lunes, 29 de abril de 2019

El Futbol y sus aledaños (209) - Como ranitas en la nata


Como ranitas en la nata

No hace mucho me han prestado un libro. Había oído mencionar al autor, pero desconocía su obra. Argentino. Terapeuta. Si hubiera que forzar las cosas para ponerle etiqueta, actividad para la que nunca nos faltan las ganas, porque si hay algo que le aterrorice al cerebro humano son los vacíos de opinión, la pobreza de adjetivos, tener la sensación de que no es capaz de atrapar a algo o a alguien dentro de una categoría, tópico, estereotipo o juicio de valor, diría que es un libro de autoayuda. Y es arriesgado, porque en caso de acertar con mi proposición sería el primer título que habría leído del género.

"Déjame que te cuente" está lleno de micro relatos, cada uno de ellos con una enseñanza, una moraleja o el planteamiento de un tema para la reflexión. El caso es que uno de esos cuentos me viene al pelo para explicar lo que creo que Zidane significa para el Real Madrid. Se titula "Ranitas en la nata". En diminutivo, porque por una de esas cualidades mágicas del lenguaje, más bien ilusionismo que magia, las ranas dejan de causar aversión a quienes sienten rechazo por ellas si el diminutivo acompaña al sustantivo que alude al nombre común de la especie. Quien haya visto una ranita de san Antonio, en las albercas de Extremadura hay muchas, a buen seguro que no habrá podido evitar esbozar una sonrisa cargada de ternura. Son diminutas, de una aparente fragilidad que asusta y preocupa, livianas como sámaras o vilanos, y cuando saltan son capaces de trazar arabescos en el aire con su cuerpo. Me conviene, porque en mi particular versión del cuento las ranitas simbolizan el madridismo.

Erase que se era dos ranitas atrapadas en un tazón de nata. No sabemos cómo llegaron allí, el relato no lo explica. Si se extendiese en los antecedentes y multiplicase y recargase las explicaciones se correría el peligro de que el relato de micro pasase a convertirse en macro. El caso es que la nata, esto lo pongo yo de mi cosecha, es un líquido demasiado espeso y, por ello, las ranitas en vez de flotar y nadar se hundían hacia el fondo del recipiente, como si se tratase de arenas movedizas. Y no había nadie que desde fuera del tazón les pudiera arrojar una liana, como en las películas de Tarzån, o les pudiera facilitar una vía de escape con, qué sé yo, un cubierto, un colador para los posos del té o cualquier otro elemento del menaje de la cocina con las dimensiones adecuadas, a la misma escala que los animalitos atrapados. ¡Ay, si hubiera sido agua. Ni siquiera habría sudo necesario un rescate o que las ranitas hubieran sabido nadar a crowl para poder salir airosas del trance, ya que son seres anfibios capaces de respirar mientras bucean. Las dos ranitas pataleaban en el espeso caldo buscando en balde un asidero en el abismo blanco, como el coyote cuando persigue al correcaminos más allá del borde del precipicio, una rugosidad en el fluido, lácteo sobre el que poder ejercer palanca e impulsarse más allá de la superficie de la mini piscina. "Es inútil", dijo de repente una de ellas, "no quiero pasar mis últimos instantes de vida angustiado y sufriendo, luchando en balde contra un destino inexorable, prolongando una agonía con final conocido. No hacen falta spoilers". Bueno, a lo mejor fue menos pomposa en su parlamento, pero a estas alturas ya sabemos todos que soy ciertamente rococó y si he dr adaptar un relato va a ser para dejarle mi impronta, para complicarlo, recargarlo y espesarlo, lo cual no va a venir del todo mal, como veremos enseguida. El caso es que la ranita que se dio por vencida en cuanto dejó de patalear se hundió hacía el fondo del recipiente. Entonces su compañera dijo: "Siempre hay hueco para la esperanza por pequeña que sea mochila que portemos a la espalda y por muy abarrotada de problemas previos que ya la tengamos". ¿A quién se lo decía si se había quedado sola? Pues supongo que a nosotros, pues tras quedarse sin compañera para el dúo de natación sincronizada, allí no había nadie más. Así que pataleo y pataleo, y cuando creyó que ya no quedaban más fuerzas, siguió porfiando y porfiando, moviendo las patitas frenética, hasta lograr convertir la nata en mantequilla, tras lo cual pudo alcanzar el borde del tazón patinando con sus piececitos de dedos palmeados. Si a alguien se le ocurre un cuento con una moraleja más mourinhista y espartana, que me lo diga. Hasta el final, vamos Real, que el fútbol es mantequilla batida con el sudor de la frente y no margarina barata.

