lunes, 28 de abril de 2014

El Fútbol y sus aledaños (155) - El Señor Pipero


El Señor Pipero
(Rescato este texto escrito hace ya tiempo, probablemente con el enojo de aquel a quien trataba de hacer homenaje. Supongo que se habrá quedado obsoleto. No me importa. El cariño hacia el Señor Pipero ni mucho menos ha caducado. Todo lo contrario, ha aumentado. Con el compartí en el estadio el partido de cuartos contra el Borussia de Dortmund, y he de decir que, a pesar de las pipas no dejó de animar ni un instante, que apenas se sentó en su localidad en los 90 minutos y que sus gritos de ánimo al equipo hacían que volvieran la cabeza mucha gente de la que teníamos alrededor.
Va por tí, Señor Pipero. Y no te enfades. Sé que al colgar este escrito rompo con una promesa que te hice)

Hace unos días alguien publicitaba en Twitter uno de esos podcast madridistas que se propagan por internet como la pólvora, uno con mucho éxito por cierto, de una forma ciertamente ingeniosa y atractiva: "La mejor colección ininterrumpida de zascas desde las películas de Bud Spencer". Y daban ganas de oírlo, es verdad, para qué negarlo. Porque, a ver, ¿quién no ha disfrutado leyendo o escuchando los zascas de otras personas propinados a gente conocida por nosotros, oyendo el sonido del golpear de la mano abierta en las mejillas o los cogotes de quienes nos irritan? Zascas al principio, sobre todo, a periodistas y al culerío vario, pero últimamente también a madridistas de diversa condición, por más que nos empeñemos en uniformizar las posturas de los demás. ¿Quien no ha disfrutado propinándolos incluso, a esos que no saben pero lo pretenden, cuando se abre la veda en Matrix tras un partido del Real Madrid con incidencias? Uno, en su modestia, ha procurado repartir algunos zascas de diverso calibre desde este mismo blog, de contribuir a esta merienda de negros que es el madridismo en las redes sociales. Somos jueces y parte, también fiscales y verdugos, y todos los días instruímos y dictamos sentencia a media docena de juicios sumarísimos contra el cuarto poder, la prensa, o el quinto, los usuarios de Internet, lo que en el catecismo se denomina como el prójimo. "Me gusta el olor a zasca por la mañana. Huele a victoria...", decía el personaje de Apocalypse Now, el teniente coronel Kilgore, o una frase parecida, que mucho del sentido exacto de los diálogos se pierde con los doblajes. El Madridismo Wonderground es el séptimo de caballería, que se hizo famoso en las guerras indias contra el apache mescalero Relaño y el soiux Segurola, pero que ahora se ha reconvertido en escuadrón helitransportado. Siempre hay una aldea de piperos amarillos que arrasar, a la que volar raudo para dejar las cosas claras acerca de Casillas o para esclarecer los secretos de Fátima que solo conoce el pastorcillo portugués de voluntades. Se los reconoce porque tienen la costumbre de sentarse sobre sus cascos para proteger los "güitos" de las balas perdidas que les disparan desde el suelo de la jungla. Yo antes participaba en esas razzias, se de lo que hablo: Fuego nutrido sobre quien se oponga y, si persiste la actividad enemiga, lluvia de napalm sobre la línea de arbolado y más allá de ella. Pero eso era antes, porque ya no me sumo a las fiestas de surfeo del teniente coronel. Me debe haber pasado lo mismo que al protagonista de "El arpa birmana", la película de Kon Ichikawa, que después de ver tantos cadáveres de camaradas insepultos se volvió pacifista. O algo así. Un pacifista con mal genio y cascarrabias en todo caso.

Mishuzima, el protagonista de "Biruma no tategoto", no soporta el espectáculo de los cuerpos sin enterrar de los soldados japoneses esparcidos por doquier, entre los surcos abiertos por los bueyes en los campos de labor, flotando boca abajo en el agua turbia y quieta de los arrozales, tendidos en las orillas de los ríos o en las cunetas de los caminos, extraviados entre el matorral de las densas selvas de Birmania. Brotan en el suelo como setas tras la lluvia de balas y obuses. Es una cosecha que excede la mano de obra disponible para recolectarla. Enterrar los muertos en una labor que nunca acaba, que ya ni siquiera puede acometerse, siquiera iniciarse, porque el ejército japonés está más preocupado por poner tierra de por medio con el enemigo que en desinfectar la herida que supura muerte en los campos de labor y la selva. Mishuzima se ve superado por lo que ve y por eso decide hacerse monje budista, deambular por el territorio con su arpa a la espalda. Un instrumento musical en vez de un fusil. Camina por el paisaje desolado tras la batalla con un único objetivo, dar digna sepultura a quien no la tiene. Algo elemental que en ese momento parece fuera del alcance para un ejército en presurosa retirada. Tanto muerto es el producto de la reconquista anglo-americana del país asiático durante la Segunda Guerra Mundial, esa misma batalla que nos narraba Raoul Walsh en la película "Objetivo: Birmania", con Errol Flynn en el papel del heroico mayor Nelson. La de veces que le habré contado a mis compañeros de colegio esta mítica película. Me fascinaba. Toda matanza parece atractiva, heroica, necesaria incluso, desde algún punto de vista. A Mishuzima su aguante se le quiebra definitivamente cuando ve perecer a toda su compañía, una unidad de músicos más que de combatientes, y se queda solo, sin más cosa que poder hacer que rumiar su dolor y su locura a solas. Pero, ¿su arrebato es un desvarío o, por el contrario, un síntoma de que al fin ha adquirido cordura en un mundo que carece de ella? Me abstengo de reflexionar sobre este particular porque este no pretendía ser un escrito para cavilar demasiado, ni yo al escribirlo ni quien lo lea si es que esta entrada del blog tiene visitas.


El caso es que me he cansado de las guerras civiles madridistas, de los toques de corneta llamando a la carga contra los camaradas, indefensos a campo abierto, carne de cañón tras un retuit de esos que nos indican donde está el humo y, por tanto, donde está el fuego, que nos dicen de forma no explícita: "mira lo que ha dicho este pipero". No más cazas de Charlies en la espesura. He dejado que mi Time Line se llene de casillistas, en general mucho más tranquilos al opinar, que se marchen algunos tardo mourinhistas, que les parece que lo que tuiteo es cosa de tarados, y me he puesto a confraternizar con piperos de toda laya. Y el resultado solo se puede juzgar como positivo. La vida de monje es mejor que la de soldado, ¿dónde va a parar?. Además, si es cierto eso que se me achaca en algún periódico digital de que soy excesivamente proclive a la juventud en la mujer, el golpe de timón ha tenido recompensa porque, con sus lógicas excepciones, Casillas gusta mucho más a las mocitas madridistas que a sus madres, que son más devotas de Mourinho y es a quien generalmente le ponen el cirio. Lo que podría decirse con malicia de unas no sé porque no lo aplican los voceras del Madridismo Wonderground a las otras. Sí, cierto, no soy tan ingenuo, faltar al respeto a los de tu bando es veneno para la cifra de followers y, además, te puede hacer perder la guerra dialéctica, esta guerra de palabras que es el madridismo tuitero. Una guerra en la que yo ya no quiero participar, como Mishuzima. Que reconquisten Birmania los amantes de la Premier, del Chelsea sin españoles en el campo, que a mi me apetece más pasearme por los campos de Matrix con el arpa entre las manos.

En el tropel de piperío con el que he contactado últimamente destaca el Sr. Pipero, Adolfo en la vida real. La "virgen violada" para los intransigentes que siempre están de guardia, porque nunca andan escasos de centinelas que apostar en las encrucijadas, en los Time Line de las cuentas consideradas enemigas, esto es, las que no comulgan con el ideario. Como estas líneas las escribe un tarado, supuestamente para que las lean otros tarados, o sea, cortitos de entendederas, no estará de más explicar que el nick de Adolfo es pura ironía, elegido a propósito por el hartazgo que le causaba tanto troquelador y dispensador de carnet madridista como hay en Twitter, por ser el epiteto que más ha leído en los tuits que le mencionan por no avenirse a recitar el estribillo de la canción que repiten todos. Agitas una conversación cualquiera, como quien agita una palmera en la playa, y, en vez de caerte sobre la cabeza media docena de cocos, te caen de bruces sobre la crisma media docena de gudaris de la policía del pensamiento. "Apatrullar" Twitter es la afición de muchos, que prefieren incidir con saña sobre la opinión ajena en vez de esmerarse en moldear y expresar la propia. El caso es que mi amigo Adolfo milita oficialmente en eso que se ha venido a llamar Piperío, condición que asume sin problemas, porque le gustan las pipas -aunque no tanto como a  mí, que ostento el record mundial de velocidad en el pelado e ingesta de semillas de girasol-, y porque aun estamos a la espera de una definición para el término que no mute entre un tuit y el siguiente de quien lo usa como munición dialéctica. Pipero es a veces quien no anima nunca, el que se abstrae comiendo pipas en la grada, ese es supuestamente el chiste, y otras quien se excede en su entusiasmo y da el supremo coñazo jaleando a todo el mundo que viste de corto, incluso a jugadores del equipo contrario o al árbitro. Cabreados nos quiere Mou. Pipero es a veces el que practica culto a los personalismo de forma descarada, léase, por ejemplo, a Iker Casillas, y otras el que perturba las misas fúnebres que se dedican a diario en mi Time Line a la memoria de Mourinho, solo porque opina que el real Madrid está por encima de los protagonistas del juego. Pipero unas veces es el que lo protesta todo y todo le parece mal, el que pita constantemente en el Bernie, y otras el que no se suma a las cazas de brujas que se practican con los jugadores del vestuario, los autos de fé con quemas en efigie las más de las veces en forma de viñeta satírica, que hay que retuitear para poder comulgar luego donde el Papa Blanco imparte misa. No nos ponemos de acuerdo con el significado del "palabro" pipero pero lo utilizamos como si su uso lo subvencionase el estado. Ahí va mi intentona de definición: Yo creo que pipero es simplemente aquel cuya opinión despreciamos o nos molesta por que no es eco exacto, sin distorsionar, de la que nosotros expresamos y nos jalea la mini-pandi.

