros autores, nadie cometería la estupidez de plantear un debate acerca de la fidelidad del film al texto que ilustra. Se trata de variantes, nuevas versiones. Obras maestras todas ellas. Películas que incluso descubrieron nuevos rumbos para el cine o crearon géneros. No se si habría que añadir "Lord Jim", novela que aprovechara Richard Brooks, pero es que es mucho el tiempo transcurrido desde la última vez que la vi, y aunque recuerdo que la calidad del trabajo de Peter O'Toole está en el mismo orden de magnitud que el que desarrollara en "Lawrence de Arabia" o "El león en invierno", de la bondad de la película no estoy tan seguro.

Viena entre mis obsesiones y las de John Irving

Otro tema que me sugiere "Carta de una desconocida" es Viena. Más como idea o arquetipo que como ciudad. El novelista John Irving, mundialmente conocido después de publicarse su obra "El mundo según Garp", siempre incluye en todas sus novelas una serie de elementos accesorios, casi como si se tratara de una apuesta. Siempre hay un oso en la trama, a veces alguien que se disfraza de tal. La trama o algún personaje tienen relación con la lucha libre. El protagonista de su novela más famosa, y que acabo de citar, es entrenador de este deporte en una universidad. Un tercer elemento recurrente es que las tramas siempre tienen lugar en Nueva Inglaterra. La cuarta es que la ciudad de Viena está presente como escenario de algún capítulo o forma parte del bagaje personal de algún personaje. No se si son obsesiones. Imagino que si recurre a estos elementos es porque los conoce. Yo nuca he estado en Viena y sin embargo en cierta medida me obsesiona. El museo de pintura más parecido al Prado, al menos como idea, es el Museo de Historia del Arte de Viena (kunsthistorisches museum). Allí está la mejor colección de Pieter Brueghel. Los cuadros de sus monarcas y sus hijos que pintara Velázquez con predominio de los negros y los grises para la corte española, en este museo vienés tienen su alternativca con pleno colorido. Además, Viena es el falso escenario de dos obras maestras del cine, ambas basadas en relatos literarios cortos. Una es por supuesto la película que sirve de excusa para escribir estas líneas. La otra es "El tercer Hombre". Si en la obra de Ophüls Viena es en realidad un encantador plato cinematográfico, en la de Carol Reed, y que recrea una novelita de Graham Greene, aunque veraz, hiperrealista en realidad, aprovecha unas circunstancias muy especiales, los estragos causados sobre la urbe por los B-24 estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial. Filmada inmediatamente después de finalizar la contienda, Viena, sus calles y su sistema de alcantarillado, se convierten en un personaje más de la historia. En la obra de Ophüls buena parte de su encanto reside en los escenarios, a veces ingenuos, pero eficaces a la hora de dar el tono a la película que el director desea. Poco importa que la banda del pueblo suene como una filarmónica en la banda sonora o sepamos que el Pratter que se nos muestra en una determinada escena, con la noria de este famoso parque de atracciones recortada en el cielo, sean un decorado. La elegancia de Ophüls merece que pasemos por alto estos detalles, como si estuviéramos viendo una obra de teatro e importará más el cómo se nos explican las cosas que el con qué elementos visuales o de atrezzo. Otro parantesco o coincidencia entre ambas películas es el contener una escena con gato. En el caso de "El tercer Hombre" un verdadero prodigio cinematográfico. Nunca se nos presentó un personaje de manera tan impactante. Y quien hace los honores es un gato, que busca una presencia semi-oculta en la penumbra de un portal.

