sábado, 30 de junio de 2012

La niña y el oso / 12.- El futuro (Conclusión)

La niña y el oso / 12.- El futuro

Las más de las veces se quedaba allí tumbado viendo pasar las nubes, imaginando siluetas de rostros en los contornos redondeados. Tenía poco que hacer cada día y mucho tiempo para realizarlo. Ni siquiera la comida era un problema. Los lobos le subían provisiones una vez al mes y ni solía ver a quien se las acercaba, así que ni vida social le era impuesta. Descansar, cerrar los ojos y abrirlos solo para lo bello. La nieve, que cubría el prado de alta montaña tres cuartas partes del año. Los pinos moldeados por el viento, con su porte en bandera, como estatuas vivientes con posturas forzadas en pedestales de piedra. Aquel azul tan oscuro del cielo porque apenas había aire que lo difuminara. El verde húmedo cuando el manto de nieve se derretía sobre la hierba en la corta primavera y la explosión de flores que venía después. Miraba el mundo desde la entrada de su cueva, en la pared de la montaña, y cuando el sol adquiría algo de fuerza se tumbada bajo la luz en algún lugar sin sombra para poder calentar sus huesos, y cerca del borde de la terraza en la que se extendía el prado que era su casa.

Aquel último que acababa de superar había sido su cuarto invierno en la montaña. Puede que el más duro. Una cabra montés, que vaya a saber usted a saber de donde procedía y como había podido llegar hasta allí, se asomó una atardecer al umbral de su guarida en mitad de una ventisca. Tal era la densidad con la que caía la nieve que la cellisca no dejaba ver al aterido animal a pocos centímetros. Medio muerto accedió a la casa y tan cansado estaba que no hizo el más mínimo reproche a tener que compartir intimidad con un oso seguramente muerto de hambre tras llevar días sin comer. No se dirigieron la palabra en toda la velada. Cada uno a lo suyo, a sobrevivir hasta el alba. Luego se marchó en una tregua en la tormenta mientras Phil dormía. Le hubiera gustado oir la voz de un semejante. Incluso la suya, que no la utilizaba desde hacía casi un año cuando agradeció un envío de provisiones a uno de los súbditos de Lou. En realidad no había pasado apuros serios en aquellos años. Alguna vez notó la presencia en el entorno de algún lobo, que subía a cerciorarse de que aun andaba entre los vivos. Respetaban su aislamiento como si fuera un monje venerable. Cada montaña su loco. Cada loco su amor malogrado.

La primavera había llegado un poco más tarde esta vez, pero a él le daba igual, no miraba nunca el calendario de las estrellas. Solo si acaso para ver sus ilustraciones. En especial las dos osas, porque le gustaba creer que la menor era un calco de Ruth cuando reía. Como le gustaba que se burlara de él, ser el motivo de su alegría. Tanto que tenía que fingir enojo para no verse delatado. Cuando imaginaba su rostro este unas veces era el de una niña cuando sus cuerpos se tocaban sin malicia alguna, jugando como críos, y otros el de una mujer cuando la sabía lejos, quizás en otro mundo ajeno al suyo. Se tumbó panza abajo en el borde de la terraza. El día era claro. Las pocas nubes se situaban por debajo. El valle parecía el tazón humeante del desayuno. El río discurría por debajo de la crema de lluvia. No era mucha. El tazón estaba a medio consumir por el sol, que ya se le notaba audaz y capaz de disipar la niebla. Escuchó el entrechocar de testas de los machos cabríos. Esas disputas entre iguales ya le quedaban lejos. Lo cierto es que en su vida había conocido a muy pocos como él, a otros osos. Quizás se soñara así, solitario siempre, porque en la vida real lo era, torpe con el prójimo, tímido a pesar de su tamaño, o quizá por eso mismo. Los osos macho tienden a la soledad, quizá por eso era así en su sueño. En su juventud fue un oso pardo entre lobos, que le aceptaban, a veces sin reservas, pero como a un diferente.

Se notaba muy mayor. La vista era lo que más le fallaba. Aun era capaz de escuchar hasta el último sonido del mundo, incluso el crujir de las hojas al calentarse. Pero la vista huía de sus ojos a la carrera. Por eso ya no jugaba a ver rasgos en las nubes y se contentaba con los contorno. El pelo tan corto de Ruth que dejaba ver el diminuto milagro de sus orejas. Cuando era aun una niña y jugaban a pelearse se las mordía con los labios sin saber porqué y le besaba la nuca. ¿Por qué a los lados de la cara y no en la testa? Le hacía gracia ese detalle de la anatomía humana. Le hacía parecer un peluche a la niña por esa anomalía. Como tenía corto el pelo la nuca siempre la tenía despejada. Se la miraba buscando algo que no encontraba y una extraña melancolía musical se apoderaba de él. Tan raro lo que esa niña le hacía sentir. Nunca quiso que creciera porque sabía que eso acabaría alejándola de él. Quiso encarcelar su infancia con barrotes de ternura para que no escapara jamás. Pero el tiempo pasa e impone su ley, y hasta las condenas de amor tienen una fecha para el perdón y la redención.