El propio Adolfo me dio una lección de lo que es madridismo durante el partido que el Real Madrid disputó en el Bernie contra el Sevilla. "¿Ves este que hay a mi lado?", me dijo en un aparte en un momento en que lo que sucedía en el campo no era excesivamente interesante, señalando con la cabeza al tipo que tenía a su izquierda -y juro que no sé si se refería al de las promociones de AS o al de más allá-, "Pues es más mourinhista que Silvino Louro. Pero no se te ocurra hablar mal de Casillas en su presencia que puedes verte envuelto en una discusión desagradable". En otro momento de sequía de interés en el juego añadía otro ejemplo a su argumento: "Y este que tenemos detrás que ahora echa pestes de Arbeloa porque le acaban de robar la pelota, ya verás como le aplaude a rabiar si hace una buena jugada". La tesis era simple: cada madridista es de su padre y de su madre, tiene sus ideas sobre como debería ser el equipo, sus filias y sus fobias, éstas últimas escogidas de forma incoherente, como no puede ser menos. Las manías no te las dicta la razón y casi siempre son incoherentes. También las simpatías. Los cariños y los odios no se eligen, te sobrevienen. El Fútbol es una cuestión de afectos, de sentimientos, no es ciencia aplicada. Nuestra opinión suele ser contradictoria, paradójica, llena de defectos que la hacen fácilmente rebatible, y es bueno que así sea.

Adolfo lleva toda la vida de Dios yendo al estadio, como lo hicieron antes que él su padre y su abuelo. No se ha perdido casi ningún partido de los últimos veinte años, o así. Le inscribieron como socio en el club antes que en el registro civil. Es decir, fue madridista para la grey de Bernabéu antes que ciudadano para el Estado y, aun así, tiene que aguantar que le expliquen, a menudo gente que conoce el estadio solo por la tele, lo que es ser buen madridista. Cuando está, yo lo he visto, anima como el que más, según su criterio, eso sí, y cuando corea el nombre de un jugador, que es a menudo, alguno de ellos se vuelve a mirar hacia donde está porque su vozarrón atraviesa el campo de parte a parte sin problemas. La virgen violada tiene voz de tenor, ¡mecachis en los moros! Adolfo es un tipo jovial, positivo, extremadamente generoso y extrovertido, que me ha ganado ya para siempre, allá aquellos que se lo pierden a sabiendas porque no se aviene a cantar el himno del tardo-mourinhismo cuando toca en los mítines tuiteros. He ido con él al campo algunas veces. En dos de ellas hasta me compró el bocata de atún con pimientos para el momento del descanso, casi como si fuera su sobrino. Me he reído mucho con él antes, durante y después de los partidos, con su sentido del humor, a veces gamberro, casi siempre irónico. Autoparódico si hace falta. No se ahoga en su propia importancia como les pasa a muchos de los que discuten con él en Twitter. Va a ser difícil que este tipo me vaya a caer mal en el futuro. Mucho menos por sus ideas futbolísticas. Seguro que no por su sensibilidad madridista. Que, por otro lado, la conozco grosso modo y es ciertamente cabal. Se tendrían que alinear los astros de una manera muy enrevesada para que sí fuera. No les vendría mal a algunos que yo me sé tener un ego menos desmedido, de un tamaño manejable, como el del Señor Pipero, que defiende sus ideas con vehemencia, pero que está abierto siempre a dejarse convencer. Los dogmas funcionan mal en la mayoría de los ámbitos, y en el del fútbol son sencillamente estúpidos. Xabi Alonso ahora parece imprescindible y quizá el año que viene ni nos acordemos de él, si es que se marcha, Dios no lo quiera. Si nos enfrentáramos a nuestras propias opiniones de hace unos meses sobre aspectos que ahora nos parecen de una claridad meridiana, por ejemplo excavando en nuestra propia Time Line para rescatar viejos tuits, nos llevaríamos algunas sorpresas morrocotudas. A alguno se le corregiría incluso esa fea costumbre de retuitear tuits ajenos del año de a polca para tratar de ridiculizar a sus autores.

El Fútbol es uno de esos escasos placeres que es difícil disfrutar en soledad. El sexo tiene incluso mejor apaño si toca lidiar a solas con el morlaco del deseo. En mis tiempos más solitarios aprendí a ir al cine solo, a ver incluso su lado positivo. Podía elegir las películas, aunque nunca he sido muy de imponer gustos. Pero el Fútbol sin compañía es como un refresco al que se le ha escapado el gas. A mí al menos así me lo parece. Cuando perdí a mi padre y dejé de frecuentar a la gente de mi cuadrilla, aquella con la que compartí tantas euforias y sinsabores madridistas -me estoy acordando del descalabro en Eindhoven-, perdí mucho de mi interés por el fútbol, casi toda la pasión. Con mi padre veía todos los partidos de los mundiales por la tele, uno detrás de otro, los tres diarios, para desesperación de mi madre y mis hermanos. A ambos nos enamoró la Francia de Girese, Platini y Tigana, a ambos nos apasionó la Dinamarca de Lerby y Elkjaer Larsen. Tantas desilusiones compartimos con los brasiles mundialistas. La squadra azurra de Rossi mojándole la oreja a la canarinha de Sócrates y otro campeonato en el que te sentías estafado tras tanta glosa previa a la selección brasileña. Como con él nunca he coincidido en gustos con nadie más. Estoy seguro que él también sería un defensor de Benzemá y Khedira. Sobre Mourinho no lo tengo tan claro, porque él si se educó en aquello que ahora se denosta tanto, eso del señorío, que no es un invento de los antimadridistas, está en el himno, señores. El día que me llevó a ver un clásico que decidía una Supercopa, en el que el Barça de Maradona nos mojó la oreja, cuando el argentino se metió en la portería del Real Madrid con el balón, después de sentar a Chendo y al portero, se levantó y aplaudir y casi que me obligó a hacerlo lo propio con su ejemplo. Puro piperío para algunos, imagino. El público aquella tarde reconoció que el rival había sido superior, inalcanzable con los recursos disponibles, y aplaudió el esfuerzo del equipo, que logró arrancar un empate in extremis apelando al perpetuo plan B madridista, al orgullo y la casta. Pero también ovacionó al contrario que se llevó la copa en buena lid y con merecimiento. Y no me quedaron traumas, aunque alguno piense quizás que debería ser integrado en el programa de reeducación que se quiere impulsar desde RMTV y otros púlpitos, por ejemplo, desde Twitter. La "Educación Final" la denomina otro pipero, amigo común del Señor Pipero y mío, a este macro proyecto de futuro que empieza a cobrar cuerpo con la novísima Grada Joven en el fondo sur del estadio. Educación en valores que nunca cuajaron en el estadio para darle solución a una afición que se visualiza como un problema y, sin embargo, es probablemente una de las más sanas del Planeta Fútbol.

Tus brazos

Tus brazos

¿Qué por qué me has confesado tu obsesión por tus brazos? Creo que para hacerme feliz. Tu me quieres y me conoces un poco, y sabes que a mi también me obsesionan, su potencia, su solidez y calidez. Anhelo sentirme protegido entre ellos, que me abraces con dulzura y me susurres al oído que mientras medie tu fuerza como remedio nada podrá herirme nunca. Amo la virilidad de tus brazos, que los quieras sentir cada día más fuertes. Pero no era de tus brazos de lo que quería hablarte, a pesar de que es un tema que me fascina y me enardece, que hace que mi imaginación florezca como esos campos filmados en primavera en la película “Doctor Zhivago”. Pienso en ellos y mi imaginación se llena de colores, de texturas policromadas, se convierte en una pradera cuajada de flores silvestres. Esta mañana me he despertado muy temprano y, como en otros tiempos, he dialogado contigo en el silencio de la noche cercana al día. He visto amanecer mientras te hablaba. Creo que podrías ser la mujer de mi vida. No es la primera vez que esta idea acude a mi mente, y que no la haya descartado tras estar sometida a escrutinio ya por un tiempo que ya empieza a ser estimable tiene que significar algo, al menos que no es tan descabellada como parece. Sí, cierto, es un absurdo si no nos conocemos en persona. La duda implícita en el “creo” que precede a la afirmación, el podría que la tiñe de condicional, son recursos del lenguaje para expresar que solo se trata de una posibilidad, de una verdad solo en potencia. Podrías ser la mujer de mi vida. Averiguarlo es algo que lógicamente me aterra. Pero pensar en ti me calma, me entretiene. Me absorbe el pasatiempo de tratar de explicarme a mí mismo como eres. Para hacerlo simulo que hablo contigo, más o menos como lo hago ahora que te escribo estas líneas. La diferencia entre un diálogo simulado y uno real es que puedas escucharme. En este caso, al ser un diálogo por escrito, que te de la oportunidad de leerme. Ahora mismo no tengo decidido que estos párrafos se conviertan en una carta, aunque es una perspectiva que me tienta sobremanera. Otra diferencia sustancial es que puedas contestarme. ¿Qué me dirías si me escucharas? Toda la fascinación de la que está dotada la vida tiene que ver con eso.

