Retorno al Prado (14) - El Prado en el Exilio (5) - "Los amores de Júpiter" de Correggio (1) - "Leda y el cisne" de Correggio
La historia de Leda, como la de Danae, de la que ya nos ocupamos, está narrada en el poema "Metamorfosis" de Ovidio, un compendio de relatos en forma de verso sobre amoríos entre dioses, entre mortales y entre aquellos y estos. Todas las historias tienen como nexo común el comportar dramáticas transformaciones corporales de alguno de los protagonistas, si acaso los dos. Unas veces metamorfosis voluntarias que obedecen a estrategias de seducción o de huida, para tratar de escapar de las consecuencias, otras involuntarias como consecuencia de castigos de alguno de los cónyuges burlados o una tercera persona celosa por lo ocurrido. Y es que son historias con mucho sexo y mucho riesgo, porque siempre hay algún otro u otra a quien la coyunda enfurece. Buena parte de las metamorfosis que narra Ovidio son la consecuencia de los ataques de cuernos de Hera, la mujer de Zeus -Júpiter en el panteón de dioses romano-, que en vez de tratar de meter en vereda a su señor esposo prefería vengarse de sus amantes o en la prole surgida de esos amoríos. Es un aquí te pillo, aquí te mato, y luego ya te remata si hace falta mi esposa. Son historias de amores banales, meros encuentros sexuales, que no tendrían mayores consecuencias si no fuera por la extrema fertilidad de Zeus. Leda, sin ir más lejos, parió -es un decir, porque en realidad lo que hizo fue poner huevos- cuatro retoños de resultas de su desliz con el rey del Olimpo.
El espíritu de las narraciones de Ovidio no es otro que el de tratar de disfrutar de los goces que puede proporcionar la vida, de celebrar la belleza ante todo, la aventura. Es un espíritu muy en consonancia con la forma que tenía Correggio de ver la pintura. No hay sentimiento de culpa en sus obras ni se suele aludir a castigos. Los mores de Júpiter en la forma en que nos los narra parecen no tener consecuencias o no importarle. El goce parece merecer la pena aunque suponga castigo. En su universo pictórico no parece tener cabida Hera, la gran damnificada. Media humanidad fornicaba con su esposo a sus espaldas, pero el dolor y la expiación de los pecados que eso ocasionaba no era asunto que le interesara en demasía a Correggio, que prefería caminar por la acera iluminada por el sol y no por el lado de al calle en sombras.
Como ya dijimos al hablar de "Danae recibiendo la lluvia de oro" de Tizziano, las poesías encargadas por Felipe II al pintor veneciano tenían un precedente en la colección del monarca, una serie de obras de temática muy parecida, por no decir idéntica. Hablamos de la serie de "Los amores de Júpiter", que es posible que inspiraran en parte a Tiziano a la hora de afrontar el encargo recibido del rey de España. De hecho ambas series coinciden en una de las historias narradas. También hay una Danae en la serie de Correggio. Y si no hay más coincidencias es porque Zeus, esto es, Júpiter, fornicaba sin parar, y casi siempre fuera de casa. Por lo que a la hora de escoger entre los relatos de Ovidio en los que Júpiter era protagonista las posibilidades eran tantas que por mera estadística las posibilidades de coincidir con Tiziano eran relativamente reducidas. Que levanten la mano los personajes de la mitología griega o romana que no se hayan ido a la cama con Zeus.
"Leda y el cisne" de Correggio quizá sea la obra que más escándalo haya causado en la historia del arte, a pesar del muy restringido círculo de personas que tuvieron acceso a ella en las diferentes etapas de su periplo vital. Porque las propias vicisitudes que sufrió el cuadro a lo largo del tiempo son casi tan apasionantes como el las cosas que narra Correggio en el lienzo. Bien es verdad que debió tener bastante difusión a través de grabados, copias y las descripciones que hicieron de ella aquellos afortunados que pudieron contemplarla. Y ese escándalo que suscitaba obedecía, en primer lugar, a que narraba un hecho pecaminoso. Aunque eso era lo de menos. En segundo lugar a que el tipo de sexo descrito, y ya vamos a lo mollar y nos situamos dentro de lo que se consideraba intolerable, entraba de lleno en lo que se consideran desviaciones sexuales. Nos referimos al bestialismo, al sexo entre hombres y animales. Pero lo más grave que hizo Correggio al retratar a Leda y contar su historia fué transgredir uno de los grandes tabúes de todos los tiempos, que aun hoy atenaza a muchos artistas: Reflejar el goce sexual de la mujer. Leda es una mujer que disfruta y lo sabemos porque se nos informa de ello de forma explícita. Hablando en plata, vemos la expresión de su rostro durante su orgasmo sin que nada se interponga entre nuestra mirada fisgona y su mirada ida. Demasiado para algunas mentes, incluso de estos tiempos.