Se quedó amodorrado y luego dormido. Soñó con el sonido de pisadas en el nieve y en la hojarasca en las zonas en que estaba ya derretida. Sus sueños cada vez estaban más poblados de sonidos y menos de imágenes. Volvió a ver a Ruth cuando era muy niña, poco después de verla con su pijama de con abejas y panales. De repente sintió frío en el morro y estornudo. Tenía los ojos llenos de lágrimas congeladas. ¿Le habían tirado una bola? Abrió los ojos. Ruth estaba frente a él. No, espera, esa no era Ruth, aunque casi. Se dió una bofetada en la cara por si era un fallo del sueño, como quien quiere arreglar una máquina que no funciona a base de golpes.

- Waaala -dijo la niña. Le estaba señalando mientras miraba a algún lugar más allá de él.

- Es un oso, cariño, es Phil.

- No es blanco.

- Bueno, bastante canoso si que es.

La niña se echo a reir. Tanto que cayó sentada golpeando con el culo el suelo. No había problema, estaba embalada en un gordísimo anorak que le hacía parecer un colchón de acampada enrollado. Phil se incorporó de un salto. tan rápido que salpicó y empapó por completo de nieve y hojarasca a la niña. Esta puso cara seria como si dudase si tenía que reir o llorar. Optó por lo primero con ganas.

- ¿Y ahora de que se ríe?

- Le he contado mil veces lo bobo que eres. Para ella venir aquí y verte ha sido como si le hubiera llevado al circo a ver los payasos. Está encantada.

Oh, Dios, que hermosa estaba. No pudo evitar fijarse en el tatuaje que llevaba en el dorso de la mano derecha a la que acababa de quitar el guante. Una garra de oso con las uñas afiladas.

- Tenéis un día para conoceros y quereros mucho. Justo antes de caer el sol estaré de vuelta para llevaros a casa. Hoy cenas en casa de mi madre. Se acabó esta estupidez de jugar a ser un ermitaño franciscano.

- Es lo que quiero.

- Calla, ya tengo suficiente con criar a una niña para que se me duplique el trabajo.

La niña se había abrazado a su pierna delantera.

- OK, ella ya te quiere, así que parte del trabajo ya está hecho.

- ¿Ella es real?

- Verás cuando te toque hacerle la merienda y proteste sea cual sea el relleno que le pongas en el bocadillo.

- Quiero decirte una cosa...

- Sshhhh, ahora no.

- ¿Quien es la niña?

- Este es tu sueño haz que sea quien quieras... Hablé con Lou... Y un día el hada vino a verme...

- ¿Estás soñando conmigo?

- Te echaba tanto de menos... Además, hoy es tu cumpleaños.

- Te quiero, Ruth. ¿Debo despertar para estar contigo?

- Sshhhhh, calla ya, que lo tienes que complicar todo... Hasta luego.

Y se alejó por el sendero sin darle tiempo a preguntarle nada más. Bajó la mirada para ver a la niña, aun abrazada a su pata. Le sonreía con una sonrisa muy escasa de dientes.

- ¿Sabes lo que es una nuez? -le preguntó, recordando que Ruth siempre llevaba alguna. La niña se sacó una del bolsillo y se la ofreció-. ¿Como te llamas?

- Caro... lina.

- Sí, te entiendo, es un nombre complicado de decir. Pero muy bonito... Jaja, que pequeña eres. Tú nombre es más grande que tú.

- ¿Toy soñando?

- Apuesto a que sí.

- Entonces... polo de "Navida". -La niña lo dijo frunciendo el ceño, como si tratara de usar su fuerza de voluntad.

- ¿Como dices, renacuaja?

Y ante su estupor y la euforia de la niña se convirtió en un oso polar.

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Los últimos pasajes del cuentecillo están escritos bajo el influencia de dos canciones, ambas extraídas de sendas películas. Una con una enorme alegría facilona, casi un alarde de la alegría despreocupada de vivir, y la otra justo lo contraria, melancólicamente irresistible. Son estás.

KC and The Sunshine Band - Boogie Shoes (En la BSO de Boogie Nights)

Bird York - In The Deep (En la BSO de House 2x02 "Autopsy")

Este cuento es un regalo para alguien a quien quiero mucho, más de lo que permite la lógica. No tiene más objetivo que entretenerla en esos 5 minutos previos al sueño. Ojalá algún día llegue a leerlo.

viernes, 29 de junio de 2012

La niña y el oso / 11.- El Pasado

La niña y el oso / 11.- El Pasado

- En mi opinión esa mujer está loca. O lo estás tú que te imaginas verla. Porque no tengo noticia de ningún hada de ojos verdes y te aseguro que muy poquito de lo que ocurre en el bosque se escapa a mi conocimiento.

Phil sorbió de su pajita hasta dejar a la mitad su vaso de zumo.

- ¿Y que es eso de ojos de color serpentina?¿Los mueve en redondo? Las serpentinas son esas cintas enrolladas que los humanos se arrojan en las fiestas los unos a los otros para reventar el careto del prójimo. Y son de todos los colores.

- La serpentina es una roca de color verde que cuando se pule sirve para pavimentos de lujo, como el mármol.

- ¿Una roca? Es que has estudiado geología en la Universidad a Distancia.

- Lou, son cosas que sabe todo el mundo.

- Pues yo no lo había oído en mi vida.

- Ruth me regalaba muchos libros.

- ¿De geología?¿Esa chica tiene gustos muy raros?

Lou bajó el tono de voz que se había elevado un poco por encima de lo que exigen las normas de cortesía, y prosiguió hablando con voz sosegada, eligiendo cuidadosamente las palabras.

