miércoles, 17 de junio de 2015

Retorno al Prado (10) - El Prado en el exilio (1) - "Margarita de Saboya" de Sofonisba Anguissola

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"La infanta margarita de Saboya" de Sononisba Anguissola
(Colección particular del Marqués de Griñón)
 
El Prado en el exilio (1) - "Margarita de Saboya" de Sofonisba Anguissola

Años atrás, cuando aun escribía en Twitter sobre temas de arte, pura desfachatez ya que estoy muy lejos de ser un experto, pero con algo por pasar el rato, se me ocurrió una temática común para algunas series de tuits. A dicha temática la denominé "El Prado en el exilio". Se trataba de redacciones troceadas -ya se sabe, en cachos de 140 caracteres- sobre obras maestras distribuidas por el mundo en museos o colecciones privadas que con un desarrollo de los acontecimientos de la historia menos traumático, o simplemente más lógico, hoy en día formarían parte de las colecciones del Museo del Prado. La propuesta parte de una simple premisa: Aunque el Prado fue fundado en 1819 a instancias de María Isabel de Braganza, la segunda mujer de Fernando VII, siendo quizá el único hecho feliz de su reinado, el museo, sus colecciones en realidad, tienen un origen muy anterior. El esqueleto de las colecciones del Prado lo conforman las colecciones reales, las que formaron los sucesivos monarcas de acuerdo a  sus gustos personales y sus necesidades de propaganda. A partir de estas colecciones reales la reina consorte de Fernando VII decide crear una galería de pintura con lo mejor de lo mejor, con la nata que sellaba por arriba el nutritivo cacito de leche. A este primer aporte de obras pertenecientes a la corona vinieron a sumarse otros y, más adelante, obras con otros orígenes muy distintos: pintura religiosa procedente de las desamortizaciones del patrimonio de la Iglesia; pintura de historia procedente de las colecciones del Estado adquiridas en las exposiciones internacionales; donaciones de particulares; adquisiciones hechas por los responsables del museo para tratar de tapar las lagunas existentes. Así, si se acepta que las colecciones reales suponen el núcleo duro del museo, entonces el acto fundacional virtual fue la decisión del emperador Carlos V de donar su patrimonio personal, el que estaba ligado a  la corona, a su hijo Felipe II. Se trataba de un hecho sin precedentes, no sólo en España, en toda Europa. El patrimonio de los soberanos era considerado como patrimonio personal, así que era habitual que a la muerte de estos fuera repartido entre sus deudos o subastado para poder hacer frente a las demandas de los acreedores.

Desde Carlos V las colecciones de arte de la corona española no hicieron más que crecer en los sucesivos reinados, con algunas pérdidas producto de las guerras, regalos, siniestros, robos y otras incidencias. Son estas pérdidas precisamente las que conformarían el que denomino como Prado en el exilio, obras que ahora están fuera del ámbito de las Colecciones del Prado,  casi todas ellas en el extranjero -de ahí lo de "exilio"-, y que pertenecieron en su momento a las colecciones reales, a veces durante siglos, ocupando a menudo un lugar destacado en las preferencias de los monarcas, siendo algunas muy significativas para la historia de España o para la propia colección del museo. Ya se entenderá esto último con el tiempo, espero que incluso tras la lectura de este primer escrito de la serie, pero pongo un ejemplo para tratar de explicarlo. Carlos V llevó a su retiro en Yuste unas pocas posesiones artísticas, además de su fastuosa colección de relojes, que cuidaba el ingeniero Turriano. Entre los cuadros que tenía en su celda del monasterio se contaban dos Dolorosas de Tiziano, una con las manos de la Virgen juntas y la otra con las manos separadas, ante las que dice el tópico que rezaba todas las mañanas a la hora de maitines. Ambas obras pueden verse actualmente en el Prado y emociona pensar en su uso devocional por parte del emperador, su adscripción a un momento tan concreto y tan trascendental de nuestro pasado y su pertenencia a la historia de España y a nuestro legado común durante casi medio milenio.  Además de su enorme valor artístico son dos obras cargadas de historia y de simbolismo, no solo religioso. Si por algún avatar de la historia ahora perteneciesen a algún otro museo del extranjero los consideraría perfectas candidatas para formar parte del Prado en el exilio. Esta serie hablará sobre lo que nos ha hurtado el paso del tiempo de forma irreparable y sobre la relación de esas obras robadas con la evolución de nuestro país y con el devenir y la formación del propio museo.

"Dolorosa con las manos cerradas" de Tiziano (Museo del Prado)

Sofonisba Anguisola fue una pintora italiana, nacida en Cremona, de noble linaje. Hace medio siglo era prácticamente una desconocida, relegada al más estricto de los olvidos. Pero en su tiempo fue una reconocida pintora. En las últimas décadas se le ha rescatado del anonimato de los libros de historia del arte, de no tener siquiera un catálogo de obras atribuidas ha pasado a ser para los expertos la autora más probable de un buen puñado de obras notables, y siempre a costa de que merme la lista de atribuciones de grandes maestros, como Alonso Sánchez Coello, Antonio Moro o el mismísimo Greco. De tanto en tanto un nuevo retrato engrosa su lista de atribuciones, que cada vez es más extensa e impresionante. ¿A qué se ha podido deber este fenómeno? Si se achacará al machismo, unsospechoso habitual en estos casos, habría que decir que lo sufrió más en una época cercana a la nuestro, aun ahora, que en su propio tiempo, ya que fue admirada e imitada por sus coetáneos. A mi no me extrañaría nada que Anguissola acabara siendo algún día munición para las feministas, y no sin motivo.

Anguissola era retratista en la corte de Felipe II. Para entendernos, un equivalente a lo que fue Diego Velázquez en la corte de Felipe IV. Aunque en realidad su función primordial en palacio era otra. Era dama de compañía de al reina. Llegó a Madrid integrando el séquito de Isabel de Valois, la tercera esposa de Felipe II, de la que llegó a ser íntima amiga y confidente. Después lo sería de sus hijas. La niña del retrato que nos ocupa es una de las nietas de los reyes, Margarita de Saboya, hija de infanta Catalina Micaela. Perteneciente a una colección privada, la niña del retrato fue identificada por el enorme parecido con su madre, muy evidente si se observa el retrato de la madre de mano de Alonso Sánchez Coello que hay de ella en el Museo del Prado. Por cierto, la atribución de esta última obra a Sánchez Coello cada vez se pone más en duda, a favor de -sí, eso es- Sofonisba Anguissola.

El caso es que el retrato me parece bellísimo. Hace bien poco que se de su existencia. Supe de él por primera vez recabando información para el escrito "El Joyel de los Austrias". Y tanto me cautivo que tarde un tiempo en caer en la cuenta de lo más impactante del cuadro. A veces es difícil darse cuenta de lo importante cuando la mirada disfruta contemplando lo accesorio. Soy muy aficionado a los retratos de personajes regios acompañados por enanos. Puede parecer un gusto cruel pero creo que se desprende en ellos mucha ternura. Los enanos y bufones, denominados en aquellos tiempos con la equívoca denominación de "personas de placer", eran seres muy queridos por sus dueños, algo así como las actuales mascotas. La comparación puede parecer forzada pero a lo que me refiero es que al dueño de un pastor alemán que vive en un pequeño piso de una ciudad, en un espacio muy reducido, por muy incómoda que pueda ser la vida del animal, se le supone siempre el cariño y la devoción por su mascota cargados de buenas intenciones.


Es de destacar la ternura con la que están retratados ambos personajes. La niña lleva flores en el pelo en alusión a su nombre. También en el traje alternándose con las joyas. Su expresión es serena, mayestática, como es menester en un retrato que, aunque íntimo, para disfrute de la gente del estricto círculo familiar -pensemos que pudiera estar destinando para ser contemplado pos su abuelo Felipe II-, también requiere que atienda al protocolo. El enano tiene una doble función, por un procurar una atmósfera más familiar, por otro hacer que resalte la belleza y perfección del personaje principal por mero contraste. Sin embargo, Sofonisba trata a su criatura con suma delicadeza. Advertimos que se trata de un enano por su cabeza de frente prominente que, no obstante, es hasta cierto punto armoniosa en sus proporciones, con un rostro no exento de belleza, y también por ese pie que gira de una manera antinatural haciendo sospechar la existencia de una pierna arqueada bajo la ropa. La saya que viste le oculta el resto del cuerpo.