"Isabel de Este" de Leonardo Da Vinci. Boceto para un retrato (Museo del Louvre, París)
"Los amores de Júpiter" fue un encargo que Federico II Gonzaga, primer Duque de Mantua, hizo a Antonio Allegri, pintor que ha pasado a los libros de historia por el topónimo de su lugar de nacimiento: Correggio. El de los Gonzaga era un linaje de condottieros, en ese reino de taifas que era la Italia recién salida de la Edad Media. Los condottieros eran señores de la guerra, generales de pequeños ejércitos que combatían por una soldada, dueños a veces de pequeños estados, a menudo circunscritos a una ciudad amurallada y su entorno, como en los tiempos de la Grecia clásica. Federico II Gonzaga era el perfecto príncipe del renacimiento, acostumbrado a portar las armas, pero amante de las letras y gran mecenas del arte. El gusto por la pintura la había heredado de su madre, Isabel de Este, que había servido de modelo para Leonardo Da Vinci. El ardor guerrero de su padre, Francisco II Gonzaga, Marqués de Mantua, gran militar y amigo personal del Emperador Carlos V, a quien sirvió con eficacia y lealtad y por tal hecho fue premiado con su confianza. Fue uno de los principales invitados a su coronación en Bolonia como emperador del Sacro Imperio Romano. Si el pintor Andrea Mantegna fue un protegido de su padre y Leonardo Da Vinci lo fue de su madre, el parnaso que logró reunir Federico II Gonzaga fue de mucho nivel, con artistas de la talla de Correggio, Tiziano y Giulio Romano. A este último le encargó la construcción de un palacio, en el que fue acogido Carlos V. Y tanto le gustó el trato que recibió, las fiestas con las que le agasajaron que decidió convertir el marquesado de Mantua a la categoría de ducado.
Palacio del Té, en Mantua
Giulio Romano había sido discípulo de Rafael. Había huído de Roma para refugiarse en Mantua tras el saqueo al que fue sometida la ciudad eterna por las tropas imperiales, entre cuyos generales estaba otro Gonzaga, Ferrante I, hermano menor de Federico. El palacio se construyó a las afueras de Mantua, extramuros de sus murallas, junto a las marismas del T, por lo que fue llamado Palacio del Té. Si su exterior era más o menos espectacular por su osada arquitectura, era su interior lo que más pasmo causaba, por los frescos de sus bóvedas, su mobiliario y los cuadros que adornaban sus paredes. Pensada como villa de recreo y para la celebración de fiestas, carecía de habitaciones para su uso como vivienda, tales como dormitorios. En 1630 el palacio fue completamente saqueado por tropas españolas en el contexto de la Guerra de los 30 Años, quedando abandonado, como una concha vacía a la deriva en el mar del olvido. Recientemente ha sido rehabilitado y convertido en galería para exposiciones, pero en tiempos de Federico II Gonzaga vivió una época de esplendor sin igual. Dos series pictóricas embellecían sus salones: La serie de los doces césares de Tiziano y la serie de los amores de Júpiter de Correggio, ambas creadas ex professo para el palacio. Las dos fueron regaladas a Carlos V relativamente pronto y heredadas por Felipe II a la muerte de aquel. La serie de Tiziano fue pasto de las llamas en el incendio del Alcázar Real de Madrid ocurrido en 1734. En cuanto a la serie de Correggio tuvo suerte dispar, teniendo cada cuadro que la componía su propio recorrido.
"Retrato de Federico II Gonzaga" de Tiziano (Museo del Prado)
Existe en el Prado un retrato de Federico II Gonzano de mano de Tiziano que permite hacernos una idea, al menos somera, de cómo era este señor. El cuadro fue adquirido por Felipe IV al Marqués de Leganés quien, a su vez, lo había comprado en al almoneda de Carlos I de Inglaterra. En el posa con mirada soñadora y gesto amable, con la mano izquierda apoyada en la espada, para indicar su estatus como líder de una milicia, pero con la diestra apoyada en un bichón maltés, un perro de compañía. Sorprende mucho la presencia de un perrito faldero en un retrato de aparato. Es habitual verlo, como otras mascotas, en retratos femeninos, pero en los de varones es poco común. Si acaso a los caballeros se les puede ver acompañados de sus perros de caza. La clave la encuentro en una guía del museo, en la que se puede leer que Tiziano probablemente lo pintó en un tiempo en que el Duque de Mantua buscaba pareja. Su fama de hombre disoluto inspiró en Tiziano la estrategia para desmentirla de retratarle como hombre amable y hogareño, capaz de empuñar la espada pero también de acariciar un perrillo adorable. En algún lugar he leído que el pintor tenía uno al que quería mucho, que siempre andaba enredando en su taller y al que gustaba incluir en sus obras, siempre que viniese a cuento. Supongo que es este mismo ya que no me imagino al duque posando de buena gana junto a un chucho. En todo caso el ardid surtió efecto porque no mucho después de ponerse en circulación el retrato el duque se casó con un excelente partido y pudo después colgarlo en su alcoba matrimonial como quien cuelga junto al trofeo de caza mayor capturado el arma con la que fue abatido. El perrillo le ofrece la patita para que se la coja su amo de pega. A ver quien no se enternece con eso.