Carta de una desconocida - Max Ophüls - Trailer

El amor como una patología

"Carta de una desconocida" no puede considerarse más que como la historia de una obsesión, de un amor que es más una patología que un sentimiento. Lisa decide un día que amará para siempre a Stephan Brandt. Y lo decide aun antes de conocerle. Primero se enamora de sus objetos, así lo reconoce ella misma, cuando los ve llegar al edificio en el que vive con su madre en una mudanza. Desde el mismo instante en que los ve se enamora de aquellos objetos hermosos, refinados, llenos de elegancia. Al menos a sus ojos. Después, tras ir a vivir el pianista al apartamento situado junto al suyo, se enamorará de su música. El amor por el Stephan Brand físico también será un flechazo a primera vista, en una escena llena de belleza. Coincidirán en la puerta del edificio, que ella abrirá para él para dejarlo pasar educadamente, como corresponde hacer a una niña cuando está ante un adulto. La puerta se abre hacia afuera y ella queda atrapada entre el cristal de la hoja y la pared del soportal, prisionera o tal vez protegida de sus propios impulsos. Porque el suyo es un sentimiento total que abarca cuerpo y alma del ser amado, lo que fue y lo que puede ser, su obra y todos los objetos que le pertenecen. En más de una escena, como niña y como adulta, la veremos tocar esos objetos que abarrotan la casa del pianista casi con sensualidad, con la emoción a flor de piel, en la yema de los dedos. Nos cuesta imaginar que esta mujer haya podido tener un momento de respiro de este amor, que la cubre por completo, que es casi el elemento que respira y llena sus pulmones. Ni un instante sin que su mente vuele hacia él desde el instante en que lo conoce de forma indirecta. Ni un momento sin que su recuerdo anegue su memoria desde que entra a formar parte de su vida. Es un amor patológico, elegido y cultivado como quien cuida un bonsai y trata de controlar su crecimiento, que desdeña el sentimiento del otro. No importa no ser correspondida. Lo esencial es lo que ese sentimiento le hace experimentar por dentro, como llena todos los vacíos de su vida. Porque, ¿qué hace en la vida esta mujer además de amar al pianista? No lo sabemos. Quizás el melodrama nos desborde y no lleguemos siquiera a preguntárnoslo teniendo que estar atentos a tanto sentimiento que arrecia como la lluvia de verano. Pero lo cierto esta mujer vive anulada por un amor imposible, que la vuelve ciega y sorda a su realidad cotidiana, que la hace rechazar una proposición de matrimonio ventajosa cuando es joven y renunciar a la seguridad de una pareja que le procura todo, a ella y a su hijo, y que además no pide nada a cambio, que comprende lo que ocurre y se resigna.

Toda la historia se basa en una premisa difícil de aceptar, en la incapacidad de Stephan para recordar a quien primero será su vecina y después su amante ocasional. Quizás es más difícil de aceptar lo primero que lo segundo. ya nos hacemos cargo de la gran cantidad de mujeres que jalonan su vida. esta, además, se hecha literalmente en sus brazos después de regresar a Viena convertida en una mujer. Vivirán un breve romance de un par de días y el se marchará de gira para dar conciertos. La va a visitar a donde trabaja como maniquí para informarla. Hay cortesía en el proceder, aunque no se aprecia excesivo pesar al dejarla. Tampoco en la estación. Sin embargo, en la velada del día anterior le regala a Lisa los mejores momentos de su vida. Quizá para él no haya sido nada excepcional porque es algo habitual, algo natural en su persona, ser galante, encantador, saber hablar de si mismo mostrando reproche, como si quien le acompaña en ese momento pudiera ser persona que fuera a redimirle. La lleva a cenar a un lugar lujoso, después al Pratter, donde la lleva a Venecia, los Alpes Suizos y muchos lugares más en un tren de pega, en la que seguramente es la escena más hermosa de la película, llena de candor, elegancia, ingenuidad, ligereza. Alli están los dos a solas, en un vagón de madera por cuya ventana pasa un dibujo para simular el movimiento. A ella le ha llevado hasta allí la locura, la obsesión. A él la lujuría, su maestría para disfrazar su vacío existencial de misterio, su incapacidad para tomarse en serio la vida con trascendencia. "A veces es más difícil contentar a los demás que a uno mismo", le dirá a Lisa cuando ella le hable de su éxito profesional. Pero tampoco estamos en situación de reprocharle nada. Él no tiene la culpa si no corresponde a Lisa. Menos aun si se echa en sus brazos en busca de lo único que el está dispuesto a ofrecer: una mentira hermosa. Lisa no es una víctima, es una voluntad férrea aplicada a amar a alguien que no existe nada más que como envoltura, en sufrir con eficacia y con método. El resultado de todo aquello será el nacimiento de un niño, que ella deberá parir en un hospital de la beneficiencia, en la primera escena de la película que se aleja del tono ligero y dulzón que ha llevado hasta entonces.