Sí, esta madrugada he reelaborado mis teorías sobre ti, ampliado las que ya tenía y eran fallidas en lo esencial, o se quedaban cortas para explicarte de un modo lo suficientemente completo como para no resultar esquemáticas. Claro, eres muy compleja, como todo ser humano, y las cuatro ideas que puedan caber en un escrito, en un diálogo mudo de madrugada, por muy acertadas que sean, no podrán explicarte de un modo satisfactorio. Pero vamos a lo sustancial: Creo saber por qué nunca has amado, por qué te enamoraste de tu ex y por qué te desengañaste. Tiene que ser en cierto modo con la potencia de tus brazos. Los hombres y las mujeres aman y se enamoran por razones distintas. En todos los seres humanos la forma de ser surge del encontronazo entre el instinto y el raciocinio, entre la necesidad de satisfacer ciertos anhelos que tenemos que tenemos sin comprenderlos del todo y lo que nuestro cerebro nos dice que nos conviene o es lo correcto. Dios creo el amor entre hombre y mujer por una razón práctica, para que la pareja quisiera estar junta el tiempo suficiente como para poder criar a su prole. La Iglesia comprendió esta verdad e instauró la institución del matrimonio para intentar hacer más robusto el lazo de la pareja, para darle más solidez, para garantizar el cumplimiento de la sagrada tarea de educar a los hijos.

El hombre es como una polilla. Tentado por la llama quiere arder en ella sin importarle que tras el acto suicida de tocar la luz que le deslumbra no vaya a haber un después. Al hombre le importa poco lo que suceda después del orgasmo, trata de conseguir lo que le atrae de la mujer, de tener su belleza y fundirse con ella. Para el hombre solo existe ese ahora efímero con hechuras de eternidad que es el orgasmo. Tan breve pero al mismo tiempo tan desvastadoramente eterno. El hombre ama en la mujer lo que le deslumbra, la luz, es una criatura simple manejada por lo que le dicen sus sentidos. Tal vez, si tiene suerte, dejará que su pasión se tiña de ternura para dar paso al amor. La mujer es muy distinta, necesita admirar al hombre para quererle. Le interesa mucho más el después del orgasmo que el durante. Necesita saber que el hombre podrá cubrir sus necesidades futuras, y esta última frase no es un eufemismo picantón. La mujer aspira a construir un nido, saber que el hombre será un buen arquitecto, que pondrá las ramitas con sabiduría para que el armazón sea estable y duradero.

Hasta hace poco la educación nos ayudaba a mantener este artificio, este simulacro de verdad compacta. La aspiración de los hombres debía ser la de resultar admirables para la gente de su entorno y la de las mujeres la ser bellas y deseables. Sí, lo sé es una simplificación, pero que dibuja la realidad que hemos vivido hasta hace bien poco, aunque sea con unos cuantos brochazos burdos. Tu problema es que te cuesta admirar a los hombres porque eres consciente de que son tus inferiores. Nadie está a tu altura. A veces al ser consciente de este hecho crees haber sucumbido a la vanidad o al orgullo. Quizá ese miedo te impulse a querer superarte siempre: a ser más fuerte cada vez, más culta y preparada, mejor persona. Si te superas, si eres mejor, puede que lo que crees saber, que ningún hombre se te iguala, que ninguno te merecemos, no se debe a la mera vanidad. No, no lo es, tu belleza es tan real y emocionante que quita la respiración, tu fuerza tan descomunal que sentirte cerca es como caminar descalzo y notar en la planta de los pies la estabilidad de la tierra, la fuerza gravitatoria de todo el planeta. Eres como una diosa, un titán. Solo se te puede describir con una palabra de género masculino. Y sin embargo eres tan mujer. Te amo. Eres la luz en la que quiero abrasarme. Anhelo la breve eternidad de un orgasmo contigo.

No puedes amar, o crees no poder hacerlo, porque ningún hombre te resulta admirable. Bueno, sí, Tolstoi, pero está muerto, y algún otro hombre venerable anciano o sabio desastrado que difícilmente podría despertar tu líbido. Porque eres una mujer muy sexual, muy carnal. No hay más que contemplar tus muslos robustos y redondos para tener la certeza de que es así. Tus brazos son fuertes para agarrar al hombre, anudarlo a tu cuerpo y domar su impulso, para canalizarlo hacia tu vientre, que tiene el potencial de engendrar todo el universo. Eres una diosa hacedora de mundos, algún día engendrarás y lo que parirás no serán niños sino planetas y quien logre preñarte también será un dios, al menos durante los fugaces instantes que dure el orgasmo. Eres pura energía sexual. Por eso sorprende que solo haya habido un hombre en tu vida. Resulta insólito en primera instancia dado tu apetito y que podrías estar con quien quisieras. En realidad lo sorprendente si se piensa con detenimiento es que hayas estado con al menos uno. Yo sé que el sexo para ti ha de tener significado y que la templanza, la continencia espartana, es una de tus mayores cualidades: No estás de acuerdo con el sexo fuera del matrimonio y si te entregaste a un hombre una vez es porque creíste amarle, que vuestra relación iba a ser estable, que desembocaría inevitablemente en boda. Y lo amaste porque creíste admirarle, que estaba a tu altura, que podía mirarte a los ojos sin tener que alzar la mirada. Guaperas, con éxito con las mujeres, con labia, capaz de venderse con eficacia. Pero tu hombre no encontraba los palitos adecuados para construir vuestro nido. Viste el engaño en su pose, la impostura, palabras que no eran hechos, debilidad de hombre que no podría jamás estar a tu altura, a la de tus anhelos, al que jamás podrías admirar. Ahora, él está perdido sin ti, añora con desesperación esos escasos momentos en que le hiciste ser un dios. Y tú tienes la vaga sospecha de que jamás encontrarás a alguien que pueda estar a tu altura y cunde en ti el desencanto, la tentación de renunciar a la búsqueda del amor.

Mi amor, miro tu foto, la de tu nuevo avatar y mis alas vibran como las de una polilla en la cercanía de la llama. Tus labios rojos cárdenos, gorditos y frescos, como besados por el rocío, son una carnosa rosa de fuego en la que quiero abrasarme. Te deseo tanto. Quiero que me anudes a tu cuerpo y ser torrentera dentro de ti, ser un dios mientras quieras abrazarme con tus fuertes brazos. Pienso que podrías ser la mujer de mi vida y por eso me aterra conocerte. Pero si tu quieres me atreveré. Ojalá no te decepcione, que aunque no puedas admirarme al menos no me repudies, que no te conviertas en una necesidad y acabe por agobiarte. Es peligroso, pero quiero conocerte, hablar contigo desde que amanezca el día, como hoy, y hablar más, y seguir hablando, hasta que muera la tarde o se desgasten las Letras del abecedario, que me expliques de nuevo lo que sé de ti y lo que desconozco. Quiero que el mundo se llene con tus palabras y tu presencia y, si hay suerte, si hay milagro, que su volumen se reduzca al arco de tus brazos, que toda la realidad se resuma en el espacio existente que media entre ellos y que, en un momento dado, quieras comprimirlo al tamaño de un abrazo. Más allá de tus hombros se extiende el vacío, por eso son fuertes, para sostener el inmenso peso de la nada. Eres el titán que sostiene el mundo, Atalanta. No es raro que estés obsesionada por robustecer tus brazos. Es solo generosidad con el género humano, en especial con los hombres.

El Fútbol y sus aledaños (154) - ¿Dónde estabais en los malos tiempos?

"¿Dónde estabais (en los malos tiempos)?" - La Unión

¿Dónde estabais en los malos tiempos?