- Dices que esa mujer sostiene que solo tú y la niña sois reales.

- Algo así.

- Oye, pues vaya faena. Vas a tener que quedarte para siempre aquí no vaya a ser que me desvanezca en cuanto te vayas. Hasta te lo puedo ordenar ya que soy el rey.

- Entonces, ¿no crees que haya nada de cierto en lo que el hada me contó?

- Te conozco hace mucho. Llevo tiempo sin recibir tu visita y cuando al fin te dignas vienes como quien va a la consulta del loquero.

Lou le miró a los ojos y entorno ligeramente los suyos. Estaba tratando de leer en su mirada. Una sonrisita se adivinó en su hocico de lobo. La misma que exhibía cuando cazaba una presa.

- Vaya. Lo acabo de entender. No es visita de cortesía. Vienes a cerciorarte de que tu viejo amigo es real. Quieres ver si eres capaz de adivinar lo que voy a decir o si hay un parpadeo en mi imagen como si hubiera una interferencia en la emisión.

Phil trató de poner cara neutra.

- El que calla otorga.

- Vengo a pedirte un favor.

- Ya es tarde para disimular, te has delatado. Tantas cosas nos han pasado juntos que como me borres de tu vida se te queda coja de una pata.

- A lo mejor eres el reflejo de alguien de la vida real.

- ¿Un humano? Me ofende esa teoría.

En el rostro del lobo afloró una expresión soñadora. Phil se temió lo peor. El pasado estaba a punto de aparecer en la playa como un tsunami.

- ¿Te acuerdas de Mery, la loba de la montaña al otro lado del valle? Tú venías conmigo por las noches a rondar su guarida.

- Sí, la recuerdo. Nunca te hizo caso.

- ¿Que será de ella ahora?

- Estará cuidando a sus nietos.

- Ah, ya, se me olvidaba que a tí solo solo te atraen las cachorras, sobre todo las humanas.

- Eso que dices me ofende. Lo que siento por Ruth es un cariño fraternal.

- Claro, por eso llevas años arrastrando el hocico por el suelo y llorando lágrimas de ámbar. El amor fraternal no se manifiesta de forma tan melodramática.

- He pensado en una cosa. Escúchame. Ya se que no te apetece y que todo te parece un disparate, pero solo escúchame.

- Venga, di lo que sea.

- Pensando sobre todo esto he reparado en algo. La primera vez que estuve en la casa de Dolores entré en la cocina porque me pidieron que llevará el frasco del té al salón. Cuando abrí el armario vi que estaba en el estante superior. Tuve que ponerme de puntillas para alcanzarlo.

- Y acabaste bailando ballet. Qué interesante.

- No, calla. Piénsalo un momento. Ruth es muy pequeñita y su madre no mucho más alta. En todo caso yo soy mucho más grande que ellas. Es más, la casa parecía estar sobre dimensionada para un oso. Aquello se corrigió en posteriores visitas, sin más. No lo pensé mucho entonces pero lo recordé estos días.

- No se a donde quieres llegar.

- ¿Y si soy bajo en esa otra realidad y suelo tener problemas para llegar a los lugares altos en mi guarida? Quizá soñé la casa haciendo caso a mi memoria de la otra realidad y luego corregí la primera versión.

- Phil, lo que dices suena a grillada que tira de espaldas. Si no cortas por lo sano te pasarás las horas muertas elaborando micro teorías descabelladas como la que acabas de exponer.

- No quiero despertar, Lou.

- Vale, lo entiendo. Yo tampoco quiero que lo hagas. Quiero seguir aquí, en esta vida, por mucho tiempo.

- Estoy hablando en serio.

- De acuerdo, perdona, pero es que a veces me asustas de veras y necesito tomármelo a broma.

- Yo lo veo así. Tengo dos opciones. La primera es despertar y afrontar una realidad que no conozco, que no se si me hará infeliz, en la que quizá no podré estar con Ruth. Tal vez ni siquiera verla. La otra es adentrarme en el sueño, dificultar ese despertar.

- Lo voy pillando.... Bueno, la verdad es que no. Pero da igual. Sigue, que quizás se aclare todo al final.

- Quiero que me des permiso para acceder a la cumbre de la montaña.

- Quieres ir a esquiar.

- Que no, Lou. Tómame en serio por una vez. Quiero que me des paso franco hasta los neveros, que se lo digas a los jóvenes de tu clan, que tengo tu permiso y que no deben molestarme. Quiero pasar el tiempo que me quede arriba.

Por primera vez Phil adivinó la tristeza en los ojos de su amigo.

- Nos hacemos viejos, Lou. Yo lo soy de espíritu hace mucho. El hada tenía razón. Es como si mi vida hubiera dado comienzo la primera vez que vi a la niña. Desde que me rehuye nada tiene aliciente para mí. Se que no es el comportamiento adecuado para un oso, que compongo una estampo muy poco digna, pero las cosas han acabado siendo así. Aquí tengo recuerdos. No se si fuera la conozco. Tal vez es alguien con quien nunca haya hablado. Tal vez en la otra realidad solo sea una fiera que la acecha. Prefiero la soledad de la cumbre a la claudicación sea donde sea.

- Tiene mi permiso, Lou. Me advirtieron hace tiempo que vagabas herido por los bosques y no hice caso. Estaba enfadado contigo porque la habías preferido a ella. Me arrepiento ahora.