Carta de una desconocida - Max Ophüls - Escena del romance

Tampoco a ella podemos reprocharle mucho. El desenlace de su propia vida es suficiente castigo para su desatino. Pero es que tampoco supone en la vida de Stefan una presencia constante y agobiante. Breves encuentros que ni siquiera prenden en el tapiz de su memoria. Media película la pasará intentar recordar de que conoce a esa mujer en un intento de anticipar su redención, de ofrecernos su cara más amable. Pero el amor de Lisa es sumiso, dócil, siempre a la espera, pleno de dulzura. No entendemos a veces como es que no es correspondida de tan adorable que se la ve y al él tan relajado y a gusto cuando la trata. El secreto reside en que Stefan es totalmente incapaz de amar, aunque sea algo de deberemos concluir por nosotros mismos, ya que muchas veces se nos quiere mostrar como si hubiera alcanzado la linde del amor, la frontera del sentimiento hacia ella, a punto de traspasar la raya. Pero toda su sensibilidad, que no su capacidad de sentimiento, la invierte en crear ese personaje infalible en la caza. Existe pues una doblez en la narración de Ophüls, cierta ambivalencia en el personaje, al que se trata de no alejar demasiado de nuestra permisibilidad, de nuestra capacidad de perdonarle. Su falta de memoria es un atenuante. La forma amable con la que siempre la trata es otra. Su reacciones al leer la carta, que parecen despertar sus sentimientos, como si en vez de inexistentes estuviesen dormidos. Ese aire desvalido en las escenas finales cuando los estragos del tiempo empiecen a adivinarse en su vida y en su rostro, a hacerse evidentes. El éxito profesional que mengua. Las canas que aparecen en sus sienes. El cansancio de su mirada. Cierta tristeza teñida de cinismo. En la secuencia con la que se inicia la película nos enteramos que ha sido retado a duelo. Que se la ha permitido elegir arma y que la preferido aquella en la que es diestro su oponente. Da igual, se deja llevar por su lado más cortés, porque de todas maneras no tiene intención de acudir a la cita. "El honor es un lujo que solo pueden permitirse los caballeros", argumentará ante sus padrinos. Huirá al amanecer por la puerta trasera. Así lo dispone con su criado. Pero tras leer la carta se nos quiere hacer creer que experimenta un súbito crecimiento moral. He de decir que este detalle me subyugó la primera vez que vi la película, y aunque lo sepa poco creíble, me sigue pareciendo un hallazgo narrativo. Puro melodrama. En la escena final partirá hacia el lugar fijado para el duelo, suponemos que consciente de que no sobrevivirá al mismo. Y justo antes de subir al carruaje se volverá para echar la vista atrás, hacia el edificio de su casa para recordar al fin quien es la mujer que le ha escrito la carta: la niña que le abriera la puerta y quedara atrapada tras el cristal. Quizás el personaje que nos propone Ophüls, siempre al borde del amor por Lisa y de la redención que ella le procuraría, ha comprendido que el amor total ha visitado su vida sin que haya sido capaz de reconocerlo, de darle una oportunidad para que germine en su alma. ¿Que voluntad puede quedar de vivir, si somos el personaje de un melodrama, si sabemos que la felicidad buscada ha quedado irremisiblemente atrás?