"Catalina Micaela de Austria, Duquesa de Saboya" de Alonso Sánchez Coello (Museo del Prado)

El primer precedente de este tipo de retrato que conozco, al menos en lo que al Museo del Prado se refiere, es el retrato de "Isabel Clara Eugenia y Magdalena Ruíz" de Alonso Sánchez Coello. Atribución que todavía se mantiene, aunque ya veremos en el futuro por la forma en que Anguisola está fagocitando poco a poco su currículo. Isabel Clara Eugenia era la hermana mayor de Catalina Micaela, por tanto la tía de Margarita de Saboya. Magdalena Ruíz era una enana muy querida en Palacio, por la que Felipe II y sus hijas sentían un inmenso cariño. Habiendo acompañado al rey en su campaña militar para la conquista de Portugal y habiendo caído enferma Magdalena durante el avance de las tropas, era cuidada en persona por el monarca en sus propios aposentos, no separándose de ella en ningún momento mientras estuvo postrada en cama. Su recuperación era uno de los temas principales de conversación en la comunicación epistolar que mantenían el rey y sus hijas.

En este tipo de retratos de duetos el juego de miradas es muy importante. La infanta mira al espectador, con autoridad, con seguridad plena en sí misma. Se trata de un retrato de representación de un personaje de la realeza, que siempre ocupara un lugar más elevado que el del potencial espectador o, al menos, equiparable al suyo si se trata de un miembro de otra corte. Isabel Clara Eugenia está situada cobre un estrado y ante un tapiz de brocado que subrayan esta magnificencia. El penacho de plumas que lleva en el pelo está adornado por una vieja conocida nuestra, la Perla Peregrina, que Isabel acaba de heredar de su madrastra, María de Austria, la cuarta y última esposa de Felipe II. A la muerte de ésta el monarca ya solo tendrá una pareja estable hasta sus últimos días, al propia infanta, que se convierte de facto en su consorte, en su quinta y definitiva esposa. La perla está engarzada a un rubí y a un diamante oscuro que no sabemos si se trata del Estanque, aunque por el escaso tamaño con el que lo dibuja Sánchez Coello es poco probable.

La mano izquierda de Isabel descansa sobre la cabeza de Magdalena en un gesto que aúna la ternura con la voluntad de protección y, aun, con la compasión. Nos dice a quienes miramos que la enana es su pertenencia y a la vez persona de su afecto, que quien quisiera enfrentársela se las tendría que ver con ella primero. Magdalena no le devuelve la mirada, que es lo habitual en los retratos con enanos, sino que contempla como hipnotizada la joya que la infanta sostiene en la diestra, entre los dedos pulgar e índice. Se trata de un camafeo de ónice con la efigie dibujada de Felipe II, que así se hace presente en el cuadro, creando además una reacción en uno de los personajes. Magdalena sostiene en sus enormes manos dos monos pequeños, mascotas de la infanta. Esas manos tan grandes han hecho dudar a algunos de que en realidad se tratase de una enana, que pudiera estar en  realidad de rodillas en la escena para resaltar la diferencia de calidad entre ambos personajes. Podría tratarse de una bufona. Se sabe que no andaba del todo en sus cabales, que su comportamiento alocado e impredecible era lo que se valoraba en ella, recibiendo el apodo de sabandija, un apelativo cariñoso que solía darse a las personas revoltosas pero, al mismo tiempo, queridas. En una de sus cartas desde Lisboa, una vez tomada la ciudad por sus tropas, Felipe II informa a sus hijas de las andanzas de Magdalena por la noche lisboeta, de sus borracheras y travesuras nocturnas, con un deje de ternura en sus palabras. El retrato permanecerá en la colección privada del rey para su disfrute personal. En versiones más oficiales no destinadas a uso privado sino con destino a otras cortes, copias realizadas por el propio Alonso Sánchez Coello y otros retratistas de la corte, como la que se envía al emperador Rodolfo II con quien se quería desposara la infanta, desaparece Magdalena Ruiz de la escena.

"Isabel Clara Eugenia y Magdalena Ruiz" de Alonso Sánchez Coello (Museo del Prado)

Un segundo retrato regio con enano es el Felipe IV, cuando aun es príncipe, con el enano Miguelito "Soplillo", realizado por Rodrigo de Villandrando. El futuro monarca viste de blanco con bordados de oro, a la moda portuguesa. El cuadro está realizado durante las fiestas de conmemoración de la subida de su padre Felipe III al tono de Portugal y forma pareja con otro de su esposa Isabel de Borbón. Aunque son apenas dos adolescentes ya han sido desposados y ya están siendo intensamente preparados para poder asumir en un futuro sus responsabilidades como monarcas. La mano izquierda de Felipe descansa sobre el pomo de su espada, indicando sus deberes militares. Hay un sombrero sobre una mesa, junto a él. Imagino que ello simboliza su derecho a poder descubrirse ante el rey, que suponemos presente en la escena, en persona o en espíritu. Esta posibilidad de poder mostrar la testa desnuda ante el rey estaba reservada a lo más selecto. Durante su propio reinado solo lo podrá hacer el Conde Duque de Olivares, simbolizando esta merced que le concede su señor el momento en que el valido alcanza la cima de su poder.

Al igual que Isabel Clara Eugenia, el Príncipe de Asturias -por cierto, se cree que este es su último retrato antes de acceder al trono- reposa su mano sobre la cabeza de Soplillo, un gesto que Villandrando pinta en su retratado y que es posible tomara prestado de su maestro Sánchez Coello. Curiosamente, hay una coincidencia que refuerza la conexión entre ambos retratos de parejas. Miguelito procedía de Flandes y era un regalo para el príncipe de su tía Isabel Clara Eugenia, en aquellos momentos regente de los Países Bajos. Al contrario que Magdalena Ruíz, Miguelito si que nos mira a nosotros, y hay en la expresión de su cara un aire de satisfacción plena, la de alguien que se siente totalmente protegido y confortado. La mano que le cobija no es moco de pavo, es la de un tipo al que en breve se le apodará como rey planeta. Casi se atisba una incipiente sonrisa al enano. ¿Sazonada tal vez con un poquito de ironía, como si nos dijese: "Tengo lo que vosotros querríais tener, el cariño y la protección de alguien muy principal"? Un dato que recabo por ahí, que cazo al vuelo en una de mis muchas lecturas para documentar el artículo, me hace pensar por un momento si no habrá también algo de socarronería, de malicia, en la media sonrisa del enano: Me entero de que formó parte del improvisado elenco de actores que representaron en el Jardín de la Isla de Aranjuez "La Gloria de Niquea", la obra escrita por el Conde de Villamediana para el lucimiento de su novia la reina Isabel de Borbón (ver "Amores reales"). ¿Pudo ser testigo del beso robado por Juan de Tassis a su amada? ¿Podría ser eso loq ue hace que asome una sonrisa burlona a sus labios? Imposible, eso ocurrió un lustro después de ser pintado este retrato. Si brillara la picardía en los ojos de Soplillo sería por los deslices de su amo no por los de la reina aun virgen y siempre fiel a su marido, que sepamos. En cuestiones de sexo Felipe IV fue un explosivo sprinter, también un infatigable corredor de fondo y un debutante muy prematuro. Y, ahora que caigo, también Miguelito va con la cabeza descubierta, con el sombrero en la mano. ¿Un gesto de camaradería por parte de su señor al permitírselo en un retrato de protocolo, o quizá es que no hay dignidad en un enano y por tanto es una norma que no procede en su caso? Todo los que rodeaban al soberano acababan siendo sus compañeros de correrías sexuales. Quizá también hubiera mujeres del tamaño adecuado para Miguelito.

"El príncipe Felipe y el enano Miguel Soplillo" de Rodrigo de Villandrando (Museo del Prado)

El tercer ejemplo de retrato de un personaje regio con enano es el el príncipe Baltasar Carlos siendo aun niño y que hoy día cuelga en el Museo de Bellas Artes de Boston. Baltasar Carlos fue la gran esperanza de España durante el reinado de Felipe IV. El rey tuvo ocho vástagos con Isabel de Borbón, los cuatro primeros niñas, que no llegaron a cumplir ninguna el primer año de edad. El quinto fue Baltasar Carlos, al que le siguieron un hermano y una hermana que también murieron siendo apenas bebés, para completar la saga con la benjamina, María Teresa, que acabó siendo la esposa de Luis XIV de Francia. Baltasar Carlos era hermoso, inteligente, despierto, vivaz y, lo que era más importante, tenía una salud razonable, algo muy raro en los hijos de los Austrias. Murió con 17 años llevándose esa esperanza de un futuro mejor para una España en franca decadencia, cuya claudicación como primera potencia europea se aceptó de facto con la entrega de la mano de la única hija superviviente del matrimonio al heredero del trono de Francia. Para entonces la segunda esposa de Felipe IV ya le había dado herederos. Al final se llevó el gato al agua el terriblemente decepcionante Carlos II, al antítesis en cuanto a virtudes del príncipe Baltasar Carlos.