La tradición historiográfica, ya convertida en lugar común, dice que la intolerancia imperante en España acabó por extirpar "Leda y el cisne" del suelo patrio, como si fuera un cuerpo extraño ante el que reaccionara violentamente su sistema inmunológico, que el pacato Felipe III se deshizo del cuadro porque su visión le ofendía profundamente. Sin embargo, y aquí viene lo curioso, antes de desprenderse de él ordenó a uno de sus pintores en nómina, Eugenio Cajés, que hiciera una copia, que le salió bastante aproximada al original. Casi un calco. Y yo me digo: Si tan pocas ganas tenía de seguir viéndolo, ¿por qué quiso quedarse con una fotocopia? A fuer de ser sinceros, se comportó de forma poco congruente con el tópico. El receptor del regalo fue el emperador Rodolfo II. Aquí hay que hacer un inciso, aportar algunos datos que quizás nos ayuden a entender un poco mejor las cosas. En la primera mitad del siglo XVII coincidieron los que quizás hayan sido los tres mayores coleccionistas de pintura de la historia: Felipe IV, Rodolfo II y Carlos I de Inglaterra. Si tenemos en cuenta que Rodolfo II se educó en España, de la que llegó a ser regente incluso, que lo hizo a la sombra de Felipe II, recorriendo las salas del Monasterio de El Escorial, del que llegó a convertirse en una sombra más como le pasó a su primo español, contagiándose un poco, quizá por emulación, quizás simplemente por genes, de su extraña manera de ser, retraída y melancólica, aficionándose al coleccionismo de pintura al ver tanas joyas pictóricas colgaban de las paredes de los reales sitios. Si tenemos en cuenta que fue durante su visita sorpresa a la corte de Madrid para pedir la mano de la Infanta María Teresa, la hija de Felipe IV, cuando se insufló en Carlos I la pasión por la pintura, después de ver la colección que atesoraba en sus palacios el que quería que fuera su suegro, varios miles de obras maestras en una colección sin paragón ni antes ni después -ni siquiera el Metropolitan de Nueva York de ahora mismito-. Si tenemos todo eso en cuenta bastaría con exagerar muy poco para concluir que el coleccionismo de pintura es un invento español. Pero lo importante que convine retener es que la colección que logró atesorar Rodolfo II se disgregó durante la Guerra de los 30 Años, con el saqueo sistemático al que se vieron sometidas por uno y otro bando las grandes capitales del imperio, sobre por los suecos, y en especial Praga, donde tenía su corte el emperador. La de Carlos I no sobrevivió a su muerte, disgregándose en su almoneda, en la que picotearon todos los grandes coleccionistas europeos, llevándose la parte del león el propio Felipe IV. La colección de este último se mantuvo más o menos cohesionada e incólume, incluso se acrecentó con algunos reyes que le sucedieron en el trono, hasta la irrupción en escena de las huestes napoleónicas, que se convirtieron en una verdadera plaga bíblica para el patrimonio artístico de los países que invadieron, en especial del español. Los restos de aquel naufragio son el núcleo duro de lo que hoy constituye el Museo del Prado y conformarán dentro de poco el futuro Museo de Colecciones Reales, que nacerá dentro de unos años siendo uno de los más ricos del planeta. Con Napoleón se perdió mucho, pero sobrevivió casi todo. Pero, a lo que vamos, ¿no sería coherente pensar que quizás Felipe III cedió ante la existencia de su tío Rodolfo II, desprendiéndose de un cuadro que quizá no era muy de su agrado por la insolente alegría y atrevimiento desplegados por Correggio en el lienzo, pero cuya valía comprendía? Dicen que Rodolfo II no paraba hasta lograr una pieza que codiciase especialmente, y Leda era mucha hembra, que tenía agentes desplegados por toda Europa rastreando y rapiñando obras maestras, que costaba decirle que no cuando solicitaba una compra. Tenía un imperio a su servicio, es decir, dinero, influencia y capacidad de coacción, para satisfacer su hobby. Uno empeñado en adquirir un cuadro y el otro no muy recio a desprenderse de él. Una copia y listo, para Praga que se fue Leda. El caso es que a buena parte de la historiografía, en especial al calor que desprende la Leyenda Negra, siempre le ha seducido mucho la imagen de una España rancia y tenebrosa, intolerante al sexo, incapaz de explicitar un diálogo sobre ese asunto, de verbalizarlo. Y no ya solo al nivel de la calle, sino también en sus líderes. Siempre han sido los demás, franceses, italianos, etc., los tolerantes, los abiertos de mente, los innovadores. Pues nada, si ellos lo dicen así habrá sido.
Puente de Carlos IV sobre el río Voltava en Praga
Rodolfo II llevó la Leda de Correggio a su Castillo de Praga, sede de la fabulosa colección de obras de arte que había logrado reunir. Allí permaneció uno tiempo, hasta justo el final de la Guerra de los 30 Años. La victoria de los tercios españoles sobre el ejército sueco en Nördlingen en 1634, lejos de suponer una ventaja de la que poder obtener réditos para los intereses españoles e imperiales, precipitó la entrada de Francia en la contienda en el bando protestante. Richelieu temía que tras la sonora victoria en tierras alemanas del Cardenal Infante, el hermano de Felipe IV, el ascenso del poderío español ya no tuviese freno. La guerra de desgaste que dio comienzo a partir de entonces supuso una lenta agonía para la corona española, que se veía incapaz de atender a todos los frentes. Cada vez escaseaban más los hombres y los dineros, algo de lo que contaba en abundancia el enemigo. En 1643, nueve años después de Nördlingen, los tercios españoles acabaron hincando la rodilla en la Batalla de Rocroi. Fue su primera derrota en un siglo y medio. Pero España no tenía la capacidad de Francia para rehacerse de una debacle. Los hombres que cayeron muertos, heridos o prisioneros en la batalla no tenían recambio en un país exhausto tras tantos años de aventuras bélicas. Bohemia y, dentro de ella, Praga, quedó a merced de los ejércitos franceses y suecos.
