La niña y el oso / 4.- El admirador
- Estás comiéndote más de las que estás echando en el cesto.- Tenía el ceño fruncido, pero parecía más el gesto de un bebé concentrándose para entender algo que el de alguien enfadado.
- Y aun así lo lleno más rápido que tú, listilla.- Puso esa expresión que el decía que era la de Goorge Clooney cuando va de sobrado y que a ella le parecía tan graciosa. Más que nada por lo distante que estaba de lo que se suponía que imitaba. Ni siquiera si George Clooney hubiera sido un oso lo habría arreglado.
- No te lo discuto. Cogiendo comestibles no hay quien te gane. Por eso te he pedido que vengas. Si no te comieses la mayoría ya habríamos acabado hace rato.
- ¿Y quien tiene prisa? Lo estamos pasando divinamente buscando moras para tu tarta.- Otra vez la expresión George Clooney.
- Jo, no pongas esa cara que me entre la risa floja...- A ella a veces le daban ataques de risa y acababa revolcándose en la hierba. Él ponía cara sería, como si le recriminase la falta de compostura, pero secretamente disfrutaba de la felicidad de la chica.- Quiero volver a casa lo antes posible para hablar con mis amigas por Tuenti.
- Para cotillear sobre chicos.
- Ayayay. Si sabes eso es que el que cotillea eres tú.
- Los osos son indiscretos, lo sabe todo el mundo.
- Para nada.
- ¿Para nada el qué?
- Que yo sea cotilla por el simple hecho de ser oso.
- Yo no he dicho eso.
- Textual.
- Señorita, no se que hace con ese tonto cotilla. Los osos son aburridos y les falta señorío.
Había una ardilla al pie del pino situado junto a las zarzas que en ese momento estaban esquilmando. Tenía una sonrisa pícara en el rostro y una mirada soñadora fijada en Ruth.
- Es usted tan bella, señorita, que ha devuelto la primavera a mi rodal. Si se marcha tendré un otoño prematuro y desdichado para siempre.
- Jojo.- Se rió Ruth.- Si que te lo sabes montar bien, galán.
- Primero vendrá el verano, digo yo.- Se burló Phil.
- No sea impertinente, anciano. La joven y yo tratamos de tener una agradable conversación.
- La joven solo tiene quince años. Debería darle vergüenza.
- Vale, todavía no he cumplidos los dos, pero soy muy maduro para mi edad. Me gustan las mujeres con experiencia.
- Vámonos a otro sitio que este payaso nos está fastidiando la tarde.
- A mi me parece una monada. Nunca me había querido meter fichas un tipo que me cupiese en la palma de la mano.
- No le trates como si fuese un juguete.
- Seré lo que la señorita quiera. Un juguete. Una mascota. No coarte su libertad, venerable anciano.
- Tu búscame que me vas a encontrar rapidito.
- Prefiero que siga perdido porque tres son multitud y este bosque es muy pequeño. Pero deje las bayas cuando se vaya que aquí quedarán a buen recaudo. La señorita y yo vamos a celebrar un picnic. Créame, conozco una pradera muy agradable cerca de aquí.
- Jajajaja.- Ya estaba aquí el ataque de risa. Y no lo había provocado él. Eso acabó de poner de muy mal humor al oso al oso. Pase que no te tomen en serio casi nunca, pero el puesto de mejor payaso no estaba dispuesto a dejárselo arrebatar sin lucharlo.
- Tienes hasta cinco para largarte de aquí, y te advierto que ya voy por tres. Sino te echo yo a zarpazos.
- Usted y cuantos sacos más de manteca como usted.
Se encararon. El oso era como una montaña al lado de la ardilla, que al aproximarse fue a su corpachón para retarle de cerca fue como asistir a un eclipse de sol. Sabía que era un bonachón y que jamás le haría daño y se aprovechaba de ello para lucirse ante la chica. Sin embargo, vio algo bajo las patas de Phil que le cambio el semblante. Dió media vuelta, echo a correr y en unos instantes tan solo estaba en lo alto del pino, en su mismísima copa a 15 metros del suelo.
Lo primero que hizo Phil fue agradecer para sus adentros que no tuviera que echarle una carrera a la ardilla. Lo segundo fue atar cabos y acercarse despacio, pero sin pausa, con sumo cuidado para no pisarla, hasta donde Ruth seguía revolcándose de risa. Una ve sobre ella, cubierta por su propio cuerpo, se giró para encarar lo que venía. Cuatro lobos se acercaban al lugar de forma sigilosa.
- Ruth, basta ya, se acabó el recreo.
- ¿Que haces encima de mi.
