El Señor Pipero
(Rescato este texto escrito hace ya tiempo, probablemente con el enojo de aquel a quien trataba de hacer homenaje. Supongo que se habrá quedado obsoleto. No me importa. El cariño hacia el Señor Pipero ni mucho menos ha caducado. Todo lo contrario, ha aumentado. Con el compartí en el estadio el partido de cuartos contra el Borussia de Dortmund, y he de decir que, a pesar de las pipas no dejó de animar ni un instante, que apenas se sentó en su localidad en los 90 minutos y que sus gritos de ánimo al equipo hacían que volvieran la cabeza mucha gente de la que teníamos alrededor.
Va por tí, Señor Pipero. Y no te enfades. Sé que al colgar este escrito rompo con una promesa que te hice)
Hace unos días alguien publicitaba en Twitter uno de esos podcast madridistas que se propagan por internet como la pólvora, uno con mucho éxito por cierto, de una forma ciertamente ingeniosa y atractiva: "La mejor colección ininterrumpida de zascas desde las películas de Bud Spencer". Y daban ganas de oírlo, es verdad, para qué negarlo. Porque, a ver, ¿quién no ha disfrutado leyendo o escuchando los zascas de otras personas propinados a gente conocida por nosotros, oyendo el sonido del golpear de la mano abierta en las mejillas o los cogotes de quienes nos irritan? Zascas al principio, sobre todo, a periodistas y al culerío vario, pero últimamente también a madridistas de diversa condición, por más que nos empeñemos en uniformizar las posturas de los demás. ¿Quien no ha disfrutado propinándolos incluso, a esos que no saben pero lo pretenden, cuando se abre la veda en Matrix tras un partido del Real Madrid con incidencias? Uno, en su modestia, ha procurado repartir algunos zascas de diverso calibre desde este mismo blog, de contribuir a esta merienda de negros que es el madridismo en las redes sociales. Somos jueces y parte, también fiscales y verdugos, y todos los días instruímos y dictamos sentencia a media docena de juicios sumarísimos contra el cuarto poder, la prensa, o el quinto, los usuarios de Internet, lo que en el catecismo se denomina como el prójimo. "Me gusta el olor a zasca por la mañana. Huele a victoria...", decía el personaje de Apocalypse Now, el teniente coronel Kilgore, o una frase parecida, que mucho del sentido exacto de los diálogos se pierde con los doblajes. El Madridismo Wonderground es el séptimo de caballería, que se hizo famoso en las guerras indias contra el apache mescalero Relaño y el soiux Segurola, pero que ahora se ha reconvertido en escuadrón helitransportado. Siempre hay una aldea de piperos amarillos que arrasar, a la que volar raudo para dejar las cosas claras acerca de Casillas o para esclarecer los secretos de Fátima que solo conoce el pastorcillo portugués de voluntades. Se los reconoce porque tienen la costumbre de sentarse sobre sus cascos para proteger los "güitos" de las balas perdidas que les disparan desde el suelo de la jungla. Yo antes participaba en esas razzias, se de lo que hablo: Fuego nutrido sobre quien se oponga y, si persiste la actividad enemiga, lluvia de napalm sobre la línea de arbolado y más allá de ella. Pero eso era antes, porque ya no me sumo a las fiestas de surfeo del teniente coronel. Me debe haber pasado lo mismo que al protagonista de "El arpa birmana", la película de Kon Ichikawa, que después de ver tantos cadáveres de camaradas insepultos se volvió pacifista. O algo así. Un pacifista con mal genio y cascarrabias en todo caso.