No, los principales valores de la película no están en la credibilidad de su argumento, aunque esté bien construido una vez aceptada la importura. Como en otros géneros, el melodrama necesita la complicidad del lector o del espectador. No podemos dudar de la pureza del amor de Lisa, de que se nutre del sentimiento y no de la obsesión, y que ese amor lograría sanar el alma de Stefan y convertirse en su polo magnético para reorientarle hacia la luz. Es la elegancia, la frágil belleza que destila el film, siempre como a punto de romperse, de desvanecerse, pero que continua escena tras escena. Como esas escenas que recrean una Viena nevada, que a no mucho tardar desaperecerá con la nieve derretida. Una fragilidad que se la inyecta a la película la actriz protagonista, Joan Fontaine, especialista en heroínas desguarnecidas y vulnerables, como la inolvidable protagonista de la hichcockniana "Rebecca". Aunque a algunos les parezca un desacierto de Ophüls, ella misma encarna el papel de Lisa cuando tiene 13 años. Su figura sin formas lo hace hasta cierto punto creíble. Pero es que tampoco su tipo de belleza la hace parecer más adelante una veinteañera del todo convincente. Pero su vulnerabilidad nos gana desde el primer instante. Es una mujer nacida para sufrir por ser la guardiana y depositaria de un amor. Igualmente acertada me parece la elección de Louis Jourdan para el papel de Stefan, uno de los galanes por antonomasia de la historia del Cine, que sabe vestir de como pocos de etiqueta.

Relato fílmico versus relato escrito

¿Y que diferencias hay entre novela y película? Al margen de algunas variaciones en detalles, como el hecho de que en la película Stefan es pianista en vez de novelista, quizá por ser aquella una ocupación más cinematográfica, con más posibilidades de ser filmada, y con mayor carga romántica, la principal ya se ha apuntado en parte. En la novela tenemos más claro que estamos ante la descripción de una patología, con tintes lúgubres en muchos pasajes de la narración, mientras que el relato fílmico lo que se nos cuenta es un delirio de amor, cargado de romanticismo. Sombra y sol. Tormento y pasión. Cadenas y magnetismo. El episodio tan cargado de inocencia, casi naïf, en el que Lisa rechaza a su pretendiente, el oficial que ha conocido en Innsbruck y le corteja, es narrado por Ophüls a plena luz, con alegría, abusando de los colores claros en el escenario y las vestimentas, una mañana de domingo en la plaza mayor, con la música de la banda militar como fondo. En la novela la vida de Lisa no tiene esos tintes festivos, la pasa recluida en su casa, completamente hostil a cualquier intento de los jóvenes de la localidad por cortejarla. Así que esos paseos tan lindos sombrilla en mano al lado del guapo oficial son inconcebibles en la versión escrita. En la película Lisa no deja de ser una mujer atolondrada, infantil desde que tiene 13 años hasta los 30 en que muere, superada por un sentimiento hermoso que es la fuente de la que se desprende todo el lirismo visual del film. En la obra de Zweig no tiene nombre, como ninguno de los personajes, y las muestras de su obsesión autodestructivas son numerosas. Como las horas que pasa siendo aun niña ante la mirilla de la puerta de su casa para solo verlo fugazmente acceder a su piso. O las invertidas ya de adulta en espiarle desde la calle a pesar del frío y la incomodidad. Las descripciones de los calvarios físicos por los que ha de pasar al verse dominada por su obsesión son numerosos.

El primer encuentro tras el regreso a Viena de Lisa es más convincente en la novela. La primera ven que Stefan la ve por la calle no la reconoce, pero su instinto de cazador le advierte de que en ella hay una posible presa. La segunda vez que se cruza con ella la reconoce, pero solo de haberla visto unos días antes en el mismo lugar, y eso le da pie para abordarla. En la película, por el contrario, flota en el aire la idea recurrente de que el está a punto de reconocerla, tanto como aquella niña que fue su vecina, como la persona que habrá de llenar su espíritu de vida. No hará falta un segundo encuentro para justificar su breve romance, que mientras en la novela se desarrolla en la casa del escritor/pianista, en la película transcurre en el parque de atracciones y da lugar a una memorable escena llena de encanto y sutileza. habremos de suponer el encuentro sexual, pero sin un indicio claro siquiera. Curiosamente, el sexo es descrito por Zweig en unos términos que incluso incrementan el tono lírico del texto en las líneas en que se trata el asunto respecto a párrafos anteriores y posteriores: "Cuando abría los ojos en la oscuridad y sentía que estabas a mi lado, me asombraba de no ver el firmamento por encima de nosotros, hasta tal punto me sentía en el cielo". No, para Zweig el tema que trata nunca es sórdido, y menos aun en los momentos en que más fácilmente pudiera llegarse a esta conclusión. Es un amor erróneo, surgido de una patología, pero al fin y a la postre generador de sentimientos reales en ella.