- Quieta y callada.- En la forma en que lo dijo la chica entendió que más valía no rechistar.
- A las buenas de Dios, ¿qué se os ofrece por aquí?- Ruth nunca había escuchado ese tono en la forma de hablar de Phil. Casi le dio miedo. Sintió lástima de los lobos al tiempo que se alegró por ella de tener a su amigo para cobijarla.
- Nada, que andábamos muy aburridos después del largo invierno en las cumbres y nos dijimos que sería buena idea bajar al valle a echar un vistazo.-
Los lobos se estaban abriendo en abanico, espaciando la distancia entre ellos para abarcar los más posible y tratar de rodearlos.
- Pues si os aburrís os echais un parchís, que para algo sois cuatro, y el de la derecha tiene cara de limón, lo hará genial con las fichas amarillas.
- ¿La chica es tu presa? Es que no sabíamos que los osos comieran humanos.
- La chica es mi amiga, para quien lo quiera saber. Si un día le pasa algo en el monte, aunque sea que se le rompa una uña pensaré que habéis sido vosotros y subiré a la cumbre a haceros una visita para devolveros en detalle de haber venido hoy.
Los lobos se miraron los unos a los otros. Había poco que pensar o decidir. No tenían nada que hacer contra Phil.
- Nada, hombre, las amigas de nuestros amigos son nuestras amigas.
- Déjalo en conocidas.
- Eso quería decir. Oye, se nos ha hecho tarde, ya nos veremos.
Ruth tenía los ojos abiertos como platos. No sabía esa faceta de Phil como chico malo. Notó su tensión. Tenía los pelos de la barriga erizados como púas. Los tocó con las yemas de los dedos y al notar que punzaban no pudo evitar la exclamación.
- Woalaaa.
- Calla Ruth. Por una vez hazme caso.
Los 5 minutos siguientes fueron los más silenciosos que recordaba haber vivido nunca. Cuando los lobos desaparecieron Phil se desplazó desde la vertical de la chica, con un cuidado que más bien parecía mimo.
- ¿Y por qué no también una tarta de nueces? Ya tenemos muchas moras. ¿Por qué no vamos a la noguera?
De repente Ruth no tenía ninguna prisa por llegar a casa. Echaron a andar hacia el arroyo en cuya ribera crecían los nogales.
- Adiós señorita.- Grito la ardilla desde lo alto.
- ¿Puede venir?- Pidió con carita de súplica.
- Bueno, pero que use solo monosílabos al hablar.
Ruth le hizo un gesto a la ardilla con el índice. "Ven". Y en un santiamén la tenía sentada en su hombro.
- ¿Cómo se te da recoger nueces?- Preguntó Ruth.
- Se me da mejor comerlas, señorita.
- Vaya par.
jueves, 24 de noviembre de 2011
La niña y el oso / 3.- El espejo
La niña y el oso / 3.- El espejo
- Pues claro que puedes, alelado.
- Pero es que peso mucho.- Protestó el oso, casi gimoteando.
- Nahhh, tienes mucho pelo y eso hace flotar. Y el barrigón te va a quedar por encima del agua.- Esto último lo dijo muriéndose de risa. Su barriga estaba entre los tres temas que la hacían reír más pronto y con más perseverancia.
- ¿Qué barrigón? La naturaleza me dió la silueta de un animal depredador.
- Jujuju. Lo único que te he visto depredar a tí son las tartas de manzana que hace mamá.
- No me gusta exhibir mi ferocidad ante tí.
- Tú tranquilo. Ya se que eres de peluche, pero te guardaré el secreto. Además, no me cambies de tema. Hoy lo vamos a intentar y no se hable más.
- Tsk.
- De verdad que te va gustar.- "Ahí viene", pensó el oso, "Va a poner carita inocente y me volverá a ganar el pulso. A mi me aseguraron que los osos siempre hacían su santa voluntad, hubiera o no niñas de por medio".
Estaban tumbados uno al lado del otro, boca abajo, con los codos apoyados en el suelo y la cabeza sostenida por las manos a la altura de la barbilla. Ella a la sombra del corpachón del oso. Tenía la nariz pelada después de un día tirada en la hierba de la piscina. Tantas horas de no hacer nada y divagar le habían procurado la idea. Iba a enseñar a nadar a Phil. Siempre que no tenía algo concreto en mente sus pensamientos acababan derivando en él. "Qué pesadez", se decía siempre, "No me lo puedo quitar de la cabeza. Y, encima, cuando me lo imagino es aun más bobo que en la vida real".
- Te voy a enseñar a nadar como los perritos.- La niña anunció el notición con una sonrisa de satisfacción que recorría toda su cara de un moflete a otro.