- Lou, he tenido una buena vida para un oso, no tengo de que quejarme. Menos de tí. Me cuidaste cuando éramos jóvenes, hasta que aprendí a valerme.

- Permiso concedido.

Se abrazaron en silencio.

- Y que sepas que Mary está fantástica. La fuí a ver la primavera pasada. Se emparejó hace tiempo, pero hicimos la vista gorda sobre ese detalle durante una tarde...

- Siempre has sido un sinvergüenza.

- Gracias a Dios. Me gustan las hembras, y si hubiera sido de moral más estricta me habría perdido muchas de las oportunidades que me ha ofrecido la vida.

- Un sinvergüenza redomado.

- Ya, lo ideal es lo tuyo, arrastrando el hocico toda la vida... ¿Que tu vida empezó cuando conociste a Ruth? La de desengaños amorosos tuyos que me he tenido que tragar a palo seco.

lunes, 25 de junio de 2012

La niña y el oso / 10.- El presente

La niña y el oso / 10.- El presente

- ¿Por qué las cosas no podían seguir siendo simples como al principio?

Phil tenía cogida una margarita entre los dedos de la mano derecha. Con la izquierda se apoyaba en el suelo para poder mantenerse sentado con las piernas estiradas.

- Nosotros mismos somos los que las complicamos al cambiar nuestro nivel de exigencia.

El hada estaba sentada frente a él, con la espalda recta. A Phil le dolían los huesos de la columna con solo mirarla. Los hombros rectos, las piernas esbeltas plegadas la una sobre la otra. Sin tensiones aparentes, con una expresión de tranquilidad en el rostro. Aquella mujer tenía que ser gimnasta. Últimamente a él le crujían las articulaciones más de los debido. Se estaba haciendo viejo de veras.

- Yo no pedí nada.

- No es lo que pides sino lo que esperas obtener. Si no esperases más no estarías triste y desilusionado.

- ¿Quien ha dicho que lo esté?

- Si vamos a discutir también lo obvio no arrancaremos nunca.

El silencio que siguió a la afirmación del hada fue un reconocimiento tácito de que habían encontrado un punto de partida para aquella conversación.

- ¿Qué hago aquí, Phil?¿Qué quieres que haga para hacer que desaparezca de tu rostro esa expresión de mártir?

- Requiero tus servicios de hada. Quiero que hagas un hechizo. Me dijiste una vez que tu lo puedes todo.

- Yo solo puedo hacer que lo que es se evidencie, nada más.

- Sonaba más impresionante cuando lo explicaste la otra vez. Solo quiero que me ayudes con tu magia.

- La magia no existe, Phil. Tal vez el pensamiento alternativo.

- Parecen palabras subversivas en labios de un hada. Si la magia no existe tú tampoco.

- No te quito la razón.

Sus ojos verdes eran dulces, le miraban con simpatía. Quizás con un pizca de condescendencia, como se mira a un niño que hace travesuras, pero inofensivas para él mismo y para su entorno y se le puede dejar jugar a sus anchas sin peligro.

- Te lo vuelvo a preguntar, Phil ¿por qué me has convocado?¿Qué es lo que quieres de mí?

- Como si no lo supieras.

- Ya lo creo que lo se, habría que estar ciego para no verlo, pero quiero oírtelo decir. Esto funciona así: Me pides algo de forma clara y explícita, y te lo concedo si es razonable y está en mi mano.

- Quiero que me vuelvas humano.

El hada río con una risa franca. Algunos pájaros que dormían en los árboles abrieron un ojo para ver que pasaba. Luego la risa cesó de forma tan abrupta como empezó y el silencio que siguió se espesó hasta fraguar en una negativa: "No".

- ¿Ya está, hemos acabado la negociación? ¿Por qué no? Te daré la cantidad que quieras de lo que sueles pedirme. Toda mi despensa de frutos del bosque. Además, porque te ríes.

- Me río porque me ha hecho gracia tu expresión de súplica. Ahora entiendo porque eres su juguete preferido. Seguro que ella se lo pasa tan bien como ahora yo resistiéndose al principio a darme gusto. Pero lo que pides es absurdo, aunque previsible.

- Te equivocas, tiene mucho sentido y será una total sorpresa para ella. Si me convierto en humano podremos estar juntos para siempre, podré vivir en la ciudad, ella me querrá como se quiere a una persona, no a un juguete.

- No puede ser, Phil.

- No me quieres ayudar. Siempre me dió la sensación de que estabas a mi lado, que tenía tu simpatía en todo este embrollo.

El hada cerró los ojos como si tratará ahora de descansar. La serpentina pulida desapareció tras sus párpados y por un momento fue como si el mundo dejará de tener colores. Suspiró profundamente, despacio, como si buscara la calma en un pozo demasiado profundo.

- No, no es eso.

- ¿Entonces que es?

- Tú ya eres humano, Phil.

El oso dejó de apoyarse en la mano izquierda y se recostó sobre la yerba. Encogió las piernas para ocupar menos espacio, como un niño que se enrosca tratando de recordar su pasado en el vientre de la madre. Hacía fresco. La madrugada era fría. No había nubes en el cielo. Las estrellas brillaban esplendorosas en aquella penumbra sin luna. Estaba oscuro. Se veían el uno al otro solo como sombras difusas que se fundían en la oscuridad del bosque.