Hacia finales de la década de 1620 Diego Velázquez es nombrado pintor de cámara del rey Felipe IV. Poco después parte a Italia para completar su formación, de dónde es requerido al cabo de un tiempo, al cabo de un par de años, porque se requieren sus servicios en Madrid. Según consignan sus biógrafos, el primer encargo que recibe de su señor tras su vuelta a la corte en 1631 es el de retratar a Baltasar Carlos con motivo del juramento de fidelidad del príncipe de Asturias a las cortes castellanas, cuando este apenas cuenta dos años de edad. Durante mucho tiempo se pensó que este encargo podría corresponderse con el retrato de Boston, pero surgen las dudas. Pacheco, el suegro de Velázquez, y Antonio Palomino, los referidos biógrafos del pintor, no aluden a la existencia en el retrato de un enano cuando lo describen. Por otra parte, parece poco serio incluir un personaje de este tipo en un cuadro con fines tan solemnes. Ya hemos dicho que solían suprimirse en las versiones más de protocolo. Además, no solo hay preponderancia en el protagonismo del enano sobre el del príncipe, sino que el primero tapa en parte al segundo y no parece concederle la sumisión en señal de respeto que hemos visto en los anteriores casos. Se ha apuntado, lo hace el exdirector del Museo del Prado Pérez Sánchez, y parece una solución lógica y realmente sugestiva, que el retrato pudiera tratarse en realidad de un cuadro dentro de otro cuadro. Así, lo que en realidad estaríamos viendo es al enano deambulando ante el retrato al que aluden Pacheco y Palomino en sus crónicas. Esto permitiría retrasar un tanto la fecha de ejecución de la obra y poder identificar al enano como Francisco Lezcano, que entró a servir en palacio en 1634.

Si la hipótesis que acabamos de explicar es correcta estaríamos ante una veta de humor en al obra de Velázquez, algo realmente insospechado. El pintor pondría en contraste en su retrato de pareja no solo lo feo ante lo bello, sino también lo serio y solemne ante lo cómico y ligero, lo estático ante lo dinámico. El príncipe, al que dan verdaderas ganas cuando se le mira de pellizcarle sus regordetes mofletes por más que adopte una postura hierática, descansa su mano izquierda cobre el pomo de una espada -es un pequeño coronel, al modo que lo era Shirley Temple en aquella antigua película- y porta en la diestra una bengala o bastón de mando. Luce una coraza negra adamasquinada sobre un traje verde oscuro ribeteado de oro. Junto a él, en un cojín, descansa un sombrero con pluma, símbolo del generalato, y al pecho lleva una banda militar con el color rojo característico de los tercios españoles. Por su parte, el enano también ase con sus manos objetos que simbolizan el futuro poder del joven príncipe, aunque con un toque burlón. Así la manzana simbolizaría el orbe, del que un día será soberano el niño, y un sonajero como trasunto de un cetro real.

"El príncipe Baltasar Carlos con un enano" de Diego Velázquez
(Museo de Bellas Artes de Boston)

Pero volvamos al cuadro de Sofonisba Anguissola, que es el verdadero protagonista de este escrito. En este retrato de pareja el enano si que está mirando al personaje regio, y lo hace con arrobo, con un afecto que parece rayar en la adoración. ¿Puede lo feo amar a lo hermoso? Tal vez cuando aun hay inocencia es posible, luego la vida te malea y reseca por dentro y acabas sintiendo resentimiento hacia aquel que tiene aquello que tu jamás podrás poseer. El enano que acompaña a Margarita de Saboya también parece un niño, como el que acompaña a Baltasar Carlos, aunque se hace difícil de precisarlo. Pero, pensemos un poco. Sofonisba conoció a la abuela de la niña, fue su amiga íntima hasta su muerte. Ese cariño lo heredaron sus hijas, una de ellas la madre de la retratada, a la que tanto se parece, a la que trató desde que era un bebé, a la que vio nacer y luego crecer hasta convertirse a su vez también en madre. Son tres generaciones, el cariño elevado al cubo ¿Tiene algo de extraño que a los sentimientos que florecen en ella al ver simplemente una niña adorable se unan los gratos recuerdos de toda vida al servicio de las mujeres de los Austrias? Me seduce y convence la idea de que el enano es simplemente un traductor, un portavoz de lo que ella siente. Esa adoración que siente la pintora mientras la dibuja en su lienzo es la que expresan los ojos del enano cuando miran hacia lo alto para contemplar a su pequeña ama, como quien mira un astro resplandeciente colgado en lo más alto de la bóveda del firmamento, que es a lo que se asemeja el luminoso rostro de la niña, a un claro de Luna llena en mitad de la negrura del fondo el cuadro. Es un perfecto juego de miradas en forma de bucle: La niña mira al espectador y, por tanto, a Sofonisba mientras la retrata, y ella le devuelve la mirada a través del enano.



"Las Meninas (La familia de Felipe IV)", de Diego Velázquez (Museo del Prado)

Pero no es solo eso lo que enamora del cuadro. Hay algo más, sumamente importante. Un detalle que advirtió hace mucho María Kusche, la gran experta en la retratística de los Austrias, tanto de la rama española como de la austriaca. Un detalle que yo no advertí cuando vi el cuadro por primera vez en una ilustración pero que ahora me parece evidente. Casi me da pena desvelar el acertijo y que se acabe el juego. Una primera pista: La edad de la niña. Tiene cinco años cuando Sofonisba acude a la corte de Saboya a visitar a su amiga y antigua señora, Catalina Micaela, y retrata a su hija. ¿Aun no? Una segunda pista en forma de pregunta: ¿En qué otro cuadro, este de fama mundial, se retrata una escena íntima de un personaje de la familia real en el que aparecen enanos? Exacto, en "Las Meninas", cuyo nombre auténtico, por el que era conocido en todos los inventarios de palacio, antes de ser rebautizado en el siglo XIX, es "La familia de Felipe IV". En "Las Meninas" están Nicolasillo Perstusato, el enano milanés, y Mari Bárbola -María Asquith-, la enana alemana. La segunda tiene un papel más ceremonioso -se cree que en una primera versión de la obra la enana sostenía tal vez un anillo, símbolo de al condición de la retratada principal como heredera del trono de España- pero el primero hace lo que se supone que debe hacer una sabandija de palacio: divertir, distraer a la niña mientras realiza la tediosa tarea en la que está ocupada, que en este caso es servir como modelo a Velázquez, algo que la obliga a estarse quieta. ¿Quién puede pretender que una niña de cinco años se mantenga quieta y serena durante mucho tiempo? Ni siquiera el flemático Velázquez que al dibujar a Nicolasillo mortificando al mastín para darle una distracción visual a la infanta Margarita -sí, también hay coincidencia en el nombre de ambas niñas- parece estar ironizando, haciendo un chiste privado, sobre su situación y las dificultades en el desempeño de su tarea como retratista de la corte cuando le toca retratar a niños.

Tercera y última pista: ¿Qué es lo que hace el enano en el retrato de Margarita de Saboya? Ofrecer un búcaro a la niña que descansa sobre una pequeña bandeja? Exactamente lo mismo que hace María Sarmiento, la menina de la izquierda en la obra de Velázquez. Sentada casi sobre su rodillas, en un gesto de reverencia hacia su ama, la mira casi a su misma altura con una expresión solícita en la cara que emparenta su actitud con la del enano de la obra de Anguissola. ¿Estamos ante una casualidad o un préstamo? María Kusche cree que lo segundo. Velázquez pudo perfectamente inspirarse en el cuadro de la pintora italiana a la hora de resolver el detalle central de "Las Meninas", ya que al menos durante las últimas décadas del siglo XVI el retrato de Margarita de Saboya perteneció a las colecciones reales a las que llegó probablemente para disfrute personal del abuelo de la criatura, Felipe II. Al morir éste el cuadro pasó a manos privadas, aunque en algún palacio asequible a Velázquez dónde pudiera admirar la obra. Se habla de la casa en Madrid de Íñigo de Mendoza, Quinto Duque del Infantado.