- No me parece digno.
- Lo que no es digno es que no sepas nadar con lo crecidito que estás. ¿Qué pasa si me tienes que rescatar un día porque me he caído al río?
- Te tiro un tronco.
- En la cabeza, seguro. Se te notan las ganas en la cara.
Habían buscado un sitio en el risco que daba a la laguna para tumbarse. A escasos centímetros del pequeño barranco, era como si estuviesen asomados a una terraza que diera a una piscina. La laguna, que los habitantes del bosque llamaban El Espejo, porque en su lámina de agua se reflejaba todo de forma nítida, como si el viento fuera incapaz de rizar su superficie, estaba en mitad del bosque, en un gran claro dentro de la densa arboleda. El oso espero a que ella creciera para llevarla tan adentro en la montaña. Era su lugar preferido para pensar al principio de la noche, cuando no tenía muy claro lo que iba a hacer en una jornada. Claro, eso era antes de conocerla a ella, ahora se pasaba la vida muy atareado, ocupado en esquivar las trastadas de la niña. Tumbado exactamente así, viendo a la luna reflejarse en el espejo rodeada de estrellas había pasado cientos de horas de tranquilidad y soledad. Le gustaba verla avanzar en el cielo nocturno de mentirijillas, surcar las aguas de una a otra orilla. Pero jamás se la había ocurrido la idea de nadar junto a ella. Esas ideas locas solo se le ocurrían a Ruth.
- Pero estarás junto a mi, ¿no?
- Claro, bobo. ¿Cuando te he dejado solo? Te tendré cogido de la mano. Sabes que eres mi peque. Hoy aprenderás a mantenerte sobre el agua y a mover los pies.
- ¿No se nada con los brazos?
- Uy, don No se nadar de repente es un experto en la materia. ¿Quien es la entrenadora aquí?
- Ni idea, yo solo veo aquí a una niña que es demasiado insolente para lo pequeñita que es.- Ella le miro desafiante y luego se murió de la risa. Como no sabía si tenía que enfadarse o reírse con ella prefirió seguir con el tema.- Las nutrias nadan moviendo los brazos.
- ¿Y no te da coraje que ellas sepan y tú no? No, a ver, quiero que aprendas a relajarte dentro del agua y, una vez lo consigas, que aprendas a nadar de espaldas moviendo los pies, como si fueras una lancha motora. ¿Vamos ya?
- Espera un momento.- Cogió una de las moras que había traído para Ruth y la espachurró en su nariz para extender la pulpa sobre ella. Le encantaba lo diminuta que era. Los humanos cuanto menos nariz tenían menos fea parecía. Y la de ella era como el botón de una trenca, chata y redonda. Le hacía gracia cuando la arrugaba al reírse. Incluso cuando se reía de él. Vale, que sí, que eso era casi siempre. Y esas ojeras que le daban un toque somnoliento a su cara, tan dulce. Sus orejas de gnomo, como de mazapán y...
- ¿Se puede saber en que estás pensando? Estás como sonámbulo. Además, me estás pringando toda la cara.
- Es que tienes la nariz pelada por el sol.
- Y has decidido untarla con mermelada para comértela como si fuera una tostada.
- Que no, que es muy bueno para la piel. Ya verás.
- Jolín con las ideas de los osos. Deja ya de hacerte el remolón y vamos al agua. Lo que se tarda en conseguir que te movilices...
Bajaron la cuesta hacia la orilla. Y el resto de la noche hubo muchas risas. Vale, que sí, sobre todo de ella.
- Pues claro que puedes, alelado.
- Pero es que peso mucho.- Protestó el oso, casi gimoteando.
- Nahhh, tienes mucho pelo y eso hace flotar. Y el barrigón te va a quedar por encima del agua.- Esto último lo dijo muriéndose de risa. Su barriga estaba entre los tres temas que la hacían reír más pronto y con más perseverancia.
- ¿Qué barrigón? La naturaleza me dió la silueta de un animal depredador.
- Jujuju. Lo único que te he visto depredar a tí son las tartas de manzana que hace mamá.
- No me gusta exhibir mi ferocidad ante tí.
- Tú tranquilo. Ya se que eres de peluche, pero te guardaré el secreto. Además, no me cambies de tema. Hoy lo vamos a intentar y no se hable más.
- Tsk.
- De verdad que te va gustar.- "Ahí viene", pensó el oso, "Va a poner carita inocente y me volverá a ganar el pulso. A mi me aseguraron que los osos siempre hacían su santa voluntad, hubiera o no niñas de por medio".
