Hipercubos y teseractos
En la última película del tándem formado por los hermanos Nolan, "Interstellar", una de las últimas escenas, la más decisiva para el desenlace y significado del film porque ata todos los cabos que han ido quedando sueltos a lo largo de la trama, transcurre en el interior de un hipercubo situado no sé si dentro o solo en las proximidades de la singularidad que alberga un agujero negro. La frase que acabo de acabo de escribir requiere demasiadas explicaciones para ser siquiera inteligible y es posible que debiera habérmela ahorrado, pero la que quería expresar en este escrito tiene su germen en la película basada en las ideas del físico teórico Kip Thorne. Al igual que Leonardo Di Caprio implantaba en la cabeza de Cilliam Murphy en la anterior película de los hermanos Nolan, "Inception", la semilla de una idea que acababa engendrando en su pensamiento todo una ideología de vida, Kip Thorne con su imagen del teseracto existente en el estómago de Gargantúa es el culpable de esto que empiezo ahora a escribir.
Un hipercubo es el equivalente en un espacio de n dimensiones al cuadrado bidimensional y al cubo tridimensional. Sería una figura geométrica formada por n lados perpendiculares entre sí y de igual longitud. El teseracto sería el hipercubo de cuatro dimensiones, es decir, solo una más de las existentes en la realidad en la que vivimos. Si esa cuarta dimensión a considerar fuera el tiempo entonces existiríamos en un teseracto con lados de longitud infinita. Quien haya estudiado dibujo técnico, una asignatura habitual, creo que incluso obligatoria, en las carreras de ingeniería, como la que yo cursé en la Universidad Politécnica, se diría que en el principio de la noche de los tiempos por el tiempo transcurrido, sabe que su principal objetivo es poder representar en un espacio de dos dimensiones, la hoja de papel, figuras de tres dimensiones. La perspectiva geométrica no es más que un artificio para poder dibujar de forma precisa y científica en un espacio de dos dimensiones, esto es, en un plano, es decir, en un folio apoyado en una mesa o en un lienzo tensado en el caballete de un pintor, aquello que vemos en el espacio tridimensional dotado de volúmenes. También se puede dibujar en un papel un teseracto tras descender en la escala de dimensiones dos escalones. Su aspecto es muy aproximado al escenario en el que Matthew McConaughey resuelve todos los conflictos científicos y emocionales planteados en "Interestellar". También al que tiene el "Monumento a la Constitución de 1978" situado en los jardines frente al Museo de Ciencias Naturales de Madrid. El agujero negro de "Interestellar" cumple la doble función de autopista entre galaxias y de laboratorio cosmológico. El personaje interpretado por McConaughey es en un principio un piloto espacial para devenir luego en alquimista de la realidad, capaz de convertir el tiempo en un fluido mutable que puede transformarse a voluntad en algo de mucho más valor, en energía emocional.
"El descendimiento" de Rogier van der Weyden (Museo del Prado)
La exposición sobre Rogier van der Weyden que se inaugura estos días en el Museo del Prado me ha recordado la condición también de alquimista del tiempo y del espacio del pintor homenajeado, así como de Diego Velázquez. Quisiera llamar la atención sobre la doble condición de "Las Meninas" como portal entre mundos, concretamente entre el nuestro y el del autor de la obra, y como teseracto, en el que un cuerpo de cuatro dimensiones queda reflejado en el espacio aproximadamente cuadrado de una tela. "El descendimiento" es un artefacto menos complejo que "Las Meninas", aunque no está exento de trampas dimensionales y acertijos visuales. Lo más fascinante de la obra maestra del pintor de Tournai es que obliga a ser admirada en vivo para entenderla. En una fotografía que pudiéramos consultar en un libro, por cuidada que fuera la edición, sería imposible apreciar que se trata de una representación en tres dimensiones. El manto de la virgen es la llave que permite abrir la puerta hacia una dimensión adicional. Basta con contemplar ese pliegue que se adelanta al pie izquierdo de Nicodemo, el personaje que sostiene en sus brazos a Cristo, para que la escena adquiera relieve, para que en la herida recién abierta por el centurión Longinos pueda meter sus dedos un santo Tomás ávido de evidencias, para que la madera de la cruz y la escalera tengan una rugosidad que podamos advertir con el tacto. Van der Weyden dotó a su obra de propiedades estereoscópicas tratando de competir con el gremio de esultores que robaba al de pintores los mejores encargos. Sus personajes se recortan sobre el fondo dorado y neutro como figuras de madera policromada talladas por el mejor de los imagineros, invadiendo el espacio entre el cuadro y el espectador.