 
Detalle de "Las Meninas" de Diego Velázquez (Museo del Prado)

Pero yo iría más lejos. Hay algo que me ronda la cabeza: El juego de miradas en ambos cuadros. Veamos, en el retrato de Margarita de Saboya la niña nos mira, mira también a la pintora mientras ejecuta la obra, mira al espectador, la propia Sofonisba una vez completado el cuadro, y ésta le devuelve la mirada a través de la mirada del enano. Pienso que tal vez Velázquez pudo inspirarse en este alambicado juego para establecer el que se produce en "Las Meninas", barroquizándolo, convirtiéndolo en algo mucho más complejo, un nudo que no puede desatarse, que casi se convierte en una paradoja. La infanta Margarita también mira al espectador, es lo habitual en este tipo de retratos, todos los niños miran al frente con una compostura impropia de la infancia. Margarita también mira al pintor mientras ejecuta la obra. Pero este también está contenido en al escena del cuadro, nadie le suplanta como hace el enano a Sofonisba. ¿Y a quien mira don Diego en "Las Meninas"? Hacia el cuadro que está ejecutando, que muy probablemente sea un retrato de la infanta, ya que se supone que está posando para él. Más aun, el espectador también está presente en la escena a través del reflejo en el espejo del fondo de la estancia, multiplicándose de esta hasta el infinito las posibles relaciones en el juego de miradas. Llevo días emocionado con todo esto. Cada loco con su tema.

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/f/f9/Marguerite_of_Savoy.jpg
"Margarita de Saboya, Duquesa de Mantua" de Frans Pourbus
(Museo Hermitage, San Petersburgo)



jueves, 11 de junio de 2015

El Fútbol y sus aledaños (184) - Un Valdano en potencia

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Un Valdano en potencia

(Artículo publicado originariamente en la web "El Diario de Mou"

Hola, me llamo Rokko 69 y soy adicto a las discusiones estúpidas sobre fútbol en Twitter. Juro que he estado casi una temporada tratando de desengancharme. Incluso llevo limpio todo un final de temporada, aunque las tentaciones hayan sido muchas: que si Carleto es un minga fría, que si hay que vender a CR7 porque ya no mete goles, que si Ramos se chiva de las meteduras de pata de su hermano. Tantas veces me han ofrecido beber del cáliz de la discordia que al final se ha hecho imposible rehusar: Juro que lo he intentado con todas mis fuerzas, que he tratado rehabilitarme, pero no ha habido manera. En Twitter todos sin excepción perdemos la mitad de nuestro cociente intelectual y duplicamos la agresividad nada más acceder al Time Line. Demasiado para mi body lo que ha ocurrido en torno a Piqué como para pasarlo por alto. Más bien la reacción del madridismo ante los hechos, de parte del madridismo más bien, que los hechos en sí.

Vaya por delante, por quemar etapas para ir avanzando rápido, que luego los escritos se me alargan demasiado, que soy de la opinión de que Piqué es gilipollas. Es algo que sabe todo el mundo. La policía municipal de Barcelona, que le tiene grabado diciendo sandeces a un policía mientras le pone una multa. Lo saben en Iberia tras atufarles un vuelo con bombas fétidas. Lo saben en su club, donde lo tratan con pinzas cuando toca discutir con él de asuntos serios. Lo sabía Guardiola que lo quería fuera de la plantilla por ser una mala influencia para el resto. Lo sabe Luis Enrique, que ha sido al único peso pesado del vestuario con el que se ha atrevido a enfrentarse abiertamente. Lo sabemos los madridistas que hemos tenido que asistir en primera fila a todos sus bochornosos espectáculos. De la celebración del mundial ¿quién no recuerda a Piqué parodiando a Ramos a sus espaldas, haciendo la imitación del gancho del timo del tocomocho justo detrás suyo mientras el sevillano es ajeno a la broma? Que no hay excesiva química entre los dos es una verdad que apenas ofrece discusión. Fue compartiendo con Piqué rueda de prensa con quien Ramos tuvo aquella polémica sobre el Catalán, quizá gratuita, pero es que la proximidad de este tipo enerva a cualquiera.

Que Piqué es gilipollas no lo rebate ni hasta el más recalcitrante de los tuiteros culés. Dicho esto, lo siguiente es decir que su salida de pata de banco durante la celebración del Barça de la Champions no me parece asunto para iniciar la tercera guerra mundial. Si logramos sobrevivir a la guerra fría entre las dos grandes superpotencias futbolísticas actuales, el guardiolismo y el mourinhismo, el asunto del pasado sábado me parece irrelevante, demasiado poco como para que nos aboque a un holocausto nuclear. Las palabras de Piqué, como suele ocurrirle a menudo, al único que dejan en evidencia es a sí mismo. Y no porque sean graves -constituyen el típico chascarrillo que solo hace gracia a un bando porque tiene sed de sangre del otro-, ni siquiera del todo mentira -el desmoronamiento del Real Madrid tras una primera vuelta más que brillante ocurrió por aquellas fechas, al mal estado futbolístico vinieron a  añadirse problemas de vestuario y de falta de sintonía entre el equipo y la afición-, sino porque denotan una vez más la obsesión del culerío por el madridismo, al que no pueden olvidar ni en sus horas bajas,  vomitándole encima la bilis acumulada por los malos tragos, ni en las altas, haciéndole blanco de sus bromas durante las borracheras de celebración. No hay mucha diferencia entre las palabras de Eto'o, aquella otra vez, o las de Piqué ahora, en ambos casos delante de todo un estadio, y la patochada de aquel tipo de Talavera de la Reina que le gustaba grabarse haciéndole zancadillas a mujeres para colgar los videos en Youtube. Cosas de borrachos con poco aguante, que ya en secano tienen un cerebro con caapcidad limitada.

Hay quien cree que debería correr la sangre tras escuchar la broma de Piqué. Suele ser gente que se pasa todo el día haciendo bromas de peor gusto en Twitter. Bueno, allá cada cual. Yo pienso ahorrar energías para empresas de más alcance. Lo grave viene cuando en un clásico efecto boomerang muy propio de Twitter los ofendidos se convierten en los culpables. Muchos son los que han aprovechado para cargar contra los de siempre: Casillas, por supuesto, cualquier excusa s buena para arrearle hasta en el cielo dle paladar; Ramos, que será sospechoso de muchas cosas, pero no de no ir a la guerra en cuanto se escucha sonar el cuerno en el abismo de Helm; Y Carvajal, que se ha convertido esta pretemporada aun en ciernes en un objetivo claro del mourinhismo porque la llegada de Danilo no solo dificulta la titularidad del gran capitano sino su permanencia en la plantilla. He asistido a ataques más gratuitos e injustos, pero ha sido mientrars contemplaba a una piara en una pocilga. Quien ha oído los chillidos de los cerdos cuando se pelean es difícil que lo olvide. A mí me ha tocado escucharlos alguna vez. Pues ya advierto que es un sonido que se parece mucho al de algunos tuits que escribe el mourinhismo cuando se editan en una mañana de resaca informativa.

¿De verdad alguien cree que hay que echar de la plantilla a Carvajal por tres palabras dichas al pasar ante un micrófono? O, más bien, por unas palabras no pronunciadas, porque lo que se le reprocha al vestuario del Real Madrid es que no haya contestado la jaimitada de Piqué. El caso es que la respuesta es sí, por más que a una mente medianamente sensata tal cosa le pueda parecer un disparate. Ya sé que en Twitter se dice cualquier cosa para llamar la atención, justo lo que hace Piqué, pero algunas estupideces que se dicen entre el madridismo tuitero, luego tienen  recorrido y las tienes que terminar aguantando durante toda una temporada. Por ejemplo, que Marcelo estaba gordo. En realidad lo estaba de satisfacción por haber ganado en un torneo de verano al Chelsea de Mourinho y eso no se lo han perdonado todavía los inquisidores. Si algo caracteriza a Carvajal es su carácter. Como Ramos, quizá lo tiene en exceso, y a veces es su peor enemigo. Cuando hay gresca en el campo ambos suelen ser los primeros en personarse. No es casualidad que ellos dos fueran determinantes en al final de Lisboa. Aquella tarde-noche la calidad futbolística no era requisito suficiente para lograr la victoria, se necesitaban otros ingredientes, y ambos fueron los principales proveedores. Acusar a Carvajal de arrugarse ante el enemigo -Piqué lo es, algo distinto a un rival- es como poco injusto, una mentira que se dice a sabiendas de que lo es. Se ha aducido que su silencio se ha debido a que intenta apuntalarse en la selección dando un perfil de buen chico. Argumento más bien endeble porque lo que caracteriza a Carvajal, lo que le hace apto para poder integrar un equipo de élite, no es su calidad, que tampoco es excesiva, la justa para ir tirando por la banda, llegar a la zona del córner y centrar, sino su esfuerzo, su carácter y, cuando ahce falta, su mala uva. Tengo la sensación de que un Carvajal con un máster en diplomacia internacional sería menos del agrado de sus entrenadores, incluido Del Bosque. Su silencio está claro que obedece a una consigna del grupo, que además me parece acertada. Dolerse de las banderillas es de toros mansos. Y poco más que eso en realidad son las palabras de Piqué, un motivo no para rebrincar sino un acicate para embestir con más fuerza la próxima vez la muleta del torerito de Barcelona. Además, el dedo en el ojo nunca es la mejor estrategia para solucionar un conflicto, ni siquiera cuando tienes cinco años y te peleas con tu hermana.

