miércoles, 18 de junio de 2014
El Fútbol y sus aledaños (160) - Velando armas
Velando armas
"La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo...".
No, no soy un lector compulsivo del Quijote. Lo leí una vez solo, obligado y en la escuela, como casi todos, aunque siempre adore la narración y haya sido un fiel consumidor de la misma a lo largo de los años en todos los formatos imaginables, y alguno incluso que no, menos el literario, que requiere atención máxima al estar escrito en un Castellano arcaico en el que apenas hago pie. Ojalá Pérez Reverte no hubiera malogrado sus novelas sobre el Capitán Alatriste recurriendo al artificio de imitar el soniquete de los escritores del Siglo de oro. Sin embargo, el arranque de capítulo que antes extracto, tal cual lo escribió Cervantes, sin adaptaciones a la rabiosa actualidad -que ya sabemos que caduca cada pocos años y el Quijote es una obra muchas veces centenaria- ni dibujines ilustrativos, siempre me fascinó. Tras una noche llena de dudas y tormento, aquella en la que vela armas, el caballero apura la mañana desde su inicio para enfrentar su aventura. El alba tiene la cualidad de ofrecernos lo mismo de todos los días pero como si nos lo diera totalmente renovado. Quien haya visto amanecer alguna vez, desde el comienzo, desde el instante mismo en que se apagan las primera estrellas en el cielo nocturno, sabe de la sensación de limpieza absoluta, de catársis completa, de borrón y cuenta nueva, de renacimiento que trae el sol cuando al fin se asoma. Ver amanecer es como renovarse enteramente para ser otro, para ser el quien se es siempre pero desde un nuevo comienzo, sea lo que sea lo que esta frase signifique.
¿Será hoy La Roja, la Furia Española, la misma de siempre u otra distinta? ¿La veremos renovada? Así, a bote pronto, cabe decir que mejor sería que mutase completamente para ser completamente otra, que necesitamos otro formato de selección radicalmente distinto del que vimos ante Holanda. Eso sería en principio lo aparentemente cabal, pero es que hay que recordar, lo hemos olvidado en apenas 90 minutos, que antes que este desastroso partido, nuestro equipo llevaba 6 años seguidos enseñoreándose en Europa y el mundo. Con lo que se ha llevado Del Bosque a Brasil no imagino a La Roja gallarda y alborozada, también es verdad. Mucho menos reventando de gozo por las cinchas del caballo. Pusimos a Diego Costa, puro potro percherón, a arar el área contraria rodeado de agrimensores y topógrafos del fútbol en vez de labriegos, lo arropamos de un ejército de ingenieros en vez de jornaleros, y por donde abrió surco apenas germinó nada. Un penalti que no lo fue realmente la exigua cosecha. Todo lo demás que hubo de valor fueron las triangulaciones con sus teodolitos de los de siempre -Iniesta, Silva y los dos Xab(v)is-. El mapa del partido salió borroso y, lo que es peor, en vez de trigo creció esparto, para espanto del jardinero del Barça.
He de reconocer que yo si me siento renovado como seguidor de la selección. Tras años con el ánimo renqueante y con ganas escasas de ver sus partidos, hoy me sentaré entre amigos a desear que gane, que resucite, que mute en mariposa el renqueante gusano que la semana pasada arrastraba el vientre por el césped. Como le dije a alguien el otro día en Twitter, deserté a medias de la selección cuando empezaron a llegar los triunfos y pido mi readmisión justo cuando parce que se acaban. ¡Soy un completo gilipollas! Peor aun, un desagradecido y una víctima propiciatoria de las neuras colectivas, a las que no pocas veces me he apuntado para poder sentir el calor del grupo cuando opinaba. Ni el Barça secuestró a la selección -no pudo, aunque lo intentase- ni tiene sentido echarle la culpa del desapego a la sintáxis. La proliferación de la fórmula "en este país" hace un par de décadas para suprimir el vocablo España del debate político no nos hizo solicitar pasaporte en otro estado o empezar a votar a opciones separatistas en las elecciones. Al menos yo no lo hice. La primera Roja que conocimos fue en realidad Dinamarca, no Chile, pero tampoco creo que ni unos ni otros se sientan dueños del copyright de esa cromática. Aun es tiempo de retornar al origen. Desde luego esta España contra la pared, roja por desangrada, si que se parece a la de siempre. Es más, cabe imaginar un escenario alternativo, una distopía, en la que en estos 6 años no se hubiera ganado nada. Habría sonado tan pueril como entonces, en los tiempos de sequía, como cuando la Quinta del Buitre, por poner un ejemplo, aunque significativo, hablar de la enorme calidad de los nuestros al enfrentarla con la realidad de una pronta vuelta a casa. En resumidas cuentas, renovada o no la selección o los que somos sus seguidores, lo que si brota de nuevo de cepa para reproducir la misma silueta triste de presente de siempre son las circunstancias. Imagino que estamos más cómodos buscando culpables a las derrotas que ensalzando vencedores. En Twitter por descontado, que ni las alegrías logran aplacar su celo castigador de las culpas.
