"La Décima" - Red One
En esta sinfonía improvisada que está surgiendo de entre mis últimos escritos, casi sin querer, desde luego no planeada -sinfonía que he de titular Lisboa, no podría tener otro nombre, aunque ya no sé si ha de ser en clave de re menor o de sí bemol, más bien lo segundo, porque bemoles ha habido muchos esta temporada salvo en el tramo final de liga, no digamos en la final-, tras el proemio inspirado en la final de copa, "Oxygene", en allegro molto vivace, porque el gol de Bale fue sin duda el preludio de la fiesta, que hizo que la botella de champagne se descorchara sola tras tanta presión acumulada dentro de todos, -la primera cita importante sin Cristiano, con la misma urgencia de siempre, y más aun tras un año en blanco, contra el rival más odiado...-, luego vino el primer movimiento, "Les Champs Elysees", puro éxtasis en allegro con fuoco, porque el paraíso, el verdor de los campos del edén -ni Xavi le hubiera hecho ascos a estas praderas celestiales-, nos los trajeron los fuegos del infierno, y, después, el largo "Fados portugueses", escrito con ánimo indefinido, en algunos acordes pletórico y en otros moderado, incluso nostálgico, por lo que había de despedida tardía de Mourinho y salutación, también a destiempo, a Ancelotti. Tras todo eso, digo, lo suyo ahora, visto lo visto y leído lo leído, hubiera sido rematar la pieza sinfónica con un andante contabile, es decir, hacer recuento, contabilidad de trofeos, y cuadrar el balance del año. Pero no tengo espíritu de financiero. Si lo tuviera, un alma tan pecadora, tan propicia para el lujo, no habría sido excluido del aquelarre de Marceliano Santa María, de la fusión atómica entre afición y equipo. Tampoco lo tengo probablemente de músico. Esta música de las esferas que ahora suena desde la noche del sábado no es producto mío, yo no la he compuesto ni la interpreto, aunque conozca la partitura al dedillo desde el divino gol de Mijatovic. Solo me limito a repetir las notas mientras redacto, aunque con menos maestría que Raúl en Amsterdam y Zidane en Glasgow. Lo mío es solo la versión maxi-single de un gran éxito de ventas, el trabajo de un avispado mediocre que rentabiliza a base de mezclar la melodía principal con otros ritmos -puro fraseo sincopado-, y de estirar los estribillos el producto del talento de otros. Ay, Señor, cuanta santa paciencia en quien me lee. Todo un párrafo que excede las veinte líneas de longitud, repleto de frases subordinadas, orgía de textos entre paréntesis, de alusiones a otro escritos, puro laberinto de palabras con Minotauro en el que se extravían los asuntos tratados, barroco tardío, puro rococó, y no he logrado siquiera poner el toro en suerte, centrarme en el tema que quiero tratar, que quieren leer todos: La Champions, el tormento y el éxtasis bajo la Capilla Sixtina portuguesa, el cielo de Lisboa, el ansia por la Undécima recién inaugurada esta mañana.
Sísifo en Metrópolis
Todo es desmesurado hoy, todo se desborda, pierde las debidas proporciones, se agota en el continuo derroche de alegría y emotividad. Por eso hay que agotar las palabras, hacer todo el gasto posible de ellas, utilizarlas hasta desgastar sus bordes, hasta que se nos sequen los labios, porque quizá mañana ya no nos sirvan, ya no haya nada más que decir ni de que hablar. ¿Tras verbalizar a duras penas la emoción de ganar la Décima que otro asunto podría despertar nuestro interés en el futuro? El resumen de lo que significó el partido de ayer lo hizo de forma casi perfecta Di María -The man of the macth para la UEFA-, en la microentrevista que le hicieron sobre el césped nada más acabar el partido. "¿Qué sientes ahora?", fue la pregunta sin imaginación que le hizo el periodista de TVE mientras comenzaban los festejos de la hinchada merengona. Pero si la pregunta fue la esperada la respuesta fue en extremo sorprendente: "Alivio. Se me quita un peso de encima", dijo Ángel entre dos suspiros. Y lo cierto es que la imagen de Di María en es momento, con los ojos idos y el cuerpo relajado pro el agotamiento del esfuerzo era el vivo retrato de Sísifo tras ser despojado al fin de la piedra por los crueles dioses. La Décima era una tarea que parecía pensada para ser eterna, una pesada roca que arrastrar colina arriba todos los años para verla desplomarse tras cada intento desde la altura del Barça, del Bayern o la del Dortmund. Sísifo redimido, eximido de su castigo. Sísifo exhausto tras vencer a los dioses crueles, esa es la imagen que me transmitió la estampa vacía de emociones y calmada de Di María. Luego viendo con más calma todo lo sucedido en los resúmenes de las televisiones mi asombro no hizo más que aumentar. Nunca había visto a los componentes de un equipo de fútbol al completo llorar tras una victoria. Sí tras una derrota cruel. Y había escuchado duras críticas por ese arrebato emocional en algún caso. Llorar es una actitud impropia de varones tras una contienda, según algunos. "Las lágrimas se guardan para después, para el vestuario, donde nadie las vea", protestó no recuerdo quien tras una final europea, no sabría precisar ahora cual de las que hemos visto recientemente. Pero quienes lloraban eran los perdedores. Lo del sábado fue un misterio. O quizá no tanto. Hasta Marcelo, la alegría personificada, lloraba desconsolado. Luego le vimos convertir el terreno de juego en una zona de recreo infantil para su hijo, con la orejona utilizada casi como tobogán o columpio, pero tras el pitido final apretaba el rostro con las manos como intentando retener las lágrimas en los ojos. ¿Hemos sido crueles con nuestros jugadores?