Sin perdón
He de confesar que me costó mucho superar mis reticencias hacia esta película, que tardé en juzgarla con algo de honestidad, sin rencor alguno, únicamente por lo que me decía directamente y no por lo que me contaban que le decía a los demás y que tan poco me gustaba cuando lo escuchaba. Considerada como una fábula moral, una de tantas de las que nos ha regalado el género del western, con arquetipos y planteamientos cómodamente maniqueos - el héroe y el canalla enfrentados al final del trayecto, el bien y el mal separados con bisturí con la precisión de un cirujano-, me resistía a aceptar la moraleja que una y otra vez me explicaban que contenía esta parábola cuyo comienzo recuerda a las que leemos en la Biblia. La solitaria casa, cuyas reducidas dimensiones contrastan con la inmensidad del territorio vacío en el que se inserta, la cuerda para tender la ropa, que más bien parece alambre tendido para crear un cercado, los columpios, tan vacíos como todo lo demás, en su caso sobre todo de infancia, y el árbol, sin hojas, sin vida, esquemático. Todos estos elementos recortados en un ocaso naranja poblado de nubes que parecen preñadas de tormenta. Alguien cava una tumba en lo alto de una minúscula loma. La muerte que lo llena todo desde el primer momento, porque es un paisaje vacío del que huye la vida, donde la humanidad se derrama por el agujero excavado en el suelo. Así comienza la historia, y esa primera imagen me parece un croquis perfecto del alma del protagonista.
"Sin Perdón" es la historia de una alimaña torva y peligrosa, casi siempre en estado irracional por el efecto del alcohol, y por ello doblemente mortal, al que una mujer, un amor harto improbable, casi obsceno por germinar, brotar y enraizar donde aparentemente no parece haber ningún sustrato moral, convierte en ser humano. Sumido en la perplejidad de asistir al despertar de su propia conciencia, William Munny ve pasar los días varado en la playa solitaria de su viudez, despojado de su referente ético, en una pequeña granja ubicada en mitad de ningún lugar, con dos hijos con los que apenas es capaz de comunicarse, emocional o verbalmente. ¿Cómo pudo enamorarse este hombre? ¿Cómo pudo suscitar el amor en un alma cándida? Afortunadamente esos interrogantes no son elementos del relato. Hubiera supuesto un esfuerzo titánico de persuasión esclarecerlos. Son otros los elementos narrativos con los que viste el narrador a su personaje en el inicio: Dos niños que le miran sin afecto, como si fuera un extraño recién llegado a su vida, una piara de cerdos enfermos, una tumba apartada y situada bajo un roble, restos de un naufragio arrojados sobre la arena. Si Munny tuvo alguna vez capacidad para construir, para amar lo que hacía y a quienes le rodeaban, ese tiempo ya pasó, fugaz aunque revelador, tras tener que enterrar a su mujer bajo el árbol. Matar es lo único que es capaz de hacer con pasión, su único don. Matar sin excesivo motivo para calmar una rabia que el alcohol le arranca de lo más hondo y hace que flore a la superficie, como esos monstruos marinos que las tempestades arrancan a las profundidades del mar y que vemos varados y expuestos sobre alguna playa en los días siguientes tras sobrevenir la calma. Las reses enferman, sus hijos apenas le hablan, el sol parece que solo declina ya desde el primer instante de la misma mañana sobre su pequeña y apartada hacienda. Y eso es así porque todo él está sumido en un pozo de energía negativa, karma por depurar, porque Munny no está dotado para la vida, solo para la muerte. No extraña en absoluto la ausencia de su mujer, que ya solo sea el turbio recuerdo de un borracho. El amor fue para él como un trago largo de alcóhol, bebido sin pensar, sin motivo, como siempre lo hizo. Aunque, por una vez, la embriaguez le trajo calma en vez de cólera. Ahora vive sumido en esa perpetua resaca, que le ofusca pero que al mismo tiempo le templa, llamada añoranza. La vida huye de William Munny, es incompatible con su presencia. La de los demás, porque su único don es saber sobrevivir a las situaciones de riesgo extremo, como las bestezuelas acorraladas. Willliam Manny preludia la muerte ajena. Esa explicación basta para entender la muerte prematura de su mujer. Cuesta asumir que este tenebroso personaje sea el encargado de restablecer la justicia quebrada al inicio del relato que nos narra la película.