Y creo que la enseñanza de esta parábola va más allá de vaticinar la existencia siempre de algún resquicio, alguna grieta en la pared de lo inexorable si se persevera. Lo que puede haber tras la espera es en cambio de paradigma, una evolución en las leyes que rigen las circunstancias. Algún día la segunda ley de la Termodinámica dejará de ser una sentencia de muerte para el universo. Lo inexorable dejará de serlo sin previo aviso. Por lo que parecerá al principio un guiño del destino, un inmiscuirse los dioses en los asuntos de los aqueos y troyanos, pero que luego, analizando de cerca, con lupa, se evidenciará como elemental. ¿Cómo es que no nos había ocurrido todavía? La nata volviéndose mantequilla, y ya nada volverá a ser lo mismo, a significar lo de antes. Del postre con fresas habrá que retrotraerse al desayuno con tostadas. El mundo de reseteará y hasta existirá la posibilidad de repetir el día en Punxsutawney desde el canturreo del gallo en adelante. Si las ranitas del cuento somos los madridistas, tanto los que siguen pataleando en las gradas, como los que lo hacen en las redes sociales o empijamados ante el televisor, creer en Zidane es lo que hace factible salir patinando de esta encerrona hasta otro trébol de Champions. Ya lo hizo antes, ya convirtió la nata en mantequilla, ya consiguió una vez alterar la mecánica de fluidos, hacer malabares con los números hidráulicos, hacernos cabalgar sobre la cresta del torbellino, que practicáramos un fútbol leonardesco, sorteando los resaltos, evitando las pérdidas de carga en el fluir de la plantilla, los golpes de ariete de la prensa cada vez que se abre con prisa un periódico deportivo corriendo el riesgo de reventar las cañerías, sin que amainase el caudal de los logros.

Haber fichado a Zidane, que más que el hijo pródigo es como el padre que se fue al estanco a comprar tabaco y vuelve a casa nueve meses después como si nada hubiera pasado, y aunque no reconozca al nuevo retoño, la última temporada, no obstante le dará su protección. Su vuelta permite voltear la tostada para untarla con mantequilla por el lado de la rebabada que sabemos que no se estrellará contra el césped tras la caída, contraviniendo la ley de Murphy y todos los corolarios de los que nos infirma puntualmente la prensa a diario. Apenas ha llegado y ya se ha producido un vuelco en la situación. Lo que parecía inamovible ahora gira como loco alrededor de su eje, sin momento de inercia, como un patinador cuando recoge los brazos. Isco vuelve a meter goles. Marcelo y Bale vuelven al once titular sin que parezca descabellado. Brahim se convierte en alternativa creíble. Los pitos de desesperación del Bernie se convierten en aplausos esperanzados de un futuro a muy largo plazo -hablar de la temporada que viene es como hablar de la generación de Spock, Kirk y Obi Wan-. Alba Carrillo anochece como tema de cotilleo. Hasta Navas vuelve de entre los muertos después de que hayan arreglado el fax, para llevarnos en volandas hacia nuevas victorias cómodamente ubicados sobre las palmas de sus manoplas. Seguro que M'Bappé está ahora más cerca de los predios de Concha Espina.

Somos como ranitas chapoteando en la nata, pugnando por variar la textura del presente para que en vez de bucear en un fracaso albo sean posible caminar sobre el mar blanco y podamos hacer progresos hacia la orilla de la gloria. Vale que es el color correcto y que el amarillo dorado en que podemos trocarlo se parece al de la segunda equitación del Barça, pero, a fin de cuentas, ¿qué se puede improvisar que lleve nata, aparte de unos fetuccinis o una salsa carbonara? La mantequilla marca la senda de la cocina francesa. Adiós de nuevo al aceite de oliva que proponía Benítez, primero, y más tardea Lopetegui. Ya llevamos cuatro en los últimos tiempos y se presenta la oportunidad de lograr la quinta estrella Michelín. Bon apetite, señores. Pero dejen sitio para el postre, que las 13 primeras solo han sido los entremeses.

Postscriptum: Esta chorrada se me quedó traspapelada hace unos días en el proceso de acceder al blog. En realidad se me perdió con un pendrive que extravié en la biblioteca y he tenido que volver a redactarlo. Quiero pensar que en el primer intento había mayor calidad literaria y bastante más coherencia. Seamos benévolos y pensémoslo todos. El caso es que han pasado, ¿cuánto?, ¿un par de semanas quizá?, y la nata aún no se ha espesado ni una pizca. Nos acaba de noquear el Rayo y solo el hecho de que lo haya hecho en una tarde-noche en que todo el país estaba con la cabeza en otra cosa nos libra del escarnio público. ¿Se ha disipado el efecto Zidane tan pronto, apenas con el primer trago? ¿Nos ha servido Floper una cocacola sin gas porque la botella que ya estaba abierta? Lo tengo dicho, las bebidas con burbujas no hay que comprarlas en botellas de dos litros. Da igual, a estas alturas creer es lo único que nos queda. Por si acaso yo voy a seguir pataleando. Aunque solo sea porque se nos echa encima el momento de la operación bikini.



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