Vamos a pensar con lógica por una vez si es que es posible, que me quiero quitar de las discusiones estúpidas. Las plantillas se confeccionan para ganar en el terreno de juego jugando al fútbol no para vencer en una guerra de zascas ante los micrófonos de televisión o en Twitter. Por ese motivo prefiero mil veces a Carvajal en mi equipo antes que Arbeloa, al que no he visto en todo el año encimar a su par para impedirle el centro por temor a verse rebasado fácilmente. No hay color, a pesar de que esta última temporada de Carvajal haya sido más bien discreta, aunque ya sé que en el lo que respecta al fútbol verbalizado y fotografiado Arbeloa es un auténtico virtuoso, un Valdano en potencia. Buscad un argumento más sólido para defender la persistencia del gran capitano. Lo que de verdad debería dolernos es el excelente estado de forma con que ha finalizado la temporada Piqué. Comenzó siendo un desastre. Luis Enrique le utilizó como coartada para simular un control del vestuario que en realidad no tenía, aprovechando su debilidad de carácter y que es propenso a mear fuera del tiesto -los mensajitos con su chica durante un partido-, y no solo le sirvió para capear el temporal ante los dolorosos desplantes de Messi y Neymar sino que logró hacerle reaccionar y que mejorara sus prestaciones. Que su excelente temporada la empañe dando la nota en lo accesorio es algo habitual, marca de la casa. ¿Cuándo decís que estáis hartos de que tengamos señorío os referís a que queréis que nuestros jugadores se comporten como Piqué? Ese tipo de conducta nunca ha beneficiado a ningún jugador. Guti no llegó a ser lo que pudo ser como futbolista, a desarrollar todo el potencial que tenía, por este motivo, por más que ahora se le rememoren sus patochadas. Tampoco Juanito, que en lo futbolístico está lejos de ser uno de los mejores sietes que ha tenido el Real Madrid. El más carismático puede, pero precisamente eso que parece que le pedís que haga a Carvajal,  que le pise la cabeza a alguien, fue lo que acabó con su carrera.

Responder a las palabras de Piqué me parece de macarras. Otra cosa es hacerlo a las palabras de Simeone al diario AS. Aquí ya hablamos de la acusación de un delito. Decir que la próxima liga se preparará para que gane el Real Madrid es hablar de adulteración de la competición. Aquí si que procede contestar, pero la respuesta ha de ser a nivel institucional, no a base de zascas vía televisión, prensa o Twitter por el que más inspirado se sienta o el que tenga más caliente la boca. Respuesta del Real Madrid vía comunicado o a través de quien sea su portavoz y querella si es que procede. Los jugadores deberían estar para otra cosa que para dar titulares con los que la gente se divierta mientras lee el periódico en la barra del bar con el café con churros del desayuno.

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domingo, 7 de junio de 2015

El Fútbol y sus aledaños (183) - The Wire

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The Wire
(Artículo publicado originariamente en la web "El Diario de Mou")

En este barrio de casas baratas que es Twitter la única evasión de la realidad virtual son los chutes de  información dudosa. Los enteradillos compiten por adueñarse de cada esquina de la red social para acaparar el mayor número posible de puntos de venta. El trapicheo de datos es constante. Los yonquis demandan más material con el que poder chutarse. "¿Te has enterado de la última salida de pata de banco de dicho Casillas?". "Ni en mil años adivinarías a quien piensa fichar el Real Madrid y a quien va a vender para juntar el dinero". "¿Has oído el último zasca de Mourinho?". Es ahí donde está el negocio, los erretés y las faves con almejes. Y para averiguar quiénes son los capos que  dirigen el cotarro no hay más que seguir el dinero. Bueno, en este caso la acumulación de ego. ¿Quién tiene más followers? ¿A quién es al que más se ataca o se le hace la pelota? Pues a ese es al que hay que hay que pegar la oreja, tener bajo escucha en el TL de la cuenta.

En el Baltimore de hace un lustro al detective McNulty le asombra que un par de capos de tres al cuarto, Avon Barskdale y Rusell "Stringer" Bell, asesinen a docenas de personas con la más absoluta de las impunidades. Es un detective de homicidios al que se le acumulan los casos sobre la mesa y se encuentra en la frustrante situación de que ni siquiera resolverlos se traduzca en condenas para los culpables. Durante un juicio asiste en butaca preferente al enésimo homicidio del que se absuelve al sospechoso a pesar de que las pruebas son irrefutables. Después de que el juez golpea con su martillo sobre la mesa dl tribunal para dictar sentencia y se retira a su despacho, decide ir tras de él para aportar algunos datos de lo que acaba de suceder, sobre la futilidad del sistema y la inoperancia de los individuos encargados de engrasar los engranajes. Este es el arranque de la magnífica serie "The Wire", cuyo título se tradujo al español como "Bajo escucha". Bajo escucha tienen durante cinco temporadas de la serie a los delincuentes de Baltimore la unidad de delitos especiales creada como resultado de la conversación off de record de McNulty con su amigo el juez. Y de eso va la trama de la historia.

Bajo escucha tenemos permanentemente también a los miembros de la plantilla del Real Madrid y a su equipo técnico desde que empezó a haber trapicheo en las casas baratas de Twitter. No hay palabra que se haya dicho en el vestuario que no creamos saber, escena significativa de la que no es nos haya hecho un retrato robot fidedigno con la realidad. Creemos saberlo todo y estar en disposición de dictar sentencia. Porque todos son delincuentes y tarde o temprano cometerán un delito que les hará acreedores a la cadena perpetua. Casillas, sin ir más lejos, ya cumple condena desde hace tres años en la penitenciaría de Pelican Bay, Higuain en la de Poggioreale en Nápoles y Özill en la Torre de Londres. No ha faltado nunca un McNulty que le susurrase al oído a ese juez implacable que es la afición madridista algunas cositas que debía saber para alejar de sus afectos a algún capo del vestuario. El caso es que el Real Madrid está completamente intervenido desde hace unos años, hasta el último de sus teléfonos pinchados -hay que recordar aquella portada de los whatssaps del Marca-, cada rincón de Valdebebas infilado por alguna cámara y una legión de confidentes dispuestos a ponerle el sombrero rojo al culpable para delatarlo.

No es una situación saludable para el club, pero de lo que se trata es de sobrevivir al mono de datos. "¿Por que no rindió anoche sobre el césped el zaguero?". "¿Se le ha vuelto a escapar de la concentración y se le ha vuelto a ver de copas a altas horas de la madrugada?"."¿Qué le pasa al medio punta holandés que no da una a derechas?". "¿Es cierto que es un adicto al sexo y anda todo el día de burdel en burdel?"."¿Por qué se quiere ir a la Bundesliga nuestro medio centro titular?"."¿Es verdad que le ponía los cuernos a su mujer con una tonadillera del pop y por eso huye despavorido de España?" El futbolista y la folclórica es un lugar común desde los tiempos de Bernabéu. Anda que no hizo estragos Lola Flores en la antigua ciudad deportiva.