Estaban tumbados uno al lado del otro, boca abajo, con los codos apoyados en el suelo y la cabeza sostenida por las manos a la altura de la barbilla. Ella a la sombra del corpachón del oso. Tenía la nariz pelada después de un día tirada en la hierba de la piscina. Tantas horas de no hacer nada y divagar le habían procurado la idea. Iba a enseñar a nadar a Phil. Siempre que no tenía algo concreto en mente sus pensamientos acababan derivando en él. "Qué pesadez", se decía siempre, "No me lo puedo quitar de la cabeza. Y, encima, cuando me lo imagino es aun más bobo que en la vida real".
- Te voy a enseñar a nadar como los perritos.- La niña anunció el notición con una sonrisa de satisfacción que recorría toda su cara de un moflete a otro.
- No me parece digno.
- Lo que no es digno es que no sepas nadar con lo crecidito que estás. ¿Qué pasa si me tienes que rescatar un día porque me he caído al río?
- Te tiro un tronco.
- En la cabeza, seguro. Se te notan las ganas en la cara.
Habían buscado un sitio en el risco que daba a la laguna para tumbarse. A escasos centímetros del pequeño barranco, era como si estuviesen asomados a una terraza que diera a una piscina. La laguna, que los habitantes del bosque llamaban El Espejo, porque en su lámina de agua se reflejaba todo de forma nítida, como si el viento fuera incapaz de rizar su superficie, estaba en mitad del bosque, en un gran claro dentro de la densa arboleda. El oso espero a que ella creciera para llevarla tan adentro en la montaña. Era su lugar preferido para pensar al principio de la noche, cuando no tenía muy claro lo que iba a hacer en una jornada. Claro, eso era antes de conocerla a ella, ahora se pasaba la vida muy atareado, ocupado en esquivar las trastadas de la niña. Tumbado exactamente así, viendo a la luna reflejarse en el espejo rodeada de estrellas había pasado cientos de horas de tranquilidad y soledad. Le gustaba verla avanzar en el cielo nocturno de mentirijillas, surcar las aguas de una a otra orilla. Pero jamás se la había ocurrido la idea de nadar junto a ella. Esas ideas locas solo se le ocurrían a Ruth.
- Pero estarás junto a mi, ¿no?
- Claro, bobo. ¿Cuando te he dejado solo? Te tendré cogido de la mano. Sabes que eres mi peque. Hoy aprenderás a mantenerte sobre el agua y a mover los pies.
- ¿No se nada con los brazos?
- Uy, don No se nadar de repente es un experto en la materia. ¿Quien es la entrenadora aquí?
- Ni idea, yo solo veo aquí a una niña que es demasiado insolente para lo pequeñita que es.- Ella le miro desafiante y luego se murió de la risa. Como no sabía si tenía que enfadarse o reírse con ella prefirió seguir con el tema.- Las nutrias nadan moviendo los brazos.
- ¿Y no te da coraje que ellas sepan y tú no? No, a ver, quiero que aprendas a relajarte dentro del agua y, una vez lo consigas, que aprendas a nadar de espaldas moviendo los pies, como si fueras una lancha motora. ¿Vamos ya?
- Espera un momento.- Cogió una de las moras que había traído para Ruth y la espachurró en su nariz para extender la pulpa sobre ella. Le encantaba lo diminuta que era. Los humanos cuanto menos nariz tenían menos fea parecía. Y la de ella era como el botón de una trenca, chata y redonda. Le hacía gracia cuando la arrugaba al reírse. Incluso cuando se reía de él. Vale, que sí, que eso era casi siempre. Y esas ojeras que le daban un toque somnoliento a su cara, tan dulce. Sus orejas de gnomo, como de mazapán y...
- ¿Se puede saber en que estás pensando? Estás como sonámbulo. Además, me estás pringando toda la cara.
- Es que tienes la nariz pelada por el sol.
- Y has decidido untarla con mermelada para comértela como si fuera una tostada.
- Que no, que es muy bueno para la piel. Ya verás.
- Jolín con las ideas de los osos. Deja ya de hacerte el remolón y vamos al agua. Lo que se tarda en conseguir que te movilices...
Bajaron la cuesta hacia la orilla. Y el resto de la noche hubo muchas risas. Vale, que sí, sobre todo de ella.
martes, 8 de noviembre de 2011
La niña y el oso / 2.- El disfraz
La niña y el oso / 2.- El disfraz
Solo asomaba el hocico en el lindero del bosque. Su nariz negra y brillante que se movía al respirar. Oculto entre los árboles de la primera fila de la densa arbolada meditaba con suma parsimonia el siguiente paso, que sería el primero dentro el claro.