Lennie Hiehaus - The Unforgiven - Claudia's Theme
Claudia "era una joven bonita y con buenos pretendientes...", se nos informa en el prólogo, ·"... y por eso a su madre le destrozó el corazón que se casará con William Munny, celebre ladrón y asesino". Es un discurso parecido al que escuchamos a Las amistades peligrosas de Casillas, quienes, de un tiempo a esta parte, le ven al portero consortes mucho más ventajosos que el Real Madrid. Y lo hemos sabido, según esos rumores, medio fichado por Pellegrini para el Manchestr City, así como por otros muchos equipos de la Premier, incluido el Chelsea de Mourinho, porque el bulo si, además de improbable parece absurdo contiene doble ración de morbo. Mourinho es, al decir de muchos, un hombre notoriamente despiadado y de carácter violento. Por eso muchos atribuyeron erróneamente la muerte deportiva de Casillas a su crueldad. Y el error no estuvo tanto en la elección de la causa para explicarlo si no en el hecho en sí, en haberle dado crédito. Un año después de la marcha del entrenador portugués el arquero mostoleño parece haber resucitado de entre los muertos, bate récords de imbatibilidad -ayudado por una defensa a la que también habíamos pretendido despachar hacia el olvido-, haciendo inútil la tumba que entre todos los morinhistas le habíamos cavado en el atardecer de una era deportiva con sabor luso y de apenas tres años de duración, al pie de la colina del fondo sur, bajo los palos de la portería. La etapa de Mourinho es apenas el transcurso de un día en la historia del Real Madrid. Tuvo su amanecer en Mestalla y su crepúsculo enrojecido hacia la nada poco después, tras una temporada completa sin títulos.
¿Qué tiene que ver la ética, la justicia, entendida como la reparación del mal causado y la reposición del orden correcto de las cosas, con lo que se nos narra en "Sin Perdón"? Yo creo que poco. Seguramente nada. Siempre torcí el gesto cuando me trataron de argumentar que la película era la historia de una venganza. La chispa que inflama la acción como un fogonazo para que comience a andar es un acto de crueldad, totalmente gratuito, como todos lo que vemos a lo largo de la película por otra parte. Un vaquero decide marcar con su cuchillo la carne adolescente de la prostituta con la que yace porque ésta se burla de su hombría. Llama a gritos a su compañero, que se encuentra cerca, en otra alcoba con otra prostituta, y cuando éste acude le ordena que sujete a la muchacha risueña. Aturdido por los gritos de su compañero, quizá acostumbrado a recibir órdenes suyas -es más fuerte que él y tiene peor carácter-, obedece primero, pero tras los primeros tajos en la cara pálida de la prostituta, trata de hacer entrar en razón a su amigo. He visto la secuencia muchas veces porque estaba especialmente interesado en la cuestión de las culpas. Por dos veces Mike se abalanza sobre su amigo para intentar detener su furia homicida y por dos veces rueda por el suelo empujado con facilidad por aquel, mucho más corpulento. Le oímos caer, chocar con estrépito con los muebles o las paredes, pero no le vemos. La escena esta rodada visualmente de forma confusa, creo que de forma intencionada. En el caos de planos y en el frenético montaje de imágenes hay muy poca información sobre la cuestión de las culpas, que interesan poco en el relato. El fogonazo de acción acaba con el sonido del colt de Skinny, el proxeneta, al ser amartillado y besar la boca de su cañón la cabeza de Davey, el vaquero enloquecido. Para entonces Delilah, la chica agredida, muestra toda la cara y el cuerpo ensangrentados. Dolor sin queja del que se apropia para hacerlo solo suyo Strawberry Alice, la líder de las prostitutas. Su rencor, un odio que parece preceder a todo, hasta al origen de los tiempos, acumulado tras tantos años de humillaciones, será a partir de entonces el motor de la acción, y hasta los railes por los que discurra, como una tragedia griega, caminando ya sin detenerse hacia un desenlace aciago.
La culpas de Casillas son mucho más claras: 1) Aquella llamada a Xavi justo tras enfrentarse al poder culé en pleno y en horario de máxima audiencia, durante un partido de Champions League. Aquel palmearse la cara fue todo un discurso del estado emocional de la nación madridista, pero que en poco tiempo fue desmentido por las filtraciones interesadas de sus amigos; 2) Preferir los objetivos de la selección antes que los de su club; 3) No celebrar los goles de CR7 en una agónica remontada en el Bernabéu ante el Manchester City, abstraído como estaba de todo, hasta de su corazón madridista, en un momento de comunión de todo el estadio. Sólo tres culpas entre muchas. Hemos odiado por muchísimo menos. A Jesé por ser Jesé. A Carletto por no ser Mourinho. A Pellegrini por ser un don nadie al decir del entrenador de Setúbal. Pero nuestro odio por Casillas parecía precederlo a todo, hasta al mismísimo origen de los tiempos, que muchos datan en la llegada de Mou a la Casa Blanca. Poco importaba que hubiera mucho que agradecerle. Quizá alguna Champions. Quizá algún mundial y alguna Copa de Europa. pero desembarazados del cariño por la selección gracias a Del Bosque y el predominio de lo blaugrana en La Roja, fue fácil dividir nuestra ingratitud por la mitad y arrinconar en el pasado el resto resultante. Casillas vivía su evidente declive deportivo, todos sus méritos había que conjugarlos en pasado.