Cada vez que las relaciones profesionales entre el club y uno de sus jugadores se deterioran o pasan por ese momento de tensión como, por ejemplo, un proceso de ampliación de contrato, la afluencia de información sobre el personaje a las esquinas de las casas baratas de Twitter empieza a ser abundante y constante, buen o mala grosso modo dependiendo del interés del club porque siga, de lo elevado de sus pretensiones, de la necesidad de tener bazas con las que poder regatear desde una posición de fuerza. Siempre hay alguien de su entorno que dinamita las negaciones, nos dicen, es el dato con el que nos distraemos el mono cualquiera mañana entre semana, un padre, como en el caso de Higuain u Özil, un hermano, como en el caso de Ramos, o una pareja sentimental entrometida, como en el caso de Casillas. El caso es que al bueno de José Ángel Sánchez, nuestro "Proposition" Joe particular, el mago de los acuerdos, el líder en todas las negociaciones, siempre hay alguien que le boicotea sus esfuerzos para llegar a compromisos, y de todo ello tenemos enseguida noticia a través de los cauces de información habituales, esos viales que se pueden adquirir en algunos diarios, en la Sexta o en algunas cuentas de las redes sociales. De aquella reunión supuestamente privada entre Florentino Pérez y Sergio Ramos tuvimos cumplida noticia, con pelos y señales, a través de Josep Pedrerol y los suyos, y el resumen era claro: Ramos es un pesetero y René, su hermano, un tocapelotas de primer nivel. Lástima que no sea futbolista como Sergio. Aquella acadabrante situación: una reunión sin testigos de la que acabábamos sabiéndolo todo, hasta con frases entrecomilladas, me recordó a las exclusivas de José María García, que también lo sabía todo sobre la actualidad del Real Madrid porque en su nómina de confidentes menudeaban los presidentes de equipos de fútbol. Eso o que tenía autorización de algún juez para someter a los comparecientes a las reuniones a escuchas con micrófonos.

Del Real Madrid de la era de Florentino se sabe todo. Todo se convierte en show business o propaganda adversa contra los discrepantes. La firma del contrato de Rafael Benitez, por ir a lo más reciente, nos la radió casi en directo un reportero del Chiringuito de Neox. Florentino ha pasado de estar en guerra con la prensa a utilizarla en su provecho para difundir su imagen y la del Real Madrid, que yo creo que algunas veces se le solapan en su cerebro. Entiendo su estrategia si hago un ejercicio mental y consigo ponerme en sus zapatos. De vivir asaeteado por las portadas envenenadas de los diarios a servirse de ellas para mayor gloria de su persona hay un evidente paso adelante hacia mejor. Pero desde nuestro punto de vista, la de los yonquis ávidos de información con al que poder formarnos una opinión que aspira a ser la correcta, me parece contraproducente, nos acabamos chutando coca demasiado cortada, mezclada con sabe Dios qué mentiras interesadas o beneficiosas para alguien. ¿Qué sentido tiene la campaña de difamación contra Casillas y Ramos en la que Josep Pedrerol está embarcado desde hace años? Nos sobra el portero y a lo mejor haciéndole la vida imposible lograremos alejarlo, pero en el caso del central hablamos de un jugador determinante en el esquema. ¿Es buena política estar en guerra contra nuestros propios jugadores, servirse de terceros para arrearles los guantazos? A mi me parece que no.

Tampoco saber lo malo explica nada. El Barça ha sido una casa de putas esta temporada, perdóneseme la expresión. Con dos presidentes encausados por la justicia, su jugador franquicia investigado y multado severamente por Hacienda, el política del club cuestionada por la FIFA que le ha prohibido fichar hasta 2016 y la plantilla en pie de guerra con el cuerpo técnico. Si dicen que Ramos y Casillas han usurpado el liderazgo de Ancelotti, ¿qué decir de lo que le ha pasado a Luis Enrique con Messi, Neymar y Luis Suárez que han evidenciado su cabreo siempre que eran cambiados, hasta el punto de que el argentino rehusó ser sustituido en un encuentro y se salió con la suya? Y, ahí están, mientras escribo esto a escasas horas de completar un triplete. Las carajadas de Casillas, Ramos o quien sea, aunque fueran ciertas, no explican nada o, si se prefiere, explican poco de lo que sucede en el terreno de juego. Sabemos demasiado sobre cosas accesorias, y a lo peor ni siquiera son datos ciertos. Ojalá un concejal Carcetti venga a limpiar Valdebebas o, al menos, canalice el resultado de las escuchas para un mejor fin que el de putear a nuestros capitanes. Aunque, no sé, en el madridismo los florentinistas son aun más abundantes que los negros en la ciudad de Baltimore. Va a ser complicado. Aunque tal vez de todo igual, las calles siempre han sido así y mientras vendan viales en las esquinas de las casas baratas de Twitter con las que poder distraer el tedio...

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viernes, 5 de junio de 2015

Retorno al Prado (9) - El Joyel de los Austrias (1) - El estanque y la peregrina


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 Fotograma de la película "Ana de los 1.000 días" de Charles Jarrott.
Elizabeth Taylor luciendo en el pecho la perla Peregrina

El Joyel de los Austrias (1) - El estanque y la peregrina

Nos habla de la perla Peregrina Stefan Zweig en su maravilloso libro de viñetas históricas "Momentos estelares de la Humanidad" y cuesta no imaginársela deslumbrante, porque todo en las narraciones del escritor austríaco refulge con el brillo de la leyenda y resuena como un poema en prosa recitado con voz grave y queda. La mención, como de pasada, la realiza en su relato sobre la carrera de Vasco Núñez de Balboa en pos de la inmortalidad. La describe en apenas dos líneas de texto. Suficientes para captar nuestro interés y despertar nuestra curiosidad por la famosa joya: «fue celebrada por Cervantes y Lope de Vega, siendo una de las más hermosas entre todas, adornó la corona real de España e Inglaterra».

El relato de Zweig sobre el caballero extremeño narra su huída de la justicia a través de la mortal selva panameña del Darién, acompañado por todos aquellos a los que había logrado contagiar su locura y su sed de gloria. Aterrado más por la perspectiva de ser olvidado por la historia, por verse atrapado por la nada, por tener que afrontar una acusación de alta traición, que por el peligro que les acecha oculto en la espesura -los indios caníbales, las tierras movedizas de los manglares, las enfermedades, las alimañas salvajes- emprende una expedición suicida a través de las montañas del Istmo de Panamá a cuyo término lo encontró todo: fama, riquezas y un océano inmenso como recién creado por Dios, siempre en calma y que ni siquiera tiene nombre cuando lo contempla por primera vez.

Núñez de Balboa llegó a aquellas costas del golfo de Panamá inducido como la mosca a la miel por la promesa de dulces riquezas que le realizaron los nativos. El cacique indio Comagre, señor de las costas atlánticas de Darién, le habló de otro mar más allá de las montañas al que afluían ríos cargados de oro. Una vez puso sus ojos en el Pacífico los nativos de aquellas nuevas costas le hablaron de riquezas aun más prodigiosas tierra adentro y allende los mares. El caso era tratar de alejar del hogar a aquellos inesperados y molestos visitantes, con una avidez por el metal amarillo que no se saciaba nunca. Hacia el sur, muy lejos, se encontraba el reino del Birú, le dijeron, un imperio cuyos reyes comían en vajilla de oro. Frente al lugar en que se encontraban, mar adentro, le dijeron también, había una archipiélago donde abundaban las perlas como las espigas en un campo de trigo. A los indios las ostras les interesaban más bien poco, más como alimento que como ornamento, y las pequeñas esferas nacaradas que albergaban en su interior no tenían más valor como adorno que las propias conchas. Pero vieron que los españoles las apreciaban. El caballero extremeño cayó enfermo por las fiebres de la codicia cuando vio los adornos de oro que lucían los salvajes sobre la piel desnuda. Tenía que conquistar el archipiélago que se extendía por el Golfo de Panamá y armar una nueva expedición para reclamar para la corona ese reino que los indios denominaban el Birú, vocablo que el castellanizó como Perú. Si había sido mucho lo logrado en su huída a través del istmo aún le quedaban hazañas más grandes por realizar, más lejos todavía de su punto de partida. El perdón real estaba asegurado si lograba ese nuevo triunfo. Pero, como señala Zweig, «Rara vez conceden los dioses a los mortales más de una hazaña única e imperecedera». Ese honor recaería sobre uno de sus lugartenientes. Su recompensa final fue el patíbulo.

Era cierto que en el golfo de panamá existía un archipiélago rico en perlas. Los españoles hacían bucear a los nativos para buscar las ostras, obligándoles a descender a profundidades que excedían el aguante de los pulmones humanos. Muy probablemente sea en este lugar, que luego serviría de base para la expedición de Pizarro al Perú, donde se descubrió la perla Peregrina, llamada así por su belleza sin par, por su exótica forma de pera o lágrima, que la hacían única, un extravagante y caprichoso prodigio. La leyenda dice que su hallazgo le valió la libertad al esclavo que la materializó. Viajara con la expedición de Núñez de Balboa a su regreso al otro lado del Istmo, como sugiere Zweig, o lo hiciera tiempo después en el botín de alguna otra, lo cierto es que acabó en manos de Pedro Arias Ávila, apodado Pedrarías, gobernador de La Española, el hombre del que huía Núñez de Balboa cuando decidió atravesar el Darién. La historia tiene estas ironías crueles. Es la mujer del gobernador, Isabel de Bobadilla, con contactos en la corte de Valladolid, quien la incluye en su equipaje cuando viaja rumbo a la metrópoli y quien se la hace llegar a al familia real. Es adquirida por el emperador Carlos V como obsequio para su esposa Isabel de Portugal.