"Las Meninas" ("La Familia de Felipe IV") de Diego Velázquez (Museo del Prado)
Y si "El descendimiento" es un artefacto de tres dimensiones representado en un espacio plano, en de la tabla pintada al óleo, en "Las Meninas" se añade una cuarta dimensión a lo representado en la tela, el tiempo, para conformar un auténtico teseracto. Quizá incluso un hipercubo si se tiene en cuenta lo inabordable de todos los aspectos aludidos en la obra, que nunca se agota por más que vuelva a mirarse una y otra vez, a analizarse con la paciencia de un entomólogo y la precisión de un cirujano. Ojo como bisturí, pintura de intrincada y delicada trama como el del ala de una libélula. Lo que dibujara Velázquez para el despacho privado de Felipe IV es un suceso detenido en el tiempo, que lleva ocurriendo sin lograr concluirse desde que se pintara hace aproximadamente tres siglos y medio. Una de las meninas de la infanta nos mira mientras la otra aun no ha advertido nuestra presencia. Lo mismo ocurre con los enanos. Mari Bárbola nos clava la mirada, mientras Nicolasillo Pertusato anda absorto en sus juegos, tratando de molestar al enorme mastín, suponemos que para entretener a la infanta Margarita, para hacerle más llevaderas tanta rigidez en las formas y tanta etiqueta. Todo ocurre en un instante que no acaba de completarse. Esa mirada de Velazquez desde el otro lado del caballete es la de alguien que lo comprende todo porque ha experimentado la eternidad que encierra el presente y es más que probable que cuando la acción se reanude su siguiente pincelada será un pleno acierto. Pero no solo el presente ha quedado atrapado en "Las Meninas", también el antes y el después. El reflejo en el espejo, la llegada de sus majestades Felipe IV y Mariana de Austria, que va a desencadenar las reacciones de los personajes, es el momento justamente anterior, mientras que la presencia de José Nieto Velázquez, el aposentador de la reina, al fondo de la estancia seria ese futuro inminente a lo que se nos narra. Si hemos de suponer que este servidor va precediendo a los reyes en su periplo por el Alcázar Real de Madrid para ir abriéndoles camino, eliminando obstáculos, encendiendo luces, trazando una ruta, para poder acceder a donde está habrá tenido que cruzar entre los personajes de "Las Meninas". En cuyo caso la sorpresa de unos y la ignorancia todavía de otros acerca de la presencia de los reyes deja de tener sentido. Creo más bien que en la obra está contenida una secuencia de momentos, que "Las Meninas" es un teseracto en el que un cuerpo con tres dimensiones espaciales y una temporal está representado sobre un plano de solo dos.
Velázquez pintó "Las Meninas" para la estancia privada de Felipe IV. Para su despacho en un ala retirada del alcázar. En aquellos tiempos, al menos nominalmente, había recuperado las riendas del gobierno tras ser amonestado severamente por sor Ágreda, la monja soriana de clausura, que le había reprochado agriamente en su diálogo epistolar su indolencia, su desentenderse completamente de los asuntos del reino. Se dice que con esta obra trataba de solicitar la merced a su señor de que le permitiera desempeñar su oficio, que no era otro que el de retratista del rey. Cada miembro de "La familia", el auténtico título de la obra, desempeña en la escena su labor: Las meninas sirven a la infanta. Ësta deslumbra con su gracia. El aposentador de la reina hace más llevadera su vida cotidiana a su majestad. La guardadamas supervisa mientras cotillea con otro miembro del servicio. Los bufones alborotan y entretienen a la niña. Hasta el perro cumple su labor mostrando su mansedumbre y su nobleza, completamente ajeno al intento de mortificación de Nicosasillo. Años llevaba Velázquez sin hacer lo que hace en el cuadro: retratar a los reyes. Cada vez que Felipe IV accedía a sus aposentos el cuadro reaccionaba ante él, cobraba vida por unos instantes: La menina de la derecha, María Sarmiento, iniciaba una graciosa reverencia; Mari Bárbola le clavaba la mirada; La infanta Margarita le sonreía tímidamente tratando de distinguir al padre del rey planeta; El pintor medía sus hechuras a ojo de buen cubero para traducirlas al lienzo.
En "Interstellar", Joseph Cooper (Mathew McConaughey), el protagonista del relato, accede al interior del teseracto para poder comunicarse con su hija, terriblemente distante de él en el tiempo y el espacio. Diríamos también que igualmente distante en lo emotivo al sentirse ella herida y traicionada, abandonada por su marcha camino de una distante galaxia. Es un diálogo que se hace posible en cualquiera de los instantes que él elija de su vida, compartida o no. Joseph elije el presente narrativo dentro del film para hablar con su hija cerca del desenlace del metraje. Gracias a este atajo en la lógica Joseph Cooper puede transmitir a Murph (Jessica Chastain) la codificación de la gravedad dentro de la teoría de la unificación de fuerzas, información esencial para que la humanidad pueda viajar a las estrellas y salvarse del exterminio. De igual manera, Felipe IV podía hablar, años después de ser pintada "Las Meninas", con los personajes del cuadro, incluso después de muerto el pintor, apenas cuatro años después, en 1660. Y si alguna vez hubo palabras para Velázquez, por ejemplo, cuando dibujó con su propia mano, en el pecho, sobre la ropilla negra, la cruz roja de caballero de la Orden de Santiago, que le fuera concedida a título póstumo según reza la leyenda y a instancias de la decisión del rey, imaginamos que la mayoría de las palabras serían para su hija, llamada a ser al heredera de la corona en el momento de concretarse la obra. Desde su despacho, convertido en un tesaracto, Felipe IV podía acceder al obrador de Velázquez para dialogar con su familia en un momento concreto, cuando aun parecía haber una solución para los reinos de España en las manos de la infanta Margarita. Hoy ese tesaracto se sitúa en la sala 12 del Prado, donde cuelgan desde la inauguración del museo, hace casi dos siglos, "Las Meninas". Y el diálogo no se ha interrumpido. Somos ahora nosotros quienes conversamos con los personajes del cuadro. Es a nosotros a quien saluda ceremoniosa María Sarmienta. Es a nosotros a quienes mira la enana con ojos llenos de duda, a quienes sonríe la infanta. Y si Cooper logra manifestarse en el dormitorio de su hija a través de las columnas de polvo que flotan en el aire iluminado por los rayos del sol, no nos extrañaríamos demasiado si algún día en el reflejo del espejo de la pared del fondo pudiera llegar a verse nuestro propio reflejo. En "Las Meninas" hay trazas de nuestra propia existencia, de todos aquellos que la hemos contemplado alguna vez. Esa es su magia. Más bien su alquimia. La singularidad que alberga dentro de su horizontre de sucesos.
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