Ayer debió ser un día largo para Casillas y Del Bosque. Puede que sea poco generoso, pero no siento lástima alguna por el segundo en estas sus horas más bajas. Ha llegado donde ningún otro antes, ni siquiera Luis Aragonés, que le escribió el prólogo a su novela y le dio el croquis del mapa del tesoro. A él te toca ahora tal vez escribir el epílogo, dar por concluida la relación de las aventuras del ingenioso hidalgo, pero lo habrá hecho siendo fiel a sí mismo. Equivocado o no - si me preguntan mi parecer, yo creo que completamente errado-, optó por una cierta ética en la que se sentía más cómodo, la de primar a quienes le llevaron a la gloria -el amiguismo como lo llaman algunos-, sobre quienes más méritos evidenciaban para estar en el mundial -esa palabreja torva llamada meritocracia, que quienes más usan apenas aplican en sus análisis y opiniones-. No me imagino a Del Bosque atormentado por los remordimientos en el momento que tenga que hacer las maletas en el hotel para volverse a Salamanca. Tampoco creo que deba estarlo. Hay mucha lírica en eso de caminar la corta pero amarga distancia que hay hasta la derrota con quienes consideras los tuyos. Bastante más por supuesto que en recorrer la senda de la victoria con aquellos con quienes no te une gran cosa. El pecado de Del Bosque ha sido confundir la selección con su propio equipo, pero al fin y al cabo eso es lo que hacemos todos, que tenemos escondido un seleccionador detrás de la fidelidad a La Roja o ese desdén que, las más d las veces, es puro postureo. Huérfano voluntario, en parte al menos, del que fue su club durante toda su vida deportiva, sustituyó el Real Madrid por la selección y la convirtió en su vivienda habitual. Se convirtió en la ama de llaves de la mansión, en la señora Danvers de la Mandeley federativa y ya no hubo refugio en ella para quien no considerase de los suyos. Como esa dulce Rebeca llamada Carvajal. Aquel credo de preferir a los que son uno di noi que tanto gusta justamente a quienes le reprochan que lo musite por lo bajini cuando confecciona las convocatorias. Paradojas de la vida y de lo inconsistente de algunos argumentarios. Nada irrita más que advertir en los adversarios nuestros propios errores.
Durante el día previo, en la víspera, no existe aun ni la victoria ni la derrota, las armas descansan en un rincón en espera de ser usadas, todo es ansia de futuro, de que el desenlace nos sea revelado, de que la pelota comience a rodar porque la quietud de las cosas, la laxitud del tiempo, ese después que nunca llega, agrede y mortifica como la mordedura de una alimaña que envenena el ánimo. El día antes el reloj es un reo encarcelado en una jaula diminuta, un preso sin apenas espacio vital, un trasunto de Nelson Mandela obligado a recorrer una y otra vez los mismos minutos, que se repiten una y otra vez, de pared a pared de la celda, en los pocos pasos que las manecillas tardan en recorrer la exigua distancia. Nadie tiene por qué explicarnos a los madridistas como son los días previos porque hemos vivido muchos, y no hace mucho el último, ese jueves que fue el preludio al gozoso drama de Lisboa. Dicen que el jilguero llegará a añorar su jaula si logra escapar de ella, que echara en falta durante su libertad el refugio que supone la costumbre, el saber domadas las horas y libres de todos los afanes. Y algo debe haber de eso porque la fuerza de la costumbre ha hecho amar al madridista la agonía de los días previos a esos lances que parece que van a significarlo todo, que van a ordenarlo y explicarlo todo, y odiar aquellos conflictos en los que no es parte interesada, aquellas finales en que su equipo no es uno de los contendientes. Nada tan triste como una gran final en que uno de los dos equipos no viste enteramente de blanco. Incluso si se trata de un torneo de selecciones. El Real Madrid es una nación sin fronteras en el mapa porque abarca todo el orbe y porque el ánimo no sabe de aduanas y se declara libre de tener que declarar cuando viaja hacia la gloria. El madridismo es un jilguero que vuela alto y vuela lejos pero que siempre añora la cárcel de los días previos. Ojalá lo fuera también España.
No, no es una buena idea equiparar a la selección o cualquiera de sus integrantes con el caballero de la triste figura, siquiera utilizando ese extracto tan bonito con precede a este escrito, porque fue salir de la venta el manchego y ya no parar de recibir golpes, cuchilladas y descalabros. Confundir chilenos con gigantes parece desde hace unos días la norma. Alexis Sánchez, que tantas veces ha sido el chiste del día para los madridistas de Twitter, hay quien ahora se empeña en contemplarlo desde abajo, como si una de sus aspas fuera a lanzarnos por tierra al tratar de acercarnos. Se diría que los chilenos nos han robado la confianza, la esperanza y hasta el apodo. Ahora parece otro bien distinto, pero Del Bosque también fue en su día enjuto de carnes, alto y desgarbado. De figura que daba escasa sombra, apenas llenaba el calzón y la camiseta que portaba. Poco dado a reflexionar en extenso antes de lanzarse a la carga sobre es rocín flaco que eran sus largas piernas, no fueron pocos los conflictos en que se vio inmerso por su mal pront,o aunque ahora gaste cierta aura de comedimiento. No, no puede darme pena Del Bosque porque como ex-madridista que es está acostumbrado a la cárcel de los días previos. Bien mirado, tal vez hoy nos haga más falta la locura del hidalgo que la compostura del tiqui-taca, confundir los rebaños de ovejas con ejércitos armados, no dar tregua nunca al enemigo, sobre todo si bala, arremeter contra los molinos de viento por la mera cuestión de la honra, aunque acabemos mal. Que nos quiten lo bailado cuando haya que enterrarnos, al manchego sus hazañas, a La Roja estos 6 años de triunfos. Y nada de especular con quien pudiera ser Sancho Panza en este enredo ni de tratar de desterrarlo a una ínsula Barataria con su Dulcinea. Ese cuento para otro día.
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