Convengamos que Davey merece un castigo. Si su crimen ya es de por sí suficientemente repugnante, ninguna de las pinceladas con las que se nos dibuja su personaje durante la película será agradable ni le servirá como atenuante en el juicio. Pero, ¿y Mike? Trató, aunque de forma torpe, de contener la furia de su amigo. Es el único de los dos que muestra arrepentimiento, que acepta sin protestar el castigo que les impone Little Bill. Un castigo tasado en caballos, es verdad, y que habrá de cobrar únicamente Skinny, el único propietario de la dignidad de Dalilah. Un castigo que es insuficiente para Alice. Y tiene razón, desde luego, pero sospechamos que se lo hubiera parecido también cualquiera que se hubiera decretado. Ella quiere ver muerte o, en su defecto, más sangre. No importa que la hayamos visto fornicando con Mike, en un apunte de guión, creo que perversamente lúcido. Un detalle que tal vez indique indicios de una posible relación con el más joven de los dos vaqueros, laboral o afectiva, pero sobre el que dictará igualmente, sin un solo titubeo, una sentencia de muerte. No importa que Mike luego intenté reparar la ofensa, que en realidad no ha cometido, tratando de regalar su más preciada posesión a Dalilah: una preciosa yegua baya. Da igual, no hay perdón para él. Será la propia Alice la que lo impida cuando por un momento las prostitutas parezcan dudar en su rencor hacia el vaquero gentil. ¿Hay celos, además de odio hacia todos los hombres por ser potenciales clientes, tras los insultos que le profiere la pelirroja a Mike y que reactivan la furia de sus compañeras? Nos guste o no, la poca justicia que vemos durante la narración es la que imparte Little Bill, siempre excesivo en los actos punitivos, pero a menudo acertado en los retos que se le plantean en cuanto a donde está la raíz del mal y la posible manera de restituir el orden. Casillas no mostró arrepentimiento, como Mike, es verdad, quizá como mucho un cierto cambio en su actitud o, más bien, en su estado de ánimo, sombrío y taciturno durante la segunda parte de la era de Mourinho. Pero tampoco sus pecados han mancillado la blanquecina tez del madridismo. Siguió haciendo su trabajo, cuando le dejaron, a veces mal, pero últimamente hasta bien. Carletto, el actual Little Bill del vestuario Blanco, le sentenció al banquillo y cumplió su castigo, sin entusiasmo, pero tampoco sin rebelarse. Algunos rumores más o menos interesados de traspaso no son suficiente culpa, al menos en mi criterio y, en todo caso, ya están expiados
"Yo ya no soy así, Kid...", protesta Munny cuando el visitante recién llegado a su granja, Schofield Kid, le define en términos muy poco elogiosos."... En realidad el whiskey era el culpable de todo. Llevo más de 10 años sin probar un trago. Mi esposa ha sido quien me ha curado. Me ha curado de la bebida y de la maldad", añade, tratando de desmentir el retrato que han hecho de él conocidos comunes y en el que se le describe como el despiadado hijo de perra que una vez fue. Que le atormenta pensar que tal vez sigue siendo. Mientras conversan bebe una taza de agua, quizá tratando de hacerle ver a su interlocutor que ya no prueba el alcohol. Me gustaría pensar que yo también dejé atrás mi época de furia, pero apenas noto síntomas de arrepentimiento en el resto de los mourinhistas. El retrato que de nosotros hicieron nuestros amigos comunes, los periodistas que nos vinieron a visitar a Twitter, tal vez no estuviera tan desajustado de la realidad. Un año después de la marcha de Mourinho seguimos imitando sus supuestas fobias. ¿Realmente el portugués detestaba tanto a los jugadores que nosotros detestábamos -estoy pensando en Pepe y Ramos?¿No alinearía jamás a Carvajal o a Marcelo en los partidos de mayor exigencia para poder favorecer a los laterales supuestamente comprometidos con hacerle la pelota?¿Donde quedó la meritocracia de la que tanto se habla?¿Habría sentenciado a Casillas sin remisión, per secula secularum, al banquillo. Incluso al ostracismo a través de un traspaso económicamente desventajoso para el club? Hay demasiada furia en nosotros. Puedo entender que algunos quieran vengarse de Iker por pensar que ha tratado de adornar el bar de borrachos con el cadáver de su ídolo, ahora en el Chelsea, tal como Munny decide descerrajar un tiro de escopeta en la barriga a Skinny por exhibir a la entrada del Grill el cadáver de su amigo. Aunque tampoco veo en la muy neutra cuenta @CasillasWorld demasiado afán de regodearse en el mal ajeno, siquiera en el de los mourinhistas. El bien de Iker, aunque le encumbre y nos parezca injusto, coincide con el bien del madridismo. Una portería imbatida es una buena herramienta para la victoria. Deberíamos dejar de una vez por todas las borracheras del pasado, sobre todo ahora que el presente empieza a ser incluso más euforizante que lo que hemos dejado inmediatamente detrás de nosotros. Mientras escribo resuenan en Twitter los ecos del magistral partido del Real Madrid en el campo del Shalke 04 y, aun así, no faltan los Twits dedicados a insultar al portero que ayer realizó la parada de lo que va de año. Un pasado que saca lo peor de nosotros por lo que parece. ¿Será la ilusión de la Décima, cada vez menos descabellada, suficiente influencia para que podamos enderezarnos?¿O acabaremos enterrándola bajo el roble, sumiendo los argumentos para el optimismo en nuestro hoyo de negatividad?¿Nuestro odio a Casillas tiene una causa racional, aunque excesiva, basada en afrentas personales, como el de Munny, o dimana de hechos precedentes que no vienen al caso, que no deberían tenerse en cuenta en el juicio de culpas, como el de Alice?
