Thirty Minutes over Tokyo
La anécdota es de sobras conocida, bien que se encargó de ello la propaganda, y se relata en la película "Treinta minutos sobre Tokio -Uso para el título del escrito el nombre original del film solo para "tirarme el pisto"-, de Mervyn LeRoy, uno de los grandes, aunque ahora apenas se le recuerde, y menos aun se le programe en los pases de cine de televisión. El presidente Roosevelt, tras saber del desastre de Pearl Harbor y calibrar su posible repercusión en la moral de su gente, la que le había tocado gobernar en la tómbola de las elecciones, reunió a su estado mayor y les pidió, les exigió con cajas destempladas según las versiones que nos ha dado el cine -en una de ellas se le levanta de la silla de ruedas incluso, de su fiel compañera desde su infancia, en un arranque de ira-, que le dieran una alternativa viable para devolver el golpe a los "japos", para que el emperador en palacio, los samurais en los cuarteles y la gente de a pie en sus casitas de papel con tatamis en vez de parquet encerados, sintieran retumbar el suelo que les sustentase bajo los pies. Y la mejor idea, la más audaz también, se la dio el coronel Doolittle: Bombardear la capital del imperio del sol naciente. ¿Cuanto tiempo? Pues treinta minutos nada más, pero el caso era bombardear, todo lo que se pudiera durante el tiempo disponible. Eso le debió decir el coronel al presidente y a éste le gustó la propuesta, ya que decidió llevarla a cabo y ascendió al promotor de la idea a general de brigada y le otorgó la medalla de Honor del Congreso tras completarse la empresa con éxito. También al país, ya que Doolitle acabó siendo enterrado en el cementerio de Arlington. Y, por supuesto al cine, que nos ha bombardeado en las décadas disponibles desde el fin de la Segunda Guerra Mundial con films relativos al asunto. Hasta hay un episodio de Los Simpson que lo alude de refilón y usa el nombre de la peli de LeRoy para el título. En inglés también, que Matt Groening "se tira el pisto" incluso más que yo.
Hace tanto que no he visto la película de leRoy que hasta me he sorprendido al ver a Robert Mitchum en el cartel. Van Johson como que me pega más. Y de Spencer Tracy claro que me acordaba, su papel en esta película es uno de los iconos del cine, al menos para los americanos, al encarnar la figura madura, digna y firme de de uno de los sobrinos predilectos del Tío Sam en unas horas bajas para la nación. Aquella media hora escasa representó mucho para un país que vivía atemorizado pensando en una posible incursión en sus costas de la flota japonesa. Spielberg reflejó ese estado de histeria colectiva en su película "1941". Doolitle calculó la autonomía de los bombarderos B-25 y del portaaviones USS Hornet que debía lanzarlos al teatro de operaciones -Sí, me estoy volviendo a "tirar el pisto" usando términos de puro #postureo-, y calculó que dispondrían de 30 para hacerse oir en Tokio por Hirohito y sus súbditos. El problema era que los aviones no tendrían combustible para regresar, que los aviones tendrían que seguir el rumbo y las tripulaciones tratar de "buscarse las habichuelas" en China. El cine más que un problema vió en ello un filón para mezclar la épica con el melodrama. Sucesivas generaciones de actores han encarnado la gesta. Bien conocida, por programarse machaconamente en las teles y por el cúmulo de "guaperas" en el reparto, es la versión del lance del director Michael Bay y el productor Jerry Bruckheimer: "Pearl Harbor". Doolitle es aquí uno de los hermanos Baldwin, creo recordar que el mayor de la saga. Y al compararlo con Tracy, el coronel en la versión de LeRoy, nos da pistas acerca de como han cambiado los gustos en etos años que medin d una a otra, casi medio siglo. Tracy, su efigie, subraya la voluntad y la salvaguardia de la dignidad en momentos de zozobra. Baldwin es simplemente un macho alfa ya algo entrado en años. Al final Hartnett y Afleck le dejan sin hembras en la función. También es verdad que apenas hay una y está demasiado solicitada: la insulsa pero muy carnal Kate Beckinsale. Carne bien esculpida pero fría, más propicia para componer a vampiras de combate que a novias de aviadores en misiones suicidas.