Mishuzima, el protagonista de "Biruma no tategoto", no soporta el espectáculo de los cuerpos sin enterrar de los soldados japoneses esparcidos por doquier, entre los surcos abiertos por los bueyes en los campos de labor, flotando boca abajo en el agua turbia y quieta de los arrozales, tendidos en las orillas de los ríos o en las cunetas de los caminos, extraviados entre el matorral de las densas selvas de Birmania. Brotan en el suelo como setas tras la lluvia de balas y obuses. Es una cosecha que excede la mano de obra disponible para recolectarla. Enterrar los muertos en una labor que nunca acaba, que ya ni siquiera puede acometerse, siquiera iniciarse, porque el ejército japonés está más preocupado por poner tierra de por medio con el enemigo que en desinfectar la herida que supura muerte en los campos de labor y la selva. Mishuzima se ve superado por lo que ve y por eso decide hacerse monje budista, deambular por el territorio con su arpa a la espalda. Un instrumento musical en vez de un fusil. Camina por el paisaje desolado tras la batalla con un único objetivo, dar digna sepultura a quien no la tiene. Algo elemental que en ese momento parece fuera del alcance para un ejército en presurosa retirada. Tanto muerto es el producto de la reconquista anglo-americana del país asiático durante la Segunda Guerra Mundial, esa misma batalla que nos narraba Raoul Walsh en la película "Objetivo: Birmania", con Errol Flynn en el papel del heroico mayor Nelson. La de veces que le habré contado a mis compañeros de colegio esta mítica película. Me fascinaba. Toda matanza parece atractiva, heroica, necesaria incluso, desde algún punto de vista. A Mishuzima su aguante se le quiebra definitivamente cuando ve perecer a toda su compañía, una unidad de músicos más que de combatientes, y se queda solo, sin más cosa que poder hacer que rumiar su dolor y su locura a solas. Pero, ¿su arrebato es un desvarío o, por el contrario, un síntoma de que al fin ha adquirido cordura en un mundo que carece de ella? Me abstengo de reflexionar sobre este particular porque este no pretendía ser un escrito para cavilar demasiado, ni yo al escribirlo ni quien lo lea si es que esta entrada del blog tiene visitas.
El caso es que me he cansado de las guerras civiles madridistas, de los toques de corneta llamando a la carga contra los camaradas, indefensos a campo abierto, carne de cañón tras un retuit de esos que nos indican donde está el humo y, por tanto, donde está el fuego, que nos dicen de forma no explícita: "mira lo que ha dicho este pipero". No más cazas de Charlies en la espesura. He dejado que mi Time Line se llene de casillistas, en general mucho más tranquilos al opinar, que se marchen algunos tardo mourinhistas, que les parece que lo que tuiteo es cosa de tarados, y me he puesto a confraternizar con piperos de toda laya. Y el resultado solo se puede juzgar como positivo. La vida de monje es mejor que la de soldado, ¿dónde va a parar?. Además, si es cierto eso que se me achaca en algún periódico digital de que soy excesivamente proclive a la juventud en la mujer, el golpe de timón ha tenido recompensa porque, con sus lógicas excepciones, Casillas gusta mucho más a las mocitas madridistas que a sus madres, que son más devotas de Mourinho y es a quien generalmente le ponen el cirio. Lo que podría decirse con malicia de unas no sé porque no lo aplican los voceras del Madridismo Wonderground a las otras. Sí, cierto, no soy tan ingenuo, faltar al respeto a los de tu bando es veneno para la cifra de followers y, además, te puede hacer perder la guerra dialéctica, esta guerra de palabras que es el madridismo tuitero. Una guerra en la que yo ya no quiero participar, como Mishuzima. Que reconquisten Birmania los amantes de la Premier, del Chelsea sin españoles en el campo, que a mi me apetece más pasearme por los campos de Matrix con el arpa entre las manos.