Una columna comandada por el general Konigsmark, un militar alemán enrolado en el ejército sueco, alcanzó Praga en 1948. Logró tomar, no sin dificultad, cuatro sangrientos asaltos fueron necesarios para ello, el barrio viejo de al ciudad, separado de la zona más moderna por el río Voltava. En la ribera que estaba en su poder se asentaba el castillo imperial de Rodolfo II. De poder apoderarse también del resto de Praga le separaba tan solo el puente de Carlos IV. Era cuestión de tiempo, aunque los primeros intentos de cruzar el puente fueron frenados por las tropas imperiales. Esta dramática situación indujo a los austriacos a firmar una paz con Francia y Suecia a toda velocidad, dejando a España en la estacada. Praga y Bohemia eran demasiado valiosas para dejar que cayeran en manos del enemigo. Así que la capital del imperio se salvó por los pelos, aunque no el tesoro del castillo. Konigsmark alivió su frustración saqueándolo sistemáticamente. 5 grandes barcazas, nos dice Juan Antonio Gaya Nuño, descendieron por el Elba hasta Estocolmo colmadas de maravillas. Y no sé si puede considerarse un botín más o menos fabuloso que el que colmaba los 900 vagones del tren de caballos que transportaba el equipaje del Rey José Bonaparte en 1812. Entre lo incautado por Konigsmark estaba el Codex Argenteus, la conocida como Biblia de Plata, un manuscrito del siglo VI de incalculable valor y que era la niña de sus ojos del emperador Rodolfo II, una de las piezas más codiciadas de su colección. También viajaron en las barcazas la Leda de Correggio y los cuatro Dureros del Prado, aunque la de éstos últimos es otra historia que quizá cuente en otro momento. El Codex Argenteus aun forma parte del tesoro real sueco, pero a "Leda y el cisne" aun le quedaba mucho viaje por delante.
La Reina Cristina de Suecia sucedió a su padre, el gran Gustavo Adolfo de Suecia, el gran artífice de la creación de un ejército invencible -hasta Nördlingen-, tras su muerte, aun en plena Guerra de los 30 Años, aunque no fue coronada hasta años después de firmarse la paz. Tampoco le duró mucho su reinado porque tuvo que abdicar de la corona y exiliarse al extranjero tras abjurar de la fe protestante. Dicen que fueron los ojazos negros del embajador español los que la embrujaron y la hicieron abrazar el catolicismo. Lo decía entre otros Rouben Mamoulian en su biopic "La reina Cristina de Suecia" en la que dirigió a la inmortal Greta Garbo, que interpretaba el papel de la monarca escandinava, siendo John Gilbert su amante Antonio. La reina depuesta partió al exilio llevando en su equipaje los trofeos de toda una década de saqueos realizados por parte de la infantería sueca por media Europa, con lo incautado en el castillo de Praga como principal botín. El rey Felipe IV quiso convencerla de que se viniese a vivir a España, pero acabó eligiendo Roma como residencia definitiva. En la ciudad papal acabó creando su propia corte en el Palacio Riario, que eligió como sede, y cuyo esplendor algunos comparaban con el de la corte de Luis XIV. A su ya magnífica colección de pintura añadió otra de esculturas, esta obtenida por sus propio esfuerzo comprador. Invertía lo que el estado sueco le pegaba de pensión, que no era moco de pavo, en vivir opulentamente, en adquirir lo mejor que salía al mercado y en mantener un nutrido séquito de artistas de todas las artes, incluida la poesía y la música. Aunque muy amiga del bando español tuvo devaneos con el francés y no dudó en ponerse de parte de la causa independentista genovesa, a la que llegó a financiar en su intento de desligarse de la corona española. Aquella aventura le salió mal y desde entonces evitó entrometerse más en la guerra política establecida entre franceses y españoles y que se libraba en todos los frentes diplomáticos, muy especialmente y de forma harto encarnizada en los despachos de la santa sede. A su intento de volverse a congraciar con España muy posiblemente debamos los Dureros del Prado. Tras más de dos décadas de estancia casi ininterrumpidas en Roma llegó a atesorar una colección de arte envidiable que, a su muerte en las postrimerías del siglo XVIII, heredó su gran amigo, principal consejero y confidente el cardenal Decio Azzolino. Poco tiempo tuvo sin embargo el prelado para disfrutar del legado pues murió a las pocas semanas de hacerlo su amiga. ¿Mal de amores? No faltó quien quiso ver en esta relación algo más allá de lo estrictamente decoroso estando involucrado en ella un ministro de la Iglesia.