En la novela hay reproche disfrazado de amor incondicional, resentimiento mantenido en el congelador toda una vida y que sublima en las cuartillas que conforman la carta. Siempre que le habla de su sufrimiento niega que le achaque ninguna culpa, pero le hace saber cada uno de sus padecimientos y los defectos de él con los que se relacionan, y cada pasaje del relato comienza como si de salmo de la Biblia se tratase, con un estribillo que suena a letanía: "Nuestro hijo murió ayer...". En el film esa disculpa queda totalmente esclarecida, son las circunstancias, el azar caprichoso quien separa a los dos amantes destinados a serlo todo el uno para el otro. Un marido para la madre, un viaje inesperado por trabajo. Stefan siempre tiene una coartada, y que la creamos o no depende exclusivamente de nuestros deseos de caer en las elegantes trampas y celadas que nos tiende Ophüls.

Para procurarle una vida a plena satisfacción al hijo de ambos Ophüls propone un matrimonio de conveniencia, aunque basado en la sinceridad, el respeto y hasta el cariño. Una carambola a tres bandas que el genial director austriaco nos hace creer que es posible sin utilizar trucos de cámara. Esta solución permitirá además la redención final de Stefan, porque, enterado de todo lo que ha ocurrido en la vida de Lisa, será el marido quien le rete a duelo. Ese duelo cuya espera entretiene leyendo la carta. Zweig nos propone una alternativa más razonable, la prostitución de alto standing, esa en la que la profesional se convierte en casi amiga del cliente, adinerado y con ganas de crearse una vida conyugal paralela a la oficial. Convengamos que la propuesta de Ophüls sortea el obstáculo de la censura, pero también es coherente con sus planteamientos. A Zweig le interesa mostrar la carga trágica de un amor no correspondido. A Ophüls la poesía de un amor completamente desinteresado, que ni siquiera espera ser correspondido, que no lo necesita para seguir existiendo y que perdura incluso en la ignorancia del ser amado.

Las dos obras divergen desde su inicio, por más que las trayectorias parezcan paralelas. Así, su mayor discrepancia, su mayor distancia moral y en el tono narrativo ha de buscarse necesariamente en el desenlace. Zweig nos muestra su encuentro casual años después de las tres noches de amor en un establecimiento donde ella ha acudido con su actual amante, al que abandona y desaira, reproche que ella misma se hace en la carta, para ir tras él. Quien, si bien vuelve a no reconocerla, si que al menos se percata de su condición de prostituta. Es terrible leer como esta mujer, que lleva una vida consagrada a este ser tan egoísta, recibe del amor de su vida una propuesta de negocio carnal. A pesar de la elegancia de Zweig la descripción de la escena ofende cualquier sensibilidad medianamente formada. Ni siquiera el amor incondicional de ella podrá reprimir una protesta en la carta cuando a la mañana siguiente él le pague su jornal. La postura de Ophüls es radicalmente distinta. Tras el reencuentro en la opera acaban en la casa de él, y cuando Lisa comprueba que volverá a ser para él solo una aventura de una noche y decide marcharse apenas iniciada la velada galante. Quizá aquello le parezca que no está a la altura de lo que le demanda, que se deje amar por ella. Al final se verá recompensada con una victoria póstuma.


Quizás el espíritu de la película se resuma en esa fastuosa escena en el hall del teatro de la ópera, la cámara, montada sobre una grúa, aunque no muy alejada del suelo, lo suficiente para ofrecer un plano general pero sin que se note su presencia, realizada cortes travellings de ida y vuelta, de un lado a otro de la sala, de una escalera a otra, buscando un grupo concreto de personajes para a continuación descartarlo por otro, como si no fuera capaz de decidirse con quien quedarse, que historia contar. Todos los asistentes a la función, nos dice Ophüls, encierran historias fascinantes que contar, secretos que desvelar. Porque Ophüls es casi un género en si mismo. Narración vaporosa que avanza sin mancharse aunque cruce los pantanos donde se estanca el sentimiento humano. Lisa morirá sola, pero su carta, su sacrificio a lo largo de toda una vida, corta pero intensa, servirá para redimir a Stefan. R., la escueta inicial con la que se le conoce en la novela, no será tan afortunado, siquiera tendrá la suficiente calidad humana no ya para acordarse de su enamorada, sino tan siquiera para conmoverse por su tragedia.