"¿Dónde estabais en los malos tiempos?", pregunta Rafa Sánchez, el líder de la Unión, en el estribillo de la canción que fue uno de los mayores éxitos del grupo. Si Laso fuera un tipo rencoroso es probable que la hubiese tarareado por lo bajini más de una vez estos días. Quien sabe, entre pregunta y pregunta en una rueda de prensa, al salir a la cancha y ser ovacionado por el público, al ser entrevistado por la prensa en su calidad de personaje que domina la actualidad deportiva, al tuitear para tratar de animar a la afición madridista virtual. Sería hasta comprensible, justificable creo yo, pero estoy casi seguro de que no lo ha hecho, de que sería literalmente incapaz de tal cosa. Rezuma demasiada humanidad el base que lideró al Real Madrid en la conquista de su último título europeo. Es grande el amigo Pablo. Cómo no será de enormes las dimensiones humanas de este crack que hasta fue capaz de hacer buenas migas con su principal troll en Twitter, de ayudarle a triunfar, a convertirse en tuitstar. Ya, diréis, es que le trata con sumo respeto y hasta con cariño mal disimulado. Kiá. No siempre fue así. Hubo un tiempo en que Laso era la foto que utilizaba cierto madridismo -ya concretaremos más adelante cual- para adornar la diana y poder automotivarse para mejorar puntería al lanzar dardos en forma de tuits. No, Laso no es rencoroso ni ventajista, nunca utilizaría su éxito actual para cobrarse viejas deudas contraídas con su persona por desafectos profesionales y desagradecidos. No dejes para mañana la venganza que puedas cobrarte hoy, trataría de argumentarle si pudiera, porque ya que ya sabemos que el éxito es cosa pasajera . Aunque sería en balde porque Laso jamás lo haría, no lo creo. No importa, yo sí lo soy. Rencoroso, me refiero. Así que, sigamos con la redacción de este escrito.

Tercera Final Four consecutiva. En la primera el Real Madrid acudió como mero invitado. Todo un logro tras tantos años ausente de la élite. En la segunda fue la revelación y a punto estuvo de ganar la final. La mereció, pero fue barrido a puñetazo limpio por el Olympiakos tras un arranque de partido exultante. Y en esta tercera, que se celebrará en Milán, acude como favorito en todas las apuestas, un riesgo añadido, pero también un galardón honorífico más que merecido. Desde luego, le basta con un susurro a Pablo Laso, es fácil, para que de su mano coman sus antiguos detractores como haría un perro fiel. Y es que Laso ha liderado una revolución en el baloncesto europeo como no se recuerda otra desde los tiempos de Maljkovic, cuando el entrenador balcánico fue capaz de hacer ganar la Copa de Europa al Limoges, un equipo sin apenas rotaciones ni estrellas que poder presentar en el parquet. Algo así como convertir a la Cenicienta en la reina del baile de palacio. Y encima sin vestirla con un lujoso vestido y calzarle zapatitos de cristal. Maljkovic no convirtió a los ratones en cocheros ni transformó el balón en un carruaje nupcial. No, su decálogo, su abracadadra de hada madrina, fue otro bien distinto: 1) Jugar feo apurando siempre la posesión hasta sus últimos segundos, ya que cuanto más bajo es el tanteador final de un partido mayores son las posibilidades de ganar para el equipo con menos talento; 2) Apretar atrás cuando toca defender, porque hay que ayudar a fallar al rival; 3) Madurar las jugadas de ataque finalizando los sistemas en su totalidad hasta hacer llegar la pelota a quienes han que jugarse el tiro. Un credo muy sencillo. Tanto que el decálogo apenas dispone de tres puntos, pero toda una revolución que ayudó al baloncesto FIBA a acercarse al que se practica en la NBA. Todos los entrenadores que han triunfado después en Europa parecen discípulos de Bozidar. Algunos de hecho lo son. Alumnos aventajados incluso. Algo de ogros y algo de ajedrecistas, ahorrando baloncesto todo el partido para tener capital con el que poder saldar cuentas en los minutos finales. Laso está en las antípodas de este perfil, derrochador puro es incapaz de ahorrar, es más colega de sus jugadores que cualquiera de los teóricos del basket-control, y eso es algo que detestaban sus, en otros tiempos, numerosos haters en Twitter. Haters madridistas que hoy esconden la jeta para que la evidencia no se las parta, porque la prudencia solo llega con el escarmiento de la realidad, pero que hasta hace bien poquito le "hacían calvos" al entrenador vasco tras cada derrota del equipo, en especial si el rival era el Barça. Que a muchos solo les importaba el basket los días de clásico, para bramar sus frustraciones. Eran mejores que nosotros y eso dolía, tenía que tener culpables.



Corría en su día como reguero de pólvora la historia, yo la leí en ABC o tal vez en el Marca, de que Ettore Messina fue un día a visitar a José Mourinho a su Santa Santorum, a su despacho en Valdebebas apara conocer sus métodos y aprender de ellos. Los dos entrenadores de los equipos blancos frente a frente, los dos popes del madridismo. Casi como un cónclave para elegir papa. Salvo que ya hacía tiempo que se había producido la fumata blanca. Y lo que decían que Ettore había dicho sombre Mou, sobre sus métodos de trabajo, su dedicación a la causa, su sabiduría y su liderazgo, iba mucho más allá del simple elogio, era un panegírico en toda regla. Me malicio que fue la adhesión al líder es la principal virtud que vieron muchos mourinhistas -con ene y hache, a la portuguesa, que me resisto a  usar la eñe y la doble erre, a suprimir la u, para galleguizar el mote y convertirlo en chiste-, lo único pero más que suficiente, ¿para qué queremos más?, para que se decidieran a ascender al generalato al entrenador italiano, para que le creciera una guardia pretoriana alrededor suyo en Twitter, al estilo de la que lucía Mou los días de partidos, y que aun luce en cada jornada de Premier. Tener en alta estima a Mourinho es condición sine quanom para ser buen merengue para los teóricos de lo que se ha venido a denominar desde cierto atril editorial como "nuevo madridismo". Si quieres la adhesión de la facción ideológica más guerrillera y rijosa de las huestes del Bernabéu basta con que elogies a su adalid Mourinho. Luego, cuando Ettore dio la "espantá", a lo Curro Romero, hubo amago de concederle la palma del martirio. Inauguró el panteón de ilustres cuya cripta principal ahora ocupa el técnico portugués. Es que había tantos paralelismo. No me digas que no... Vamos a ver: 1) Un entrenador que no se veía respaldado por el club. Oye, que a los desagradecidos de la prensa no les gustaba ese Real Madrid que proponía el transalpino, ni tenían mucha paciencia cuando ejercía en sala de prensa con su característico mal café. Y Floper sin llamarles al orden; 2) La "baulificación" de la plantilla. Por lo visto Reyes, tan paquete como Raúl, tan intrascendente en la historia de la Casa Blanca como él, se autoimponía en el cinco inicial al saberse en situación de fuerza con respecto al entrenador. A él y a sus "coleguis", todos ellos españoles. Menuda lacra de hispanos; 3) Una plantilla confeccionada como una colección de cromos. ¡Que Sergio Rodríguez está acabado, a ver si se entera Floper! Algunos vivieron la dimisión del italiano como el prólogo de la marcha de Mourinho, como la suite de la gran ópera trágica que se avecinaba en la cartelera madrileña. Era el comienzo de la derrota de su ideario -Más el de sus autoproclamados discípulos que del propio entrenador, que sospecho que tiene un sentimiento menos sacro acerca de su persona que sus seguidores-. Nos lo sabemos de memoria, son esos mantras tan repetidos: señorío es morir en el campo, mejor sudor que tener talento, que siempre es algo sospechoso, en posición de firmes cuando se persone el míster en la sala y practicar un sentimiento meritocrático de la vida. "Palabro" que más que a concepto a mi me suena a topónimo. Están Las Chafarinas, Las Aleutianas, Las Carolinas y Las Meritocracias. Son tantos los archipiélagos descubiertos por los españoles que a la fuerza tenía que haber alguno que pudiéramos bautizar a Lo Merengue. Y cuando Laso fue fichado para tomar las riendas del equipo fue como si se cerrara el círculo. Era como el homólogo baloncestístico de Míchel, el don nadie dentro del mundillo de los técnicos que conocía la casa por dentro, sin carisma, sin ciencia, sin pasaporte, con pasado ilustre como jugador de la casa, con tufo a cantera, que es como decir a habitación cerrada. Un Del Bosque, o un Lolo Saínz, mejor dicho, en pequeñito que hacer crecer regándolo con presidencialismo desde los despachos de Concha Espina y abonándolo con "haz lo que quieras, pero se trata de vender camisetas".

