Será la brisa quien te abra camino
He de confesarte que llegué a pensar muchas veces que la explicación a tu comportamiento, su pauta, era simplemente que eras una persona fría, esquiva, poco propicia a los encuentros sin garantías, como los que procura Matrix, en los que la penumbra nos envuelve a todos, cuando no nos engulle las caras. Sin ellas, sin propósitos claros para quienes nos observan, solo somos desconocidos que tal vez mientan para poder sincerarse o que digan la verdad para desorientar a quienes se acercan en exceso.
También llegué a pensar lo contrario, que eras un desorden de sentimientos que te impedían enfocar tu emotividad hacia un objetivo concreto. Pasas a veces tan rápido de la alegría y el juego a una exhibición tan impúdica de tu tristeza que el vértigo a no entender, a errar el punto de vista, se apodera de uno y hace más fácil la renuncia a abordarte. Te asomas al alma de alguien, por ejemplo la tuya, y si se intuye un gran desnivel, un escalón excesivamente alto entre lo que se ve y lo que lo explica, que sobreviene inevitablemente el mal de altura, el miedo a caer, a desparramarse por el territorio ignoto de la otra persona.
Tienes pasado, rondas esa edad en que la memoria ya ha llenado los estantes más accesibles, sin mucho criterio, reconozcámoslo abiertamente, y para recuperar algunos recuerdos, los que de verdad pesan, hay que ponerse de puntillas, tantear con sumo cuidado para evitar que al echar mano de ellos no se te vengan encima, arrastrando en su caída tanto lo esencial como lo nimio, lo que hiere y lo que es inerme. Cuando eres muy joven el dolor es casi siempre por algo que está ocurriendo, por un suceso que puede evitar el paso por el tamiz de nuestra locura. Con el correr de la vida llega a doler más las recreaciones de nuestro pensamiento que los hechos de los que son reflejo.
Ese pasado que se insinúa siempre en tus palabras cuando abandonas el juego. Cuando te muestras más distante para evitar que caigamos en la cuenta de tu absoluta desnudez. Ese pasado tal vez sea la respuesta al acertijo, la identidad de quien contempla tu ojo. Es cuando te acercas cuando sopeso la distancia y más insalvable me parece. Tantas veces he estado a punto de romper el silencio que me considero a menos de una palabra de ti. Pero errar al escogerla sería trágico.
No me niegas nunca. No hay reproche posible. Pero tu calidez tiene la inconstancia de una hoguera en la noche. Quemaría si pudiera tocarse, pero es solo un resplandor que vacila porque lo hace la llama que lo sustenta. Que seas hermosa es solo un disfraz de conveniencia. Lo entendí hace poco. Te hace parecer inaccesible, reacia a proceder con quienes no son tus iguales. Pura fachada. Ansías alcanzar el último estante de la memoria para recuperar lo que allí hay depositado. O encontrar una vivencia que poner delante de aquel recuerdo, para ocultarlo, para enmascararlo con el presente, para dolerte otra vez de cosas que ocurren ahora y así escapar del tamiz de tu locura, dejar de habitar sombras. Pero será la brisa quien te abra camino a su capricho, y no será la senda trazada en la que te obstinas.
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