El primer documento relativo a la Peregrina del que se tiene noticia parece desmentir el origen que se acaba de explicar. Se trata de un documento de tasación y de compraventa. A su llegada a Sevilla en 1580, el alguacil mayor de Panamá, Diego de Tebes, que lleva la perla en su equipaje, se la ofrece a Felipe II, que la manda tasar. Según el documento de tasación que existe en el Archivo de Indias de Sevilla, su peso era de 58 quilates y medio y su valor se cifraba en unos 9 mil ducados, precio por el que la adquiere Felipe II.

El Estanque es un diamante de color azul acero que el rey adquiere en bruto en Amberes. Pesaba unos 100 quilates y le cuesta una fortuna comprarlo. Lo manda tallar a unos orfebres de Sevilla como un  cuadrado. El color azulado de la joya, su transparencia y su forma dan como resultado que se le bautice con el apodo por el que hoy le conocemos. Perla y diamante son engarzados en una misma pieza de oro de unos 20 quilates con relieves florales que será conocido como el nombre Joyel de los Austrias y que se convertirá con el correr de los siglos en una pieza de joyería legendaria, símbolo de la casa de los Austrias.

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"María I de Inglaterra" de Antonio Moro (Museo del Prado)

Si nos atenemos a la información que aporta el Museo del Prado, la primera dama en lucir el Joyel de los Austrias fue María I de Inglaterra, Bloody Mary, María la sanguinaria, la segunda esposa de de Felipe II. Lo luce en el retrato que su marido le encarga a su pintor de cámara, Antonio Moro. Casose el entonces príncipe heredero con la dama inglesa por designio de su padre el emperador. Se trataba de su segundo matrimonio político. Joven y aun príncipe, ya era viudo de la heredera del trono de Portugal, matrimonio del que en el apartado personal solo sacó en claro un hijo, Carlos. Y habría que sopesar con calma si ese solitario rédito le mereció la pena a la larga. El caso es que su renovada soltería le permitía volver a ser usado como peón en el tablero político en busca de las mejores alianzas.

Frisaba la novia inglesa los cuarenta años mientras que el novio español era aun un apuesto veinteañero, además el mejor partido de Europa. El desequilibrio en las edades y los atractivos se tradujo en un desequilibrio en los afectos. María cayó perdidamente enamorada de su esposo mientras que éste apenas era capaz de otra cosa que de tratarla con un frío pero educado respeto. Estrictamente lo que exigía el protocolo regio y el trato educado entre personas. Su indómita cuñada, Elizabeth, era mucho más de su gusto. Entre ambos se estableció una tácita complicidad que a la postre le salvó a ella de morir en el patíbulo acusada de traición. Convencer a su esposa de que perdonara a su hermana y levantara el arresto domiciliario al que estaba sometida fue uno de esos terribles errores que cuando se cometen parecen un inmenso acierto. Con el correr del tiempo los que una vez fueran cuñados acabaron siendo los más encarnizados enemigos, arrastrando a sus respectivas naciones a una guerra que, aunque de forma intermitente, duró varias generaciones. No han faltado los novelistas que han visto en una tensión sexual mal resuelta la razón del intento de invasión de Inglaterra y la catástrofe de la Armada Invencible.

Antonio Moro retrata a la reina de Inglaterra sentada en un enorme sillón, como entronizada, con una rosa roja en la mano derecha, el símbolo de su linaje, Los Tudor. La pinta tal cual la ve, sin mentiras, fiel a la realidad. En eso quizás se anticipa al estilo velazqueño. El gesto de María recuerda al del papa Inocencio X según lo capta el pincel de Velázquez en su retrato. Es una mujer de escaso atractivo, de labios finos, que aprieta en un rictus severo, como de enfado, de nariz sin gracia y mirada poco amistosa, casi se diría que fiera, con escasos cabellos, que le empiezan a ralear peligrosamente en la parte frontal y superior del cráneo. Su flequillo ha huido hacia la retaguardia y hasta se adivinan entradas en lo alto de la frente y en las sienes. Hay a quien enternece la visión de este retrato al pensar en la pasión de una mujer madura abocada al rechazo que nunca ha conocido el amor. Su matrimonio era como una primavera que, contraviniendo las leyes de la naturaleza, sucede a un otoño en el que se asoma el invierno. Difícil no sentir algo de compasión por ella, aunque nos caiga antipática, aunque los libros de historia nos digan que nuestra percepción negativa de ella es correcta. Ese enamoramiento, su obsesión por darle un hijo a su esposo para poder retenerlo junto a ella será a la postre lo que dinamite su salud. Era como un viejo leño estéril del que ya no podían crecer ramas. Un embarazo acogido con júbilo a los tres meses de las nupcias reales se acabará descubriendo como un proceso de hidropesía, esto es, una mera retención de líquidos producto de la histeria. En los tres años que siguieron volvió a experimentar otros dos embarazos psicológicos más, y en todos ellos hubieron síntomas, como la lactancia o la pérdida de visión, que hacen sospechar de que padeciera desórdenes hormonales. Quizá un tumor en la glándula pituitaria que, a la postre, pudo ser lo que la llevara a la tumba.

María descendía de un linaje de mujeres de fuerte carácter, el déficit de dulzura y la firmeza de intenciones los llevaba impresos en los genes. Su abuela materna era la gran Isabel la Católica y su madre, Catalina de Aragón, fue la única esposa, y eso aun siendo la primera en pasar por el altar, capaz de sobrevivir al desinterés sexual de Enrique VIII de Inglaterra, el barba azul por excelencia de la historia. Al ardor inicial por las hembras siempre le sobrevenía un hastío homicida que le impelía a deshacerse de ellas. Todas aquellas que le sucedieron en el tálamo real a Catalina, y fueron muchas, acabaron siendo asesinadas por el sátiro monarca. Es posible que su infancia, relegada a un rincón de palacio, en los retirados aposentos de su madre, la falta del cariño paterno y de respeto de sus cortesanos, inflamaran su resentimiento y su sed de venganza contra sus súbditos, en especial los de confesión protestante.

Anthonis Moor van Dashort, nombre castellanizado durante su estancia en Madrid como Antonio Moro, pintó el retrato de María Tudor en 1554, como parte de los agasajos de la boda real. En su obra deja traslucir la antipatía que le provoca el personaje que retrata, cosa que puede disculparse por haberse visto el mismo perseguido por el celo real al ser acusado de connivencia con la herejía protestante. La gelidez de la piel, que casi se diría de textura marmórea y la total ausencia de cejas que restan énfasis en la expresión del rostro de la reina, enmascaran en parte su agrio ademán, impropio de una mujer que sabemos profundamente enamorada. En su pecho luce el joyel de los Austrias, que bien pudo formar parte de la dote del esposo, el rey consorte. Y, así, junto a la rosa que porta en su mano derecha tenemos toda la información codificada sobre su linaje natural y su linaje político. No obstante, si realmente es la Peregrina y el Estanque las joyas que luce habremos de concluir que la perla a la que se refiere el documento del Archivo de Indias es otra. Tal vez las perlas con forma de gota de agua no fueran después de todo tan inusuales, tan peregrina extravagancia de la naturaleza.