- ¿Me estás hablando de forma alegórica o algo así?


- Aquí no, Phil.


- ¿Aquí no el qué, hada?


- No es aquí donde eres humano.


- Te refieres que lo soy dentro de mi corazón o algo así.


- Bueno, eso también, pero me refiero a este escenario. Aquí eres un oso porque así lo decidiste en su momento.


- Te entiendo cada vez menos y me estoy empezando a angustiar. ¿Quieres pipas? 


- Si tienes.


- Necesito hacer algo y tanto estrés me está dando hambre. No puedo comer cosas que engorden, quiero adelgazar para ella. La delgadez les gusta a los humanos.


El hada sonrió y ladeo la cabeza. Aquel oso despertaba su ternura. Tenía que explicárselo todo. Pero si lo hacía todo iba a cambiar para siempre. Y las consecuencias del cambio repercutirían en todos. También en ella. Y no sabía en que forma y en que grado, si sería para bien o para mal. Para mejorar las cosas o para estropearlas para siempre. El equilibrio del que dependía todo era demasiado frágil y abarcaba demasiado poco


- Respóndeme una pregunta: ¿Te acuerdas de tu infancia?


- ¿Debería? La verdad es que no mucho. Bueno, nada en absoluto.


- ¿Recuerdas como conociste a Ruth?


- Como si acabara de ocurrir. De repente estaba ante mí. Y la vi a pesar de que era diminuta.


- ¿Y antes que eso?


- No se, aquello fue como un arranque, un punto de partida. Lo demás no es demasiado importante.


- Exacto. Eso es. En ese momento empezó todo, aunque quizás tengas recuerdos de cosas anteriores. ¿Que hacías justo cuando saliste del bosque y la encontraste ante tí?


- Corría.


- ¿Hacia donde?¿Por qué motivo?


- No se, lo he olvidado. A lo mejor no había motivo o destino. O quizá no era relevante. Si lo fuera lo recordaría. ¿No?


- No lo recuerdas porque todo es un sueño, Phil. En los sueños importa lo que ocurre, lo que nos quiere decir, y no los porqués.


- ¿El que es un sueño?


- Todo. Tú y yo, lo que nos rodea, el lugar en el que estamos. Las estrellas reflejadas en el espejo ahí abajo flotando en la superficie del agua entre los ranúnculos. Nuestras sombras. Lo que decimos y lo que pensamos, que por una vez son lo mismo. Todo es algo que sueñas para no estar despierto y vivir tu vida real, donde eres humano y no puedes tener a Ruth, que es lo único que deseas.


- Que pena no haber tomado notas, ha sido impresionante... ¿Me vas a decir que abra los ojos y voy a aparecer aterido en un tanque de congelación criogénica?


- Escúchate, Phil. Así no hablan los osos. Haces referencia a una película como si en el bosque hubiera cines o televisiones.


- En casa de Dolores hay una bien grande.


- ¿Y recuerdas haberte sentado ante ella?


- Pues creo que no.


- Claro. No se sueña para ver la tele, sería absurdo.


- ¿Piensas que me voy a creer algo tan descabellado?


- Me crees ya porque sientes que es verdad. Pero te da miedo admitirlo, la posibilidad de que tengas que despertar. Ni me voy a esforzar en tratar de convencerte, la claudicación vendrá sola.


Hacia el oriente empezaron a apagarse algunas estrellas. Comenzaba el amanecer. En algo más de una hora el sol asomaría el hocico para husmear el mundo.


- ¿Ella es real? Aquí dentro me refiero.


- Creo que este sitio lo creasteis entre los dos para tener un refugio donde estar juntos. Aquí tú eres un oso porque ella quiere verte así en sus sueños y tú la ves como una niña porque es como más cómodo te sientes.


- Pero ya no lo es.


- Has vuelto a dar en el clavo. Tú quieres ser humano y ella crece. Tan raro que en el paraíso las cosas se transformen. La perfección no admite cambios sino para empeorar los principios. Os reveláis contra el sueño, a vuestras respectivas imposiciones.


Phil dejó correr los segundos en silencio un momento. se oyó el sonido de la cáscara de una pipa al quebrarse.


- ¿Y por que esas imposiciones?


- Creo que para eliminar un elemento de la ecuación. Para desterrar un factor que puede corromper las cosas y evitar que perduren para siempre.


- ¿Cual?


- El reclamo de la piel, Phil. La tiranía de los cuerpos. Ese impulso que te lleva a desear que su olor perdure en tus manos tras tocarla.


El oso pareció tubarse. Sacudió uno de sus pies. Dejó de comer pipas. Se levantó y volvió a tumbarse sobre la hierba. Ocultó su rostro con sus manos y tras un profundo suspiro pareció relajarse al fin.


- Ahora mismo tengo sueño, hada. ¿Si me duermo despertaré en el otro sitio distinto a este y lo haré como un humano?


- Quien sabe.


- ¿Hada?.


- Dime. 


- ¿Y tú, eres real?. 


- Esa pregunta es la más relevante. Al menos para mí. Lo he pensado y creo que sí, así quiero creerlo. Soy aquella a quien contaste el secreto. Tal vez escribiste un cuento y me lo diste a leer. Tal vez hablamos una madrugada como esta allá donde las cosas son de otra forma. Tal vez lo estemos haciendo en este mismo momento y te esté persuadiendo para que hagas algo.


- ¿Algo como que?