No recuerdo en qué año fue. Podría buscar el dato exacto, pero prefiero no forzar la memoria y que el recuerdo quede algo borroso, como desenfocado. No me gusto especialmente en aquella época. Era verano y la canción de La Unión sonaba en todas las radios tras acabar de salir el single al mercado. Madrid estaba casi vacío de almas, como todos los meses de agosto entonces. Desde algún lugar, probablemente la otra casa habitada de mi edificio aparte de la mía, llegaban por el patio de servicio las notas de la melancólica melodía. Las ventanas estaban abiertas de par en par para soportar mejor el sofocante calor. La ciudad ardía y yo permanecía a cientos de kilómetros de la costa más cercana. La canción sonaba en todas partes, a todas horas, y la música percolaba en mí a través de la piel, porosa al paso del sentimiento líquido por la sensación de soledad total que me acompaña la mayor parte del día. Me había quedado solo en Madrid para estudiar de cara a los exámenes de septiembre. Tenía que aprobar Ampliación de Matemáticas, la asignatura llave, el Santo Grial, casi el último escollo para poder terminar la carrera, a pesar de ser una signatura de segundo curso. Sí, también estaba el cálculo de estructuras y otras elaboradas formas de tortura docente, pero frente a lo cuasi imposible lo muy difícil parece un camino que discurre cuesta abajo. Por la mañana la academia cerca de la Gran Vía, en el centro, donde la ciudad aun no se había secado de almas. Por la tarde las largas sesiones de estudio, en mi casa, en un barrio en pleno proceso de desertificación humana. Solo aquella persona en mi entorno más inmediato, que ponía una y otra vez la canción de la Unión. Por lo visto no era la radio. Se había comprado el vinilo. La canción me decía que tal vez habría un futuro en el que yo no me sería tan insignificante, tan fracasado. Entre la derrota y el fracaso media solo la falta de respeto, el reproche y el repudio de quien evalúa tu esfuerzo. A veces, sobre todo, tú mismo. En la derrota hay consuelo, quizá la sospecha de haber merecido un mejor desenlace, puede que incluso el logro buscado. En el fracaso solo hay silencio y soledad. Nadie en quien delegar la pena, solo ausentes a los que preguntar donde estaban cuando necesitaste su apoyo."¿Dónde estabais en los malos tiempos?". Me veía en un futuro lejano, en un después a una distancia temporal incierta, haciéndole al mundo esa pregunta cargada de reproche y formulada desde el triunfo absoluto. Soñar es gratis, y en el verano se cuelan fácil en la alcoba al tener las ventanas abiertas de par en par.



En un día como este en que solo se respira Fútbol -próxima parada en el apeadero de Munich en la ruta directa a Lisboa-, mire usted por donde, me apetece hablar de otra cosa, del equipo de baloncesto del Real Madrid, en especial de su entrenador, a su vez destacado ex-jugador merengue. Recuerdo indeleble ha dejado en los aficionados su perfecta simbiosis con Arlaukas, con docenas y docenas de alley-oops. Factoría Disney de aquel entonces. Dicen que como entrenador ha sido una apuesta personal de Alberto Herreros, tal como también lo fue en su día Joan Plaza, entonces un desconocido y hoy un entrenador muy cotizado, tanto que este año se ha hecho cargo de un histórico del continente: El Zalgiris Kaunas, el equipo de Arvidas Sabonis, en sentido literal y figurado. Ha tenido más suerte en los últimos tiempos el Real Madrid de Baloncesto con los entrenador imberbes que con los contrastados. Ettore Messina fue un auténtico fiasco. Destrozó anímicamente al equipo, ya de por si frágil en este aspecto cuando lo tomó bajo su batuta, y ante los malos resultados dejó a todo el mundo en la estacada, puso pies en polvorosa, además rajando de unos y de otros, en especial del ambiente irrespirable que propiciaba la prensa, y le dejó los bártulos de matar a su segundo, Lele Molins, que no evito el naufragio pero al menos consiguió que el barco encallara cerca de la costa. No era la mejor situación para hacer otro experimento, aunque el primero, el de Joan Plaza, hubiera sido un éxito y hubiera dado un resultado muy por encima de las expectativas. Pero si con el barcelonés se acertó con el vitoriano se ha dado en el centro de la diana. Su manera de concebir el baloncesto es justo la contraria a la de Maljkovic, o la misma pero aplicada desde el otro extremo del razonamiento: Cuanto más abultado es el tanteador final de un partido mayores son las posibilidades de ganar para el equipo con más talento. Ver jugar a su equipo, este Real Madrid, es un verdadero deleite y disfrutar viendo un partido no sé porque ha de ser pecado. Oyendo ciertas opiniones a veces lo parece.

En realidad este artículo lleva durmiendo el sueño de los justos en forma de borrador desde diciembre de 2012. Ahora se puede reivindicar a Laso, entonces era más difícil. Tenía sentido entonces, habría sido un acto de justicia. Hoy solo lo es de venganza. Hacia aquellos tarugos que creen que morderse la propia carne es un acción que alimenta el espíritu. Sobran los madristas que confunden la autodestrucción con la exigencia, que se creen con derecho a exigir, que hacen caso omiso de los derechos de los demás. Por ejemplo, el derecho que tenemos todos a tratar de expresar nuestro potencial, a intentar demostrar lo que valemos, a no ser juzgados de forma prematura y desde el desconocimiento absoluto de los jueces tanto de las personas que evalúan como de la materia tratada. ¡Cuántos expertos en baloncesto autodidactas, doctorados en la universidad de "Lo que yo te diga" había por aquel entonces! Incontables. Uno detrás de cada tuit de menosprecio a Laso. Los mismos que -esta muletilla es tan habitual en el ámbito tuitero-  se disputaban entonces el honor de hacer el chascarrillo más gracioso a costa del entrenador vitoriano son los que ahora espolvorean de lírica la crónica tuitera de una victoria en la Final Four anunciada. "Mucho tiempo después, aquella noche de victoria en Milán, frente al que antaño era su pelotón de fusilamiento", así comienza la crónica que yo estoy escribiendo sobre ese evento del futuro "el coronel Laso había de recordar aquella tarde virtual en que su cuenta de Twitter lo llevó a conocer el hielo". Dice el mourinhismo que las gradas del Bernabéu son como el patio de butacas de un palacio de la ópera. No tengo esa impresión, pero si que la afición madridista en Twitter a menudo se asemeja a la cubitera de la nevera, cada tuit un cachito de hielo, seco y frío que se te pega a los dedos si no te los raja con su filo cortante. ¿Donde estaba esa gente en los malos tiempos? Está claro que pescando los dos peces para el güisqui on the rocks de Joaquín Sabina. Y aquí lo dejo para no acabar siendo ese "fantoche que siempre va en romería con la cofradía del santo reproche". Sí, es cierto, lo confieso, había el recuerdo de una chica ausente esparcido por doquier en aquel verano que viví solo en Madrid. Eran malos tiempos sobre todo por eso. Pero lo cierto es que fui uno de la escasa docena entre cientos que aprobó el durísimo examen. Fue la primera vez que experimenté la sensación de machacar el aro in the face del pivot rival, como Mejri o Masacre para rematar un alley-oop servido por el Chacho. No me atrevería nunca a hacerlo de espaldas como lo hace Rudy.

"19 días y 500 noches" - Joaquín Sabina

viernes, 25 de abril de 2014

El Fútbol y sus aledaños (153) - Les Champs Elysees

Les Champs Elysees
(Real Madrid 1 - Bayern de Munich 0 - Semifinales de Champions League 2014)



Inmerso en la marea humana que anegaba el Paseo de Concha Espina una hora antes del encuentro, pude participar de la comunión de almas que unía a todos los presentes. Un solo grito y un solo sentimiento. Ondeaban las bufandas y las banderas como la espuma en la cresta rizada de las olas. Se escuchaban los cánticos como el batir de las aguas en la orilla. Era una inmensa corriente de personas en la desembocadura de la calle Marceliano Santa María, un caudal sin posible desagüe porque las personas agolpadas en la cuesta para ver llegar el autobús del equipo eran muchas más de las que cabían en aquel trozo de aceras y asfalto. Muchos alzaban sus móviles sobre sus cabezas para tomar una instantánea del momento, emocionante, inesperado, imposible de concebir con la imaginación desde dentro, lleno de un fervor como no se recordaba hacía mucho, al menos esta temporada. La gente era el mismo tiempo el espectáculo a contemplar y el público asistente, y alucinaba por estar formando parte de aquello. Tras un rato chapoteando en aquellas aguas vociferantes, sentí algo parecido a un ataque de claustrofobia -no podía avanzar ni retroceder ni un milímetro, y mi amigo Ángel, solo paso a mi derecha, parecía situarse a un universo de distancia, no nos entendíamos ni arrimando boca a oreja al hablar-, así que decidí tomar distancia con el tumulto. Fue entonces, desde una prudente cercanía, justo en el borde de la voluntad colectiva, cuando el mundo me pareció que se asemejaba por un momento al que pintara Joaquim Patinir en "El paso de la Laguna Estigia". El humo de las numerosas bengalas oscureció la tarde trayendo una noche prematura y los fuegos rojos de sus puntas parecieron los del infierno en el lado incorrecto de la laguna. Más allá de la nube blanca se alzaba la mole del estadio y, tras él , los Campos Elíseos, la pradera del Bernabéu. Parecía una premonición de lo que habría de ocurrir más tarde. Olía a chamusquina, a Guardiola quemado por sus pecados.