La colección fue comprada por un montante discreto -123 mil ducados- al heredero del cardenal, Pompeo Azzolino, un hombre sin los recursos económicos necesarios para poder hacerse cargo del legado, por Livio Odescalchi, un advenedizo recién llegado a Roma con el único objetivo de medrar. Lo había hecho con apenas 18 años de edad, cargado con una insolente juventud, muchos posibles -pertenecía a una familia rica-, una enorme ambición y, al menos eso parecía al principio, con una inmensa suerte. Al poco de arribar a la ciudad eterna se convirtió en el sobrino del papa. Pero Inocencio XII quería mantener su credibilidad intacta y no quiso ni oír hablar de nombrarlo cardenal, como era su deseo, ya que no quería que le acusaran de nepotismo. Livio se quedó sin su capelo cardenalicio. Su ascensión hubo de ser más lenta, penosa y menos exitosa de lo que hubiera querido. No logró incrementar la colección, salvo con algunas piezas de carácter menor, pero al menos supo mantenerla más o menos cohesionada durante el tiempo que vivió. A su muerte sus herederos la vendieron en dos grandes lotes: La escultura fue adquirida por Felipe V y Isabel de Farnesio, los primeros reyes borbones españoles, y la pintura por el titular del ducado de Orleans. Me tiro de los pelos cuando lo pienso. Ojalá hubiera sido justo al revés. Y no es que desdeñe lo que se pudo adquirir, pero ¿cuántas maravillas no habrían llegado al Prado, o retornado, si los reyes hubieran preferido cuadros a estatuas? Y aun teniendo en cuenta el tamiz de la invasión napoleónica. Quizás entonces Leda hubiera podido volver de su exilio para siempre. Cierto que el Prado debe su colección escultórica básicamente a esta compra, pero no deja de ser una colección relativamente mediocre que palidece ante la pictórica.
Palais Royal de París, en la rue Saint-Honoré, sede de la Colección Orleans
Felipe II de Orleans, apodado como el regente, asumió las riendas de Francia durante la minoría de edad de Luis XV. Llegó a formar a partir de la antigua colección de la Reina Cristina de Suecia la que está considerada como la mayor colección privada de pintura de la historia europea, sin contar las casas reales. Es la conocida como Colección Orleans, que acabó disgregándose durante la Revolución Francesa. Se exhibía en el Palais Royal de París. Leda visitaba su quinta gran capital europea tras salir de Mantua. Heredó el título de duque y las riquezas que comportaba Luis I de Orleans, llamado no sin razón el piadoso. Por considerar "Leda y el cisne" un cuadro lleno de impudicia y lascivia mandó que fuera roto en cuatro pedazos y que estos fueran arrojados al fuego. El encargado de ejecutar la sentencia de muerte fue Charles-Antoine Coypel, pintor de cámara del duque, director de la galería del Palais Royal y que luego sería el favorito del rey Luis XV. Se apiadó el verdugo del reo y solo ejecutó la mitad de la sentencia: partió el cuadro en cuatro trozos, tal como le habían ordenado, pero lo indultó de ser entregado a las llamas como si fuese un hereje. Luego lo recompuso como pudo, volvió a pintar la cabeza de Leda en la escena central, que había sido la parte más dañada, y lo guardó para sí. El resultado de la restauración es la que se puede ver hoy día en la Gemäldegalerie de Berlín. La cara de Leda desentona con el resto, y no sólo porque se note que es un repinte de otro autor, porque no se ve en ella ni rastro de la mano de Correggio, sino porque en el original era el centro de gravedad del cuadro desde el punto de vista geográfico y emocional.
Pero, ¿qué era lo que tanto enfurecía a Luis I de Orleans en el primoroso lienzo de Correggio? De Leda nos dice Hesiodo que tenía bucles hermosos, semejantes a los resplandores de la Luna. Y Homero que tenía hermosos tobillos. Era bella por tanto de pies a cabeza. Me ha sorprendido mucho averiguar, porque estaba convencido de lo contrario, que no es Ovidio la fuente principal para que conozcamos el mito de Leda. Apenas es mencionada de pasada en unos pocos versos de "Metamorfosis", concretamente en las estrofas en las que el poeta latino narra la historia de Aracne, su disputa con Minerva y la ira que provocó en la diosa cuando le mostró el tapiz que había bordado usando como tema para el dibujo las muchas infidelidades de su padre, Júpiter, a su madre Juno, entre ellas la cometida con Leda. Eurípides en su drama "Helena" nos ofrece el mejor resumen del mito: Júpiter habría accedido al lecho de Leda disfrazado de cisne, fingiendo huir del ataque de un águila. Así habría provocado la admiración de la joven al elegir un animal tan bello, al tiempo que habría excitado su ternura y su instinto maternal al buscar cobijo y protección en su regazo. Desde luego, se trata de un ardid muy ingenioso. Pero es Apolodoro de Atenas quien más información aporta sobre la muchacha en su "Biblioteca mitológica". Leda descendía de un linaje en el que me mezclaban mortales, ninfas y dioses. Era asimismo hija de Testio, rey de Etolia, y esposa de Tindáreo, rey de Esparta. Debió verla Júpiter un día bañándose en el río Eurotas y encapricharse con su belleza. Lo tremendo es que después de copular con ella, Leda tuvo el cuajo de acostarse aquella misma noche con su marido, por lo que de resultas de aquella jornada puso dos huevos, de cada uno de los cuales tras ser convenientemente empollados nacieron una pareja de gemelos. De la unión con Júpiter engendró a Helena de Troya y Pólux, de naturaleza semidivina. De la unión con Tindáreo surgieron Clitemnestra y Cástor. Helena no necesita mucha presentación, es el motor de la acción en la Iliada de Homero. Quien precipita la guerra y el drama. Clitemnestra es un personaje clave de la literatura griega. Esposa de Agamenón, el hermano del cornudo Menelao, es protagonista de muchas de las tragedias del triunvirato de autores teatrales clásicos por excelencia, ese que nos sale casi de carrerilla por haberlo aprendido de muy chicos en la escuela. Hablo, claro está, de Sófocles, Eurípides y Esquilo. En cuanto a Cástor y Pólux, denominados conjuntamente como los dioscuros, participan en muchas de las aventuras más célebres de la mitología greco-romana, como la caza del jabalí Calidón o los viajes de la nave Argo, base de la obra literaria "Jasón y los argonáutas", por citar solo un par de ellas. En otras palabras, el desliz de Leda trajo cola y ha nutrido de inspiración durante siglos al arte en casi todas sus disciplinas.