- ¿Piensas venir o vas a estar ahí todo la tarde haciendo el bobo?
- Necesito concentrarme.
- ¿Para recordar como se anda? Ya eres grandecito para saber como se hace.
Pensó que la niña le caía mucho simpática cuando tenía menos dientes y bastante más dulzura. Que tiempos aquellos en que la llevaba de paseo al bosque y ella le decía a todos horas cuanto le quería. Que no es que a él le importara demasiado, que él era un oso huraño y sin amigos. Pero, oiga, era un detalle a valorar. la educación esmerada recibida de su madre. Comenzó a andar, y cuando hubo salido de entre los árboles la niña sufrió un agudo ataque de risa. Se cayó sentada de tanto que la risa le aflojó sus fuerzas, como si le estuvieran haciendo cosquillas.
- Si vamos a empezar con esas me voy por donde vine. No me parece la actitud adecuada. Menos en una dama.
La niña redondeó los ojos para mostrar su mejor expresión más dulce. Ojos que parecían los de un dibujo de manga japonés. Las de un peluche sin dueño.
- No te enfades. Es que estás tan genial que me he puesto super-contenta.- Al decirlo reprimió como pudo una última carcajada y recompuso como pudo su expresión fingida de santa dulzura.
La genialidad a la que aludía la niña radicaba en su disfraz de abeja, con antenas incorporadas. Llevaba una especie de body naranja con rayas horizontales negras que le cubría el corpachón hasta los cuartos traseros. ¿Donde habría aprendido aquella niña a machacar dignidades? Lo increíble es que el disfraz era de su talla. Cuando se lo dió el día anterior estaba seguro que se podría librar del embolado porque nunca le había tomado medidas. Pero no, le quedaba como un guante, chúpate esa. De ello deducía dos cosas: 1) Que no era algo improvisado, sino un brillante plan, diseñado con tiempo y paciencia para poder humillarlo; 2) Que la niña calculaba a ojo con la maestría de un torturador de la CIA. Algún día lograría averiguar a que agencia gubernamental pertenecía. Una que reclutara a los agentes de campo muy jóvenes, cuando aun tenían dientes de leche.
Ella iba genial, disfrazada de hada del bosque, con un vestido que simulaba estar confeccionado con vegetación del bosque. La falda era una hoja de olmo plegada de forma pícara para presentar una escotadura por la parte delantera. La parte de arriba era una flor de brezo que le abrazaba el cuerpo como si fuera un traje de novia, con los estambres asomando tímidamente por el escote, que tenía forma de sámara de arce. Un esplendoroso traje verde oscuro y roda pálido. Un poco atrevido para una niña de trece años, ¿ no? A el le parecía que sí. Si alguien le hubiera consultado por supuesto que habría exigido cambios.
- ¿Ese largo de la falda lo ha aprobado tu madre?
- Y tanto. Todo cuenta con su aprobación. Hasta el largo de tus antenas.- Se puso la mano en la boca para ocultar su risa. Puñetera. Había logrado olvidarse al fin de lo ridículo que iba. - Hicimos un trato. Puedo ir como quiera siempre y cuando tu me acompañes para poder estar tranquila.
- Así que soy algo así como la cláusula de castigo.
- Es que solo se fía de tí. Ya lo sabes.
Cuando se iba a enterar aquella panda de locos de que el era un oso. Con sus instintos, su pelambrera, su hocico, sus colmillos asesinos. Un osos con todo lo que tiene un oso, vaya. El no era de fiar, el era peligroso. Incluso vestido de abeja.
- Osea, ¿que si yo no voy tu no puedes ir tú?.- Sus ojos se empequeñecieron en una expresión maliciosa. Ella frunció el ceño. "Uyuyuy, tormenta. Pues mira lo que me importa. Soy un oso peligroso que no le teme a nada...".
- ¿Quieres que te odie para siempre?¿Esta fiesta es muy importante para mi? Si no vas tu no me dejarán ir - Casi se le saltaban las lágrimas. Pero eran de rabia.
¿Pero por qué le duraban tan poco las ventajas tácticas con ella? ¿Por qué? ¿Por qué? Era todo lo que quería saber. Se moriría tranquilo cuando lo supiese. Aquella niña llevaba años haciendo su santa voluntad con él. Bueno, a ver, el hacía siempre lo que quería, porque era un oso...
- ¿No quieres venir? Pues te vas a acordar. Con lo que me costó hacerte el disfraz. Se que te gusta las abejas. Que lloraste cuando mi madre tiró el viejo pijama.
- Pero, niña, no digas cosas. Sabes yo no he llorado en mi vida... ¿Cuánto tiempo dices que llevas cosiendo mi disfraz?