 
"Isabel de Valois" de Juan Pantoja de la Cruz (Museo del Prado)

La segunda dama a la que vemos lucir en el Prado la Peregrina es Isabel de Valois, la tercera esposa de Felipe II. Está considerada como el gran amor de su vida. La boda tiene también un significado eminentemente político, era inevitable para un rey en aquellos tiempos, pero lo que empezó siendo razón de estado derivó en algo irracional, instintivo, meramente emotivo. La novia apenas cuenta con 13 años de edad cuando se pacta el enlace. Un año después viene a Madrid para habituarse a su futura corte. Sigue siendo una niña, pero la incipiente mujer que se abre camino en su cuerpo adolescente despierta la pasión del austero monarca. No es su belleza, que pensaríamos más bien discreta, ateniéndonos a los retratos que se tienen de ella, sino su gracia, su alegría, su elegancia. Capaz de la seriedad que exige su puesto, hasta el punto de serle encomendadas importantes misiones diplomáticas y de gobierno en el futuro, es capaz también de la alegría y la belleza. Es una mujer coqueta, chic, tres jolie, llena de charme, como toda francesa. Su llegada provoca el deshielo ambiental en el gélido Escorial, con sus amplios corredores que parecen cañones glaciares, como labrados por el avance de ríos de hielo. Enamora a todos. El propio hijo del monarca, don Carlos, su medio hermano, don Juan de Austria, y su sobrino, Alejandro Farnesio, que forman una juvenil pandilla en palacio, la cortejan con descaro y forman como una guardia de corps que escolta en todo momento a la seductora jovencita. Este galanteo, que en el hermano y sobrino del rey no pasa de ser un inocente juego sin más trascendencia, en la mente perturbada del heredero don Carlos, inflama impulsos que es incapaz de refrenar. El príncipe es un ser atormentado, de físico deforme -sus retratos enmascaran siempre una incipiente joroba-  y mente aun más retorcida que su cuerpo. Inconstante en lo bueno y obstinado en lo malo, taciturno, aunque con delirios de grandeza, es propenso a la ira y al sadismo. Desde niño disfruta causándole dolor a sus mascotas. Su abuelo, el emperador Carlos V, es incapaz de aguantar su mera presencia. El rey lo trata con el mismo afecto con que trata a todos pero intenta sin éxito educarlo y orientarlo hacia sus futuras responsabilidades. Un esfuerzo inútil. Pensar que la tierna Isabel pudiera estar destinada a este ser monstruoso parece absurdo como poco, además de ofensivo. Sin embargo, la leyenda negra española, que se cimenta en los líbelos perpetrados por ingleses y holandeses contra Felipe II, lo dibuja como un doliente mártir al que incluso su padre le arrebató el amor de su vida.

Por fin el rey ha encontrado en Isabel un oasis en el desierto, un vergel en el sendero que su trayectoria emocional traza en el páramo que es su vida. Sin embargo, breve es el paso por la vida de Felipe II de este pajarillo encantador. Apenas 8 años de felicidad. Después el hombre que casi siempre vemos de luto en los retratos que conservamos de él, ha de guardarlo una vez más tras morir su esposa de resultas de las complicaciones de un parto. Reales o psicológicos, los embarazos de las reinas eran entonces su primera causa de muerte, que las hacía caer como moscas. Pero antes de irse le dejó dos hijas, Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, tan parecidas y tan cercanas en edad que parecían gemelas. La primera de ellas, la mayor, fue sin duda la persona más importante en la vida de Felipe II.

En el retrato de Isabel de Valois del Prado, que se atribuye a Juan Pantoja de la Cruz, la reina viste un traje de terciopelo negro. La perla Peregrina se convierte no en un emblema político, como ocurre en el retrato de María Tudor, sino en un complemento de moda femenina. La lleva en el tocado que luce en el pelo, colgando coquetamente hacia su izquierda, cerca de la oreja, como si fuera un pendiente levitando en el aire, libre del enganche en el lóbulo auditivo. El cuadro se cree copia de un original de Sofonisba Anguissola que probablemente ardió en el incendio del Palacio del Pardo, donde formaba parte de la galería de retratos de los Austrias. Ni siquiera se cree que sea una copia directa sino basada en una versión intermedia de Alonso Sánchez Coello, pero conserva todo el estilo de la pintora de Cremona, con un fondo algo menos neutro que el habitual en los retratos de la corte española, ciertos toques de color en el cuadro -rojo de las mangas y los lazos-, mayor dinamismo, menos envaramiento en definitiva, y una cierta calidez psicológica en el tratamiento de los personajes. Sofonisba era de noble cuna y llegó a Madrid formando parte del séquito de la reina Isabel como dama de compañía. Luego sería íntima de sus hijas, a las que retrataría a lo largo de toda su vida. Su función en palacio era, por así decir, más importante que la de ser pintora de cámara, pero le gustaba retratar a la gente de su aprecio. Hasta cierto punto llegó a desplazar a Sánchez Coello de su puesto como primer espada en el ranking de retratistas al servicio de Felipe II. Cuando un modelo tenía éxito, como es el caso de este para Isabel de valois, era repetido hasta la saciedad. Así, existe otra copia en el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, ésta sí de mano de Anguissola.

La Historiografía esta enamorada de Isabel de Valois hasta tal punto que quiere creer que las dos joyas principales del Joyel de los Austrias fueron regalos de su enamorado esposo, pero las evidencias lo desmienten. Si que pudo, al parecer, desmontar la pieza de orfebrería para lucir las joyas a su antojo, de la forma que más le apeteciera, sin tener que atenerse a protocolos, solo a la ley de su coqueto caprichoso.


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"Ana de Austria" de Bartolomé González Serrano (Museo del Prado)

En 1559, el mismo año de la boda de Felipe II con Isabel de Valois, Juana de Austria, la hermana del rey de España y la viuda del de Portugal, funda en Madrid el Monasterio de Nuetra Señora de la Visitación, más conocido como Las Descalzas Reales, un convento de monjas de clausura donde procesaron damas de la más elevada alcurnia. La propia fundadora se convierte en miembro de la primera congregación, y aunque pone el listón muy alto, otras damas aun más principales ingresarán en el monasterio a lo largo de los siglos, convirtiéndose tal vez, es una idea mía, en uno de los focos de poder femenino más importantes de la historia. En 1580 la hermana de Juana y Felipe II, María de Austria, viuda del emperador Maximiliano II de Habsburgo, es acogida por la congregación para profesar la carrera religiosa. Viene acompañada de su hija Margarita, de apenas trece años, que también toma los hábitos en las Descalzas Reales. hay quien dice que fue una forma de protegerla, porque diez años antes otra de sus hijas, Ana, había caído en el radio de visión de su hermano y se había acabado convirtiendo en su cuarta esposa, con el desenlace previsible, muerte tras un mal embarazo complicado con unas fiebres gripales, después de haber parido media docena de vástagos reales. Y eso había ocurrido hacia solo un año. La buena mujer llegaba escarmentada, así que prefirió casar a su benjamina con Dios, más exigente en lo espiritual aunque no en lo físico.

Si Isabel significó la Pasión para Felipe II, muy probablemente Ana representó el amor tangible, sereno, ese que solo puede otorgar una compañera con la que hay una total compenetración. Hizo falta la dispensa del vaticano para salvar el obstáculo de la consanguineidad. Un mero trámite cuando en el trono de san Pedro se sentaba un papa afín a la monarquía hispánica. De todas maneras, el parentesco próximo se había convertido casi en una rutina en las bodas españolas. Tres de las cuatro mujeres de Felipe II fueron parientes suyas: una prima segunda, una tía y finalmente una sobrina carnal. Pero lo más importante es que Ana de Austria se convirtió en una perfecta madre para Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Henry Kamen, el historiador británico, recrea en su biografía del monarca la estampa hogareña del rey recluido en su despacho de El Escorial, atendiendo a los asuntos de estado mientras su hijas, perfectamente educadas por su madrasta, dos damitas de verdadera exposición, como las actuales infantas, se aplican a secar la tinta espolvoreando polvos y a estampar el sello real en los legajos, billetes, despachos y cartas a medida que eran escritos por su padre, como si fueran dos abnegadas secretarias. Una treta muy ingeniosa del rey para compaginar la vida laboral con la familiar. Si le ponemos una chimenea detrás y un gorrito de lana a cada una de las niñas tenemos un perfecto Christmas. Felipe II, que estaba considerado como el gran villano de la historia hasta la aparición de Hitler, era en realidad un tipo entrañable apegado a la vida familiar, muy devoto de los suyos.

En el retrato de Ana de Austria del pintor vallisoletano, Bartolomé González Serrano, la reina luce la perla Peregrina, que recupera aquí su significado político, como antes del reinado de Isabel de Valois, al ir engarzada a una pieza de orfebrería con forma de águila bifronte, el emblema de la casa de los Habsburgo. El retrato es una copia o versión libre de una obra de Antonio Moro que se conserva en el Museo de Viena. Ambos cuadros son como dos sellos de una misma serie, con igual dibujo pero distinta coloración y algunas mínimas variaciones. Se puede jugar con ellos al juego de las diferencias. Yo solo he encontrado una: En la versión vienesa Ana de Austria lleva un sombrero con un penacho de plumas.

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"Ana de Austria" de Antonio Moro (Kunsthistorisches Museum, viena)