El relato de Correggio es de una aparente ingenuidad que raya lo naïf. Está hecho eligiendo el lenguaje del comic, con tres viñetas que describen momentos cronológicos diferentes. La primera de ellas es la de en medio, donde vemos a Leda desvistiéndose para poder bañarse en el río, labor en la que es ayudada por dos doncellas. Justo cuando empieza a airear sus carnes un ave la sobrevuela con un gesto displicente e insolente. El cisne estira el cuello como haciéndose el interesante, como que no se ha percatado de la desnudez de Leda y pasa por allí por casualidad. Ella alza la mirada para recrearse con su vuelo mientras una sonrisa pícara aflora a sus labios. En la segunda viñeta, situada a la derecha del cuadro, vemos como el cisne se acerca a leda mientras se baña, y esta antepone sus manos para tratar de apartarlo. Un gesto que no se sabe si interpretar como el clásico no que convierte un acto sexual en una violación, o como un gesto de falso pudor que el que leda trata de hacer más excitante el juego amoroso. "Las mujeres cuando dicen no quieren decir sí", dice el tópico machista.
Es la tercera viñeta, la que está en el centro del cuadro, es la que muy probablemente suscitara las iras de Luis I de Orleans. Leda está recostada sobre unas piedras a la sombra de lo que parece un enorme roble, me dice mi formación como ingeniero de montes, y tiene al cisne sobre su regazo. La imagen no ofrece dudas si se observa con detenimiento. Estamos asistiendo a una cópula, al momento justamente posterior al éxtasis de la mujer. Ésta afloja las rodillas y esto hace que el ave pierda sujeción, que parece que patalea en el aire para buscar un punto de apoyo con el que volver a trepar al regazo de la mujer y continuar el lance amoroso. Extiende el pico para besar a su amante y a pesar de estirar el cuello no alcanza sus labios. Probablemente hace un momento, antes de aflojar Leda el cuerpo, tuviera su boca mucho más a tiro. Pero lo peor para Luis I debió de ser el rostro de Leda. Nunca antes se había atrevido nadie a retratar un rostro femenino en pleno orgasmo. Ni siquiera es frecuente verlo hoy en día en la pantalla de una sala de cine, en una fotografía o un comic. Normal que fuese la zona del lienzo donde se concentraran más sus iras. Algunas versiones del atentado que sufrió el cuadro señalan al propio duque como su ejecutor, siendo el arma homicida un cuchillo. Y si lo califico como homicidio creo que no me excedo, porque lo que hizo Luis I fue asesinar una obra maestra al extirparle su corazón, su razón de ser, su centro neurálgico.
Palacio de Sanssouci en Postdam, Prusia
Los herederos del pintor Coypel vendieron la Leda de Correggio a Federico el Grande de Prusia. E hicieron bien, visto lo visto y lo que luego se contará, en alejarla todo lo posible de Francia. El líder prusiano llevó el cuadro a su galería del Palacio de Sanssouci, en Postdam, su residencia preferida. San souci es una expresión francesa que significa literalmente "sin preocupaciones". Allí vivió plácidamente Leda hasta octubre de 1806, cuando tuvo lugar la Batalla de Jena. Tras derrotar al ejército prusiano, Napoléon se convirtió en el dueño del país. Muy ceremonioso él, fue a Sanssouci a presentar sus respetos al ya fallecido monarca ante su tumba. Les dijo a sus generales, perfectamente alineados y en posición de firmes mientras se hacía la ceremonia: "Si Federico el grande siguiera dirigiendo a los prusianos jamás habría sido capaz de derrotarlos". Emocionante y enternecedor, esa falsa modestia, el tributo al que ya no está, a un rival al que se le reconoce su grandeza. Todo fenomenal, pero después de decir esto le incautó su bien más preciado: su colección de pintura. Debió pensar que cómo el palacio tenía un nombre francés todo lo que allí había era indiscutiblemente de su propiedad, como titular que era de la corona francesa.