- Dos semanas. Quería que fueras guapo, que tuvieras el mejor de la fiesta. Vas a ganar el concurso. Se van a caer de culo cuando te vean.- "Sí, como tú". Pensó el oso. "Vaya forma tan torpe de tratar de convencerme".
- Venga, va. Sea por esta vez. Pero me debes una.
Las lágrimas desaparecieron y en su lugar hizo acto de presencia una enorme sonrisa. Como un sol luminoso tras la lluvia. Ah, cuanto echaba de menos a aquella niña que le miraba siempre asombrada. Un día sin que te des cuenta tu niña falta de dientes se te presenta vestida con una minifalda de hojas y te das cuenta de lo rápido que pasa la vida.
- De verdad que tanto...
- Eres la persona que más quiero en el mundo...
- Será al oso que más quieres.
- No conozco otros osos.
Si, ella siempre ganaba las discusiones. Al final se avino, pero por hacerle un favor, porque son los fuertes los que ceden. Y también para no parecer demasiado fiero ante los demás asistentes a la fiesta. Si iba con su aspecto habitual quien sabe si se producirían ataques de pánico. Fue con ella a la fiesta de disfraces. Pero le hizo prometer que no le dejaría a solas con sus amigas. No se fiaba ni un pelo de aquella manada de adolescentes. Se santiguó con la mano derecha al recordarlas.
Solo asomaba el hocico en el lindero del bosque. Su nariz negra y brillante que se movía al respirar. Oculto entre los árboles de la primera fila de la densa arbolada meditaba con suma parsimonia el siguiente paso, que sería el primero dentro el claro.
- ¿Piensas venir o vas a estar ahí todo la tarde haciendo el bobo?
- Necesito concentrarme.
- ¿Para recordar como se anda? Ya eres grandecito para saber como se hace.
Pensó que la niña le caía mucho simpática cuando tenía menos dientes y bastante más dulzura. Que tiempos aquellos en que la llevaba de paseo al bosque y ella le decía a todos horas cuanto le quería. Que no es que a él le importara demasiado, que él era un oso huraño y sin amigos. Pero, oiga, era un detalle a valorar. la educación esmerada recibida de su madre. Comenzó a andar, y cuando hubo salido de entre los árboles la niña sufrió un agudo ataque de risa. Se cayó sentada de tanto que la risa le aflojó sus fuerzas, como si le estuvieran haciendo cosquillas.
- Si vamos a empezar con esas me voy por donde vine. No me parece la actitud adecuada. Menos en una dama.
La niña redondeó los ojos para mostrar su mejor expresión más dulce. Ojos que parecían los de un dibujo de manga japonés. Las de un peluche sin dueño.
- No te enfades. Es que estás tan genial que me he puesto super-contenta.- Al decirlo reprimió como pudo una última carcajada y recompuso como pudo su expresión fingida de santa dulzura.
La genialidad a la que aludía la niña radicaba en su disfraz de abeja, con antenas incorporadas. Llevaba una especie de body naranja con rayas horizontales negras que le cubría el corpachón hasta los cuartos traseros. ¿Donde habría aprendido aquella niña a machacar dignidades? Lo increíble es que el disfraz era de su talla. Cuando se lo dió el día anterior estaba seguro que se podría librar del embolado porque nunca le había tomado medidas. Pero no, le quedaba como un guante, chúpate esa. De ello deducía dos cosas: 1) Que no era algo improvisado, sino un brillante plan, diseñado con tiempo y paciencia para poder humillarlo; 2) Que la niña calculaba a ojo con la maestría de un torturador de la CIA. Algún día lograría averiguar a que agencia gubernamental pertenecía. Una que reclutara a los agentes de campo muy jóvenes, cuando aun tenían dientes de leche.
Ella iba genial, disfrazada de hada del bosque, con un vestido que simulaba estar confeccionado con vegetación del bosque. La falda era una hoja de olmo plegada de forma pícara para presentar una escotadura por la parte delantera. La parte de arriba era una flor de brezo que le abrazaba el cuerpo como si fuera un traje de novia, con los estambres asomando tímidamente por el escote, que tenía forma de sámara de arce. Un esplendoroso traje verde oscuro y roda pálido. Un poco atrevido para una niña de trece años, ¿ no? A el le parecía que sí. Si alguien le hubiera consultado por supuesto que habría exigido cambios.
- ¿Ese largo de la falda lo ha aprobado tu madre?
- Y tanto. Todo cuenta con su aprobación. Hasta el largo de tus antenas.- Se puso la mano en la boca para ocultar su risa. Puñetera. Había logrado olvidarse al fin de lo ridículo que iba. - Hicimos un trato. Puedo ir como quiera siempre y cuando tu me acompañes para poder estar tranquila.