A Mou le ordenaron que bombardeara el Nou Camp durante 90 minutos y la manada de ñus, ciertamente, sintió retumbar el suelo de la sabana bajo sus pezuñas. Aquel gol de Cristiano cuando el partido se cerraba cayó como una bomba H sobre las redes de la portería de Valdés. Ronaldo fue nuestro Enola Gay en el aquel clásico en que se ganó una liga. Mou el diseñador de la misión suicida: locos contrataques lanzados desde campo propio que hacían prácticamente imposible el retorno, el repliegue tras sobrevolar el área del enemigo. No le condecoramos, es cierto -la prensa sí, con insultos, y reservándole un hueco en su cementerio particular de atrocidades-, pero se ha convertido en perfecto icono del madridismo, con su pelo blanco, como el de la imagen de Spencer Tracy que nos devuelve la memoria cuando le recordamos. 90 minutos durante los cuales el enemigo sintió el mismo temor que nosotros sentimos durante años, tras ese 2 a 6 que fue nuestro Pearl Harbor. Pudo ser peor, como el de los americanos, que les pillo con los portaviones fuera de puerto, de patrulla nadie sabe muy bien por qué. Es un misterio en el que algunos le ven las orejas a la teoría de la conspiración. Nosotros pudimos no encontrar a nuestro Roosevelt y nuestro coronel Doolitle y tener que soportar que los pastos los acaparasen los ñus eternamente. Se da la paradoja de que Mou encarna al mismo tiempo las dos versiones esbozadas de Doolitle, representa al macho alfa de la manada, temperamental, acaparador de liderazgo, pero también la dignidad y la templanza necesarias, imprescindibles para que sobreviva el honor cuando se viene de la derrota sin paliativos. Vale, que sí, que le metió un dedo en el ojo a Tito, no lo niego. Y hasta al Tata y el toto de Shakira también si se hubieran puesto igual de farrucos la babysitter de Messsi y el Pique tuitero. A los malditos japos ni agua. La del mar en todo caso para que americen son sus Zeros en comportamiento. Hasta me recurda su equipación patriótica a la bandera nipona durante aquella guerra. Vale, delego en Arbeloa estos temas que mi se me va la olla y me veo incapaz de rematar el párrafo.
De diez minutos dispuso, y mal contados, el bueno de Carvajal, pero algunos los han aprovechado bien para convertir en un paisaje lunar su hoja de servicios. Alguien hacía notar en Twitter esta mañana que el gol del Elche vino por su banda. Fue entrar él y desmoronarse todo, parece ser. Un gol que tiene tropecientos culpables al margen del portero y que por ello haría las delicias de Casillas. Son los goles que quería el capitán y su minipandi de la prensa estos dos años anteriores, y los que ahora quiere la minipandi de Mourinho en Twitter. Para colocar a los suyos, porque siempre se trata de eso. En este caso Coentrao, Diego López y Arbeloa. Los demás son enemigos a los que hacer vibrar el suelo bajo sus pies. Y no todos los patrocinados tieen los mismos merecimientos. Diego López muchos, Casillas ninguno. Arbeloa y Coentrao comsi-comsa, romos como son en ataque. Al primero se le ha olvidado rematar las jugadas por su banda. Aunque le llegue el balón por detrás de su defensor no lo aprovecha para apurar hasta el banderín de córner o enfilar el área, la devuelve casi siempre hacia atrás o hacia el centro, donde más guarnecida está la defensa rival. Arbeloa, en ataque se ha convertido en un funcionario, hace dos años era más audaz, centraba a menudo, no siempre con acierto. Quizás las críticas recibidas como pasador le hayan "cortado" un poco. Echo de menos a aquel Arbeloa que araba el campo por la derecha, creaba superioridad por ese lado, a veces llevaba peligro al área contraria, y luego replegaba con disciplina espartana. Coentrao por su parte genera anarquía, en el ataque enemigo en defensa, lo cual es muy beneficioso, y en la vanguardia propia cuando progresa, que no es frecuente. El Real Madrid no puede resignarse a tener dos laterales que le sirvan solo para enrocarse. Necesita laterales incisivos. Ya sé que predico en el desierto al decirlo, pero una de las razones del atasco de la temporada pasada en el juego fue la ausencia de Marcelo. Ayer se echó en falta a Carvajal, que con lo poquito mostrado en ataque estos meses de arranque liguero, ya se ha convertido en una de la principales vías por las que se derrama el equipo en ataque. Carvajal es el futuro, bombardearlo como opción para favorecer a Arbeloa es como querer detener el tiempo. Vibrará el suelo, podrá carse al suelo el reloj y partirse, pero las manecillas seguirán avanzndo. En todo caso fueron sólo diez minutos. Y ya sé que de lo que se trata es de bombardear durante el tiempo del que se disponga. ¡Pero Carvajal no es Tokio, qué demonios! Alguno de los bombarderos de Twitter tendrá que buscar un lugar para aterrizar en la China de Mao porque como vuelva a sobrevolar el objetivo de vuelta a casa pienso "freirle" con las baterías antiaéreas.