La niña y el oso / 6.- El hada

La niña y el oso / 6.- El hada

- No me dejas pasar.- Dijo la mujer de ojos color serpentina.

- Lo mismo va a ser que no quiero que pase.- Contestó el oso con calma.

- ¿Eres vigilante jurado del bosque?- había una sonrisa burlona en sus labios curvados, a medio grado de arco del sarcasmo.

- No, señora, soy el guardián de mi casa.

La mujer puso sus ojos fijos en los del oso. Aquella cara peluda tenía la expresión del rostro relajada, impasible, como una escultura.

- Solo quiero recolectar algunas frambuesas.

El oso ladeo la cabeza. Movió las aletas de la nariz en un gesto de emoción que a la mujer le enterneció un tanto.

- Esas frambuesas ya tienen destino.

- En realidad no. Hace tiempo que no las recolectas porque te falta la persona a quien regalárselas.

- ¿No me diga? Pues las destinaré a consumó personal.

- Serías incapaz. La última que probaste una, hace tres días, te provocó llantina. Normal, tantos recuerdos...

La expresión de la cara del oso era como la de quien ve llover tras el cristal de una ventana, como la de quien ve pasar el tiempo como el vuelo errático de un insecto, sin ganas de atraparlo, de aprovecharlo en nada útil.

- Necesito las bayas y se pudrirán de todas maneras.

- Es bonito verlas madurar.

- Ay, no finjas ser un mal tipo, que te conozco. Además, puedo pagarte.

- De verdad que no sabría que hacer con el dinero.

- En especias.

- ¿Es consciente de lo mal que suena eso, señora?

- Haciéndote algún trabajito que pueda ser de tu agrado.

- Señora, la entedí a la primera y no estoy interesado.

- No tonto, me refiero a algún trabajito de magia. Soy un hada.

- Acabáramos.

La mujer movió las alas de forma coqueta y el aleteo le permitió despegar los pies del suelo algunos centímetros. Volvió a posarse lentamente. Tomándose su tiempo. Gozando del placer de estar suspendida en el aire.

- ¿Y qué con eso? Conozco un colibrí que hace eso mismo, pero se posa en el suelo boca abajo.

- Mucho los dudo. Los colibris se marean haciendo el pino. ¿Vamos a estar discutiendo toda la mañana?

- ¿Dígamelo usted? Yo no tengo mejor cosa que hacer.

- ¿Qué te gustaría recibir a cambio de tu predisposición a ayudarme? En realidad es una pregunta retórica. Se que es lo que más deseas en el mundo.

- Sorpréndame. Hasta ahora lo está haciendo francamente bien.

- Quieres que alguien retorno a tu vida.

El oso, se rasco una oreja. Era un tic que tenía cuando le pillaban in fraganti en mitad del descampado. Por eso no jugaba al póker con la ardilla y las ranas. ¿Para que tendría que haber alertado a aquella loca? Un acierto en un tiro disparado a ciegas. Eso era todo.

- ¿Y que podría hacer usted al respeto?- Sabía que había caído en su juego, pero aquello era importante. Como si había que bajar a los mismísimos infiernos, o subir a la montaña donde vivían los lobos. Hay propuestas que no pueden despacharse sin ser escuchadas por lo mucho en juego que suponen.

- Yo puedo procurarlo todo.

- Eso es tener surtido, diga usted que sí.

El hada plegó sus alas y se sentó sobre la hojarasca de los robles. La mañana era calurosa y el frescor de las hojas húmedas por el rocío del amanecer reciente era ciertamente agradable.

- Ven aquí conmigo, oso bonito.

- ¿Cómo dice, señora?

- Phil, vamos a llevarnos bien, te conozco desde que naciste, se lo que piensas porque he estado en el interior de tu cabeza innumerables veces. Conozco el interior de tu cráneo como si fuera mi propia casa.

- Osea, que es usted mi hada madrina.