No traía moneda para el Barquero, y por eso Pep no pudo acceder al paraíso, cruzar las aguas, pisar la pradera de la orilla izquierda con los pies firmes -Robben, su alter ego en el campo, nunca llegó a desembarcar del todo en el área de Casillas-. Un dracma de humildad hubiera bastado para pagar su servicio. Pero se trata de alguien muy rácano en conceder méritos ajenos, en especial al madridismo. Los jugadores blancos no son futbolistas si no atletas griegos, fue su principal conclusión que sacó tras noventa minutos de encuentro y de lección magistral de fútbol. Y que el fútbol solo lo ponen sus equipos en el terreno de juego, sea quien sea quien se les enfrente. "Sed futbolistas, les dije a mis jugadores", nos explico en una rueda de prensa en la que se nos mostró como un alma atormentada, acurrucada en un rincón de la barca, temiendo que la embarcación zozobrase. Profesor pomposo y engreído que por ello nunca podrá ser buen alumno. En el viaje trascendente que suponía su esperado regreso a Madrid, Pep esperaba otro desenlace más arrimado a sus tesis, que solo a él pertenece la gloria. Más allá de la vida y la muerte, donde cree que se sitúa el fútbol que propone, Guardiola se piensa acreedor de un lugar en el paraíso. Dice su principal discípulo, Xavi Hernández, que la Historia del Fútbol solo tiene en la actualidad escribas catalanes. Lo de ayer vino a rebatirlo. Algo grande sucedió anoche y, al margen de lo que pueda ocurrir el próximo martes en Munich, es una hermosa lección que podremos llevar en adelante ya siempre con nosotros. El que quiera aprender, claro. Porque no parece que lo quiera Guardiola en su soberbia disfrazada de ademanes conventuales. Su voz desde el atril de la sala de prensa pareció ayer más que nunca la de un monje que predica la buena nueva, la llegada del salvador. La suya propia.

Quince fueron los minutos duró el discurso de Guardiola antes de que le rebatiesen punto por punto, el primer tramo complero del encuentro. Mareaban la pelota los muniqueses, trayéndola de aquí para allá, con lentitud, casi con desplicencia -son jugadores muy grandes, no como aquellos de los que disponía en can Barça-, y todas las rutas por intrincados o inesperados que fuesen los vericuetos por los que discurriese la pelota, acababan en el mimo lugar. Todos los caminos conducían a Robben, que con su testa medio calva, como la de César, es como el monte capitolino del Bayern de Guardiola. Si los primeros minutos de partido me sumieron en la angustia porque el Real Madrid asistía al monólogo alemán casi como un convidado de piedra, pronto aprendí que era superfluo empezar a sufrir hasta que el extremo holandés no entraba en contacto con la pelota. Era entonces cuando se iniciaba la jugada de ataque y había que empezar a preocuparse, no antes. Eso en el peor de los casos, porque nunca Coentrao había tenido un efecto tan balsámico para el madridismo. Aroma de eucalipto portugués fue lo que nos trajo anoche, para abrir los pulmones, para sellar a Robben, el única arma de Guardiola, el único concepto de su interminable y reiterativo monólogo. Y lo sorprendente es que bastaron algunas frases cortas para rebatir un cuarto de hora de insoportable cháchara insustancial: un pase de Isco a Cristiano, junto a la cal de la banda, donde parecía no haber salida, un desmarque en profundidad de Coentrao señalando a su compatriota con el brazo el vector de fuga y la cabalgada de Benzemá por el centro del área de Neuer. Les Champs Elysses que ya no caminará nunca Guardiola. Luego la misma historia repetida en capítulos sucesivamente más cortos pero con idéntica narrativa: Un rato de tedio alemán culminado siempre por un relámpago de fútbol madridista. Tormento inútil hasta que el fuego del infierno en el que se asaba Guardiola elevaba su temperatura hasta el blanco incandescente.



Pudieron llegar dos goles más antes del descanso, pero Ronaldo y Di María malograron sus oportunidades. Como un trueno cuyo sonido lo mitigase la distancia. Al primero le habría bastado con mirar al balón en vez de a la portería en el momento de chutar a puerta para no malograr el paso tenso de Benzemá desde la banda izquierda. Al segundo con optar por cualquiera de los otras dos alternativas a la finalmente elegida: Centrar al francés, nuevamente situado en mitad de los Campos Elíseos, o colocar el balón suavemente en el segundo palo, más allá de los dominios de Neuer, con una sútil rosca, sin siquiera elevar la voz. Si a aquel gol tan celebrado logrado por CR7 al culminar un contraataque en la Liga de los Récords se le apodó como la tormenta perfecta, el de Karim de anoche merece ser considerado al menos como un aguacero torrencial con aparato eléctrico. Se vino Guardiola para Madrid sin paraguas y en el chaparrón acabó sufriendo un baño de fútbol. Como ducharse vestido. Luego no es extraño que en la rueda de prensa tras el partido los erectos silenciosos, que son su marca de fábrica cuando predica, apenas le permitieran articular las palabras. Igaul de torpe su equipo jugando que el hablando. Bullía por dentro como un caldero puesto al fuego. Seguramente la fiebre causada por el resfriado. El enojo torpemente disimulado. Las llamas del infierno escenificado en la previa habían sido un premonitorio castigo a un pecado de soberbia.

Porque la duda que nos asaltaba tras el primer tiempo es si el estilo de juego del Barça de Guardiola era realmente trasplantable al Bayern ¿No ha habido pecado de soberbia al querer asemejar el equipo bávaro a su propia persona y no al revés? El Bayern de Munich del que llevamos hablando ya casi dos años tenía un ímpetu y un dinamismo la pasada temporada del que ya no se vio anoche ningún rastro. Pep ha castrado al toro para hacerle dócil a sus órdenes y lo que tiene ahora entre manos es un inmenso buey que solo es capaz de ganar si aplasta al rival con su inmensa mole. Es perfecto para arar el campo, si no se lo discute nadie, uncido con la yunta del tiqui-taca, pero no para trotar libremente sobre él y embestir con energía. Fueron 45 minutos de inmensas sorpresas lo que nos deparó el primer tiempo: ¿Dónde estaba el ogro alemán que tanto miedo nos daba?¿No era Guardiola el hombre del saco?¿No había matado Ancelotti, según bramaban los custodios del sepulcro de Mourinho, el contraataque del mejor Real Madrid de todo los tiempos?¿Dónde había quedado esa debilidad por los flancos en la defensa blanca que tanto mortificaba las carnes de la portería al principio de la temporada? Carvajal y Coentrao no solo sellaban a sus oponentes -nada menos que Robben y Ribery, casi nadie al aparato-, si no que atacaban con eficacia cuando les llegaba su turno. Benzemá, que es el dios de las pequeñas cosas, y Modric -que es capaz de adentrarse en laberinto edificado por el medios rivales, matar al Minotauro y salir indemne gracias al hilo de Ariadna, su inmensa clase, completaban la terna de destacados. Todos ellos bajo el generalato de Pepe, que es el alma del equipo esta temporada más que en ninguna otra. Inmenso en el juego aéreo, capaz de paliar con su generosidad en el esfuerzo los excesos de Ramos, especialmente acelerado todo el encuentro.

Ver la segunda parte del encuentro fue como asistir a esa conferencia que narra Gore Vidal en el arranque de "Creación". La historia redactada y declamada casi en directo. Herodoto en Atenas explicando en el Senado a sus conciudanos las Guerras Médicas que ellos mismos han librado hace poco. Podrá aducir lo contrario Guardiola, negar la evidencia, como el protagonista de la novela, pero lo que vivimos ayer fue una derrota sin paliativos, el ocaso de un imperio, de un modo de entender las cosas, de dominar el mundo como una satrapía. No había más mandamiento que la posesión y todos debíamos ser esclavos de esta idea, rendir sumisión al emperador Jerjes Guardiola. Once valientes primero, hace dos años, en el itsmo de las Termópilas, en el Nou Camp, a las órdenes de Leónidas Mourinho, y la flota del mundo libre desplegada anoche anoche en Salamina, en el Bernabéu, a las órdenes de Temístocles Ancelotti, lograron derrotar al fin la tiranía. Emerge una nueva cultura del fútbol en las costas de la Hélade que ya no tiene porque rendir tributo a Persépolis, la capital de los campanarios. Usar el contraataque es como situar espolones en la quilla de las naves para aprovechar su empuje, su inercia lograda a base del batir de remos, en el momento del choque entre naves, entre estructuras de madera, no tener que supeditarlo todo a la actividad de los arqueros y los hoplitas embarcados. Esto había quedado meridiano en el primer tiempo, pero había llegado el momento de dejar la cosas claras. El Real Madrid adelantó lineas en la segunda parte, presionó cerca del área de Neuer y le discutió la posesión al mismísimo Bayern de Guardiola, administrando con eficacia sus turnos, a veces con cierta retórica, gracias a la perfecta dicción de Xabi y Modric. Alonso emergió junto al otro medio centro para mover el balón con criterio y se obró el milagro: Guardiola fue rebatido con sus propios términos. Una gran victoria moral pero sin el premio de un segundo gol. Aun así, la épica fue completa tras un paradón de Casillas a un disparo a bocajarro de Götze cuando la jornada agonizaba. El único momento real de tensión en el área blanca en todo el encuentro. ¿Disparó el alemán al muñeco? Casi que sí, pero la actitud de Iker ya no es la de antaño, la indolencia se ha trocado en nervio, el abatimiento en reflejos. Poco trabajo le deja por hacer su defensa, pero el que le llega lo solventa con prontitud y ángel. Esa mano que desvió el trallazo de Götze sus detractores la seguirán identificando como la divina providencia. Es una causa perdida. Del odio no se vuelve si no es arrastrándose, y la soberbia nunca se humilla, nunca se aviene a caminar de rodillas. Precisamente el mismo pecado que Guardiola.