Napoleón se llevó a Paris la Leda de Correggio y el resto de la colección de Federico el Grande. Allí vivió bordeando nuevamente el peligro por segunda vez, hasta que en 1814 la Grande Armée fue definitivamente derrotada en la batalla por la defensa de capital de Francia y el tesoro prusiano incautado previamente por Napoleón totalmente restituido. Ojalá Fernando VII hubiera tomado nota. Desde 1830 la Leda de Correggio es uno de los principales reclamos de la Gemäldegalerie de Berlín, aunque carezca de su sonrisa. ¿Se imagina alguien que sería de la Gioconda sin la suya? Esa sonrisa que ha dado tanto que hablar y de la que se ha escrito tanto. Cierto que la de la Mona Lisa es enigmática, que se adivina que es mucho lo que esconde, mientras que la de Leda sabemos perfectamente a qué obedece, pero a mí me resulta mucho más seductora y fascinante, despierta mucho más mi curiosidad. Hay detrás de esa sonrisa mucha experiencia acumulada aun en plena juventud, esto es, mucho sexo y mucho mundo: El Palacio del Té en Mantua; El Alcázar Real de Madrid; El Palacio de Drottningholm en Estocolmo; El Castillo de Praga; El Royal Palais de París; El El Palacio Sanssouici de Postdam; El Palacio del Louvre en París; La Gemäldegalerie de Berlín. ¿Donde no habrán estado esta muchacha y su cisne?
"Leda col cigno", ¿de Cesare da Sesto?. Copia de Leonardo da Vinci (Galeria Borghese, Roma)
Correggio se inscribe dentro de la corriente artística denominada Manierismo, aparecida en la fase final del Renacimiento, caracterizada por intentar reproducir los modos y maneras de los grandes pintores de este movimiento artístico, esto es, de Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci y Rafael Sanzio. Es una corriente imitativa que en principio se limita a repetir fórmulas, a exagerarlas, primando la apariencia en las formas sobre la reflexión y la innovación. El Manierismo, crear a la maniera de los grandes maestros, es al Renacimiento lo que el Rococó al Barroco, puro artificio. Por eso en ambos las formas tienden a recargarse sin ninguna finalidad concreta, de forma injustificada. El arabesco triunfa sobre la pureza de las formas. En pintura el escorzo pasa a ser un recurso habitual del que se abusa. Lo vemos en la posición del cuerpo de la Leda central del cuadro de Correggio. Eso no quiere decir que no haya maestría también en los manieristas, incluso intención intelectual, un discurso coherente, que hasta puede considerarse propio en algunos sentidos. Aunque han sido casi siempre minusvalorados por la crítica y la historiografía del arte, considerándose un movimiento extravagante, decadente y degenerativo. Sea cual sea su auténtica valía, si es que ésta es posible de determinar de una forma libre de prejuicios, está claro que es en el terreno del erotismo donde más ha dado de sí el Manierismo. La pintura de Correggio es elegante, afectada aunque refinada, llena de gracia aunque sea artificiosa. Cuesta no sonreír al ver sus obras, y no ya por su intencionalidad y sensualidad, sino por la ingenuidad con que la trata lo que para algunos es pura depravación. Ingenuidad seguramente impostada.
El mito de Leda había sido abordado por los grandes de la pintura del Renacimiento antes que lo hiciera Correggio. Muy probablemente a ello se debiera su interés por él. Así, Leonardo Da Vinci lo habría intentado reiteradamente, existiendo diversos bocetos a carboncillo y copias de seguidores, discípulos y ayudantes de taller de una Leda que se cree perdida, que heredó a su muerte su amante predilecto Salai. Todas las versiones de la historia que se creyeron autógrafas de Leonardo han resultado ser de otros autores, aunque nos dan una idea muy aproximada de como debió de ser esa obra extraviada en el laberinto del tiempo. La que por más tiempo se creyó auténtica de Da Vinci, la última en ser desenmascarada, y hoy se atribuye a su discípulo Cesare da Sesto, es la que se expone en la Galería Borghese de Roma y ni siquiera es una copia del original. Nos muestra a una joven acosada por los requerimientos de un cisne gigante, aunque sin repudiarlo del todo. Éste trata de acercar su pico a la cara de ella y ella aparta la cabeza en un gesto que vuelve a ser ese que algunos querrán interpretar como un sí embozado de no en el juego amoroso. Vamos, que Leda sería una calienta patos. Dándole rienda suelta a la simbología freudiana, podríamos interpretar el cuello del cisne como un símbolo fálico, un pene que trata de enderezarse para la cópula ayudado por las manipulaciones de Leda, que tiene ambas manos estratégicamente situadas para favorecer la erección. El cuerpo de la mujer, en contrapposto, dibuja una espiral desde los pies a la cabeza en un movimiento mudo muy sugerente. A sus pies vemos un cascarón roto y dos niños que sin duda deben ser Cástor y Pólux, los dioscuros. Si esta obra de Da Vinci es tildada de erótica, y lo ha sido, la Leda de Correggio no cabe otra que calificarla como pornográfica.