¿Les hemos exigido hasta traspasar los límites de lo razonable? Algo de eso creo que reflejan el llanto de tantos de ellos tras consumarse el drama. Ganar la Champions es el fatum del Real Madrid, hacia ese punto tiende irremediablemente la historia del Fútbol, como si su victoria fuese un pozo gravitacional donde el tiempo encuentra su sumidero. Y da igual que la trayectoria de las órbitas entre cada dos perihelios duren dos, doce o treinta y dos años, ese es el destino natural de las cosas y el desenlace anunciado del drama, aunque haya que esperar hasta el minuto noventa y tres para que se consume. Y nosotros llevamos un lustro al menos tratando de acortar la trayectoria, intentando hacer descarrilar a los astros del destino, de reubilarlos para obtener un horóscopo más favorable. Antes de esta bendita final se ha escuchado, y en boca de no pocos madridistas, que la obtención de la Décima no iba a conseguir restañar el fracaso de haber perdido el campeonato de liga, tras el tropezón de Dortmund, tras tres o cuatro titubeos en toda una campaña. Se entienden por tanto las lágrimas, que la sensación de alivio prevaleciese sobre la alegría. Habían jugado no para ganar sino para sobrevivir a la derrota, para dar carpetazo a una obsesión colectiva. Tiene sentido que el himno de la Décima que ahora mismo escucho, mientras escribo estas líneas, suene a canción militar, como a tonada cantada por un batallón bolchevique que vuelve del frente, y que por su tono ligeramente melancólico no quede claro si ha habido victoria o derrota allá de donde vienen, porque sea cual sea la suerte habida saben que mañana o pasado tendrán que librar otra batalla, que la piedra que arrastra Sísifo cuesta arriba es una guerra interminable.
"Si se puede", gritaba la afición blanca, todos a una, como el coro de una tragedia griega, durante el último acto del encuentro, el más cargado de emotividad, esos treinta minutos de acoso continuo a la portería atlética. Había una sensación de cierre de órbita que parecía desdecir el reloj. Pero yo confieso que había perdido la fé cuando Ramos voló para interceptar el balón con su cabeza. Fue como un choque de planetas, pura devastación que ahora nos parece el desenlace lógico, un cataclismo inexorable, pero yo había extraviado la fé. No así los jugadores y por eso les estaré eternamente agradecido. La volea de Zidane en la Novena nos pareció la culminación de los tiempos, ahora me embarga la misma sensación de plenitud. Hay un dígito más en el baremo y mientras revivimos en la memoria la trayectoria del balón tras impactar en el pie de Zizou, tras ser agredido por la testa de Ramos, mientras vemos alejarse trazando una curva a una y otra pelota, que en realidad son la misma, el mismo planeta, comprendemos que es otra órbita que se inicia para volver al lugar de partida. Es Sísifo en un campo de estrellas, como cantara Plácido Domingo en el himno que ahora tiene al fin un sucesor que lo reemplace.
Era noche cerrada, madrugada sin estrellas, cuando el equipo pudo al fin festejar en Cibeles la consecución de la Champions. A Ramos, el puto amo de la Décima -Casillas dixit-, le cupo el honor de coronar a la Diosa Cibeles, ponerle otro par de orejas. Divinidad de la tierra, cuya oración propicia la cosecha de frutos, es lógico que se convirtiera en la diosa del campo madridista, tan fecundo en cosechas. Arriba, en el firmamento de la ciudad, en su skyline, la Victoria alada que corona el edificio Metrópolis era espectadora muda del homenaje, como tantas veces desde que vadear la pileta de la fuente se convirtió en al culminación de todo festejo madridista. Esa presencia con aspecto de ángel es lo que hay en la cima que cada año escala penosamente Sísifo y que solo alcanza a culminar cuando una órbita se completa, como la noche del sábado. Al final de la cuesta de Alcalá, en la confluencia con Gran Vía, como haciendo bisagra entre las dos grandes avenidas se alza un edificio de aire francés que es casi coetáneo con el Real Madrid. Ambos, construcción e institución, han alcanzado hace apenas un puñado de años la edad centenaria. Mitad francés mitad madrileño, como la Copa de Europa en sus orígenes, tiene sentido que a los pies de este edificio se celebre la consecución del toneo. No, no creo que sea casualidad, es parte del fatum. Y cada vez que la diosa Cibeles sonrie, y los leones que tiran de su carro, Hipomenes y Atalanta, se alzan rampantes para saludar al capitán que trae el trofeo en ofrenda, tengo la sensación de que el ángel despliega sus alas para ofrecer cobijo a Sísifo, que por unas pocas horas, apenas lo que dure esa madrugada, se verá libre de su pesada carga. Para mañana queda la tarea de pensar en la Undécima, la siguiente órbita ya ha comenzado.
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