- Algo como despertar de tu letargo y que afrontes tus deseos. Que trates de lograr que se hagan realidad o renuncies a ellos definitivamente.


- Parece interesante. Lo meditaré detenidamente cuando me despierte.


El amanecer los sorprendió dormidos y hasta muy avanzado el día no se reincorporaron a la actividad del bosque y sus habitantes.






viernes, 22 de junio de 2012

La niña y el oso / 9.- La Navidad

La niña y el oso / 9.- La Navidad

- ¿Y te acuerdas como arrugaba su naricilla diminuta cuando se enfadaba muy de niña?

- Puff. Tan pequeña no es. -Protestó Ruth, pero ninguno de los dos le hizo caso. Casi se diría que no se daban cuenta de que también estaba sentada a la mesa de la cena-.

- Ya lo creo, daba miedo mirarla. Toda esa furia contenida a punto de desatarse sobre uno. Bueno, miedo no, respeto.

- No, estaba bien expresado. Siempre te ha mantenido a raya por ese pavor que la tienes. Siempre has sido su juguete.

- Yo no lo expresaría así. Es bien sabido que los osos...

- Eeeeeoooooo... ¿Hay alguien ahí? Me parece oir voces en ese lado de la mesa.- A Ruth le ponía los nervios de punta que siempre que se juntaban su madre y Phil acabasen hablando de ella. Era una ley inexorable, ineludible, como la de la Gravedad.

- Siempre ha tenido mucho carácter.

- ¿Me lo vas a decir a mi que soy su madre? Con seis o siete años me echaba unas broncas... Y me castigaba sin salir de mi cuarto. Broncas con tono calmado, sin alzar la voz, que son más inquietantes.

- Con lo chiquitina que es, ¿verdad? -A Phil se le enternecieron los ojos al decirlo. La recordó cuando la vió por primera vez, enfundada en su mejor pijama. -Al día siguiente de conocerla fue la primera vez que le vi arrugar la nariz de esa forma. Le dije que no la podía llevar al bosque y como se lo tomo. Parecía la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas a punto de ordenar que le cortaran la cabeza a alguien.

- ¿Y por qué se lo dijiste?

- Mujer, no me constaba que tuviera tu permiso. Lo mismo me denunciabas a la guardería forestal por oso secuestrador.

- Phil, ¿me pasas el salero? El puré de patatas está soso -Ruth ni siquiera se había servido puré, pero fue lo primero que se le ocurrió para tratar de interrumpir aquella conversación. ¿Cómo era posible sentirse excluida de una conversación que la tenía a ella como único tema?

- Nunca me cupo duda de que contigo estaba más segura que en ningún otro lugar del planeta.

- ¿Tú crees?

- Se que jamás le harías daño. Y pobre del que lo intente en tu presencia.

- ¿Quieres que me coma el puré soso, Phil?¿Es algún tipo de retorcido castigo? -El tono que usó Ruth era burlón, casi paródico.

- Las primeras veces la llevé montada sobre mi lomo. No tenía muy claro si a los bebés humanos les convenía andar o no.

- Pues como todos los bebés de todas las especies, Phil.

- Ya. Pero yo no lo sabía, Dolores. Después leí un tratado de puericultura y resolví bastantes de mis dudas. Tu hija siempre ha sido un gran reto para mí. Me ha obligado a crecer como persona.

- Acabáramos... O alguien me pasa un salero o inicio una guerra de guisantes y sabéis que tengo mejor puntería que nadie.

- La verdad es que no sabría decir quien de los dos educó a quien.

- Bueno. Mi aportación habrá sido modesta, pero algo habré contribuido en que se haya convertido en la mujercita hecha y derecha que es ahora.

Al oír esto último Ruth empezó a hacer el gamberro sobre su silla tratando de llamar la atención con la actitud más infantil posible.

- Phil, sabes que estoy bromeando. Te debemos mucho. Las lecciones de natación están pagadas con creces. Jajaja.

- Y ahora se nos va a la universidad. No para de crecer... Bueno, ya me entiendes.

- Le vendrá bien conocer gente nueva. Anda obsesionada ahora con un señor que le dobla la edad. Me dan ganas de encadenarla a la cama de su cuarto, porque es capaz de fugarse a Las Vegas para casarse solo por llevar la contraria.

- Tampoco la edad tiene nada de malo, Dolores. Es el interior de las personas.

- ¿Pero que me estás diciendo?¿Quieres que nuestra niña nos la robe un viejo verde?

- Tan mayor no es... Es más joven que yo.

- No digas tonterías. Tú no andas detrás de la niña, husmeándole el cuerpo todo el rato.

- Debajo cuando era una cría y encima desde que menstrúo. -Ruth había decidido seguir la escalada de hostilidades y decir inconveniencias hasta que alguien la hiciera callar.

- ¿Tú crees que ese tipo hace eso?

- Es una forma de hablar.

- Pero el novio que tenía antes la tenía siempre triste. Siempre recién peleados, la niña con la cara larga y sin poder hacer carrera de ella.

- Desde luego, Phil. Mi madre parece mi madre, y no la vamos a reprochar que parezca lo que es. Pero tu pareces mi abuela eligiéndome novios. Eres patético. Además, fuistes tú quien me animo a conocerlo.

La expresión de Dolores se transformo. Su nariz se arrugo por el disgusto. Un rasgo de familia.