En el tropel de piperío con el que he contactado últimamente destaca el Sr. Pipero, Adolfo en la vida real. La "virgen violada" para los intransigentes que siempre están de guardia, porque nunca andan escasos de centinelas que apostar en las encrucijadas, en los Time Line de las cuentas consideradas enemigas, esto es, las que no comulgan con el ideario. Como estas líneas las escribe un tarado, supuestamente para que las lean otros tarados, o sea, cortitos de entendederas, no estará de más explicar que el nick de Adolfo es pura ironía, elegido a propósito por el hartazgo que le causaba tanto troquelador y dispensador de carnet madridista como hay en Twitter, por ser el epiteto que más ha leído en los tuits que le mencionan por no avenirse a recitar el estribillo de la canción que repiten todos. Agitas una conversación cualquiera, como quien agita una palmera en la playa, y, en vez de caerte sobre la cabeza media docena de cocos, te caen de bruces sobre la crisma media docena de gudaris de la policía del pensamiento. "Apatrullar" Twitter es la afición de muchos, que prefieren incidir con saña sobre la opinión ajena en vez de esmerarse en moldear y expresar la propia. El caso es que mi amigo Adolfo milita oficialmente en eso que se ha venido a llamar Piperío, condición que asume sin problemas, porque le gustan las pipas -aunque no tanto como a mí, que ostento el record mundial de velocidad en el pelado e ingesta de semillas de girasol-, y porque aun estamos a la espera de una definición para el término que no mute entre un tuit y el siguiente de quien lo usa como munición dialéctica. Pipero es a veces quien no anima nunca, el que se abstrae comiendo pipas en la grada, ese es supuestamente el chiste, y otras quien se excede en su entusiasmo y da el supremo coñazo jaleando a todo el mundo que viste de corto, incluso a jugadores del equipo contrario o al árbitro. Cabreados nos quiere Mou. Pipero es a veces el que practica culto a los personalismo de forma descarada, léase, por ejemplo, a Iker Casillas, y otras el que perturba las misas fúnebres que se dedican a diario en mi Time Line a la memoria de Mourinho, solo porque opina que el real Madrid está por encima de los protagonistas del juego. Pipero unas veces es el que lo protesta todo y todo le parece mal, el que pita constantemente en el Bernie, y otras el que no se suma a las cazas de brujas que se practican con los jugadores del vestuario, los autos de fé con quemas en efigie las más de las veces en forma de viñeta satírica, que hay que retuitear para poder comulgar luego donde el Papa Blanco imparte misa. No nos ponemos de acuerdo con el significado del "palabro" pipero pero lo utilizamos como si su uso lo subvencionase el estado. Ahí va mi intentona de definición: Yo creo que pipero es simplemente aquel cuya opinión despreciamos o nos molesta por que no es eco exacto, sin distorsionar, de la que nosotros expresamos y nos jalea la mini-pandi.
El propio Adolfo me dio una lección de lo que es madridismo durante el partido que el Real Madrid disputó en el Bernie contra el Sevilla. "¿Ves este que hay a mi lado?", me dijo en un aparte en un momento en que lo que sucedía en el campo no era excesivamente interesante, señalando con la cabeza al tipo que tenía a su izquierda -y juro que no sé si se refería al de las promociones de AS o al de más allá-, "Pues es más mourinhista que Silvino Louro. Pero no se te ocurra hablar mal de Casillas en su presencia que puedes verte envuelto en una discusión desagradable". En otro momento de sequía de interés en el juego añadía otro ejemplo a su argumento: "Y este que tenemos detrás que ahora echa pestes de Arbeloa porque le acaban de robar la pelota, ya verás como le aplaude a rabiar si hace una buena jugada". La tesis era simple: cada madridista es de su padre y de su madre, tiene sus ideas sobre como debería ser el equipo, sus filias y sus fobias, éstas últimas escogidas de forma incoherente, como no puede ser menos. Las manías no te las dicta la razón y casi siempre son incoherentes. También las simpatías. Los cariños y los odios no se eligen, te sobrevienen. El Fútbol es una cuestión de afectos, de sentimientos, no es ciencia aplicada. Nuestra opinión suele ser contradictoria, paradójica, llena de defectos que la hacen fácilmente rebatible, y es bueno que así sea.