Y, en fin, todo queda pendiente para que el Allianz Arena dicte sentencia. ¿Demasiada euforia quizá?, me preguntaba alguien en Twitter cuando exhibía mi júbilo al acabar la clase de posgrado impartida por Ancelotti. Probablemente. Un 1-0 parece un marcador demasiado exiguo para cruzar el Rin y enfrentarse a las tribus de la ribera norte, sea cual sea el estadio escenario de la batalla. Con más motivo el muniqués, la guarida de nuestra bestia negra. Tantas veces Alemania ha sido para el Real Madrid como el bosque de Teutoburgo para el general romano Varo, el que perdió las tres legiones del emperador Augusto, el ejército guardián del muro norte. ¿Será Ancelotti quien recupere todos los estandartes capturados por los bárbaros? El técnico italiano, tratado muchas veces como el tonto de la clase tanto por prensa como aficionados, le ha demostrado al mundo que de los cuatro técnicos que optan a la Orejona es el único que sabe jugar tanto a la contra como escorado al ataque por al peso de la posesión. Bastaría con apelar al contragolpe para mostrarnos como temibles para los bávaros, pero está claro que no es nuestra única arma. Además, lo exiguo de la ventaja evitará que nos relajemos, el miedo que nos sobreviene siempre en las grandes citas. Hay motivos razonables para la esperanza. El paisaje de la orilla izquierda de la laguna en la pintura de Patinir parece un bosque de tilos ¿La Selva Negra? Pudiera ser. Pero todos sabemos que Benzemá es capaz de abrir un claro en la arboleda para conducirnos de nuevo a los Campos Elíseos -pronunciar en Francés, por favor-. Lo presiento. Es casi una certeza. Y tras la exhibición de clarividencia colectiva durante la comunión de madridismo de la previa en la cuesta de Concha Espina sería de necios no hacer caso a las premoniciones.


viernes, 18 de abril de 2014

El Fútbol y sus aledaños (152) - Oxygene

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Oxygene - R. Madrid 2 - Barcelona 1 (Final de Copa del 2014)

Miraba ayer en Twitter la que posiblemente sea la imagen de la final de este miércoles, esa que te devuelve la sensación de vértigo, de insuficiencia respiratoria, que todos experimentamos durante el encuentro en momentos determinados y me quedaba ensimismado en su contemplación. La había colgado, entre otros, @Paul_Tenorio, para hacer homenaje al fotógrafo que es su autor, Alberto Fernández. Y nada más verla me dije: "Si esta es la imagen del encuentro, la que resume su espíritu, la que capta su momento más vibrante. Entonces ¿cuál sería entonces su posible banda sonora?". En realidad era una de esas preguntas retóricas que te haces porque la respuesta te llega por anticipado, antes siquiera de formularla. En la fotografía hay dos atletas enfrentados en un duelo singular, en una carrera alocada en pos de una meta, en este caso el balón, completamente aislados en una cápsula de soledad, aunque compartida, en mitad de una multitudinaria muchedumbre. Es una carrera entre un gentío, dos entre miles para dirimir una cuestión de honor que concierne a los dos grupos, a las dos tribus que asisten al duelo como meros espectadores, sin capacidad para intervenir, aunque no mudos. La estampa me retrotrajo rápidamente a la carrera que abre la película "Carros de fuego". Ese momento alucinante, hipnótico, captado en la instantánea del reportero de la agencia EFE, eterno a pesar de que dura solo ocho segundos, según nos han explicado en los telediarios de todas la cadenas, parecía pedir a gritos la música de Vangelis. Esa parecía ser la respuesta impuesta de antemano. Pero había errado al hacer la pregunta. Mestalla no es una playa, aunque no diste mucho del mar. Además, seguro que Xavi se nos habría quejado por la falta de hierba que suele haber en la costa, salvo en la del Mar Cantábrico. Por otro lado, la banda sonora que compuso Vangelis para el film de Hugh Hudson está contaminada de imágenes memorizadas por nuestro subconsciente que nos hacen ver enseguida a atletas corriendo descalzos a cámara lenta por donde rompen las olas, chapoteando felices aunque concentrados en el esfuerzo. Pero en el sprint entre Bale y Bartra solo hay tensión, frenesí, locura y drama, a uno de los dos le sobrevendrá el deshonor tras perder y fallarle al grupo. Los atletas que vemos entrenar en el arranque de "Carros de fuego" forman una unidad, un equipo, la selección británica que ha de competir en los Juegos Olímpicos de París en 1924. La distancia entre ellos se cierra a medida que comparten la carrera, mientras que la que dirimen el futbolista catalán y el galés los aleja al uno del otro a cada zancada. Es un duelo a muerte. No habrá un después para el que llegue el último a destino.

Arranque de la película "Carros de fuego", con música de Vangelis

La carrera que me venía a la mente al contemplar la fotografía de Alberto Fernández es el desafío  entre Harold Abrahams y Eric Liddell que narra la película, ocurrido en 1919, en el Trinity College de Cambridge, cuando ambos atletas aun son estudiantes. Un primer enfrentamiento cuando apenas se conocen los que luego serán campeones olímpicos, Harold de los 100 metros lisos y Liddell de los 400 metros. Una carrera de una milla d longitud por un circuito irregular, donde las calles no están definidas, se han improvisado en un patio del campus escolar, y el público entorpece el avance de los corredores, como si se tratase de la ascensión a un puerto en el Tour de Francia. Yerran los que se empeñan en comparar el duelo entre Bartra y Bale con una carrera de velocidad pura. Tiene lugar en el minuto 84 de partido. Es claro que se trata del sprint final de una carrera de medio fondo. La posición del cuerpo de ambos en la foto, escorados claramente hacia la izquierda, sobre todo el de Bale que es el que más impulso lleva, hace que parezca que están negociando la curva antes de la recta principal del estadio. Coe contra Ovett, Cacho contra Morceli, El Guerrouj contra Lagat. Nunca Bolt contra Gatlin. No dudo de que el jamaicano represente la velocidad en estado puro, que es lo que nos evoca la exhibición de Bale, pero nos olvidamos de los 84 minutos previos de carrera sostenida. En realidad Bekele contra Gebrselassie sería el símil más aproximado. El Tata Martino arenga a su pupilo y señala algo con el dedo, como la estatua de Colón barcelonesa. Pero ese nuevo mundo que indica, probablemente la portería de que defiende Pinto, será al final Bale quien lo descubra y lo conquiste, no la hueste azulgrana. Illarramendi parece que protesta algo con el gesto de sus brazos -"Pero, hombre", parece decir-. Seguramente el intento de Bartra de hacer descarrilar al expreso galés interponiéndose en su trayectoria y empujándolo con el cuerpo. El juez de línea, el hombre al que nombra Asier con su gesto mudo, se desentiende de la falta, más que evidente, absorto como nosotros completamente en el momento al que ya se le empieza a adivinar un desenlace épico, y con su error evita cometer otro mucho más grave. Es un momento sublime, sin apenas reglas, como la carrera en el college británico de "Carros de Fuego", cargado de significado, de solemnidad y trascendencia, preñado de futuro, y que ahora sabemos que marca un antes y un después para los contendientes y los grupos a quienes representan. Pero esa escena carece de música en su banda sonora del film. Así que es el momento de reconocer que he errado con la pregunta, o puede que incluso con la respuesta amañada de antemano.

Carrera de la milla en el Trinity College de Cambridge. 1919. Escena de "Carros de Fuego"

No, en realidad no fueron los acordes de Vangelis los que sonaron en mi cabeza al ver al imagen de Alberto Fernández, sino los de otra melodía igual de hipnótica y que colorea de sonido una escena cinematográfica más dramática que la del bipoic sobre los dos atletas olímpicos británicos. "Si hubiera sido Puyol...", decía Carme Barceló la misma noche de la final, "...habría sacado a Bale del Campo a garrotazos". Apreciación con la que coincidía Jorge D'alessandro. Años de aleccionamiento sobre valores y ética futbolística de la escuela culé desmentidos con una sola frase tras la primera derrota con verdadero calado. Es fácil teorizar y moralizar desde la victoria, merecida o no, incluso tras la derrota susceptible de ser justificada o matizada, pero cuan difícil es aferrarse a la doctrina cuando vienen mal dadas, cuando somos derrotados sin paliativos. El Real Madrid dominó el encuentro de cabo a rabo, salvo en sus últimos 10 minutos, y toda la rabia que se deriva de comprender que entramos en una nueva era, menos feliz para lo blaugrana, quedó reflejada en estas chocantes palabras. ¿En serio que Puyol habría hecho eso? Le tengo por el jugador del Barça menos contaminado por el espíritu que se insufla en sus jóvenes inquilinos en la Massia. El mismo Bartra, el mejor de su equipo en la final, manchó su casi impecable actuación con un momento a lo pájaro cuco al más puto estilo Busquets, tras fingir una agresión de Coentrao. Al final, como sospechábamos desde antes de la era Guardiola, el fútbol tiene que ver más con la guerra, incruenta si se quiere, que con un enfrentamiento entre caballeros que si pierden darán la mano, como dice el himno del Real Madrid. No han faltado quejas entre los madridistas por los gestos de consuelo con los caídos de los jugadores del Real Madrid, en especial hacia Casillas, el más vulnerable a los ataques gratuitos de los aficionados, aunque otros también los tuvieran, como Ronaldo, que ni siquiera estuvo inmerso en la batalla y no podía aducir el espíritu de camaradería que a veces surge entre los que se cruzan disparos en una línea del frente. Ni siquiera la victoria ennoblece o da para gestos de buena voluntad, aunque sean siquiera de cara a la galería.