- ¿Cómo?... ¿La has animado tú?

- Verás, Dolores... Déjame que te explique...

Ruth reía a carcajadas. Había ganado. Habían admitido que estaba presente en la mesa.

- Que rico el pavo, mami.

- Lo ha cocinado Phil.

- Pero gazpacho en Navidad...

- Había que organizar una cena en función de los platos que sabe preparar este tarado...

- Oyes, no lo insultos. Solo puedo hacerlo yo. Es mi oso, joder.

- Ni una palabra más que te caliento el culo.

- ¿Tú y cuantas más?

- ¿Tenías que animarla, Phil? Cuanto me has decepcionado.

- Es un don, decepciona a todo el mundo. Ya va teniendo una edad y se sigue comportando como un crío. Demasiado viejo para ser el peluche de una niña. Quiero nuevos juguetes.

Era como si Ruth no se diera cuenta que aquello ya no iba en broma. La expresión en la cara de Phil era reveladora. Bueno, para quien sepa leer el lenguaje gestual en el rostro de un oso. Se daba cuenta de que él mismo se había puesto la soga alrededor del cuello. Aquel tipo la esperaba en la ciudad en la que iba a cursar sus últimos años de carrera. Cuando lo supiera Dolores le sometería a una tortura digna de la Inquisición.

Pero eso daba igual. Era cierto lo que había dicho Ruth para mortificarle en broma. Era demasiado viejo ya para ella. Y, lo que era peor, era un oso. Descartado sin siquiera plantearse como opción para... Y si no fuera un oso, descartado también por su edad.

- Yo no es que la animara, solo le dije que tenía derecho a intentar ser feliz.

- Felicidades, doctor Freud. Eres tan tonto que pensaste que la psicología negativa iba a funcionar.

- Te aseguro que yo no tenía ningún plan...

- Anda calla, que me tienes contenta. Ya puede estar bueno el postre que has preparado.

- Lo he hecho yo. Tarta de nueces. Las tenía guardadas desde la última vez que fue con Phil al bosque, este otoño.

El oso suspiro. Se relajó pensando que es difícil ver en la cara de un oso la tristeza. Se sentía morir. Era cierto, ya casi nunca estaba con Ruth. Pasaba mucho tiempo sin verla, parecía como si le esquivase incluso. Y de repente un día irrumpía de nuevo en su vida como si todo fuera como siempre, como si ellos dos formasen un universo propio. Y al poco tiempo se volvía a marchar, las más de las veces como si fuera una despedida para siempre. Mil veces se había querido morir aquel año que acababa al sentirse abandonado por ella. Pero es que ya era una mujer. Tenía vida propia. Ya no había cabida para los osos de juguete en su cuarto de juegos.

- Más tonto que mandado hacer de encargo, pero es parte de la familia.- Dijo Dolores.

- La abuela. Aunque en Caperucita ese papel se lo trataba de agenciar el lobo y no el oso. -Añadió Ruth riendo a carcajadas.

viernes, 1 de junio de 2012

La niña y el oso / 8.- El evento

La niña y el oso / 8.- La función

Phil miraba la cara a Ruth y sentía su instinto homicida a flor de piel. El que bullía bajo la felpa y la guata de su pelambrera. Oh, no con ella. Con el soplagaitas que le había esculpido esa expresión de mansa tristeza en la cara. Y mira que las ardillas se estaban esforzando. Sobre todo Lupo, al que había visto ensayar el número de sol a sol. Pero las facciones de Ruth habían fraguado como el cemento horas atrás. Las ardillas recogían y lanzaban las nueces como si fuesen las manos de un malabarista de circo. A Phil le impresionaba lo coordinados que estaban. Sospechaba que Sonia, la hembra del trío, quería extender esa coordinación con Lupo más allá de aquellos momentos lúdicos de show bisness. O volver lúdicos todos los momentos con Lupo. Se le esponjaba la cola cada vez que se rozaba con la de él.

- Tachán-, gritó Lupo en el apoteosis final del número. Pero al apartar la atención del fruto seco, aun en el aire, y mirar la cara ensombrecida de Ruth para ver sus reacciones, se quedó parado y la nuez calló sobre su cabeza partiéndose la cáscara en dos.

Todos rieron pensando que ese era el colofón planeado para el número. Éxito de crítica y público efecto final. Las ranas croaron desaforadas. El mapache se desternillo de risa y empezó a reír panza arriba, y daba gusto ver a los castores entrechocando sus colas como si fueran jugadores de basket tras una canasta. Pero la cara de Ruth seguía cristalizada, congelada en la primera glaciación, con la expresión atrapada en el más crudo de los inviernos.

- Un receso de 15 minutos, -anunció Phil como maestro de ceremonias-. Después las ranas interpretarán "Clavelitos" y rondarán a la cumpleañera. -A estas, gracias a Dios, no las había visto ensayar.

Ruth seguía tumbada sobre la hierba, boca abajo, en la misma postura con la que vió la exhibición de karate del mapache con la que se iniciará la función. Había sido impresionante verle partir ristras de hortigas con el canto de sus manitas, sin rascarse siquiera durante toda la demostración. Aguantarse la comezón requería mucha concentración interior, le había informado a Phil las dos ranas cotorras cuyos nombres nunca recordaba. Parecían un dúo cómico. Podrían haber hecho un número aparte en vez de encuadrarse en el orfeón anfibio. "No des ideas", se dijo el oso a si mismo.