Menos leonardesca en cuanto a su estilo, aunque más próxima al original en cuanto a su composición, es la copia que se atribuye a Francesco Melzi y que se conserva en la Galería de los Oficios de Florencia. A los pie de Leda vemos dos pares de gemelos emergiendo de sendos huevos. Para algunos autores esta versión más cercana al original perdido sería una alegoría de la fertilidad de Florencia. Leda representaría a la ciudad cuya numerosa y poderosa prole es causa directa de la actividad de Ludovico el Moro, el tirano del momento, que, como indicaba su apodo, tenía la piel oscura, y por eso el cisne pintado por da Vinci tendría el plumaje oscuro. En el dibujo realizado por Rafal Sanzio que se conserva en el Castillo de Windsor y que se cree copia directa del original de Da Vinci, el cisne mira directamente a los ojos de Leda sin volver el cabeza, siendo la conexión entre ambos personajes mayor que en las obras de Melzi y Da Sesto.
"Leda y el cisne", dibujo de rafael Sanzio. Se supone copia de la "Leda col signo" original perdida de Leonardo da Vinci (Real Librería del Castillo de Windsor)
"Leda col cigno". Copia atribuida a Francesco Melzi de un original de Leonardo Da Vinci (Galería de los Oficios, Florencia)
La leda de Miguel Ángel obedece a un encargo de Alfonso I de Este, Duque de Ferrara. El hermano de Isabel de Este, que ya hemos dicho que era madre de Fernando Gonzaga, quien encargó los "Amores de Júpiter" a Correggio. Pero no nos liemos tampoco, perdón si parece un galimatías. Lo único que quiero indicar con el dato es que en cuestiones de arte a veces parece que todo queda en familia, que todo está interconectado. Cuenta la leyenda que el duque mandó un mensajero al taller de Miguel Ángel a recoger la obra, y que éste habría comentado para enfado del pintor: "Es poca cosa". Por ello se habría negado a entregar el cuadro prefiriendo reglárselo a su discípulo Antonio Mini, quien se lo acabó vendiendo a la corona francesa. Dicen también que Antonio Mini sirvió a Miguel Ángel como modelo en la obra y, como entiendo que no se refieren al ánade, tal vez eso explique su Leda un tanto hombruna, musculosa, que acoge al cisne en su regazo abrazándolo con sus muslos de atleta. Júpiter le da un pico a la muchacha, nunca mejor dicho, mientras la fecunda. Se trata de una cópula muy humana, si se me permite la expresión, antropomórfica, más que la de la obra de Correggio. En la Leda de Miguel Ángel se nota que hay un ser con físico humano, aunque dios, detrás del disfraz de ave, y que la muchacha lo intuye.
De la Leda de Miguel Ángel se perdió el rastro mientras formaba parte del tesoro francés. La Leda de Leonardo fue disfrutada en sus aposentos privados por Francisco I, su protector, mientras el pintor estuvo vivo, al igual que la Gioconda. Sin embargo, el rey de Francia autorizó a Leonardo a legar en testamento estas obras a quien quisiera. Y este no fue otro que su predilecto, el incorregible Salai, quien tantos quebraderos de cabeza le causara. Siempre se ama más a quien más te hace sufrir. ¿Siempre? No sé, en el caso de Leonardo fue así. El caso es que Francisco I se vio en la tesitura de tener que volver a comprar unos cuadros que ya habían sido suyos de facto, y le costaron no poco, sobre todo la Mona Lisa. El final de la historia es que la "Leda y el cisne" de Miguel Ángel fue destruida por ser considerada indecorosa mientras adornaba el Palacio de Fontainebleau.
"Leda y el cisne", de Miguel Ángel Nounarroti. Copia anónima (National Gallery, Londres)
Así que el factor en común de las tres grandes Ledas del Renacimiento es que fueron agredidas mientras eran custodiadas por a la corona francesa, siendo dos de ellas destruidas y la tercera seriamente mutilada. Unos crían la fama y otros cardan la lana. El estereotipo de la corte francesa es la de un ámbito muy abierto a lo sexual, a lo erótico. Nos hemos hartado de verla retratada en películas y novelas como un lugar excitante, picante, divertidamente transgresor. Quiá. Mientras que la corte española, insiste el estereotipo, es un lugar repleto de pazguatos ignorantes, de tenebrosos integristas religiosos azuzados por la lúgubre y fanática inquisición. Algo habrá de cierto en los tópicos. Siempre lo hay. Pero lo cierto es que de las tres Ledas originales solo nos queda una, y que para saber cómo era realmente la superviviente hay que venir a Madrid, al Prado, y contemplar la magnífica réplica de Eugenio Cajés. Eso sí, cuando está expuesta, que es de Pascuas a Ramos. Bueno, ni siquiera eso, porque esa posibilidad significaría que se puede contemplar dos veces al año. Mucho sería. a veces se la puede ver en alguna exposición temporal, aunque yo no recuerdo ninguna en mis muchos años de asiduo al museo. Normalmente suele engrosar los abarrotados almacenes de los sótanos, como si al Prado le diera apuro exhibir la impudicia de Leda. Si ya digo que algo de verdad hay siempre en los lugares comunes. Sea como sea, lo que es indiscutible es que para ver el rostro femenino más atrevido de la historia de la pintura hay que venirse a la pacata y muy provinciana Madrid. Si no se ve una clara moraleja en lo que acabo de relatar es que mis dotes como narrador son muy escasas, porque a mí me parce evidente.
"Leda y el cisne" copia de Eugenio Cajés del original de Corregio (Museo del Prado)