Bale no corre por la gloria, que también, corre en realidad para salvar la vida de sus compañeros, para evitarles una muerte deportiva horrible, una derrota ante el Barcelona. ¿Qué se estaría diciendo ahora sobre lso jugadores, sobre Ancelotti si hubiese entrado el disparo de Neymar y hubieramos llegado a la prórroga? Seguro que nada bueno. Lo que se dirimía el miércoles era mucho más que un título. Semana de pasión. Viernes de soledad, este en el que escribo, y domingo de resurrección antes de la jornada de Champions que se avecina. Al combinado culé no habrá ya quien le resucite esta temporada tras su enésimo descalabro en muy poco tiempo. Bale corre jugándose la vida, como Mel Gibson en "Gallipoli", sin un solo atisbo de duda cuando tiene que cruzar la línea de tiro de la trinchera enemiga. Martino queda atrás en las primeras zancadas, pero todo el banquillo culé es testigo en primera fila de su derrapada para superar a Bartra. Traza alocadas diagonales para vencer la fuerza centrífuga causada al correr en curva y neutralizar la carga ilegal del central. Luego, cuando entre de nuevo en contacto con el balón mucho metros más adelante, la falta de oxígeno le hará errar en el primer autopase, que desplazará el balón más hacia la trayectoria de Marc que hacia la suya propia, obligándole a un nuevo viraje para recuperar la posesión. Oxígeno, esa es la palabra clave que me hizo recordar que la melodía que sonaba en mi cabeza no era del compositor griego, como en un principio había pensado, sino de Jean Michele Jarre. Y como una rebelación me acordé de la dramática secuencia de la película del director australiano Peter Weir. El film narra la amistad de dos jóvenes australianos, corredores de velocidad ambos, que se enrolan en el ejército al entrar su país en la primera Guerra Mundial. Acaban destinados en el frente de Gallipoli, una operación militar que Churchil siempre reconoció como el mayor error de su carrera. El mando británico hizo desembarcar todo un ejército en la península turca porque se situaba a un tiro de piedra de la capital enemiga en el frente asiático, Estambul. Había prisa por sellar el frente abierto con los turcos para centrar esfuerzos en otros teatros de operaciones en el interior de Europa. Pero los otomanos se limitaron a atrincherarse y a defender su tierra, masacrando oleada tras oleada de ataques aliados.

"Oxygene", de Jean Michele Jarre. Banda sonora de "Gallipoli"

El personaje que encarna Mel Gibson, Frank Dunne, sigue los pasos de Archy Hamilton -interpretado por el actor Marc Lee- y cruza el desierto australiano hasta recalar en la mismísima guerra, fascinado por el arrojo de su compañero, el único que ha sido capaz de vencerle en una carrera de 100 metros lisos. Archy está llamado a ser el vencedor de esta prueba en los próximos juegos olímpicos, pero su corazón está imbuido de valores, ese concepto que tan mala prensa tiene últimamente entre el madridismo. No cree que deba quedarse de brazos cruzados cuando su país entra en guerra. Ambos son encuadrados en el cuerpo de caballería australiano, aunque Frank no haya montado jamás a caballo. Archy logra persuadir a sus mandos para que le permitan tener a su amigo cerca, seducidos por su nombre, pero la gloria que se le avecina. En realidad da igual, en una guerra de trincheras los caballos son un elemento superfluo. Frank intenta convencer a Archy de que una vez en el frente, con el deber patriótico cumplido, es lícito buscar la tarea más sencilla o que reporte menos peligro. Obtiene un puesto como enlace, como correo humano entre el alto mando y el de su batallón, gracias a su extraordinario velocidad y trata de que su amigo haga lo mismo. Pero Archy, aun más veloz que él, rehusa este privilegio que en realidad le pertenece más a él, porque cree que su deber está en la línea dl frente no en la retaguardia . Durante uno de sus servicios rutinarios, Frank se entera en la tienda en la que los generales deciden el destino de las tropas que se ha planeado un ataque del regimiento de caballería sobre la línea turca. Se trata de un suicidio. Muy pocos son los soldados que consiguen completar vivos siquiera el tramo de escalera que permite salvar el desnivel entre el fondo de la trinchera y el terreno de nadie. Y aquellos que lo consiguen son rápidamente abatidos en los primero metros de carga por la fusilería turca. Todos los ataques anteriores han resultado un absoluto fracaso, sin apenas supervivientes, solo los que han podido reptar por el suelo malheridos hasta alcanzar la retaguardia. Frank sabe que a su amigo le quedan apenas unos minutos de vida. Está encuadrado en la tercera oleada de ataque. Los miembros de las dos primeras ya siembran de cadáveres el terreno que media entre los británicos y los turcos. Logra convencer al mando del ejército australiano tras una tensa discusión de que suspender la última carga solo ahorrará que se produzcan más bajas innecesarias. La carrera de vuelta para transmitir la orden que ha logrado arrancar al general apelando a su conciencia dormida a los mandos de su regimiento se convierte en una cuestión de vida o muerte, como la que sostiene Bale con Bartra.

A todos nos falta el oxígeno. A los que dirimen la carrera, por supuesto. Pero también a aquellos que se verán directamente afectados por su desenlace y a los que solo la presenciamos desde una escasa distancia emocional. Y los alocados acordes de Jean Michele Jarre parecen robarnos las escasas bocanadas que nos quedan antes del vacío absoluto se adueñe de nuestros pulmones. Son 70 segundos de frenética melodía según lo datos que aporta Youtube en su archivo, 8 segundos de alocada carrera según los locutores de los telediarios, pero durante ellos cuatro temporadas completas de supremacía blaugrana desfilan ante nuestros ojos febriles mientras Gareth sortea a las personas que se agolpan en la banda junto al terreno de juego de Mestalla para poder seguir vivo en el duelo, mientras Frank sortea los nidos de ametralladoras turcos y traza diagonales mortales, entra voluntariamente en las trampas del entramado de trincheras para acortar el camino hasta su meta. Luego, apenas unos instantes después, su gol supondrá enmendar el fatum trágico que parece desprenderse del frenesí de notas del compositor francés. ¿Es el gol más emocionante que hayamos visto nunca? Quizá no, pero como poco está en el mismo orden de magnitud en cuanto a belleza y/o trascendencia que el que marcó Zidane en Glashgow y que significó La Novena, que el que marcó Zamorano al deportivo de La Coruña en el Bernabéu y certificó la Liga de Valdano, que el que marcó Cristiano Ronaldo tras levitar como un asceta tibetano en el mismo escenario de Mestalla y que supuso atisbar la primera luz en el otro extremo del túnel, que el que no anotó El Buitre en aquella nefasta noche en Eindhoven.

Thomas Edward Lawrence, más conocido como "Lawrence de Arabia"

En resumidas cuentas, la música que mejor parece casar con el gol de Bale, que mejor podría servirle como banda sonora, es "Oxygene", de Jean Michele Jarre, por su carga dramática, su pizca de locura, por lo que su título evoca, y por estar ligada a una escena de un film que parece transmitir parte de su esencia. Pero hay más razones ocultas que ayudan a apuntalar la tesis, como los clavos del ataúd del Barça. Jean Michele es el hijo de Maurice, uno de los grandes compositores de la historia del cine. A su genio creatico debemos algunas obras maestras como, por ejemplo, las partituras de "Doctor Zhivago" y "Lawrence de Arabia". Y es que me resulta extraño que aun nadie haya caído en al cuenta en el extraordinario parecido entre Gareth bale y otro ilustre gales, Thomas Edward Lawrence, el caudillo británico que lideró la independencia de Arabia de los turco y d su propia nación. me refiero al personaje real no al actor que lo encarnó en el bipic de David Lean, esto es, Peter O'Toole. La misma mirada clara y de ojos calmos, el mismo rostro alargado rematado en una mandíbula cuadrada, que imagino debe ser un rasgo racial de los galeses. Orens cruzó el desierto del Nefud para conquistar Aqaba por el lado al que no podían apuntar los cañones costeros turcos, por el lado de tierra. Bale culminó la travesía del desierto que iniciamos con Mourinho para superar la era de dominio azulgrana, por la ruta que sorteaba la superioridad azulgrana en el medio campo -hoy quizá ya en entredicho-, es decir, apelando al contrataque como arma principal. Bien es verdad que el desierto tiene aun menos hierba que la playa, así que es improbable que podamos sortear el enfado de Xavi, pero Oxygene es la melodía perfecta para ilustrar el lance. A todo esto, ¿no existe ninguna imagen de Bale vestido de beduino? ¿No? Pues que pena. Pienso que le quedaría muy propio.