El periodista, Beauchamp, es el personaje más miserable de la historia. Siempre de parte de quien dispara más rápido, se refugia a las espaldas de quien en cada momento piensa que prevalecerá siempre en todo conflicto en que se vea envuelto. Así, pasará de situarse junto a Bob el inglés, con quien comparte tren cuando inicia su particular viaje dentro de la trama, a buscar la retaguardia de Little Bill, quien escribe y aplica la ley en Big Whiskey, para finalmente permanecer donde William Munny le indique para no verse apuntado por su fúsil Spencer, aun humeante. Más a salvo que estando de parte de Munny, obedeciendo sus órdenes tras la matanza en el Grill que cierra la película, ya solo podría estarlo junto al rabo del Diablo. Y tampoco tengo muy claro que el margen de mejora fuera demasiado amplio. "¿A quien ha matado primero?", pregunta Beauchamp al Diablo, para inmediatamente después recitar la enseñanza de Little Bill: "Cuando un pistolero se enfrenta a un número superior de hombres siempre dispara sobre quien mejor dispara". "Tuve suerte en el orden. Pero siempre tuve surte a la hora de matar". Esa es la única explicación que recibe. "¿Hasta cuando va a durar el castigo a Casillas?", es lo que me pregunta a menudo un amigo, si no del todo casillista si al menos pipero, es decir, uno de los primeros sobre los que dispararía ese William Munny que lleva dentro de sí el mourinhismo al empezar el tiroteo. "¿Va a ser eterno? ¿No le vamos a perdonar nunca?". Yo no sabría contestarle. La pena de muerte es al menos un castigo que tiene un final. Es un terrible correctivo pero que se acaba. Y luego quizá sobreviene el perdón, de quien se arrogó el derecho a juzgar o de quien en realidad es el único que tiene potestad para hacerlo. Y quien sabe si también el arrepentimiento, de quien lo recibe, o quien lo suministra, a veces con un disfrute del todo innecesario e inadecuado, como le pasa a Little Bill. A veces también al mourinhismo. Castigar es un verbo que debería conjugarse siempre a disgusto. "¿Crees en el infierno?", le pregunta Little Bill a Munny instantes antes de morir, mientras espera tumbado y malherido en el suelo el disparo que habrá de poner fin a su propio castigo. Y la respuesta es lógicamente un sí, porque Munny no solo ha vivido el infierno ya en la tierra si no porque se lo ha dado a probar a su prójimo desde que tiene memoria. Una memoria que a él agrede con alcohol para hacerla tan delgada como puede. Creo, y habrá quien diga que exagero, que Casillas ya ha vivido su propio infierno, el que le hemos procurado entre todos con nuestras reprobaciones primero y nuestro desprecio después. No digo que no se lo haya merecido, que no debamos matar a sus amigos también, y a su familia, y hasta quemar su casa y su lugar de trabajo, el Bernabéu, tal como amenaza Munny a los habitantes de Big Whiskey para amedrentarlos mientras se dirige hacia su caballo para poder abandonar el pueblo. Dejó de ser un asunto de justicia para convertirse en algo personal cuando hizo aquella llamada a Xavi. Sólo digo que tal vez la poca justicia que conozcamos sobre todo este asunto yace recostada y desangrándose sobre el suelo del bar de borrachos, muerta por un balazo de fusil Spencer. Puede que sea el momento de dejar de saldar cuentas e ir pensando en el perdón. Quiero pensar que seremos capaces de hacerlo.