Los elches era un pueblo del Levante español que externamente parecían musulmanes, ya que vestían y se comportaban como ellos tras muchos años de convivencia y vivir bajo su yugo, pero que interiormente eran cristianos y en favor de la causa de Cristo luchaban llegado el caso. Cristianos y musulmanes, mozárabes y mudéjares, criptojudios y elches, árabes y bereberes, la España de la Reconquista era un mosaico multicolor y multiétnico en el que a menudo era difícil entender una tesela concreta del conjunto y ponerla en relación con el resto. Algo parecido pasa con el madridismo tuitero y quizá por eso andamos continuamente otorgándonos o vetándonos el carnet de madridistas los unos a los otros. Cuesta mucho a veces saber de que lado está quien te cita en un tuit, a veces con ánimo de batirse, cryéndote d la guardia dl Cardenal Richelieu. A mí estos señores que aprovechan todo el tiempo disponible para bombear a los propios como si fuera la capital de los japos reconozco que me desconciertan. Tan contento entre en Twitter tras entrarme de la réplica de Arbeloa a Piqué como me amargué al cuarto de hora tras comprobar como las culpas del desaguisado de ayer se distribuían exclusivamente entre los no mourinhistas del equipo en un labor de alta precisión quijúrjica. Ya quisiera el rey cirujanos así. Pepe, que lo cierto es que hizo un gran encuentro, el mejor junto a Khedira del encuentro, de los que iban de azul al menos; Ramos, que estuvo desastroso; y Carvajal, cuyo concurso fue meramente testimonial, por esa ruta avanzó el escuadrón de bombarderos. Como no cuaje el equipo en las próximas fechas Ancelotti va a ser identificado como otro quiste más a extirpar. Ya se había logrado que le dieran cuartelillo los del ala táctica de Doolitle, pero todo puede venirse abajo en las próximas fechas. La llegada del Atlético nos pilla recogiendo la ropa del tendedero, como a Kate Beckinsale en la mañana de Pearl Harbor. La ropa interior agitada al aire al paso de los bombarderos, que uno ya no sabe si son de los nuestros o del enemigo.
Leo en Wikipedia que Doolitle fue un chico canijo en el colegio, acomplejado y atemorizado por los matones de patio de recreo, y que el boxeo le sirvió como muleta para fortalecer el carácter. Twitter es pura ortopedia para el ego. Por alguna razón, supongo que derivada del anonimato, nuestra combatividad se multiplica dentro del cuadrilatero virtual. Quizá devuelvo golpes que no recibo, pero al igual que algunos, y con razón, les duele el sectarismo de la prensa deportiva, el trato desigual con los personajes analizados según sean objeto de fobias o filias evidentes, a mi también se me desborda la paciencia por esta misma causa en Twitter, esta vez con los que se suponen con los míos, pero que no se si son elches y criptomusulmanes. A veces me siento capaz de levantarme de la silla de ruedas incluso, como Roosevelt. Por cierto, parece que mi memoria me engaña, pero me parecía recordar que a Roosevelt lo encarnaba en la película de LeRoy el extraordinario actor Lionel Barrymore, también paralítico. Por lo visto soy un sentimental.