- Así que soy algo así como la cláusula de castigo.
- Es que solo se fía de tí. Ya lo sabes.
Cuando se iba a enterar aquella panda de locos de que el era un oso. Con sus instintos, su pelambrera, su hocico, sus colmillos asesinos. Un osos con todo lo que tiene un oso, vaya. El no era de fiar, el era peligroso. Incluso vestido de abeja.
- Osea, ¿que si yo no voy tu no puedes ir tú?.- Sus ojos se empequeñecieron en una expresión maliciosa. Ella frunció el ceño. "Uyuyuy, tormenta. Pues mira lo que me importa. Soy un oso peligroso que no le teme a nada...".
- ¿Quieres que te odie para siempre?¿Esta fiesta es muy importante para mi? Si no vas tu no me dejarán ir - Casi se le saltaban las lágrimas. Pero eran de rabia.
¿Pero por qué le duraban tan poco las ventajas tácticas con ella? ¿Por qué? ¿Por qué? Era todo lo que quería saber. Se moriría tranquilo cuando lo supiese. Aquella niña llevaba años haciendo su santa voluntad con él. Bueno, a ver, el hacía siempre lo que quería, porque era un oso...
- ¿No quieres venir? Pues te vas a acordar. Con lo que me costó hacerte el disfraz. Se que te gusta las abejas. Que lloraste cuando mi madre tiró el viejo pijama.
- Pero, niña, no digas cosas. Sabes yo no he llorado en mi vida... ¿Cuánto tiempo dices que llevas cosiendo mi disfraz?
- Dos semanas. Quería que fueras guapo, que tuvieras el mejor de la fiesta. Vas a ganar el concurso. Se van a caer de culo cuando te vean.- "Sí, como tú". Pensó el oso. "Vaya forma tan torpe de tratar de convencerme".
- Venga, va. Sea por esta vez. Pero me debes una.
Las lágrimas desaparecieron y en su lugar hizo acto de presencia una enorme sonrisa. Como un sol luminoso tras la lluvia. Ah, cuanto echaba de menos a aquella niña que le miraba siempre asombrada. Un día sin que te des cuenta tu niña falta de dientes se te presenta vestida con una minifalda de hojas y te das cuenta de lo rápido que pasa la vida.
- De verdad que tanto...
- Eres la persona que más quiero en el mundo...
- Será al oso que más quieres.
- No conozco otros osos.
Si, ella siempre ganaba las discusiones. Al final se avino, pero por hacerle un favor, porque son los fuertes los que ceden. Y también para no parecer demasiado fiero ante los demás asistentes a la fiesta. Si iba con su aspecto habitual quien sabe si se producirían ataques de pánico. Fue con ella a la fiesta de disfraces. Pero le hizo prometer que no le dejaría a solas con sus amigas. No se fiaba ni un pelo de aquella manada de adolescentes. Se santiguó con la mano derecha al recordarlas.
viernes, 4 de noviembre de 2011
La niña y el oso / 1.- El encuentro
La niña y el oso / 1.- El encuentro
Una noche que corría distraído y algo más rápido que de costumbre al oso se le acabó la arboleda antes de que pudiera darse cuenta. Trató de parar pero le costo lo suyo. Era muy pesado. Había mucha inercia en el avance de sus sentimientos.
- Ouch.- Dijo. Se le habían quemado las plantas de los pies al frenar.
- Waaala.- Dijo ella admirada. Había una niña diminuta justo delante de él. "Dios mio, la podía haber aplastado". La miró para examinarla. "Como se pueden abrir tanto los ojos", dijo para sí. "Es más, ¿cómo se puede tener unos ojos tan grandes en una cara tan chica?". Se miro instintivamente las manos para ver donde las tenía. Temía espachurrarla de un pisotón como a una avellana. Vestía un pijama amarillo con cuadros pintados y miles de abejas de color naranja brillante zumbando en el tejido. "Ja, parece un panalico rezumando miel".
-¿Tú quien eres?
Estaban en el claro, al borde del pinar, junto a la casa que él tan bien conocía. Estaba pensando la forma más sencilla de explicarle su identidad, porque se la veía tan chica que no tenía claro si tenía edad para entender cosas complicadas.
- Soy un oso.- Un oso es algo sumamente complejo, pero quiso darle un voto de confianza a la niña.
- ¿Y de donde vienes?.- Vaya, empezaba a entenderlo, era una interrogadora del FBI.
- Del bosque.- Dijo señalando con el hocico la ladera de la montaña.
