domingo, 8 de octubre de 2017

Quinto Horacio Flaco vs. The Police. Recusatio de la elegía amorosa




Quinto Horacio Flaco vs. The Police. Recusatio de la elegía amorosa

Pasos de gigante son los que das cuando caminas por la Luna”, dice Sting, mientras trato de inspirarme en su canto, y al menos la geografía me cuadra. Un horizonte muy próximo, el mismo paisaje desolado, el polvo que levita sobre un aire sin brisas. Me siento a escribir a orillas del Mare Serenitatis, con un claro de Tierra en el firmamento estrellado. Y de repente soy Albio, merecedor de los reproches de Horacio:
Albio, no sufras más de la cuenta recordando a Glícera, la arisca; y no cantes sin parar llorosas elegías, preguntando porque brilla más que tú otro más joven, una vez que la fe jurada se ha quebrado".
Pero ni ella es de natural dulce ni nunca fue arisca conmigo. El desdén es herida más dolorosa. Tampoco me propongo cantar llorosas elegías ni se ha quebrado ningún voto dado. Entonces, ¿por qué me doy por aludido? ¿Porque él es más joven y también tiene más brillo? Vaya, eso sí. Sabía que había un razón caminando con pasos de gigante, a lo Pepito Grillo, por mi desértica conciencia.
A licóride, tan bella por su breve frente, la tiene en ascuas el amor de Ciro, y Ciro se inclina por la dura Fóloe, pero los corzos se han de ayuntar con los lobos de la Apulia antes de que Fóloe caiga en manos de tan feo amante. Así lo ha querido Venus, que gusta del juego cruel de someter a su broncíneo yugo dispares cuerpos y dispares almas
A vueltas con el dramatis personae de la oda trigésimo tercera del libro primero. Glicérida y Folóe son nombres que Horacio usaba mucho en su lírica amorosa, habituales entre las meretrices. Sabemos cómo se las gastaba. Glicérida significa dulce, y por eso, en un juego de opuestos, calificarla de arisca. Licóride, nombre que emborracha, es el pseudónimo que Cornelio Galo empleaba en las romanzas para su amante, Volumnia, amante también de Marco Antonio, luego o mientras, desconozco los pormenores de la historia, la mujer más deslumbrante de su época, modelo de cortesana: hermosa, distinguida, culta y ocurrente. La brevedad de su frente no alude a su corteza mental si no a la longitud de su coqueto flequillo. Solo Ciro me concierne. Es el apodo genérico que los poetas griegos daban a los zoquetes, quizá por aquello de que era el nombre del rey bárbaro que quiso someter a la Hélade.

El juego de Venus ya no es posible porque Ciro y mi Licóride se corresponden. Sobran las Foloes y las Glicéridas. Sobro yo que no tengo siquiera nombre. He ahí el drama que me hace lloriquear por las esquinas. Quiero callar y, sin embargo, escribo, elegías camufladas de palabras sin remite. Horacio y los dioses me perdonen:

Walking on the Moon”, canta Sting, y yo escribo elegías amorosas, aunque enerven a Horacio. Y los acordes repetitivos de guitarra de Andy Summers, “Rum-tu-rúm, plaun, Rum-tu-rúm, Rum-tu-rúm, plaun, Rum-tu-rúm”, tienen el sonido del choque de un casco de cedro contra las olas, y mi Naxos es un cráter de impacto, y tu Egeo un mar de silencio, y el ovillo de lana ensangrentado yace olvidado en el núcleo del laberinto. ¡Cáspita!, por no decir ¡cojones!, qué manera tan pobre y ridículo de plagiar a Catulo. Mi musa parece sacada de un cuadro de Rubens. Con tanto exceso de carnes las manos se le hacen chicas para tapar sus vergüenzas.

Keep it up. Keep it up. Rum-tu-rúm, plaun, Rum-tu-rúm, Rum-tu-rúm, plaun, Rumturúm”… «Nunca más acertado que para tí esa máxima de que la ausencia de noticias es siempre una buena noticia. Siempre que te pierdes del mundanal ruido, que te olvidas de mi existencia, es porque andas navegando en amores, en singladura con vientos favorables. Ahora que leo a Horacio -me he vuelto culto desde que no me tratas-, te diré aquello de “Carpe diem, quam minimum credula postero”. A gozarlo que nunca se sabe a qué hora cerrarán la discoteca. Así que despliega todo el trapo y no mires por la popa hacia el puerto de partida. Yo te escribo tranquilo desde la orilla, aunque reconozco que es ésta una realidad que me sabe agridulce. Dulce, porque, a pesar de lo que digas, te conocí quejosa, herida, escéptica en cuestión de amores, a pesar de haberlo buscado siempre con ahínco, y saberte ahora enamorada y correspondida es una dicha, pequeña pero que llena toda la estancia, como una rosa en su jarrón a pesar de sus espinas. Doblemente agria, porque una parte de mí, la más utópica, la más insensata y, oh cielos, la más cobarde, te quería para mí. Y porque, no nos llevemos a engaño, tu novio es memo con avaricia, un cretino de manual y hasta con certificado de garantía. No obstante, seamos sinceros, nada hay que objetar: A nosotros nos gustan las furcias, las que enseñan cacha porque pueden y porque les renta, y a vosotras sus hijos, esto es, los hijos de puta. Ese siempre ha sido tu perfil preferido, el formato que siempre has buscado. Los novios que te he conocido, más bien de los que me has hablado, porque cuando estás en pareja no quieres saber de mí y olvidas algún dígito de la cifra, han sido casi siempre de ese tenor, y los que no lo han sido aun te han servido menos. Te va la doma, tirar del bocado con la brida, fustigar los flancos de la montura para volverla obediente. Eres buena amazona. Y si no lo fueras por esta vez, si te descabalgan, aquí estaré cuando tu memoria complete mi número de teléfono, cuando se acuerde de mi nick en las redes sociales, de mi careto de pánfilo. Aunque, Dios no lo quiera, porque si ya con mis tristezas no alcanzo, se me agota la logística, como para tratar de hacerme cargo de las de la gente que de verdad me importa»… “Keep it up. Keep it up. Rum-tu-rúm, plaun, Rum-tu-rúm, Rum-tu-rúm, plaun, Rumturúm”…


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