Adolfo lleva toda la vida de Dios yendo al estadio, como lo hicieron antes que él su padre y su abuelo. No se ha perdido casi ningún partido de los últimos veinte años, o así. Le inscribieron como socio en el club antes que en el registro civil. Es decir, fue madridista para la grey de Bernabéu antes que ciudadano para el Estado y, aun así, tiene que aguantar que le expliquen, a menudo gente que conoce el estadio solo por la tele, lo que es ser buen madridista. Cuando está, yo lo he visto, anima como el que más, según su criterio, eso sí, y cuando corea el nombre de un jugador, que es a menudo, alguno de ellos se vuelve a mirar hacia donde está porque su vozarrón atraviesa el campo de parte a parte sin problemas. La virgen violada tiene voz de tenor, ¡mecachis en los moros! Adolfo es un tipo jovial, positivo, extremadamente generoso y extrovertido, que me ha ganado ya para siempre, allá aquellos que se lo pierden a sabiendas porque no se aviene a cantar el himno del tardo-mourinhismo cuando toca en los mítines tuiteros. He ido con él al campo algunas veces. En dos de ellas hasta me compró el bocata de atún con pimientos para el momento del descanso, casi como si fuera su sobrino. Me he reído mucho con él antes, durante y después de los partidos, con su sentido del humor, a veces gamberro, casi siempre irónico. Autoparódico si hace falta. No se ahoga en su propia importancia como les pasa a muchos de los que discuten con él en Twitter. Va a ser difícil que este tipo me vaya a caer mal en el futuro. Mucho menos por sus ideas futbolísticas. Seguro que no por su sensibilidad madridista. Que, por otro lado, la conozco grosso modo y es ciertamente cabal. Se tendrían que alinear los astros de una manera muy enrevesada para que sí fuera. No les vendría mal a algunos que yo me sé tener un ego menos desmedido, de un tamaño manejable, como el del Señor Pipero, que defiende sus ideas con vehemencia, pero que está abierto siempre a dejarse convencer. Los dogmas funcionan mal en la mayoría de los ámbitos, y en el del fútbol son sencillamente estúpidos. Xabi Alonso ahora parece imprescindible y quizá el año que viene ni nos acordemos de él, si es que se marcha, Dios no lo quiera. Si nos enfrentáramos a nuestras propias opiniones de hace unos meses sobre aspectos que ahora nos parecen de una claridad meridiana, por ejemplo excavando en nuestra propia Time Line para rescatar viejos tuits, nos llevaríamos algunas sorpresas morrocotudas. A alguno se le corregiría incluso esa fea costumbre de retuitear tuits ajenos del año de a polca para tratar de ridiculizar a sus autores.
El Fútbol es uno de esos escasos placeres que es difícil disfrutar en soledad. El sexo tiene incluso mejor apaño si toca lidiar a solas con el morlaco del deseo. En mis tiempos más solitarios aprendí a ir al cine solo, a ver incluso su lado positivo. Podía elegir las películas, aunque nunca he sido muy de imponer gustos. Pero el Fútbol sin compañía es como un refresco al que se le ha escapado el gas. A mí al menos así me lo parece. Cuando perdí a mi padre y dejé de frecuentar a la gente de mi cuadrilla, aquella con la que compartí tantas euforias y sinsabores madridistas -me estoy acordando del descalabro en Eindhoven-, perdí mucho de mi interés por el fútbol, casi toda la pasión. Con mi padre veía todos los partidos de los mundiales por la tele, uno detrás de otro, los tres diarios, para desesperación de mi madre y mis hermanos. A ambos nos enamoró la Francia de Girese, Platini y Tigana, a ambos nos apasionó la Dinamarca de Lerby y Elkjaer Larsen. Tantas desilusiones compartimos con los brasiles mundialistas. La squadra azurra de Rossi mojándole la oreja a la canarinha de Sócrates y otro campeonato en el que te sentías estafado tras tanta glosa previa a la selección brasileña. Como con él nunca he coincidido en gustos con nadie más. Estoy seguro que él también sería un defensor de Benzemá y Khedira. Sobre Mourinho no lo tengo tan claro, porque él si se educó en aquello que ahora se denosta tanto, eso del señorío, que no es un invento de los antimadridistas, está en el himno, señores. El día que me llevó a ver un clásico que decidía una Supercopa, en el que el Barça de Maradona nos mojó la oreja, cuando el argentino se metió en la portería del Real Madrid con el balón, después de sentar a Chendo y al portero, se levantó y aplaudir y casi que me obligó a hacerlo lo propio con su ejemplo. Puro piperío para algunos, imagino. El público aquella tarde reconoció que el rival había sido superior, inalcanzable con los recursos disponibles, y aplaudió el esfuerzo del equipo, que logró arrancar un empate in extremis apelando al perpetuo plan B madridista, al orgullo y la casta. Pero también ovacionó al contrario que se llevó la copa en buena lid y con merecimiento. Y no me quedaron traumas, aunque alguno piense quizás que debería ser integrado en el programa de reeducación que se quiere impulsar desde RMTV y otros púlpitos, por ejemplo, desde Twitter. La "Educación Final" la denomina otro pipero, amigo común del Señor Pipero y mío, a este macro proyecto de futuro que empieza a cobrar cuerpo con la novísima Grada Joven en el fondo sur del estadio. Educación en valores que nunca cuajaron en el estadio para darle solución a una afición que se visualiza como un problema y, sin embargo, es probablemente una de las más sanas del Planeta Fútbol.