- Waaala. ¿A ti si que te dan permiso para ir? Debes ser un niño mayor.
- No soy un niño. Es más, no deberías estar hablando conmigo. Soy muy fiero.
- ¿Que es fiero?
- Fiero es que me puedo enfadar a la mínima y darte unos cuantos cachetes.
Ella ladeo la cabeza. Tenía el ceño fruncido porque le estaba analizando con la mirada, concentrada en encontrar una respuesta. Estaba sopesando la amenaza. De repente sonrió y mostró una boca al que le faltaba algún diente y alguno asomaba a medias.
- Te pareces a mi peluche.- Concluyó mientras se reía de pura satisfacción.
Vale, a hacer puñetas la ventaja psicológica de ser más grande y tener más pelo. Lo estaba viendo claro, con esa niña no iba a servir de nada la lógica. Era de esas que ganan todas las discusiones porque no se atienen a las reglas, porque se hacen un adorno para el pelo con ellas. Estaba planeando su siguiente frase como si fuera un movimiento en una partida de ajedrez cuando alguien grito desde la casa: "Ruth. Entra en casa. Vamos a cenar".
- Hasta mañana.- Le dijo mientras corría hacia la casa con la cabeza vuelta hacia él. Se tropezó. El oso hizo además de ir a ayudarla, pero la niña rebotó como si fuera de goma y sin perder la sonrisa siguió corriendo. - Waaala, huele a colacao.
"¿Hasta mañana? Suena como una cita". "¿Qué será el colacao?". Tantos misterios en el mundo de los hombres. Incluso más que en el bosque.
Una noche que corría distraído y algo más rápido que de costumbre al oso se le acabó la arboleda antes de que pudiera darse cuenta. Trató de parar pero le costo lo suyo. Era muy pesado. Había mucha inercia en el avance de sus sentimientos.
- Ouch.- Dijo. Se le habían quemado las plantas de los pies al frenar.
- Waaala.- Dijo ella admirada. Había una niña diminuta justo delante de él. "Dios mio, la podía haber aplastado". La miró para examinarla. "Como se pueden abrir tanto los ojos", dijo para sí. "Es más, ¿cómo se puede tener unos ojos tan grandes en una cara tan chica?". Se miro instintivamente las manos para ver donde las tenía. Temía espachurrarla de un pisotón como a una avellana. Vestía un pijama amarillo con cuadros pintados y miles de abejas de color naranja brillante zumbando en el tejido. "Ja, parece un panalico rezumando miel".
-¿Tú quien eres?
Estaban en el claro, al borde del pinar, junto a la casa que él tan bien conocía. Estaba pensando la forma más sencilla de explicarle su identidad, porque se la veía tan chica que no tenía claro si tenía edad para entender cosas complicadas.
- Soy un oso.- Un oso es algo sumamente complejo, pero quiso darle un voto de confianza a la niña.
- ¿Y de donde vienes?.- Vaya, empezaba a entenderlo, era una interrogadora del FBI.
- Del bosque.- Dijo señalando con el hocico la ladera de la montaña.
- Waaala. ¿A ti si que te dan permiso para ir? Debes ser un niño mayor.
- No soy un niño. Es más, no deberías estar hablando conmigo. Soy muy fiero.
- ¿Que es fiero?
- Fiero es que me puedo enfadar a la mínima y darte unos cuantos cachetes.
Ella ladeo la cabeza. Tenía el ceño fruncido porque le estaba analizando con la mirada, concentrada en encontrar una respuesta. Estaba sopesando la amenaza. De repente sonrió y mostró una boca al que le faltaba algún diente y alguno asomaba a medias.
- Te pareces a mi peluche.- Concluyó mientras se reía de pura satisfacción.
Vale, a hacer puñetas la ventaja psicológica de ser más grande y tener más pelo. Lo estaba viendo claro, con esa niña no iba a servir de nada la lógica. Era de esas que ganan todas las discusiones porque no se atienen a las reglas, porque se hacen un adorno para el pelo con ellas. Estaba planeando su siguiente frase como si fuera un movimiento en una partida de ajedrez cuando alguien grito desde la casa: "Ruth. Entra en casa. Vamos a cenar".
- Hasta mañana.- Le dijo mientras corría hacia la casa con la cabeza vuelta hacia él. Se tropezó. El oso hizo además de ir a ayudarla, pero la niña rebotó como si fuera de goma y sin perder la sonrisa siguió corriendo. - Waaala, huele a colacao.
"¿Hasta mañana? Suena como una cita". "¿Qué será el colacao?". Tantos misterios en el mundo de los hombres. Incluso más que en el bosque.
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