- ¿Que tal ese cumple?

- Fue ayer, Phil, -replicó Ruth con tono un tanto irritado.

- Bueno, pues... ¿qué tal el día después?

- Buuff. Estoy aburrida.

Esta nueva generación siempre aburrida. Habían nacido con el ánimo paralizado. Ni siquiera lloraban si estaban mal, solo se aburrían.

- Mujer, los chicos se han esforzado mucho para organizarte este festival.

- Yo no le pedido. Estoy mirando el festejo muy quietecita y sin rechistar.

- A Lupo le has partido el corazón.

- Pues el chichón le va a salir en la cabeza.

- No tienes ni idea de lo mucho que ha ensayado...

- Buuuffff.

Quiso decirle algo, hacerle un reproche. Es más, sintió que era su deber amonestarla por ser tan desagradecida con quienes querían mostrarle su cariño, pero hacía tiempo que medía mucho sus palabras. Ella ganaba siempre las discusiones, incluso las que no se verbalizaban y transcurrían de forma sorda. Y si no podía ganarlas las cortaba por lo sano. Ella era fuerte a pesar de su diminuto tamaño, como un escarabajo al que no puedes aplastar aunque lo pises.

Clavelitos resultó ser una experiencia mística al borde de la muerte. Ver media docena ranas rascarse el vientre fingiendo ser guitarristas, y a la más gorda revolcarse por el suelo imitando al de la pandereta, era más de lo que Phil podía soportar sin darse a los estupefacientes.

- ¿No podríamos abreviar? -suplicó Ruth.

- Veré lo que se puede hacer.

De todo esto tenía la culpa el novio de Ruth, que no sabía ceder y la llevaba siempre hasta el límite. Tantas peleas no eran normales. Para evitarlas con Ruth bastaba con darle la razón. Él lo llevaba haciendo desde que la conoció. Po el cariño y por el miedo que la tenía. Es decir, miedo a que le volviera la espalda. Las veces que sus enfados con él habían llegado a mayores los había vivido como una insufrible tortura. No concebía la vida, sus días, sin la compañía de ella. Su presencia lo llenaba todo, le daba sentido a los momentos vividos, y su ausencia vacíaba de contenido hasta las más grandes dichas. Si encontraba un panal en un roble, ¿como podía disfrutarlo sino no compartía el dorado tesoro con la chiquitina? Estos machos humanos no sabían el valor de las cosas.

- Las ocas me han dicho que suspenderán su potpourri de piezas de ballet, una de ellas se ha torcido una pata y no tienen sustituta.

- ¿Y entonces que queda?

- Solo mi aportación.

- Como recites el discurso de Enrique V en el día San Crispín, sillazo en la cara. Avisado estás.

Pues iba a ser eso, vaya por Dios. Le gustaba recitarla a su modo. Un oso puede ser jovial y aguerrido a la vez, parecer amistoso y dar miedo a la vez, lo que exigía ese recitado de Shakespeare.

- No, descuida -Y cuando lo dijo una idea cruzó su mente de parte a parte. Aquello requería una solución de emergencia-. Espera dos minutos aquí sin mover un músculo.

Corrió hacia su madriguera, muy próxima al escenario, y allí se disfrazó. Había prometido no volver a ponerse aquellas ropas, pero la ocasión merecía la pena. Cuando Ruth le vió disfrazado de oso mariposa la expresión de su rostro dejó aflorar la niña de 8 años que aun llevaba dentro y que adoraba jugar con peluches. Fue solo un instante de ternura, luego una risa a carcajadas llenó toda la pradera.

- Bate las alas, mariposita -Había la misma cantidad de aprecio que de burla en la petición. Y Phil bailó de forma elegante y parsimoniosa, girando sobre sí mismo, de puntillas, mientras batía las alas ayudado con la mano que no sostenía la varita mágica. Se sentía humillado y feliz al mismo tiempo. Conocía a aquella criatura desde hacía tanto que todos los resortes y mecanismos de sus estados de ánimo habían dejado de ser un secreto. Los conocía. Lástima no tener poder suficiente para influir en ellos.

Todos los animales se quedaron perplejos. Se produjo una epidemia de bocas abiertas por caída de mandíbulas.

- Si llegamos a saber que había una go-go de discoteca disponible la habríamos incorporado a nuestro número musical -Protestó la rana más grande. Phil le enseñó los colmillos y nadie se atrevió a insistir con más bromas en la brecha abierta en su dignidad. Desde luego aquello era embarazoso. Más para un oso que era el rey del bosque. Pero a Phil no le importaba nada más que una cosa: Ruth reía como hacía mucho tiempo nadie la había visto. De hecho había que remontarse a la última vez que Phil había usado aquella solución de emergencia en otro día difícil.

- ¿Que tal ahora? - preguntó Phil.

- Perfecto. ha sido catártico. Aprovecho y me voy, nos vemos mañana -dijo Ruth mientras se levantaba del suelo dando un brinco. -"Yo hago el trabajo y el mequetrefe se aprovecha del resultado", se dijo a si mismo Phil. Sabía que iba para ver a su novio-. Y dile a las ocas que me hagan una prueba.

- ¿Que es lo que sabes tú de ballet?

- Seguro que al menos lo mismo que tú, mariposita -añadió Ruth a gritos ya desde el otro extremo del prado.