- No, Phil, a ver si nos entendemos. Yo no apadrino animales. A veces tengo alguno como mascota. Procuro estar informada sobre tí porque me caes bien. Del verbo me gustas, pedazo de osazo.

Phil se ruborizó. Su experiencia con féminas se limitaba a aquella osa con la que una vez se cruzó y con la que pasó algo muy embarazoso que no sabía explicar como comenzó ni porque acabó como acabó. Y, por supuesto, Ruth, mucho menos peluda y que le suscitaba sentimientos más claros pero más sutiles.

Colocó sus posaderas junto a la dama de alas doradas. Su corpachón le impedía adoptar la posición del loto que había adquirido ella de forma tan elegante. Le hubiera gustado. Nunca sabía donde poner cada parte de su cuerpo cuando se recostaba en el suelo.

- Lo que tienes que meditar seriamente es si quieres que vuelva, que te la traiga. Ya se que tú crees que sí, pero lo que uno desea si pertenece al pasado no siempre trae la felicidad si se recupera.

- No la entiendo.

- En el tiempo que no la has visto ella ha cambiado. Quizás la forma en que es ahora, como vive su vida y con quien, no te guste, o te hiera.

- Yo nunca le he dicho como tiene que vivirla. Es más bien al revés. Me mangoneaba mucho, ¿sabe? Que si aprende a nadar, que si disfrázate de abeja. Si es que me da igual si vuelve o no. No vea que tranquilidad sin ella poniendo el bosque manga por hombro.

- Phil... Tienes una forma tan adorablemente torpe de mentir...

- Está conversación me parece que no va a ninguna parte. Puede usted llevarse las frambuesas sin más. Tiene usted razón. Van a marchitarse. A mi me sientan mal.

- Si me los pides haré que vuelva.

- ¿Así sin más?

- En cuanto me lo hagas saber.

- Solo por ver como lo hace.

- Por ahí viene.

Efectivamente. Ruth apareció en el linde del prado, al otro extremo de donde estaban. Surgió de entre la fila de fresnos que bordeaban el arroyo, descalza, seguramente para cruzar el cauce y gozar del frescor del agua. Le gustaba hacer esas cosas. Ya en la zona de hierba siguió descalza, esta vez para sentir en la planta de sus pies la suavidad de las hojas de los tréboles y las gramíneas.

- Hola tontorrón- Le dijo. Tras más de un año sin verse le saludaba así. Ya se estaba arrepintiendo de haber deseado su vuelta. Iba a protestar, pero no supo que decir. Estaba abrumado por la visión de ella. Vestía un traje entallado bajo el pecho y que solo le llegaba a las rodillas. Tenía el pelo cortísimo. Ay, su pelo, le dieron ganas de llorar. Esas coletas que ayudaba a trenzar cuanto no despegada más que unos pocos palmos del suelo. Pero así estaba turbadoramente guapa. Trató de improvisar un hola pero su garganta se negó a emitir ningún sonido. Seguía sentado en el suelo. Miró a su derecha para pedir ayuda, pero la mujer de alas doradas y ojos como rocas pulidas había desaparecido.

- ¿No me vas a decir nada? El trecho hasta aquí ha sido muy largo y estoy reventada. Tengo tanto que contarte.

- Ah...- Se le quedo la boca abierta tras el esfuerzo por emitir algún sonido.

- Bobo. Ni siquiera me vas a dar un beso. Qué rencoroso. Te la vas a cargar.

- ... Feliz...

- Cállate, tonti, que me vas a hacer llorar.

Se abalanzo sobre él y se le abrazó como si fuese un gran cojín viejo que poder estrujar. Tras zarandearlo un rato como si fuera un muñeco, mientras se reía como una loca de puro regocijo, se quedó quieta sobre su corpachón, como si se hubiera dormido. El contuvo la respiración para no despertarla. Sintió la humedad de sus pies aun mojados y los envolvió muy despacio con los suyos, grandes y peludos, para abrigarlos y secarlos, para que no sintiera frío. Y así estuvieron, el boca arriba sobre el suelo y ella dormida sobre su regazo, como tantas veces cuando era muy chica, hasta que la Luna vino a darles las buenas noches.